Read El Valor de los Recuerdos Online
Authors: Carlos A. Paramio Danta
La humanidad tiene fecha de caducidad. Más tarde o más temprano, el Universo borrará toda huella de nuestra existencia. Las memorias del ser humano, sus recuerdos, desaparecerán para siempre.
Jesús Blanco busca desesperadamente una salida a un desenlace que parece inevitable, y se aventura a lanzarse a la que podría ser su última apuesta por la vida. Sin saberlo, sus acciones van a ayudar a que exista una posibilidad de preservar nuestra historia, lo que una vez fuimos, durante más tiempo de lo que nos hubiera correspondido. ¿Habrá sido suficiente?
Carlos A. Paramio Danta
El Valor de los Recuerdos
ePUB v1.2
GusiX15.02.12
El valor de los recuerdos
por Carlos A. Paramio Danta
Fecha de publicación: 25/01/2011
ISBN: 978-84-614-6869-0
A mi esposa, que tolera y apoya todas y cada una de mis pasiones.
Llegará un día, un día en la sucesión infinita de días, en que seres, seres que están ahora latentes en nuestros pensamientos y escondidos en nuestros lomos, se erguirán sobre esta tierra como uno se yergue sobre un escambel y reirán y con sus manos alcanzarán las estrellas.
H. G. Wells, “El descubrimiento del futuro”
—En definitiva, si tuviera que resumir en un único consejo cuál es la fórmula del éxito, diría que uno debe procurar dedicarle al proyecto su máxima atención y pasión. Sé que suena a formulilla insustancial, pero creo que no se puede alcanzar el estado mental necesario para reaccionar rápidamente ante los acontecimientos si uno no le dedica todo su tiempo. Compaginarlo con otros quehaceres laborales es muy duro. Imaginad qué es lo peor que puede pasaros si lo abandonáis todo en busca de vuestro sueño. Hacedlo, en serio. Dedicadle unos minutos, lápiz en mano, y sed sinceros con vosotros mismos. Seguro que en la mayoría de los casos, las consecuencias son salvables y tienen fácil solución. Gracias por escucharme todo este rato.
Estallaron los aplausos. Algunos miembros de entre la multitud incluso se levantaron de sus asientos, en un claro signo de entusiasmo y respeto por el orador. En los ojos de los asistentes se podían apreciar sentimientos que éste recordaba vagamente de tiempos pasados: inspiración, euforia, ambición... Ahora todo era distinto, y no podía evitar sentir cierto celo. Un muchacho que vestía unos vaqueros y una camiseta con el logotipo del palacio de congresos se le acercó, sin disimular una enorme sonrisa en su rostro mientras estiraba la mano hacia él en gesto de saludo.
—Ha sido magnífico, Jesús. Es evidente que has conseguido atraer su atención. Quizás alguno de ellos esté en el mismo sitio que estás tú ahora tras unos años, ¿no te parece?
—Estaría bien, sí —respondió casi de forma automática, al mismo tiempo que dirigía la vista hacia el fondo de la sala. Allí estaba, de brazos cruzados, sin moverse de su silla, la persona que estaba deseando ver, el verdadero motivo por el cual aceptó madrugar para venir hasta aquí –. Oye, ¿me disculpas un segundo?
Apenas avanzó unos pasos, bajando de la tarima en el recorrido, cuando él se apresuró a levantarse. Tenía el mismo aspecto de siempre, con el traje gris piedra algo arrugado y la barba de dos días, tal y como le recordaba. Mientras tanto, los aplausos se acallaron.
—Vaya, vaya... Veo que no has perdido tu gancho. Fíjate, de aquí saldrán los próximos emprendedores que harán que nos sintamos aún más viejos.
—Yo también me alegro de verte, Gonzalo. Anda, ven aquí y dame un abrazo.
Tan pronto entró en contacto con él, nublaron su cabeza retazos de la infancia, como si su mera cercanía fuese el catalizador que activara esos recuerdos. De repente, por unos instantes, se vio sentado en el porche de la casa de la playa, despidiéndose de él un día antes de trasladarse a Barcelona, pues a su padre le surgió una oportunidad de esas pocas que se presentan en la vida. Aún no había cumplido los 12 años, quizás 13. Casi podía oír el rugir de las olas del fondo, agua salada embravecida como las lágrimas que caían por su rostro.
—Hey, no tan fuerte. Cualquiera diría que hace 3 años que no nos vemos.
—Y 12 semanas. Oye, vámonos de aquí, tengo mucho que contarte.
—¡Pero si apenas has realizado el paseíllo de rigor! Seguro que muchos están deseando dirigirse a ti por unos minutos para acribillarte a preguntas. No te preocupes por mí, te esperaré fuera.
—Precisamente. No necesito que me cosan a preguntas. Si aprovechamos el momento de confusión, tardarán en darse cuenta que me he largado contigo.
—Bueno, como quieras –. Miró su reloj. —Podríamos cenar temprano. Pediré un taxi. ¿Donde siempre?
—Ni te imaginas lo que he echado de menos esos fetuccini.
El taxi tardó sólo unos minutos, tiempo suficiente para que Gonzalo le pusiera al día sobre lo contento que estaba con su nuevo gestor y lo bien que parecían irle las cosas últimamente. A juzgar por la baja calidad del traje, ahora que podía apreciarlo de cerca, no lo tenía muy claro. Pero Gonzalo nunca había sido un quejica, siempre se enfrentaba a las adversidades con valentía, y se podría decir que se trata de un hombre eminentemente positivo.
—Aunque nada comparable a tu éxito. ¡Estás causando sensación! —finalizó.
—¿Tú crees? Bueno, eso ya no me preocupa mucho. —El taxi se aproximó a la acera, y el conductor tocó ligeramente el claxon.
—¿Pero qué demonios te pasa? No me irás a decir que aún estás deprimido por...
—Anda, sube. Ahora te cuento. A la calle Regueros, por favor —se apresuró a decir al taxista mientras se sentaba en la parte de atrás con su amigo.
El taxi se puso en marcha rápidamente. En apenas 5 minutos habían conseguido salir del edificio y escapar por carretera. Todo un récord, pensó. Gonzalo se preguntaba si este gesto de descortesía no lo acabaría pagando caro.
—Déjame que te diga que tienes muchas razones para estar contento. Me consta que sólo con los dividendos del último año de "myhumanguide.com" tienes ya para jubilarte de por vida, aunque sé que eso es imposible tratándose de ti. Es más, te veo mucho más delgado que la última vez, seguro llevas tiempo tramando algo y no me has dicho nada.
Hacía ya 6 años que "myhumanguide.com" salió al mercado como un software de realidad aumentada revolucionario. Mientras visitaba Kyoto en un intento por escapar de sus propios pensamientos, Jesús se percató de que había olvidado llamar a una chica que un amigo le recomendó para que le hiciese de guía por la ciudad. Probablemente su subconsciente le jugó una mala pasada, pensó entonces. En cualquier caso, sacó su teléfono móvil y comenzó a buscar en Internet páginas informativas sobre la situación en un mapa de algunas de las atracciones turísticas más interesantes.
La chica guía, las páginas y páginas de datos en su móvil... de repente todo cuadró. ¿Y si, aprovechando las capacidades de los teléfonos modernos, desarrollaba un software que permitiese ver a través de la pantalla del terminal lo mismo que está capturando la cámara de fotos del dispositivo, pero mostrando sobre esta imagen a un guía interactivo que le fuese explicando detalles acerca de lo que está viendo? Así parecería que el guía se encuentra presente ahí mismo, justo en el sitio donde estás mirando con tu teléfono. La calidez de una imagen y una voz humanas en lugar de frías y extensas páginas de datos seguramente sería de agradecer, y repercutiría de forma muy positiva en la experiencia de uso. Imaginaba, por ejemplo, que el guía virtual le señalaba el tejado de uno de los templos mientras le relataba los pormenores de las construcciones japonesas, y después animaba al viajero a entrar para apreciar la escultura de oro de Amida que se esconde en su interior. O que, en mitad de las montañas rocosas canadienses, caminando hacia la lengua del glaciar Columbia cerca de Banff, nuestro particular acompañante de bolsillo marcaba los puntos del camino que se extendía hacia delante, donde moría el glaciar décadas atrás, evidenciando un ejemplo claro del calentamiento del planeta, fueran las que fuesen las causas.
Sí, aquello tenía mucho sentido para él. A fin de cuentas, un teléfono moderno disponía de todo el soporte hardware necesario: cámara, GPS, giroscopio, y conexión a Internet. Bastaba combinar todo aquello de forma genial para que, con la ayuda del giroscopio, el aparato supiese en todo momento hacia dónde apuntaba la persona que lo sujetaba, y con el GPS se pudiera conocer el punto del planeta en el que se estaba situado. Luego sólo restaba combinar la imagen capturada por la cámara con la del guía virtual descargada de Internet.
El potencial era enorme. Pronto se hizo popular entre viajeros que preferían gozar de una falta casi total de planificación y descubrir sitios interesantes sobre la marcha. Con la primera inyección de capital decidió que era el momento de fabricar un dispositivo autónomo para aquellas personas que no dispusiesen de un teléfono de avanzadas prestaciones, y que fuese lo más económico posible. Los museos de todo el mundo se hicieron con una buena cantidad de éstos en la primera remesa, sustituyendo a las obsoletas audioguías. Se añadió un servicio por el cual expertos en alguna zona del mundo grababan sus propias explicaciones sobre algún tema que dominaban y obtenían una comisión por cada visionado. Monumentos, bares, edificios históricos, senderos naturales... Durante varios años, se recopilaron centenares de datos interesantes sobre casi cualquier rincón del mundo. El bajo coste del servicio lo hizo muy popular, y en el último año había alcanzado un volumen de negocio multimillonario. Para entonces, incluso se llegó a importantes acuerdos con operadoras de telecomunicaciones de todo el mundo para que éstas proveyesen de acceso a Internet permanente para el dispositivo a un coste mensual fijo, sin importar la situación geográfica de la persona que lo usase, convirtiéndose así en el asistente de viajes más célebre en todo el planeta, y mejorando la experiencia de viajar por cuenta propia de millones de personas.
—Lo que te voy a contar es mucho más emocionante que todo eso, querido amigo. Cuando parecía que me hallaba entre tinieblas, alguien vino hasta mí para encender una vela de esperanza.
—Déjate de símiles baratos y cuéntame algo que merezca la pena, que me tienes en ascuas.
—Tenías razón sobre aquello de si estoy deprimido. O al menos lo estaba. Y no se trata sólo de lo de Lucía, si bien como ya te he dicho muchas veces creo que nunca acabaré superándolo. Cuando la muerte llega de forma tan imprevista, es imposible estar preparado.
—Lo sé, sabes que puedes hablar conmigo sobre ello cuanto necesites. Nunca podré imaginar lo que se siente, pero sabes que me tienes a tu disposición siempre que te haga falta desahogarte.
—Gracias, Gonzalo. —El taxi avanzaba por el tramo final de la Castellana, entrando en el Paseo Recoletos. Atrás quedaba la fachada del museo de cera, parcialmente iluminada, ocultando los secretos que alberga en su interior. Le pareció poco menos que irónico pensar en las figuras de personajes históricos, reales y de ficción, que aguardaban indemnes el paso del tiempo con la ayuda de leves tareas de mantenimiento. Tal vez sería un estupendo comienzo para la historia que estaba a punto de contarle a su buen amigo. —De todas formas, ese no fue el principal motivo de mi depresión, tan solo fue uno de sus ingredientes.