—No, pesado, no. ¿Te has traído las pancartas y las pinturas para embadurnarnos la cara con el nombre de tu novio en plan grupis? ¡Como si fuéramos a un concierto de los Backstreet Boys, tía! ¡Qué ilusión! ¿Puedo tirarle unas bragas a Jesús a la cara?
—Claro que sí, mujé, y ponernos "Jesús Carter corazón" en la frente en plan memas profesionales para que termine de salir corriendo espantado. Cambiando de tercio, joder, O Be te podía haber llamado y le podías haber invitado al concierto. No habría estado mal como primera cita; así, estando yo también…
—Claro, para empaparte de todo. Anda que no eres nadie…
—No, si lo digo porque así es menos violento para vosotros.
—Claro, claro. Qué altruismo, mari, qué Madre Teresa de Calculta te has vuelto de repente. Hablando de eso, me estoy comiendo un poco la cabeza con este tema. No sé si es una buena idea quedar con él.
—¿Por…? —inquiere Jorge, aunque sabe perfectamente cuál es la respuesta porque me conoce de sobra.
—Pues porque es el ex de mi ex.
—Es UN ex de tu ex —corrige sin apartar la vista de la carretera y levantando el dedo índice con autoridad casi académica—. Cariño, UN simple ex de tu ex. Si vas a empezar a descartar tíos por el hecho de que se hayan zumbado a Lorenzo, mejor que directamente te hagas hetero o cambies de continente.
—Ya, ya lo sé. Es una faena que mi ex se haya tirado a un tercio de la población marica.
—O más. Que es que no paraba el tío.
Jorge toma la autovía y en pocos minutos llegamos a un desierto paseo marítimo que contrasta en exceso con el aspecto que ofrece durante el verano. No hay ni un alma deambulando en esta línea que corre paralela a la playa. Por eso se organizan conciertos en los chiringuitos, para reactivar un poco el lugar en época no estival. Encontramos aparcamiento fácilmente. En cuanto Jorge detiene el coche y retira la llave del contacto vuelve a la carga.
—Enrollarte con un ex de tu ex no es algo malo. En realidad, si lo piensas bien, es algo normal.
Lo miro sin ocultar mi estupor mientras caminamos hacia el chiringuito en el que toca el grupo de Jesús.
—No me mires así, querida, es de lo más normal. Las maricas somos endogámicas, a más no poder, más incluso que los Borbones, y muy putas. ¿Cuántas veces tú te has zumbado a alguien que me he tirado yo antes o yo me he zumbado a alguien que tú te has tirado antes? Nos los cambiamos, como las estampitas.
—Sí, pero… da un poco de grima, ¿no?
—Hombre, se trata de compartir babas. Se comparten babas y ya está. No es el fin del mundo. Qué más da que puedas poner caras a esas babas o que no. Porque no esperarás que tu futuro marido haya llegado virgen hasta ti, ¿verdad?
—Evidentemente, no —respondo riéndome por lo descabellado de la idea.
—O sea, que no te molesta que se haya liado con otros. Lo que te molesta es que se haya liado con tu ex.
—Sí, algo así.
—Pues vas lista. Sabes de sobra que Lorenzo se comía las pollas a manojos, como los boquerones. Se tiraba todo lo que se le ponía por delante. Todo. Vamos, que no dejaba títere con cabeza. Es muy fácil que te fijes en alguien que haya pasado por la cama de él, sobre todo porque, además, tenéis gustos parecidos.
—¿Sí?
—Venga, no te hagas la nueva, amiga de la noche. Bajitos, morenos, con barba, ojos grandes, rasgos duros, delgaditos y con pelo en el pecho, un tanto oseznos en ese sentido. Pero con esa expresión de putitas dulces. Como tú y como él, vaya, que tampoco hay que irse muy lejos para ejemplificar, sólo hace falta que te mires al espejo.
—O sea, que yo era su arquetipo —concluyo un poco consternado.
—Totalmente. Siento si te sabe mal, pero calcado a muchos anteriores que pasaron por su cama. Y posteriores. Pero no nos desviemos, y menos en público. Tienes que quedar con Ojos Bonitos, sin pensártelo.
—No estoy convencido.
Llegamos a la puerta del chiringuito y un tipo que hace las veces de portero y que debe estar quedándose helado gracias a la brisa fresca que corre a pie de playa nos saluda sin entusiasmo. Respondemos y entramos tiritando levemente. No nos ha dado tiempo de quitarnos la chaqueta cuando Quique, el cantante del grupo que ya nos conoce de alguna que otra juerga común, nos saluda dándonos un caluroso abrazo.
—¡Me alegro mucho de que hayáis venido! —nos dice con entrega y devoción y su sempiterna sonrisa.
Nosotros le contestamos que es un placer y apenas podemos añadir nada más porque aparecen un par de chicas que asedian a Quique con lascivia y que lo arrastran lejos de nosotros para dedicarle muchas atenciones. Ante el suceso, poso mis ojos en Jorge buscando su complicidad pero él se halla intranquilo y no parece haberse percatado de lo acontecido. No deja de mirar a todas partes con la intención de vislumbrar a Jesús. Entonces, desde el ángulo muerto que todavía no ha inspeccionado aparece el objeto de sus desvarios y de su intranquilidad. Sonriente y sin ocultar la alegría que la sorpresa le produce, se acerca a nosotros con decisión y con las pupilas en forma de corazón.
—¡Has venido! Fíjate que me lo calculaba, que se lo había dicho a éstos, que ibas a venir por narices, que estabas muy misterioso tú esta mañana…
—Pues claro, cómo no iba a venir…
Se besan ante mí y yo miro hacia otro lado intentando concederles unos segundos de intimidad. Si conociera a alguien más aquí, me desmarcaría, pero es que Quique, el único cuyo rostro me resulta familiar de entre los presentes, se encuentra demasiado ocupado dejándose abrazar por una rubia. Ella está encantada, tanto que me da que quiere hacer algo más que abrazarle después del concierto. O durante, váyanse ustedes a saber. La cosa es que ella se regodea todo lo que puede y más, mientras el resto de grupis la miran con el ceño y los labios fruncidos, odiándola intensamente y preparando, casi con toda seguridad, alguna sucia estratagema para que muerda el polvo en plan
Showgirls
. Cómo son las grupis, de verdad, qué competitivas. Y eso que no se trata de un grupo conocido. No quiero ni pensar qué harían si estuviéramos hablando de Coldplay…
La Ciudad Melódica era un grupo relativamente desconocido hasta hace muy poco. Su fama comenzó a crecer a raíz del primer puesto que ostentaron en un concurso patrocinado por una conocida emisora musical. De este modo, La Ciudad Melódica comenzó a ser invitado a festivales locales, conciertos y otras fiestas, algunas de más envergadura que otras. Sin embargo, todavía están obligados a aceptar bolos en pueblos de provincia y en lo que se conoce como la B.B.C. (Bodas, Bautizos y Comuniones). Es curioso cómo la gente cree que no hay vida más allá del hecho de hacer un disco y reventarlo en la emisora de turno hasta alcanzar los primeros puestos de la lista de ventas. Debajo de todo eso existe un montón de grupos y artistas que tratan de labrarse un camino y que tal vez no han tenido la fortuna (ni el dinero) como para ocupar las portadas de los instrumentos de márketing y difusión musical, sin que ello signifique una menor calidad en su trabajo. La Ciudad Melódica está a punto de lanzar su primer disco: tocan ya sus propios temas, que meten con calzador, entre versiones, haciendo gala de ese miedo que los artistas humildes y primerizos suelen albergar en su interior entre dudas e inseguridades.
—Toma —interrumpe Jesús mis reflexiones—, invitaciones para copas.
—¿Gratis? —le pregunto acompañando mi emoción de un toque de incredulidad.
—Gratis —me confirma sonriente.
—Y todas para ti porque yo no puedo beber, que tengo que conducir —completa Jorge haciéndome un hombre plenamente feliz.
—Jo, gracias. Te lo compensaré —respondo sujetando una baraja desplegada de invitaciones entre mis dedos.
—Bueno, pues yo os dejo —anuncia Jesús—, que ya mismo empezamos.
Entonces vuelven a darse muchos besos con los labios cerrados, muy seguidos, muy repetidos, muy moñas y muy de osos amorosos. Ternura. Envidia. Asco.
Necesito una copa. O varias.
Voy a pedir, refunfuñando. Cuando vuelvo, Jesús ya se ha ido y Jorge tiene cara de quinceañera enamorada.
—Qué majo es, ¿verdad?
—Jo, tía. ¡Cómo te gusta! Es muy majo. Mucho. Me encantáis —le confirmo sonriente mientras le pego el primer sorbo a mi copa—. Sois supernovios, además.
—Pues no sé porque él a veces… como que parece que se despega o que se agobia o qué sé yo. Muy raro.
—A ver, Jorge, los principios son difíciles. La cosa es que uno tira del otro y seguís p'alante.
—No sé, no me termino de fiar.
Esta desconfianza de Jorge es una cosa de lo más normal, teniendo en cuenta la ingente cantidad de historias que ambos acumulamos. Si algo hemos aprendido de ellas es que no hay que creerse nada de nada de lo que los maricones nos cuenten. Son así: en cuanto a incoherencia y en cuanto a capacidad para elaborar mentiras, los maricas son una especie definitivamente superior. Por eso nuestras vidas son unos culebrones continuos. Y también por eso, Jorge ha tomado la determinación de ser cauto.
Yo le animo, en cambio, a que se deje llevar.
—De momento se está comportando, así que no te rayes, deja que todo fluya. Todo el mundo no es igual. Y si te comes la cabeza, no disfrutas. Así no se vive.
Asiente con la cabeza. Aprecio un brillo en sus ojos: sus inseguridades se han aplacado. Sé que acaba de decidir que es un buen momento para volver a la carga y convencerme de que tengo que comerle el hocico a Ojos Bonitos a toda costa. Esto me pasa por hablar y por hacer de psicólogo en mis ratos libres.
—Cambiando de tema, mira, liarte con el ex de tu ex no es nada malo en absoluto y todos lo hacen. ¿Ves a aquel de allí? — sigo su índice acusador y autoritario, que goza de gran protagonismo esta noche, y llego hasta un tipo alto y bien parecido que habla ajeno a nuestra conversación con un par de chicas—. Pues se llama Roberto y estuvo saliendo con aquel de allí —y ahora señala a un tipo más bien bajito con camisa de cuadros roja, mucha pluma y bastante más guapo—. Julio, éste se llama Julio. Y Julio a su vez se lió con Nando —miro de nuevo: alto, rubio y rasgos aniñados.
—Ajá.
—Pues Nando estuvo saliendo, pero saliendo de salir, de ser novios durante años y todo, con Roberto. Y fue después de que los dos se zumbaran a Julio. De hecho, creo que él los presentó, fíjate lo que te digo.
—Ajá.
—Y yo por supuesto me los he tirado a los tres. Bueno, a Nando no, con Nando sólo fue un morreillo de rebajas a última hora. En realidad fue en las rebajas de las rebajas, como a las ocho de la mañana porque coincidimos en el autobús de vuelta y estábamos un poco aburridas de estar salidas, como la canción de L-Kan.
—Ajá —vuelvo a responder ojiplático y patidifuso—. ¿Y…?
—Y nada, que esas cosas pasan, que son muy normales, que no hay por qué llevarse las manos a la cabeza por el mero hecho de que el tipo que te está entrando se haya follado a tu ex. Es casi normal, vamos. Además, así tenéis más cosas en común y os sentís mucho más unidos —remata irónicamente mi querido Jorge.
El grupo empieza a actuar. Salen al escenario, ni demasiado alto ni demasiado grande, un escenario al fin y al cabo, parecido al que solían montar en el patio del colegio cuando hacíamos la fiesta de fin de curso y había que interpretar las obras de teatro para las que habíamos estado ensayando durante meses y para las que las madres se habían esmerado cosiendo disfraces. La gente, dispersa hasta hace un momento, se concentra a pocos metros del grupo y todos miran en la misma dirección. Todos se disponen a dar lo mejor de sí mismos.
Los primeros acordes de una canción comienzan y algunas de sus frases me taladran sin piedad. «El recuerdo de ayer, las palabras, tus dedos en mi piel, me hacen pensar». Jesús, desde el escenario, lanza miradas de soslayo a Jorge, cuya alegría se adivina en la expresión divertida de su cara. Un par de
grupis
desde la primera fila, que no parecen haberse enterado de lo marica que es Jesús, o sí pero les importa una mierda, le gritan:
—¡Guaaaapoooooo!
—¡Dame tu Tuentiiii!
Jorge frunce el ceño y tuerce el gesto. Está librando una batalla interior contra una rabieta meramente infantil pero de proporciones desmesuradas, hasta el punto de hacerle enrojecer por la ira reprimida.
Te digo yo que Jorge termina de los pelos con las dos tías y mañana salimos en
Gente
porque las ha dejado calvas.
La canción acaba y una nueva melodía se abre paso sin pausa intermedia, pegándome una estocada de gravedad y dejándome malherido. La canción parece estar refiriéndose a mí cuando dice: "Sola, aunque rodeada de gente, no puedes ocultar todo lo que sientes".
«Va a ser una noche muy larga», me digo y aprieto un poco los labios mientras me dedico a beberme el contenido de mi vaso de tubo con extrema rapidez.
Parece que esta noche también voy a cogerme una melopea. Por necesidad.
Y por Lorenzo, claro. Otra vez.
Por si no ha quedado suficientemente claro, que yo creo que sí, Jorge es una de las personas más importantes de mi vida. Hace bastante tiempo que nos conocemos, pero nuestra relación de amistad es mucho más reciente: surgió inesperadamente mucho después de que nos presentaran oficialmente. Se puede decir que ninguno de los dos se esperaba que finalmente fuéramos a compartir tanto.
Es bonito cuando te pasan cosas buenas de manera inesperada y sin que tengas que mover un dedo. Es maravilloso cuando la vida te sorprende con esa especie de poesía cósmica.
Jorge es prácticamente la única cosa buena que a día de hoy admito que saqué de mi relación con Lorenzo.
Porque después de la cena, de aquella cena a cuya invitación, por supuesto, accedió, Lorenzo y yo nos pasamos dos horas follando, entrechocando nuestros cuerpos sobre su cama, y yo me incorporé a su vida como un nuevo CD se incorpora a la colección de un melómano. Nunca mejor dicho: como Jorge se encargó de señalarme antes de entrar en el concierto de La Ciudad Melódica, yo era una pieza más del extensísimo repertorio de Lorenzo; una colección de hombres que él se había ido agenciando a medida que pasaba el tiempo, con paciencia, seleccionándonos mediante una sofisticada carta de menú mental en la que nos hallábamos divididos y clasificados de acuerdo con nuestras características. Aunque yo entonces eso no lo sabía. Es más, ni me lo planteé hasta muy adelante.