En Silencio (17 page)

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Authors: Frank Schätzing

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: En Silencio
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El rostro de Gruschkov mostraba una expresión que pocas veces se le veía. Parecía desconcertado.

Jana, por el contrario, estaba extremadamente satisfecha.

—Eso es bueno —dijo la mujer.

—¿Bueno? —Gruschkov cruzó los brazos y se mantuvo un rato meditando algo—. No lo sé. Es lo más descabellado que me ha caído en las manos. —Sus manos acariciaron el dossier como si quisieran cerciorarse de su autenticidad—. A ninguna otra persona, salvo a ustedes, se le ocurriría una cosa semejante.

—Se le puede ocurrir a cualquiera que se tome una copa de vino en el momento adecuado —dijo Jana con indiferencia.

—Más bien una botella entera —apuntó Ricardo con sequedad.

Jana hizo un gesto de rechazo con la mano.

—Eso es lo que menos importa. Lo decisivo es que lo he calculado. Mis conocimientos son rudimentarios, sé únicamente lo imprescindible sobre la tecnología que debemos usar para ello. Pero la idea es sumamente tentadora. Si hasta mis colaboradores más cercanos lo consideran una locura, existe una buena oportunidad de tener éxito.

—Precisamente —dijo Gruschkov—. Ahí radica el problema. Usted sabe lo imprescindible. Sobre esa base se puede producir ciencia ficción. Yo no pretendo negar que lo haya conseguido.

—Es algo más que ciencia ficción.

—Momentáneamente no.

—Yo sólo quiero saber si está descartado del todo.

Gruschkov se rascó la cabeza. Ricardo hizo un gesto de escepticismo, pero no dijo nada. Tomó en su mano el dossier y lo abrió. Era la tercera vez que lo hacía esa mañana. Jana guardó silencio y esperó. Podían leerlo cuantas veces quisieran, ella no tenía prisa.

Durante los siguientes minutos no se escuchó otra cosa que el roce de las hojas al pasar.

—En fin, yo no soy un especialista —dijo Ricardo por fin, desamparado—. Sólo puedo dejar hablar a mis sentimientos. Usted podía haber escrito igualmente que deseaba ser teletransportada por un haz de luz. Sencillamente, no lo creo.

—Yo tampoco soy un experto —dijo Gruschkov—. Jana quiere saber si es factible en principio. A ello se podría responder que hace doscientos años no te tomaban muy en serio si hablabas de viajar a la Luna. —Se levantó y comenzó a caminar por la habitación—. El problema es que hay cosas que no son realizables en principio, o sólo lo son a su debido tiempo. Visto de ese modo, por lo menos, no es descartable del todo. En teoría, podría funcionar si todos los factores que intervienen fueran reducidos a una vigésima parte de su tamaño y ordenados en un entorno herméticamente cerrado. Aunque yo no sé como podemos acertar en un blanco móvil con un sistema tan rígido como ése. El problema es que tenemos que vérnoslas con la vida real, y eso es algo muy distinto. No sé si se ha hecho una cosa así en tales dimensiones.

—Los americanos lo han hecho —dijo Jana—. Y los rusos también, por cierto.

—Eso es una cosa diferente. Sé a lo que se refiere —Gruschkov permanecía de pie—. Pero fue un gasto enorme. Y sólo lo consiguieron también en una simulación extremadamente impecable. Es ciencia ficción, eso deberíamos de tenerlo claro antes de que sigamos trabajando en la idea.

Con un gesto amplio, Jana señaló a los ordenadores que estaban alrededor.

—Todo esto aquí es ciencia ficción —dijo—. No podemos viajar a regiones lejanas del universo porque no sabemos si existe una vía para burlar las leyes de la naturaleza. Pero nos queda la fe de que en algún momento alguien averiguará cómo hacerlo. Agujeros de gusanos, túneles de quantas. En nuestro caso las cosas son diferentes. Sabemos cómo funciona. No tenemos ninguna laguna de comprensión. No tenemos que inventar nada que no exista ya. La cuestión es únicamente cómo podemos aprovecharlo.

—Su cálculo se refiere al rendimiento necesario de acuerdo con la distancia —dijo Gruschkov frunciendo el ceño—. Para mí está claro que podemos desencadenar la fuerza necesaria, pero ¿es consciente de cuan grande es el artefacto que necesitamos? ¿Cómo pretende llevar algo tan enorme hasta una zona de alta seguridad?

—En absoluto. Estimo que esa zona de alta seguridad alcanzará un radio de dos kilómetros como máximo.

—Usted parte de dos o tres kilómetros.

—Y en caso de necesidad, todavía más. Pienso que estaremos del lado seguro a unos cinco kilómetros. Más lejos podría funcionar, pero con un margen demasiado estrecho. De un modo o de otro, podemos emplazar un objeto de ese tamaño fuera de la zona de seguridad sin llamar la atención.

—A esa distancia tendrá problemas con el impacto medioambiental. Pero sea como sea, supongamos que conseguimos arreglarlo. Todavía tendría que diseñar el dispositivo para que sea móvil. Eso será casi imposible. Tendría que construir un trineo de dimensiones gigantescas que, además, esté situado sobre un andamio de alta precisión y que pueda ser movido sin provocar ninguna sacudida.

Jana negó con la cabeza y señaló con el dedo hacia el dossier.

—El dispositivo es rígido.

—Pero su objetivo no. Es casi como si un edificio tuviera que girarse cuando alguien pasa por delante de él.

—De eso nada. Lo que necesitamos es un sistema de desvío.

—Quiere decir…

—La solución clásica. —Jana se apoyó hacia adelante y golpeteó el tablero de la mesa con los dedos—. ¡Va a funcionar, Gruschkov! No es distinto de lo que han hecho los americanos y los rusos. Todavía no tengo ni idea de cómo podremos solucionar el tema técnico, pero sé que uno de los componentes tendría que ser móvil.

Jana le explicó a Gruschkov la estructura técnica tal y como ella se la imaginaba. Es cierto que no estaba muy segura de que funcionara como ella lo veía en la imaginación. Sabía demasiado bien que la idea había surgido de un saber a medias bastante poco pulido, de una botella de excelente vino tinto y de la avanzada hora de las tres de la madrugada. Pero si ella misma se ponía a dudar demasiado, Gruschkov jamás llegaría a ocuparse del asunto. Es cierto que el hombre era su subordinado, pero ella no podía forzarlo a hacer lo que considerara imposible.

La opinión de Ricardo era más bien de interés académico. Era un comercial, no un científico. De él, Jana no quería oír otra cosa distinta de la que había dicho. Cuando se trataba de lo posible o lo imposible, la mayoría de la gente se dejaba guiar por sus sentimientos. La mayoría de las personas opinaba, por ejemplo, que los viajes interestelares de corta distancia serían posibles más tarde o más temprano, aunque ello contradijera todas las leyes de la física. A su vez, eran muy pocos los que consideraban posible que los calamares gigantes sostuvieran conversaciones entre ellos en un idioma basado en el examen corporal, sin embargo la ciencia tenía claros indicios de ello. El proceso de discriminación realizado por el cerebro humano día a día, sucede de un modo rápido e intuitivo. Lo que uno no comprende de inmediato debido a la carencia de una comprensión profunda, es considerado improbable. Si les hubieran dicho a los alemanes que Gerhard Schróder era un extraterrestre camuflado, nadie se hubiera tomado el trabajo de verificarlo. Ricardo, un hombre inteligente con una estupenda cultura general, había reaccionado en correspondencia mientras Jana exponía sus ideas. Descartó la posibilidad desde el principio, aun cuando no pudiera justificar su descarte desde un punto de vista técnico. En ese sentido su opinión era valiosa, pues dejaba entrever que a casi nadie se le hubiese ocurrido la misma idea.

La oportunidad está en lo inesperado.

—Yo soy programador —dijo por fin Gruschkov, después de haber escuchado todo impasible—. No lo olvide. Yo sólo entiendo algo sobre estas cosas.

—Usted no entiende estas cosas de un modo causal, es un sabelotodo en cuestiones científicas —dijo Jana—. Y eso no es un elogio, sino un hecho. De lo contrario, no le hubiese preguntado. De modo que, ¿qué me dice? ¿Lo considera posible?

Gruschkov infló los carrillos. Se quitó las gafas, sacó un pañuelo y las limpió con esmero. Luego, con los ojos achinados, las observó a contraluz de las lámparas del techo y se las puso de nuevo.

—Sí —dijo.

—¡Lo sabía! —exclamó Jana, triunfante—. Sabía que funcionaría.

—Vayamos más lento. —Gruschkov le mostró la palma de las manos—. Le he dicho que es posible. Eso no es lo mismo que funcionar. Déme tiempo, y sobre todo, déme un montón de informaciones decisivas. Necesito datos precisos sobre el terreno, la extensión y la composición del suelo, sobre todo de sus puntos más altos. En lo que respecta a los detalles, estableceré contacto con Moscú y Leningrado, para las cuestiones fundamentales también tengo a alguien. Una vez comenzada la construcción, ¡si es que se inicia!, carezco de los contactos adecuados.

—Pienso que Mirko puede ayudarnos en ese sentido. Lo veré próximamente en Colonia. Parece conocer todo y a todos.

Ricardo frunció el ceño.

—Usted dijo que él estaría en el equipo.

—Fue una de sus condiciones.

—Por mí… Tal y como lo veo en este momento, el equipo tendrá que ser mucho mayor —dijo Gruschkov—. Necesitamos a un par de personas con habilidades especiales. La cantidad exacta depende de lo que nos deparen los próximos días.

—Muy bien. ¿Qué otra cosa necesita?

Gruschkov reflexionó.

—Tranquilidad —dijo—. Dentro de lo posible, a partir de ahora mismo.

Ricardo rió con sorna y se levantó.

—Entendido, Einstein. Nos vamos y lo dejamos encerrado entre cuatro paredes. ¿Quiere una pizza? Son excelentes para pasarlas por debajo de la puerta.

—Es usted muy gracioso, Ricardo —dijo Gruschkov sin dar señal alguna de alegría—. Estoy seguro de que algún día alguien se reirá.

Cuando abandonaron el Departamento de Programación y salieron al exterior, Ricardo le dijo a Jana:

—¿No le parece curioso que no hayamos sido descubiertos hasta hoy? Quiero decir que tales reuniones como la de ahora tienen lugar normalmente bajo condiciones muy distintas. Uno se reúne en determinados lugares secretos, bajo nombres falsos, y se esfuerza porque nadie lo descubra. Pero nosotros trabajamos aquí a plena luz del día.

Jana se encogió de hombros.

—Precisamente. ¿Quién va a decir que dos jóvenes diligentes como nosotros están hablando a puertas cerradas sobre muertes y asesinatos?

Ricardo aspiró el aire invernal y contempló el cielo. Desde el terreno de la empresa Neuronet, cuyos acristalados edificios de una sola planta encajaban muy bien en el paisaje romántico de la Langhe, se podía ver la mansión de Jana.

—Un día alguien lo dirá —dijo Ricardo.

—Pero para ese momento ya nos habremos marchado.

—Eso estaría bien. Es una ley no escrita que en algún momento sale mal lo que puede salir mal.

Jana sonrió.

—Una ley. Claro. Pero ¿cuándo nos hemos preocupado nosotros de las leyes?

Maxim Gruschkov estuvo durante tres días aislado del mundo, por así decirlo. Se hacía traer la comida al Departamento de Programación, y como sus colaboradores estaban acostumbrados a que se retirara con suma frecuencia para trabajar, a nadie le pareció que en esa ocasión ocurriera algo extraordinario. Gruschkov disponía de un circuito informático propio, absolutamente inaccesible gracias a un complicado sistema de codificación. Aparte de él, sólo Jana conocía los códigos de acceso y podía conectarse al sistema.

Durante su retiro, ambos estuvieron en contacto todo el tiempo. Intercambiaban información a través de su sistema aislado. Gruschkov, sobre todo, formulaba preguntas que Jana respondía de buena fe, según sus conocimientos, y a cambio él seguía proporcionándole otros motivos de insatisfacción, así como su continuo escepticismo. Jana sabía que Maxim sólo le daría noticia de algún progreso cuando estuviera plenamente convencido del éxito del plan. Ella tenía la esperanza de que en algún momento él le diera el visto bueno. Si lo hacía, podía estar segura de que la empresa sería invulnerable. Gruschkov era una de esas personas que trabajaban al ciento por ciento. Y hasta ahora jamás se había equivocado.

Al anochecer del tercer día, él la llamó por teléfono ya bastante tarde y habló con ella, de un modo absolutamente normal, sobre nuevos principios conceptuales para motores de búsqueda en Internet.

—He confeccionado un programa que le abrirá nuevos mercados especialmente a Microsoft —le dijo—. Es mejor que pase por aquí y le eche una ojeada usted misma.

Jana abandonó la mansión y fue hasta la empresa. Tuvo que subir un tramo por la empinada calle y doblar por un camino que desembocaba directamente en el portal del edificio principal de la empresa. Hacía un poco más de frío, pero ella llevaba sólo un blazer por encima de una camiseta. No le importaban ni el frío ni el calor. Abrió la puerta y recorrió el acristalado vestíbulo de la entrada y el edificio de la administración situado detrás. En medio de aquella oscuridad, sólo brillaban los pilotos de algunos ordenadores. Luego entró en el pasillo sin ventanas que conducía al laboratorio privado de Gruschkov. Uno de los tubos fluorescentes situados por encima de su cabeza zumbaba y parpadeaba. Sacó su teléfono móvil y dejó un breve mensaje en el buzón de voz de la central. En ese momento no había ningún empleado en el edificio salvo Gruschkov, pero la señora Firidolfi detestaba que las cosas se quedaran sin hacer. Mañana bien temprano, antes de que ella desayunara, ya habrían cambiado la lámpara.

Gruschkov la estaba esperando. Estaba sentado delante de una pantalla llena de ecuaciones y había colocado una silla a su lado.

—Siéntese. Echaremos una ojeada a esto.

Jana se mantuvo de pie y se apoyó con ambas manos en el respaldo de la silla.

—¿Funcionará? —preguntó.

Gruschkov rió con ironía. Eso sucedía muy pocas veces. En realidad sólo ocurría cuando estaba muy satisfecho con algún trabajo.

—Puede tomarse el trabajo de sentarse —le dijo a su jefa.

Jana tomó asiento.

—Y bien, ¿funciona?

Gruschkov movió el ratón, hizo clic en algunas ventanas y abrió una nueva.

—Sí —respondió.

Jana miraba fijamente, fascinada, el dibujo que ocupaba todo el monitor. Estaba casi emocionada.

—¿Qué tamaño tiene esa cosa?

—Pues sí —dijo Gruschkov, abriendo ambas manos—. No puedo decirlo con absoluta exactitud, pero estimo que hablamos de las dimensiones de un camión pequeño. Existen diferentes modelos y modos de construcción. Este de aquí es un YAG. Es capaz de producir la energía necesaria; además necesitamos un agregado de cierto tamaño.

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