Ojos Bonitos pasa junto a nuestra mesa con la intención de llegar hasta los servicios y aprovecho para estudiarle de cerca. Reconozco que está muy bueno. Reconozco que mi ex tuvo un maravilloso buen gusto cuando me dio aquella patada sin mirar atrás para liarse con otro, para zumbarse a otro, para follar como un descosido con Ojos Bonitos en la misma cama de su habitación que tantas veces nos había visto follar a nosotros. A él y a mí. Juntos.
Odio a mi ex. Y odio a Ojos Bonitos. Esto es tan obvio que no sé ni por qué lo aclaro. Por si a ustedes les falla el cerebro en este instante concreto.
—Es mono —concedo, sin querer deshacerme en halagos, puesto que mi ego no me permite ir más allá.
—Sí.
—No tanto como tu novio Jesús, claro.
—No empieces, tía. Tengamos la putifíesta en paz.
Miro hacia la puerta de El Carmen, a través de su estructura alargada llena de mesas rodeadas de maricones de muy diversa índole y procedencia. Todos conversan animadamente y se tocan y se miran y aprovechan cualquier ocasión para establecer un contacto, un flirteo, con cualquiera que tengan alrededor mientras se atiborran a cervezas, como nosotros. Yo pienso que seguramente todas esas conversaciones que están teniendo ya las he tenido yo unas cuantas veces, en demasiadas ocasiones, más de las que puedo recordar. Me da un poco de asco ser tan jodidamente resabiado. Soy como la Lisa Simpson de los maricones. A lo mejor por eso nadie me quiere. DRAMA.
Como una salvación a mis delirios más profundos de gay avejentado y redicho aparece una chica castaña clara con los ojos muy azules que hace gala de un aire de inteligencia y modestia muy atractivo. No, no la miro porque me haya convertido en hetero convencido, aunque dado mi historial con el sexo masculino más me valdría. La reconozco al instante: es Sandra. Su amistad es una de las pocas cosas buenas que saqué de mi época universitaria. Entra en el local asiendo la mano del inconfundible Milton, con el que lleva ya casi dos años saliendo. Les hago un gesto y se acercan ofreciéndome la mejor de las sonrisas.
—Hola, guapo —me saluda, dándome dos besos. Milton le sigue y a continuación les presento a Jorge.
—Éste es…
—Jorge —completa Sandra—. Lo he visto mucho en tus fotos de Facebook. Siempre estáis juntos y… qué buenas juergas os pegáis, ¿eh?
Una de las mejores características del nuevo siglo es que las personas, así en general, carecemos del grado de intimidad que teníamos antes. Gracias a ciertas herramientas de internet y a que somos unos exhibicionistas convencidos, nuestros contactos pueden conocer casi toda nuestra vida mediante unos simples clics. Así es cómo ahora uno se pone al día, nada de cafeses a media tarde en una terraza: basta con entrar en el perfil de Fulanito, tu amigo que no ves desde hace algunas semanas. O de Zutanito, que te cae como el culo, pero al que puedes seguir la vida y luego poner a parir con tus amistades, sacándolo como tema de conversación favorito. Y que nadie venga a contarme que basta con no subir fotos a Facebook, que uno puede vivir desligado de esto que estoy contando. Que sí, que es verdad, y también se puede vivir sin tele, sin teléfono y sin agua caliente, pero a nadie se le ocurre prescindir de estas cosas. Al final, todo te obliga si es que quieres sentirte parte de la sociedad. Hay mucha gente que ve Gran Hermano sólo para tener algo de lo que hablar con sus compañeros de trabajo. Lo de crearte un perfil en Facebook no es muy diferente.
En todas las juergas siempre hay algún amigo que lleva la cámara digital encima, o un móvil con cámara, y sube las fotos etiquetándote sin piedad. Por descontado, la posibilidad de que salgas bien en la foto es prácticamente nula y, para colmo, es más que probable que estés borracho o haciendo el ridículo. O ambas cosas. Por eso es mejor que, para evitar críticas despiadadas basadas en hechos reales, no aceptes en tu cuenta de Facebook a tus familiares ni a tus amigos estrechos de mente con padres de tendencias opusinas, de esos que les llevan toda la vida advirtiendo que no se junten con gente como tú. Y esto último lo digo con retintín, ya averiguarán ustedes por qué más adelante, no me sean impacientes.
—Sí, la verdad es que últimamente estamos desatados. Pero qué le vamos a hacer, es lo que tiene el paro: habrá que salir a la calle, a reactivar la economía de los bares —dice Jorge en tono jocoso, nada lastimero.
—Y qué lo digas, así llevo yo más de un año —contesta Sandra—. En paro, quiero decir, no desatada.
—Sandra, tú ya te desatabas bastante en la época de la facultad, cuando llegabas pedo a clase todos los viernes —bromeo al tiempo que ella se hace la escandalizada abriendo mucho los ojos y la boca. Su novio, Milton, la mira sin ocultar cierto reproche burlón.
—Mira quién habla. Eso te lo habrán contado, porque tú los viernes ni siquiera aparecías, que te quedabas por ahí follando toda la mañana.
—Ya sabes lo que decíamos, los jueves son los nuevos sábados.
—Qué tiempos aquellos.
—Y qué tiempos ahora —interviene Milton por primera vez en toda la conversación—, que ahora tampoco paran algunos, que los hay que se pegan unas juergas que te cagas los miércoles incluso…
—Vale, Milton, entiendo por tu comentario que tú también has visto las famosas fotos de juerga en las que luzco una melopea maravillosa, a pesar de que no te tengo agregado como amigo. Y entiendo que tu novia es una zorra que hace presentaciones de Power Point con las fotos de mi vida y relatos acompañando a las imágenes, y que luego las manda por email en lugar de buscar trabajo y hacerse una mujer de provecho.
Todos estallamos en risas. Es que yo no soy guapo, pero tengo desparpajo.
—Pues a ver cuándo quedamos, ¿no? —apunta Sandra, que hace un ademán de largarse ante la imposibilidad de hallar una sola silla libre en todo el local.
—Claro. Una mañana de éstas. Tengo ganas.
—¿Sabes a quién me he encontrado en la puerta? A Marta y a Natalia.
Bingo. Ya les dije que no fueran impacientes. Todo a su debido tiempo. Hablando de amigos estrechos de mente con padres de tendencias opusinas que te juzgan…
—¡No jodas! —exclamo sin ocultar ni pizca de mi estupor.
—Sí. Me parece que iban a entrar. Pero se ve que han visto esto muy lleno y se iban para otro lado. Y me han saludado…
—Vaya, pues qué raro. Ya sabes que ellas nunca suelen venir por sitios de ambiente. Les sale urticaria en las partes bajas por mezclarse con seres depravados como nosotros. A ambas. Una cosa mala —ironizo extrayendo mi mala baba.
—Ya veo que tu nivel de enfado sigue estando muy alto — opina Sandra sonriendo.
—¡A tope con la Cope! —grito levantando el puño.
Finalmente, Sandra y Milton se despiden y deciden irse a otro bar a probar suerte. Jorge y yo volvemos a estar solos con nuestras respectivas resacas. Ojos Bonitos vuelve a pasar, desde el aseo a su mesa, pero esta vez se detiene para conversar un poco con Jorge, ocasión que aprovecho para hacerle un escáner completo.
Ojos Bonitos no está nada mal. Es castaño y delgado, algo desgarbado, y parece fibrado, sin que se pueda desprender de su óptimo estado físico que acuda a un gimnasio. Más bien parece que monta en bici o algo así de vez en cuando. Su indumentaria, algo grunge, ligeramente perroflaútica, no marca en exceso su figura. Los vaqueros caídos y abrochados por debajo de la cintura, parecen lo bastante viejos como para que a él no le importe demasiado que caigan por encima de las deportivas, unas Converse negras con cordones blancos, y se arrastren levemente por el suelo. Una capa de barba fina, de tres días pero estudiosamente cuidada, recubre su mentón. Un piercing en la parte de arriba de la oreja izquierda constituye otro de los detalles dignos de mención, por no hablar del pelo corto, rapado, y de unos ojos de tono azul grisáceo que hacen honor a su apodo. Ojos Bonitos está bueno y eso me gusta, porque está cerca de mí, y me jode, porque en algún momento posterior a la ruptura, mientras yo lloraba en mi casa o en un rincón de cualquier bareto, él estaba muy cerca de Lorenzo, mi ex. Encima, más bien.
Lo odio. Intensa y sádicamente. Vuelvo a hacerlo explícito. Por si les ha vuelto a fallar el cerebro. Es que servidor es la mar de considerado.
Mascullo mi odio con la mirada perdida, totalmente concentrado y con el ceño fruncido. Recuerdo al imbécil de Lorenzo. De súbito, tengo que volver a la realidad porque Ojos Bonitos, ese chico odioso que a la vez me parece míster buenorro (me lo imagino desnudo y con la banda propia de los místers colocada al tiempo que se me hace el ojete pepsicola), se encuentra inclinado levemente sobre mí con los labios fruncidos. Los morritos me aturden. Pero me atolondra totalmente mi alma de salida convencida comprobar que se acerca peligrosamente a… a… a… a mi mejilla izquierda. Luego a la derecha. No, esto no es una película porno y no vamos a ser partícipes de una orgía espontánea en medio del bar (en la que, casualmente, todos estaremos superbien depilados y limpicos). Evidentemente, aunque yo no me haya enterado de nada, Jorge nos ha presentado. Así que pronuncio un "encantado" que suena a línea caliente, ya que aún me hallo un poco agilipollado. Queda un poco forzado, pero es lo único que se me ocurre esgrimir ante la idea de estar siendo presentado al tipo que se calzaba a mi novio después de que lo dejáramos. Tras unos segundos en los que se despide de mi amigo, Ojos Bonitos se marcha sonriente y me guiña un ojo. Yo no entiendo nada, aún menos cuando Jorge me sonríe de manera socarrona.
—Señoras que no son putas, son lo siguiente —bromea Jorge.
—¿Por qué dices eso?
—Pero tío, ¿tú eres tonto o te lo haces? Que no tenía ninguna necesidad de pararse a saludar, que ya nos hemos saludado antes, que si se ha parado ha sido para presentársete. De hecho, no ha parado hasta que no ha buscado una excusa para que yo me refiriera a ti y te integrara. Y anda que le ha faltado tiempo para abalanzarse, que los dos besos no podían haber estado más cerca de tu boca, mona.
—Yo no me he dado cuenta.
—Ya. Lo sé. Porque eres tonta. Que hay que ser más putas, querida.
—Bah, de todas maneras, todo esto son cosas tuyas —le quito importancia. Yo siempre le quito importancia a todo lo que tenga que ver con sentirme halagado.
—¿Quieres que nos apostemos algo a que cualquier día se nos acerca en medio de un bareto o algo por el estilo y te saca conversación?
—Prefiero no apostar nada contigo, que eres capaz de hacer lo que esté en tu mano para que eso pase.
—Y tanto. Que hay que ser más putas, querida —repite Jorge pegándole un trago a su caña.
—Da igual lo puta que tú creas que hay que ser. La realidad, la triste e insondable realidad —le digo, porque sé que le jode mucho que me ponga en plan intelectual metafísico y utilice palabras rebuscadas que no vienen a cuento, como "insondable"— es que por muy putas que tú digas que tenemos que ser, en el fondo no estamos buscando más que un novio. Un puñetero novio; no pongas esa cara, a la vista está que en cuanto uno de esos subnormales a los que criticamos y con los que pretendemos medirnos todos los fines de semana nos hace un poco de caso, el elástico de los calzoncillos se nos afloja y se nos caen hasta los tobillos.
—Yo nunca lo he negado.
—Sí que lo haces, lo niegas continuamente. Los dos lo hacemos. Pero me consuela saber que no estamos tan desesperados como para cambiar la situación sentimental de Facebook a "en una relación" en cuanto conocemos a cualquier maricón que nos dice dos tonterías. Cada día estoy más exigente. Y eso que la gente va diciendo por ahí que soy una zorra.
—Porque eres una zorra.
—Pero una zorra con criterio, Jorge. Sí, sí, no me mires así. Somos unas zorras con criterio. Bueno, tú ya no, porque aunque digas que no tienes nada serio con Jesús ya serías incapaz de liarte con alguien que no fuera él. Pero acuérdate de lo complicado que es ser una guarra con principios.
—Ja, ja, ja… Alucino contigo, de verdad, tía. ¿Guarra con principios? ¿Qué te pasa, ya estás otra vez tragicómica?
—Sí. Ya sabes cómo soy. Me encantan los dramas y filosofar a partir de ellos. En primer lugar está lo de la belleza. Porque a estas alturas ya no te fijas en gente guapa, al menos en el estricto sentido de la palabra. Ya sabes, ser una zorra con criterio implica ser profundo y un concepto tridimensional de la belleza. O sea, que aunque los tíos buenos te siguen poniendo tan palote como cuando eras una zorra vulgar, decides en el fuero interno de tu baremo de putita con valores que eso no puede ser, que no puedes acostarte con alguien que te pone cachondo sólo con mirarle.
—¿Y eso por qué?
—Pues porque eso evita que te sientas mal al día siguiente. Las putas con principios no podemos acostarnos con cualquiera así como así porque al día siguiente nos sentimos como esas adolescentes de película de serie B tan típicas de las sobremesas de Antena 3. Ya sabes, ésas que son incapaces de mirar a sus padres a la cara al día siguiente, tras haber perdido la virginidad en un campo de heno.
—¡Oh,
shit
! ¡Sé perfectamente de lo que me hablas!
—Por eso. Y yo no sé tú, querida, pero yo no puedo volver a sentirme de esa manera. No puedo permitírmelo.
Nunca mais
, como el chapapote.
—Así que buscas a alguien especial.
—Eso es, buscas a alguien feo. Es decir, no feo en extremo, sino a un no guapo, a alguien muy normal, acorde a tus posibilidades. Tampoco puedo sentirme nunca más vilipendiada porque, como zorra con valores, soy una puta sensible que siente un fogonazo de tristeza cuando soy rechazada.
—Vamos, que te duele en el ego.
—En mi ego de zorra, sí. Pero es que además el tipo debe ser alguien que sepa hablar e hilvanar más de dos frases seguidas, incluso alguna subordinada de por medio. Claro, por eso no puede ser el típico guapo. Vamos, sé que es un tópico, pero admitamos que es un tópico que se cumple bastante. Los guapos no piensan más que en estar más guapos o en si te parecen a ti tan guapos como se lo parecen a ellos. Jorge, es así. Y es de sobra sabido que los feos follamos mejor: le ponemos más empeño. O sea, que buscas a alguien maduro, con ciertos toques de guapo, pero que no sea demasiado consciente de ello.
—A un guapo que no sepa que lo es.
—O, directamente, para estar más seguros, a alguien feo; chico, es que hay mucha gente que cultiva el rollo ese de la falsa modestia, pero en realidad se adoran a sí mismos. Mientras hablas con ellos, mentalmente se están poniendo los pezones como galletas campurrianas de tanto tocárselos. Se doran la pildora solicos, no les hace falta más. En cualquier caso, la cosa está en buscar a alguien que haya tenido una mínima fase de sufrimiento que le haya hecho evolucionar. Basta de encefalogramas planos. Estoy cansado. O sea, que la búsqueda se resume en los resentidos.