José Carlos no necesita divertirse para beber. Marcado por una dura ruptura sentimental, su vida se resume en una sucesión de bares, conversaciones superficiales, comentarios recubiertos de cinismo y patéticos ligues de una noche. En medio del caos emocional que siente, el alcohol es lo único que le ayuda a mitigar su sensación de vacío y desilusión.
Pero las cosas siempre cambian: una tarde de domingo, Jorge, su mejor amigo y compañero de fatigas etílicas, le presenta a un "buen chico". Se trata de Ojos Bonitos, el ex de su ex. Esta casualidad desata una sucesión de acontecimientos y pone al descubierto la agridulce historia que se oculta tras la frivolidad fingida de los personajes que desfilan entre las páginas de una novela compuesta por tragedias cotidianas, humor y ternura y en la que pocas cosas son lo que parecen.
El pasado siempre vuelve. Los recuerdos que más duelen se viven una y otra vez: aparecen a destiempo para aporrear nuestras cabezas y nublarnos el presente, como una fuerte resaca.
Carlos G. García
Entrada + Consumición
ePUB v1.0
Polifemo714.06.12
Título original:
Entrada + Consumición
Carlos G. García, Agosto 2011
Ilustraciones:
Contrastes en El Carmen
, Celia Roca.
Editor original: Polifemo7 (v1.0)
ePub base v2.0
A quienes todavía sienten
ganas de comprender.
Brindo por ellos.
Cuando a los autores nos piden que prologuemos un libro nos suelen embargar sentimientos contradictorios. Por un lado se nos infla el ego ante el hecho de que nos consideren tan "importantes" como para prologar a otro autor —novel o no— pero por otro, si somos poco dados a la hipocresía como yo, nos domina el temor de que el libro no nos guste y no sepamos qué decir sobre él.
En el caso de Carlos G. García y este
Entrada + Consumición
no ha sido así en absoluto. Él fue lo suficientemente educado, dada la amistad que nos une, como para no pedírmelo. Fui yo la que lo abordó y le dijo que o me dejaba escribir el prólogo o le hacía un nuevo corte de pelo a mordiscos. Tal era mi entusiasmo ante su novela.
Su respuesta, un rotundo "¡Sí, joder, sí!", me dio vía libre para ponerme a ello. Pero me ha costado, vaya si me ha costado. Y no por Carlos o su libro en sí sino por el miedo a no estar a la altura, a no ser capaz de sintetizar en unas pocas páginas todo lo que me transmitió la historia de José Carlos, protagonista de esta etílica novela.
Para hacerlo más fácil podría empezar diciendo (aunque los más avispados ya lo hayan intuido hace un par de párrafos) que Carlos y yo somos amigos desde hace varios años. Pero que conste en acta que este hecho no implica incapacidad ninguna por mi parte para ser imparcial. Ya he dicho antes que yo intento ser de esas personas poco dadas a la hipocresía y soy completamente incapaz de alabar una obra que no me haya gustado.
Carlos y yo nos conocimos a mediados de la pasada década durante esa breve explosión que hubo de
blogs
gays y lésbicos y las consecuentes quedadas que provocó. Quedadas muy segregadas porque los chicos quedaban con los chicos y las chicas con las chicas (tampoco sé de qué me extraña si en el fondo la mayoría lo hacía por cancanear). Quizá porque yo, en el fondo, soy muy marica y muy petarda fui la única fémina invitada a la primera de las quedadas masculinas. Y allá que me fui, que yo me apunto a una ronda de aspirinas si hace falta. Aunque reconozco que de lo que de verdad tenía ganas era de conocer a Carlos en persona. Debido a nuestra común forma de ver el mundo y nuestro compartido sarcasmo vital salpicado de fina ironía, ya hacía tiempo que nos escribíamos largos
mails
(los que conocen nuestra incontinente verborrea literaria sabrán que "largos" es un eufemismo para: «Tienes un
mail
. Poca cosa, unas docenas de páginas nada más») y algunas llamadas de teléfono. Solíamos bromear acerca de que nuestras afinidades nos convertían casi en almas gemelas, que cada uno era la versión del otro pero en el sexo opuesto y que «qué pena, mari, que lo único que podamos hacer sea encaje de bolillos porque, con lo mal que está el personal, tú y yo seríamos la pareja perfecta». Bueno, al menos somos "pareja abierta" en Facebook, circunstancia que ha provocado no pocos malentendidos ya que hay quienes no han llegado a captar la ironía del hecho.
Por una vez, la realidad estuvo a la altura de las expectativas y ambos conectamos al primer clic. Ahí comenzó una relación de amistad que se ha ido prolongando a lo largo de los años con continuas visitas de Carlos a Madrid, fiestas, Orgullos y confesiones al amanecer tras noches aciagas en las que nos dedicábamos a eso que nos gusta tanto denominado "psicología de barra de bar".
Por supuesto, Carlos no sólo escribía en su
blog
sino que también tenía alguna que otra novela en mente o medio esbozada e ideas para algunas más. Ávida lectora suya en formato virtual, le di el coñazo todo lo que pude y más para que se pusiera manos a la obra, terminara alguna y, obviamente, me la enviara ipso facto para que yo pudiera disfrutar de ella en exclusiva (
dominatrix
que es una, qué le vamos a hacer). Y Carlos lo hizo. Terminó una novela. Y luego otra. Y otra más. Y yo las fui devorando todas con placer y alevosía mientras le aconsejaba sobre sus puntos débiles y le instaba a potenciar los más fuertes. Y es que Carlos no escribe bien, no. Escribe muy, muy bien. Y no sólo eso sino que además, dada su formación periodística, editorial y gráfica te envía un texto tan limpio que casi podrías enviarlo a imprenta directamente. Vamos, igualito que algunos escritores que se creen Cervantes reencarnado. Ya podrían aprender de él. De su forma de escribir, de su forma de trabajar y de su cautivadora humildad; aunque de esto último ya hablaré más tarde.
Encorajinada ante el hecho de que hubiera tantos autores muy normalitos recibiendo alabanzas y de que un Escritor (con mayúsculas, letra capital y lo que se quiera) como Carlos tuviera sus novelas durmiendo el sueño de los justos en el disco duro de su ordenador, traté de convencer a un editor para que, al menos, lo tuviera en cuenta. Pero ya sabéis cómo funciona esto: a ciertas editoriales lo único que les preocupa es colocar a un chulazo en la portada y que la historia tenga altas dosis de sexo y ñoñería. O sólo sexo, directamente. Aunque el nivel sintáctico del texto sea incluso inferior al de un niño de primaria. Y, por supuesto, que no haga pensar, no vaya a ser que a los mariquitusos se les despierte alguna neurona y se den cuenta de que les estamos vendiendo humo. De hecho, las palabras textuales del editor fueron: «No, no, si el chico escribe muy bien pero es que esto… esto no vende». Mi estupefacción fue tal que no supe si pedirle que me explicara a qué se refería exactamente al decir "esto" o proferir: "Arre, unicornio, vámonos de aquí" ante la absurdez del discurso que subyacía bajo esa sentencia.
Cualquier otro hubiera desistido ante semejante panorama. No así Carlos. Él siguió escribiendo en su blog y siguió maquinando nuevas novelas. Comenzó a publicar su ya famosa columna
Amar en tiempos de estómagos revueltos
en nuestro portal amigo Universogay.com con una puntualidad envidiable (ni una semana ha faltado, señores, ni una) y tomó una decisión: si los editores eran tan poco avispados como para dejarle escapar, él se convertiría en Juan Palomo (cojo). Y ni corto ni perezoso se autopublicó
Amar en tiempos de estómagos revueltos
, una recopilación de artículos de su
blog
(germen de la citada columna). Un poco más tarde dio el salto y se decidió a publicar una de sus novelas,
Multitud
. O el libro de los botones, como es conocido entre sus lectores por la imagen de portada, un muestrario de botones de diferentes formas, tamaños y colores que expresan a la perfección el espíritu de la historia que se cuenta en sus páginas. Y es que cuando hay talento no hacen falta chulazos en la portada.
Y así llegamos al momento actual, este 2011 en el que Diego Manuel Béjar, en plena crisis (como si no llevara ya años siendo plena y redundante) y no teniendo bastante con llevar la batuta de Universogay.com, se le ocurre la idea suicida de montar una editorial. Y, por supuesto, el primer autor que se le viene a la mente es Carlos, así que le pregunta si ha escrito algo nuevo últimamente. Y Carlos le dice que sí, que tiene una novelita ligera, poca cosa, que se la manda a ver si le gusta. Y a Diego no sólo le gusta sino que, cuando la estaba acabando de leer en el metro de camino a casa, al llegar a su parada se tuvo que sentar en un banco del andén para terminarla porque no era capaz de esperar los escasos cinco minutos que separan la boca del metro del piso. Me llamó totalmente emocionado, mordiéndose la lengua para no reventarme el final (lo que ahora los modernos llaman hacer
spoiler
) y totalmente seguro de que había encontrado una gran novela con la que iniciar el catálogo editorial de Stonewall. Cuando finalmente pude leerla yo, sucumbí a la novela y sus personajes del mismo modo en que Diego lo había hecho (aunque, afortunadamente, yo ya estaba en casa). En una tarde me la acabé. Me reí, incluso a carcajadas, tanto por la chispa de su prosa como al reconocerle entre la multitud de guiños cómplices que pueblan la novela. Y también me emocioné, llegando a empañárseme los ojos ante uno de los giros finales que no me esperaba en absoluto. Además yo, habiendo leído ya varias novelas suyas, pude comprobar cómo mi amigo había evolucionado, cómo había madurado y pulido su estilo hasta componer una historia en la que todo tiene su justa medida, donde la frivolidad no está reñida con la profundidad sino que a veces incluso se dan de la mano para recordarnos el sinsentido de esto que denominamos vida cotidiana.
«Una novelita ligera, poca cosa» había dicho Carlos con la humildad tras la que se esconden los verdaderos escritores. Una humildad que no tiene que ver con la falsa modestia de algunos cuyo único objetivo es que les digan: «No, hombre, no, que está muy bien». No, Carlos no es de esos. Él escribe desde las entrañas pero también desde el cerebro. Ha leído mucho y se nota. Ha escrito mucho y se nota aún más. Sabe cómo contar lo que quiere, cómo tensar la cuerda de la emoción y cómo descargar tensiones con una explosión de hilaridad descacharrante. Pero no se presenta a sí mismo como escritor ni se da ninguna clase de ínfula porque sabe que esa tarea no le corresponde a él sino a los lectores, únicos jueces que hay en esto de la literatura. Aunque supongo que tampoco lo hace porque sabe que le daría tal sopapo que el
piercing
de la ceja se le iba a salir volando a Pernambuco, que todo puede ser.
Y tras toda esta perorata muchos os estaréis preguntando de qué va
Entrada + Consumición
y si tanta alabanza estará justificada. Yo ya os digo de antemano que no sólo está justificada sino que pronto me daréis la razón.
E+C
(que no es ninguna fórmula matemática sino el modo en que ya está siendo conocida por la red) es una historia cotidiana, realista, agridulce, triste en ocasiones, divertida la mayoría del tiempo y sobre todo muy, muy cercana. Ni siquiera me voy a molestar en denominarla con esa absurda etiqueta de "literatura gay". Sí, los protagonistas son gays, ¿y qué? También hay heteros. Y lesbianas. Y buenos chicos.