En busca de Klingsor (26 page)

Read En busca de Klingsor Online

Authors: Jorge Volpi

Tags: #Ciencia, Histórico, Intriga

BOOK: En busca de Klingsor
11.49Mb size Format: txt, pdf, ePub

Eva se acercó a Bacon. Supuse que iban a ponerse de acuerdo sobre el precio.

—Y Parsifal es su contrario.

—No —respondí con sequedad—. El verdadero rival de Klingsor es Amfortas, el enfermo. Él es el verdadero centro de la tragedia, el hombre que muere porque no puede morir. Parsifal sólo es el héroe necesario para romper el equilibrio que existe en el mundo entre el bien y el mal. Recuerde. En el universo sólo hay dos zonas mágicas: los alrededores de Montsalvat, dominados por los caballeros del Grial, y los paraísos que esconden el palacio de Kolot Embolot. Parsifal será quien rompa este juego que parece hallarse en un permanente empate.

—¿Le gusta el ajedrez? —por un momento Bacon se volvió directamente hacia mí.

—Hace mucho que no juego.

—Pues ya nos enfrentaremos alguna vez, ¿eh? De niño me fascinaba…

—Sí, jugaremos —contesté y cambié de tema—. Parsifal es un hombre inocente. No encarna el bien, como el herido Amfortas, sino la ignorancia. Parsifal está tranquilo porque no sabe quién es, ni le importa. Gamuret, su padre, murió en combate; su madre, Hertzieide (cuyo nombre significa «pena del corazón»), no le ha permitido conocer el bien o el mal. Es un nuevo Adán, casi un bárbaro que desconoce la lucha primordial que se lleva a cabo en el universo. Y por ello mismo es el único que puede cambiar el destino…

LIBRO SEGUNDO
LEYES DEL MOVIMIENTO CRIMINAL

L
EY
I

Todo crimen ha sido cometido por un criminal.

El origen de este precepto es muy antiguo, aunque su formulación moderna se deriva de las
Leyes del movimiento
de Newton de manera evidente. Pues ¿qué es un crimen sino un movimiento emprendido por alguien, una acción que sucede en el espacio y en el tiempo absolutos, un acontecimiento por el cual un cuerpo escapa de la inmovilidad mientras otro se sumerge en ella, acaso para siempre?

Veamos. Dice sir Isaac: «Todos los cuerpos perseveran en el propio estado de reposo o movimiento uniforme en línea recta, a menos que se vean forzados a cambiar ese estado por una fuerza impresa sobre él.» ¿No es ésta la perfecta definición de los asesinatos, las violaciones, las masacres? Newton podría haber sido un criminólogo experto. Los seres humanos perseveran en su propio estado, de acuerdo con la inercia de su educación, sus costumbres y su temperamento a menos que sean bruscamente sacudidos por una fuerza extraña. La violencia es la nota dominante en este cambio de estado. Uno, por sí mismo, querría permanecer como está, y sólo la fuerza —física o mental— de otro es capaz de trastornarnos, de enloquecernos, de destruirnos. Cuando Caín golpea a Abel, cometiendo ese primer acto fundador de la civilización que es el homicidio, no hace otra cosa que socavar el orden establecido perturbando la creación pero, al mismo tiempo, permitiéndole avanzar hacia el futuro. Sin esta brutalidad iniciática seguiríamos encerrados en el fondo de nuestras cavernas, esperando que nada cambie a nuestro alrededor.

A continuación, Newton añade: «El cambio de estado es proporcional a la fuerza motriz que se le imprima, y ocurre a lo largo de la línea recta en la cual se imprime esa fuerza». Para tener una idea precisa de este concepto, basta con imaginar un pelotón de fusilamiento —o miles de ellos— lanzando sus balas en línea recta contra el pecho descubierto de sus enemigos…

Por último, el físico inglés escribe: «A cada acción corresponde una reacción igual y contraria: esto es, las acciones recíprocas de dos cuerpos son siempre iguales entre sí y dirigidas hacia partes contrarias». Existen pocas frases tan perfectas e influyentes como ésta. Una verdadera muestra de genio. Con ella, no sólo se describe el desplazamiento, sino todas las batallas que se llevan a cabo en el universo. Cada vez que un ser humano toma una decisión, se esfuerza en sobrepasar sus límites o intenta doblegar la voluntad de otro, sea para enamorarlo, convencerlo o asesinarlo, cumple con las leyes de la mecánica clásica.

La confirmación de la
Primera ley del movimiento criminal
se vuelve, pues, un juego de niños: todos los crímenes han sido cometidos porque alguien, desafiando la inercia, se ha lanzado, gracias a su propia energía, contra uno de sus semejantes. Siempre que uno encuentra un cadáver ensangrentado, una mujer desgarrada o una cámara de gas todavía humeante, puede estar seguro de que ha habido una lucha entre dos voluntades opuestas, con acciones y reacciones cuyo dramatismo basta para sobresaltarnos.

C
OROLARIO
I

¿Cuál era el crimen de Klingsor? ¿Cuál era el crimen que el teniente Bacon, ayudado por mí, se esforzaba en investigar? Ésta debió ser la primera pregunta que el joven físico debió plantearse. Para buscar a un criminal, lo primero que uno debe conocer es el crimen que supuestamente ha cometido. Enfebrecido, el teniente Francis P. Bacon se lanzaba a perseguir a alguien, furioso y obcecado, como si se tratase de una misión divina, de un encargo fatídico, cuando —vaya torpeza, vaya ingenuidad— ni siquiera tenía una idea clara de la razón para buscarlo. ¿Qué había hecho? ¿Qué lo hacía tan codiciable? ¿Por qué debía ser castigado? ¿Cuál era su culpa?

L
EY
II

Todo crimen es un retrato del criminal.

Quien es capaz de asesinar, robar o traicionar, no cesará en su intento de justificarse y de establecer, por tanto, su propio índice de verdad sobre los hechos que ha provocado. Al imprimir una fuerza sobre otro, el criminal no sólo doblega su voluntad, sino que impone sus condiciones. Casi es inútil repetir la formulación coloquial de este precepto: la historia es escrita por los vencedores, del mismo modo que el criminal defiende su inocencia.

Matar o violar no sólo implica ejercer una vejación física, un movimiento que altera a otro ser humano, sino también el deseo, por parte del criminal, de sellar su propia verdad. No hay nada más locuaz que las víctimas, pero no tanto por sus palabras como por el significado de sus llagas o sus cicatrices. Un cadáver, una herida o el fracaso ajeno son los textos —las huellas— con los cuales el criminal expresa su concepto del mundo. Todos los criminales están obsesionados por el recuento de sus actividades, tanto o más que aquellos que los persiguen e intentan castigarlos. Sólo que su verdad es
otra
, elusiva y torva, ajena a la rígida lógica de sus perseguidores. Si uno asesina a alguien —o incluso a millones, como es el caso— procura paliar su culpa con una versión de los hechos que lo redima o, por el contrario, intenta escapar de la historia, perderse en el anonimato de quienes callan. Pero aun ese silencio es su verdad. El auténtico investigador, como el auténtico científico, debe leer cuidadosamente los hechos para no dejarse engañar: debe estar preparado para descubrir, en cada caso, los signos que muestran, presuponen o revelan la voluntad del criminal que ha quedado asentada en el mundo.

C
OROLARIO
II

¿Era posible saber de Klingsor a través de su obra? ¿Adivinar su importancia? ¿Medir su fuerza? ¿Dónde mirarlo? El mundo que nos entrega un criminal prófugo es como un tablero de ajedrez. La metáfora no puede ser más adecuada: mirar su obra es como contemplar una partida a la mitad, de modo que es preciso imaginar cuál ha sido su inicio para Poder planear sus posibles finales. ¿Cómo encontrar a Klingsor? Si las Pruebas de su existencia no bastaban, por sus propias obras. Por la influencia que ejerció en los demás, por los signos que dejó en su camino, por su propia teoría del mundo impresa en los rostros de sus víctimas.

L
EY
III

Todo criminal tiene un motivo.

Quizás debiera matizar este precepto: sólo los grandes criminales, los verdaderos criminales, están dispuestos a defender sus actos hasta las últimas consecuencias. Maquiavelo era uno de estos hombres y no, por cierto, el peor de ellos: el fin justifica los medios o, en otras palabras, un crimen no es un crimen, sino un acto de justicia revolucionaria, de redistribución de la riqueza, de bondad, de legítima defensa, de filantropía… En nombre de las ideas más absurdas e incomprensibles —raza, religión, partido, frontera— se cometen los peores pecados.

El auténtico criminal se considera a sí mismo como un virtuoso y, en cierto sentido, lo es. Robespierre, Hitler o Lenin son sólo los mejores ejemplos de una larga cadena de
puros
, entre los que no hay que descartar los nombres menos mencionados de Truman, de Mahoma o de varios papas. Estos criminales nunca actúan por maldad, perversidad o ligereza sino —vaya paradoja— por
deber
. Su tarea no es sencilla ni divertida: si la llevaban a cabo es porque ésa es su misión en la vida. A estas alturas del siglo, cuesta trabajo creer que Hitler o Stalin estuviesen convencidos de que hacían lo correcto, que no eran unos bellacos pervertidos que gozaban con la tortura ajena (al menos no siempre), sino simples salvadores de la humanidad. Pero lo cierto es que, tanto para los nazis como para los soviéticos, sus actos no eran criminales. Estos hombres lograron una inversión de valores tal que la virtud y el bien, que por naturaleza representan grandes esfuerzos para el ser humano, pasaron a ocupar el sitio que nosotros le concedemos a la aberración. Esta acción, este movimiento, deja de ser egoísta y transforma al criminal en asceta. Y, a su obra, en un abyecto puritanismo del mal.

C
OROLARIO
III

¿Era Klingsor un criminal
verdadero
? ¿Creía, como Hitler, su amo, que su tarea estaba encaminada a salvar a la humanidad? ¿Era otro de esos místicos de la desesperación que se paseaban con uniformes negros e insignias de las SS, dispuestos a llevar a cabo las operaciones más ingratas para servir a un fin superior? ¿Era, como todos los
grandes hombres
, un portador de la fe? ¿Un esclavo del deber?

Formulo las preguntas de otra manera. ¿Dios necesita un motivo para realizar sus actos? Una cuestión interesante, que hizo las delicias de los sutiles doctores medievales. ¿Tiene Dios motivos para ser bueno? ¿Es bondadoso por
algo
? La respuesta de los teólogos es negativa. Dios es la Bondad misma y no necesita de un motivo para otorgar su gracia. De otro modo, se rebajaría, se volvería utilitario y humano, demasiado humano…

¿Y el demonio es perverso por alguna razón? Este problema es aún más complicado. ¿El diablo trama su maledicencia gratuitamente? ¿O persigue una meta? Las teorías, aquí, se disparan. Hay quien afirma que, en efecto, su intención es socavar el plan de la Creación, que su tarea es sembrar el desorden, conducir el universo hacia el caos… Es el Señor de la entropía, diríamos ahora. ¿Y por qué hace todo esto, por qué insiste en llevarnos a la muerte? Fácil: para demostrar que es tan poderoso como su Adversario. Otros demonólogos, sin embargo, piensan otra cosa: Satán es malvado sin causa alguna… Si tuviese motivos, deberíamos aceptar que no es
tan
perverso, que en ese deseo de controlar el cosmos todavía hay algo lógico, comprensible y, por tanto, existe una razón para que en el Juicio Final su soberbia sea perdonada. En cambio, si pensamos que el mal no tiene fundamento, podemos estar seguros de que nos hallamos frente al horror absoluto: la sinrazón. Lucifer, el Ángel Caído, no sólo gobernaría el infierno, sino también el azar. Hitler y Stalin eran, desde luego, encarnaciones de la primera teoría: demonios menores. Actuaban con un fin, creían hacer lo correcto y, aún peor, murieron creyéndolo. Teológicamente, apenas puede calificárseles de herejes. ¿Y Klingsor?

MAX PLANCK, O DE LA FE

Gotinga, diciembre de 1946

Si la importancia de la misión encabezada por el teniente Francis P. Bacon debiera medirse por el tipo de oficina que le había sido asignada por las autoridades de la Comisión Cuatripartita para el Gobierno de Alemania, habría que pensar que se hallaba entre la lista de operaciones con prioridad tres, es decir: poco o nada urgentes. El edificio, que milagrosamente había permanecido intacto como si los bombarderos aliados no se hubieran preocupado por destruir una construcción que iba a terminar cayéndose por sí misma, había servido como imprenta antes de la guerra y posteriormente, para sorpresa de los pilotos norteamericanos, como depósito de municiones.

—Comparado con la vivienda que he conseguido —me dijo Bacon, a modo de saludo—, esto es un palacio.

Reí y me senté en un banco de madera frente a su escritorio. Para colmo, parecía que los ingenieros del ejército no habían logrado recomponer el sistema de calefacción, porque en el interior del despacho hacía un frió polar.

—¿Algún avance, teniente? —le pregunté con diplomacia, tiritando.

—Temo que no. Todo es demasiado vago, profesor —Bacon parecía especialmente nervioso, sus ojos estaban rodeados por dos profundas ojeras color violeta—. Hay demasiados cabos sueltos, demasiada información, demasiados lugares por los cuales empezar. Y éste es un problema porque el personal que compone la «misión
Klingsor
», se reduce a usted y a mí.

—¿Sus superiores no consideran que se trata de un trabajo relevante?

—Aún no saben si vale la pena. Mientras no obtenga un resultado contundente no están dispuestos a soltar un dólar más —el teniente estrelló un puño sobre el escritorio—. Hay cientos de archivos, cientos de fichas, cientos de personajes… Durante la misión
Alsos
, cerca de veinte personas trabajamos durante más de tres años para recopilar toda la información disponible sobre la ciencia y los científicos alemanes. Se trata de miles de folios que debo consultar y revisar de nuevo… Me aclaré la garganta.

—En mi opinión, debería estar contento por tener tantos puntos de arranque.

Yo no podía dejar de frotarme las manos, tratando de entrar en calor.

—Han dicho que arreglarán la calefacción en un par de días —se disculpó Bacon—, aunque temo decirle que, según me ha comentado el resto del personal que trabaja en este inmueble, eso les han dicho desde octubre. En fin. Adivino en su mirada, profesor, que ya ha decidido cuál será nuestro plan…

—No lo dude, teniente: en primer lugar, Klingsor existió y, en segundo, Klingsor fue una persona vital para Hitler. Éstos son los dos postulados de nuestra fe. Todas las hipótesis y las teorías que construyamos a partir de ahora deben basarse en estos dos axiomas… Como usted sabe, la mejor forma de comprobar la falsedad de una aseveración es suponiendo que es cierta; si no lo es, las contradicciones no tardan en aparecer…

Other books

Accepting Destiny by Christa Lynn
Return to Night by Mary Renault
Minus Me by Ingelin Rossland
Plausible Denial by Rustmann Jr., F. W.
The Blueprint by Marcus Bryan
Fairy School Drop-out by Meredith Badger
Star Shine by Constance C. Greene
Pieces of the Puzzle by Robert Stanek
Foodchain by Jeff Jacobson