El vencedor está solo (17 page)

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Authors: Paulo Coelho

BOOK: El vencedor está solo
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Mujeres que gritan desesperadas por un lado, el cielo cubierto de nubes de humo. Por otro lado, hermosos edificios antiguos se ven a través de las salas bien iluminadas.

En el año 2002, las Naciones Unidas promulgan una resolución, el Proceso Kimberley, que intenta determinar el origen de las piedras y prohibir que las joyerías compren aquellas que proceden de zonas de conflicto. Durante algún tiempo, los respetables talladores europeos vuelven al monopolio sudafricano en busca de material. Pero en seguida encuentran fórmulas para convertir en «oficial» un diamante, y la resolución sólo sirve para que los políticos puedan decir que «están haciendo algo para acabar con los diamantes de sangre», que es como se los conoce.

Hace cinco años, Igor intercambió piedras por armas, creó un pequeño grupo destinado a zanjar un sangriento conflicto al norte de Liberia, y lo consiguió; sólo mataron a los asesinos. Las pequeñas aldeas volvieron a tener paz, y los diamantes se vendieron a joyeros americanos, sin preguntas indiscretas.

Cuando la sociedad no reacciona para acabar con el crimen, el hombre tiene todo el derecho a hacer aquello que cree que es más correcto.

Algo semejante había ocurrido hacía algunos minutos en esa playa. Cuando descubrieran los asesinatos, alguien saldría a decir lo mismo de siempre: «Estamos haciendo lo posible por identificar al asesino.»Pues que lo hiciesen. Otra vez el destino, siempre generoso, le había mostrado el camino que tenía que recorrer. El martirio no compensa. Pensándolo bien, Ewa iba a sufrir mucho con su ausencia, no iba a tener con quién hablar durante las largas noches y los interminables días que pasaría esperando su libertad. Lloraría cada vez que se lo imaginase pasando frío, mirando las paredes blancas de la prisión. Y cuando llegase el momento de partir definitivamente hacia la casa del lago Baikal, puede que la edad ya no les permitiese vivir todas las aventuras que habían planeado juntos.

El policía salió de la cafetería y volvió a la calle.

—¿Todavía está usted aquí? ¿Está perdido? ¿Necesita ayuda?

—No, gracias.

—Vaya a descansar como le he dicho. A esta hora, el sol puede ser muy peligroso.

Vuelve al hotel. Abre el grifo, se da una ducha. Le pide a la telefonista que lo despierte a las cuatro de la tarde; así podrá descansar lo suficiente para recuperar la lucidez necesaria y no hacer tonterías como la que casi acaba con sus planes.

Llama al conserje y reserva una mesa en la terraza para cuando despierte; le gustaría tomar un té sin que lo molestaran. Después se queda mirando al techo, esperando que lo invada el sueño.

No importa el origen de los diamantes siempre que brillen.

En este mundo, sólo el amor lo merece absolutamente todo. El resto no tiene la menor lógica.

Igor volvió a notar, como ya había notado muchas veces en su vida, que estaba ante una sensación de libertad total. La confusión desaparecía poco a poco, la lucidez regresaba.

Había dejado su destino en manos de Jesús. Jesús había decidido que tenía que seguir con su misión.

Se durmió sin ningún sentimiento de culpa.

13.55 horas

Gabriela decide ir caminando despacio hasta el lugar que le han indicado. Tiene que poner la cabeza en orden, necesita calmarse. Está en un momento en el que tanto sus sueños más secretos como sus pesadillas más tenebrosas pueden convertirse en realidad.

El teléfono emite una señal. Es un mensaje de su agente: «Enhorabuena. Acepta lo que sea. Besos.»Mira hacia la multitud que parece ir de un lado a otro de la Croisette sin saber lo que quiere. ¡Ella tiene un objetivo! Ya no es una de esas aventureras que llegan a Cannes y no saben muy bien por dónde empezar. Tenía un curriculum serio, un bagaje profesional respetable, nunca había intentado vencer en la vida usando solamente sus dotes físicas: ¡tenía talento! Por eso la habían seleccionado para reunirse con el famoso director, sin ayuda de nadie, sin ir vestida de manera provocativa, sin tener tiempo para ensayar bien el papel.

Por supuesto, él tendría en cuenta todo eso.

Paró para comer algo —hasta ese momento no había comido absolutamente nada—, y en cuanto bebió el primer trago de café su cabeza pareció volver a la realidad.

¿Por qué la habían escogido a ella?

¿Cuál iba a ser realmente su papel en la película?

¿Y si, cuando Gibson recibiera el vídeo, descubría que no era exactamente la persona que estaba buscando?

«Cálmate. No tienes nada que perder», intenta convencerse a sí misma. Pero una voz insiste: «Estás ante la oportunidad de tu vida.» «No hay oportunidades únicas, la vida siempre te da otra oportunidad.» Y la voz insiste otra vez: «Puede ser. ¿Pero cuánto tiempo va a tardar en llegar? Sabes la edad que tienes, ¿o no?» «Sí, claro. Veinticinco años, en una carrera en la que las actrices, incluso las que más se esfuerzan...», etc.

No es necesario repetirlo. Paga el sándwich, el café, camina hasta el muelle, esta vez, intentando controlar su optimismo, reprimiéndose para no llamar a la gente aventurera, recitando mentalmente las reglas del pensamiento positivo que es capaz de recordar, así evita pensar en la reunión.

«Si crees en la victoria, la victoria creerá en ti.»

«Arriésgalo todo por una oportunidad, y apártate de todo lo que te ofrezca un mundo de comodidad.»

«El talento es un don universal. Pero hay que tener mucho valor para usarlo; no tengas miedo de ser la mejor.»

No basta con concentrarse en lo que dicen los grandes maestros, hay que pedirle ayuda al cielo. Comienza a rezar, como hace siempre que está angustiada. Siente que necesita hacer una promesa, y decide ir andando de Cannes al Vaticano si consigue el papel.

Si la película se hace realmente.

«Si consigue un gran éxito mundial.»

No, bastaba con participar en una película con Gibson, ya que eso llamaría la atención de otros directores y productores. Si eso sucede, hará la peregrinación prometida.

Llega al lugar indicado, mira al mar, comprueba otra vez el mensaje que ha recibido de su agente; si ella ya lo sabía es porque el compromiso debe de ser realmente serio. Pero ¿qué significaba aceptar cualquier cosa? ¿Acostarse con el director? ¿Con el actor principal?

Nunca lo había hecho antes, pero ahora estaba dispuesta atodo. Y, en el fondo, ¿quién no sueña con acostarse con alguna de las celebridades del cine?

Vuelve a concentrarse en el mar. Podría haber pasado por casa para cambiarse de ropa, pero es supersticiosa: si había llegado hasta ese muelle con unos vaqueros y una camiseta blanca, al menos debía esperar hasta el final del día para hacer cualquier cambio en su vestuario. Se afloja el cinturón, se sienta en la posición del loto, y empieza a hacer yoga. Respira lentamente y su cuerpo, su corazón, su pensamiento, todo parece volver a su sitio. Ve que la lancha se acerca, un hombre salta fuera y se dirige hacia ella:

—¿Gabriela Sherry?

Ella asiente con la cabeza, el hombre le pide que lo acompañe. Suben a la lancha y navegan por un mar congestionado de yates de todas las formas y tamaños. Él no le dirige ni una sola palabra, como si estuviese lejos de allí, puede que soñando también con lo que ocurre en las cabinas de esos pequeños navíos, y cómo le gustaría tener uno propio. Gabriela vacila: su cabeza está llena de preguntas, de dudas, y cualquier palabra amable puede hacer que el desconocido se convierta en su aliado, ayudándola, proporcionándole valiosa información sobre la manera en que debe comportarse en ese momento. Pero ¿quién es? ¿Tendrá alguna influencia sobre Gibson, o será simplemente un trabajador de quinta categoría que se encarga de trabajos como recoger a las actrices desconocidas y llevarlas hasta su jefe?

Mejor estarse callada.

Cinco minutos después se detienen junto a un enorme barco todo pintado de blanco. Lee el nombre escrito en la proa: Santiago. Un marinero hace descender una escalera y la ayuda a subir a bordo. Pasan por el amplio pasillo central, donde, al parecer, están preparando una gran fiesta para esa noche. Van hasta la popa, en la que hay una pequeña piscina, dos mesas con sombrilla y algunas tumbonas. Disfrutando del sol de esa tarde, ¡allí están Gibson y la Celebridad!

«No me importaría acostarme con ninguno de los dos», se dice, sonriendo. Ahora se siente más segura, aunque su corazón late más de prisa que de costumbre.

La Celebridad la mira de arriba abajo y le dedica una sonrisa amable, tranquilizadora. Gibson le da la mano de manera firme y decidida, se levanta, coge una de las sillas que están junto a la mesa más cercana y le pide que se siente.

Luego llama a alguien por teléfono y pide el número de una habitación de hotel.

Lo repite en alto, mirando en su dirección.

Era lo que imaginaba. La habitación de un hotel.

Cuelga el teléfono.

—Al salir de aquí, ve a esta suite del Hilton. Allí están expuestos los vestidos de Hamid Hussein. Esta noche estás invitada a la fiesta de Cap dAntibes.

No era lo que ella imaginaba. ¡El papel era suyo! Y la fiesta en Cap dAntibes, ¡la fiesta en CAP DANTIBES!

Él se dirige entonces a la Celebridad:

—¿Qué te parece?

—Es mejor escucharla un poco a ella, para ver qué tiene que decir.

Gibson asiente con la cabeza, haciendo un gesto con la mano que sugiere «Háblanos un poco de ti». Gabriela empieza por el curso de teatro, los anuncios en los que ha participado. Nota que ambos ya no le están prestando atención, deben de haber oído esa misma historia miles de veces. Aun así, no puede parar, cada vez habla más de prisa, pensando que no tiene nada más que decir, la oportunidad de su vida depende de una palabra adecuada que no consigue encontrar. Respira hondo, procura aparentar que está cómoda, quiere ser original, bromea un poco, pero es incapaz de salirse del guión que su agente le ha enseñado para un momento como ése.

Dos minutos después, Gibson la interrumpe:

—Perfecto, todo eso ya lo sabemos por tu curriculum. ¿Por qué no nos hablas de ti?

Alguna barrera se rompe en su interior sin avisar. En vez de sentir pánico, su voz ahora suena más calmada y firme.

—Soy una más de entre los millones de personas en el mundo que siempre han soñado con estar en este yate, mirando al mar, hablando sobre la posibilidad de trabajar al menos con uno de vosotros. Y ambos sois conscientes de ello. Aparte de eso, creo que no hay nada que pueda decir que vaya a cambiar algo. ¿Si estoy soltera? Sí. Como toda mujer soltera, tengo a un hombre enamorado, que en este momento me espera en Chicago y que está deseando que todo me salga mal.

Ambos se ríen. Ella se relaja un poco más.

—Quiero luchar hasta donde sea posible, aunque sé que estoy casi al límite de mis posibilidades, ya que mi edad empieza a ser un problema para los cánones del cine. Sé que hay mucha gente con el mismo talento o incluso más que yo. Me han escogido, no sé muy bien para qué, pero he decidido aceptar sea lo que sea. Puede que ésta sea mi última oportunidad, y puede que el hecho de decir esto ahora disminuya mi valor; sin embargo, no tengo elección. Durante toda mi vida me he imaginado un momento como éste: participar en una prueba, que me escogieran y poder trabajar con profesionales de verdad. Este momento ha llegado. Si no fuera más allá de esta reunión, si volviera a casa con las manos vacías, al menos sabría que he llegado hasta aquí gracias a dos cosas que creo que tengo: integridad y perseverancia.

»Soy mi mejor amiga y mi peor enemiga. Antes de venir aquí pensaba que no me merecía nada de esto, era incapaz de corresponder a lo que se esperaba de mí y creía que seguramente se habían equivocado al elegirme como candidata. Al mismo tiempo, otra parte de mi corazón me decía que estaba siendo recompensada porque no había desistido, porque había tomado una decisión y había llegado hasta el final de la lucha.

Desvió la mirada de ambos; de repente, sintió unas terribles ganas de llorar, pero se controló porque eso podría interpretarse como un chantaje emocional. La bonita voz de la Celebridad interrumpió el silencio:

—Como en cualquier otro sector, aquí también hay personas honestas que valoran el trabajo profesional. Es por eso por lo que he llegado hasta donde estoy hoy. Y lo mismo pasó con nuestro director. Yo pasé por la misma situación que tú estás viviendo ahora. Sabemos lo que sientes. Toda su vida hasta ese momento desfiló por delante de sus ojos. Todos los años que buscó sin encontrar, que llamó sin que la puerta se abriera, que pidió sin oír siquiera una palabra como respuesta; simplemente la indiferencia, como si no existiera para el resto del mundo. Todos los «no» que había oído cuando alguien se dio cuenta de que sí, ella estaba viva, y merecía al menos saber algo.

«No puedo llorar.»

Toda la gente que le había dicho que perseguía un sueño inalcanzable y que, si ahora todo salía bien, le dirían: «¡Sabía que tenías talento!» Sus labios empezaron a temblar: era como si todo eso estuviera saliendo de repente de su corazón. Estaba contenta por tener el valor de mostrarse humana, frágil, y eso suponía una gran diferencia para su alma. Si ahora Gibson se arrepentía de la elección, podría subir a la lancha de regreso sin arrepentirse lo más mínimo; en el momento de la lucha, había demostrado que tenía valor.

Dependía de los demás. Le había costado mucho aprender esa lección, pero por fin había entendido que dependía de los demás. Conocía a gente que se enorgullecía de su independencia emocional, aunque en realidad eran tan frágiles como ella, lloraban a escondidas, nunca pedían ayuda. Creían en una regla no escrita, que afirma que «el mundo es para los fuertes», que «sólo sobrevive el más apto». Si así fuera, los seres humanos no existirían porque forman parte de una especie que hay que proteger durante un largo período. Su padre le había contado una vez que no alcanzamos cierta capacidad para sobrevivir hasta después de los nueve años de edad, mientras que a una jirafa no le lleva más que cinco horas, y una abeja ya es independiente antes de que pasen cinco minutos.

—¿En qué piensas? —le pregunta la Celebridad.

—En que no tengo que fingir que soy fuerte y eso me alivia mucho. Durante parte de mi vida tuve problemas constantes a la hora de relacionarme porque pensaba que sabía mejor que todos cómo llegar a donde quiero. Mis novios me detestaban y yo no entendía la razón. Una vez, durante la gira de una obra de teatro, cogí una gripe que no me dejó salir de la habitación, por más que me aterrase la idea de que otra persona interpretase mi papel. No comía, deliraba con la fiebre; llamaron a un médico, que me mandó regresar a casa. Creí que había perdido el trabajo y el respeto de mis compañeros. Pero no pasó nada de eso: recibía flores y llamadas. Querían saber cómo estaba. De repente, aquellas personas que yo creía mis adversarios, que competían por el mismo sitio bajo los focos, ¡se preocupaban por mí! Una de ellas me envió una tarjeta con el texto de un médico que se fue a trabajar a un país lejano: «Todos conocemos una patología del África central llamada enfermedad del sueño. Lo que tenemos que saber es que existe otra enfermedad parecida que ataca al alma, y que es muy peligrosa porque se instala sin que nos demos cuenta. Cuando notes el primer indicio de indiferencia y de falta de entusiasmo respecto a tus semejantes, ¡estate alerta! La única manera de prevenir esa enfermedad es entendiendo que el alma sufre, y sufre mucho, cuando la obligamos a vivir superficialmente. Al alma le gustan las cosas bellas y profundas.»

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