—En nada —murmuró él.
Se duchó y se vistió, y se miró al espejo. Afortunadamente, después de unos lavados, las palabras que le habían escrito en las camisas se habían borrado. Eso no disminuía el placer que había sentido al pegarle a Ozzie unos cuantos puñetazos en respuesta.
Cuando salió al pasillo, Ozzie lo estaba esperando. Tenía uno de los ojos tan hinchado, que no podía abrirlo, y un corte en un labio, y un bulto del tamaño de una pelota de golf en un lado de la mandíbula.
—Di una sola palabra de lo que ha pasado —le susurró furiosamente—. Te reto a que lo hagas.
Entonces, Victoria le había devuelto los recuerdos. Bueno, seguramente no todos; ni los de sí misma, ni de lo que le había hecho a Casey.
—No te tengo miedo —dijo Aden con una sonrisa—. No puedes ganar una pelea ni contra un niño de dos años.
Ozzie abrió la boca para hablar, pero volvió a cerrarla.
—De todos modos —prosiguió Aden—, tenemos que decirle a Dan que nos hemos peleado. No podemos evitarlo —explicó, porque Dan iba a ver las heridas que ambos tenían en la cara—. No le diremos por qué, ni cuándo, y cómo sucedió.
—¿Y lo de… la bolsa? —preguntó Ozzie—. ¿Y Casey?
—No voy a decir nada —respondió Aden, y Ozzie se relajó, hasta que la frase continuó—, a no ser que tú vuelvas a meterte conmigo. Entonces lo contaré todo, ¿entendido?
Ozzie soltó una maldición entre dientes.
—Si se te ocurre decir algo, lo lamentarás —dijo, y se sacó un cuchillo de carne del bolsillo del pantalón, que seguramente había sacado de la cocina de Dan—. ¿Lo entiendes?
Aden miró al cielo con exasperación, y se sacó una de las dagas de la bota. Era más grande, estaba más afilada y tenía manchas de sangre de muerto viviente en la hoja.
—Lo que entiendo es que puedo hacerte trizas. No sabes lo loco que puedo llegar a estar.
Ozzie se quedó mudo de nuevo, entró a su habitación y cerró de un portazo.
«Oh, estoy muy orgullosa de ti», dijo Eve, como si fuera su madre. «Te has mantenido firme sin poner en peligro tus circunstancias».
«¡Bien hecho, Aden!», dijo Caleb. «Tenemos que celebrarlo. ¡Con unas chicas!».
«Ojalá le hubieras dado más puñetazos», dijo Julian. «Odio a ese chico».
«No lo animes», respondió Elijah. «No queremos que lo metan en la cárcel».
¿Acaso Elijah recordaba cómo era estar en la cárcel por lo que le hubiera sucedido en otra vida? No tuvo tiempo de preguntárselo. Shannon asomó la cabeza por la puerta de su habitación y salió al pasillo.
—To-toma —le dijo, y le entregó unos papeles—. Ozzie vino a verm-me anoche y me dijo que te iba a q-q-quitar est-to. Yo me adelanté.
Su trabajo de lengua inglesa, que debía entregar aquel día. Aden no se había dado cuenta de que le faltaba de la habitación. Había trabajado mucho en aquella redacción… Si Ozzie hubiera conseguido lo que se proponía, él habría suspendido. Apretó los dientes y deseó haberle dado más puñetazos.
—Gracias.
Shannon asintió.
—Te lo debía. Por… —dijo, y miró la camisa de Aden—. Ya sabes.
Cuando se dio la vuelta para salir del barracón, Aden lo tomó del brazo.
—Espera, Shannon. Apenas me has dirigido la palabra durante toda la semana, pero acabas de evitar que me echen del instituto. ¿Por qué?
Shannon apretó los dientes. Se zafó de la mano de Aden, pero no se alejó.
—Mejor será que me lo digas ahora. Si no, te perseguiré en tu habitación, en el bosque. En la escuela. Después de la escuela. Durante el trabajo…
—Aq-quel día desp-pués del insti-ti-tituto —respondió—, ibas detrás de mí, tío. Cuando aparecieron esos chic-cos, tú te marchast-te, y me dejaste solo. Sé q-que no somos tatan amigos, pero habíamos ac-cordado una tregua.
—Entonces, ¿de verdad te metiste en una pelea?
Shannon asintió con tirantez.
Entonces, Shannon no era el hombre lobo. ¿Quién podía ser, entonces? ¿El guardaespaldas de Victoria? No. No podía ser. Victoria le había dicho que los hombres lobo eran malos. Ella no querría estar cerca de alguno de ellos.
—Lo siento —le dijo a Shannon, al darse cuenta de que el otro chico estaba esperando su respuesta—. No sabía que te iban a pegar. No vi a esos chicos. Si los hubiera visto, me hubiera quedado contigo. Tal vez. Lo que pasa es que oí gritar a Mary Ann y fui a ver qué le pasaba.
—¿Está bien?
—Ahora sí —dijo él. Al menos, eso era lo que esperaba—. Entonces, ¿por qué te has decidido a perdonarme?
—Es dif-fícil est-tar enfadado con el chico que ha zurrado a Ozzie.
Se sonrieron. Después recogieron las bolsas de su almuerzo del mostrador que había junto a la puerta, donde siempre se las dejaba el señor Reeves.
—V-vas a necesitar una buena explicación para tus golpes, o te echarán. Y tal vez no debas hab-blar de Ozzie. Si lo hac-ces, los demás se vengarán de t-ti.
—No puedo dejar a Ozzie fuera de esto, porque tiene la cara igual que yo. Si lo negamos, Dan se va a dar cuenta de que estamos mintiendo, y eso sería peor.
—Tal vez puedas librarte. A lo mejor ha salido.
Por las mañanas, Dan estaba levantado haciendo cosas en el rancho, pero algunas veces, con suerte, se quedaba dormido o estaba haciendo recados fuera.
Por primera vez desde que habían empezado a ir al instituto, salieron juntos del barracón. Hacía frío y el cielo estaba nublado. Dan estaba junto a la furgoneta e iba a abrir la puerta cuando, al ver la cara de Aden, se quedó inmóvil.
—¿Cómo te has hecho esas heridas, Aden? —le preguntó Dan, en un tono de voz que sólo usaba cuando estaba conteniendo la ira.
Aden irguió los hombros, aunque se le había encogido el estómago.
—Ozzie y yo tuvimos un pequeño desacuerdo. Lo hemos solucionado, y lo sentimos mucho.
Era breve y sincero.
Dan se acercó a él.
—Sabes muy bien que no debes recurrir a la violencia física, sea cual sea el problema. Ése es uno de los motivos por los que estás aquí, para aprender a contener tus tendencias violentas.
—Esto ha sido algo aislado, y, por supuesto, no va a volver a suceder.
—Eso ya lo he oído antes —dijo Dan. Se pasó una mano por la cara, y su enfado disminuyó un poco—. No puedo creer que hayas hecho esto. Te apunto en el instituto de la ciudad, te compro ropa y me aseguro de que puedas comer. Lo único que os pido es que os llevéis bien los unos con los otros.
Sus compañeros empezaron a gritar dentro de su cabeza, intentando decirle lo que debía responder. Por muy alto que hablaran en aquel momento, Aden sólo oyó un barullo de palabras ininteligibles.
—Hemos cometido un error. Hemos aprendido de él. ¿No es eso lo importante?
Dan apretó los dientes.
—No importa que hayas aprendido algo o no. Las acciones tienen consecuencias. Tengo que castigarte. Lo sabes, ¿verdad?
—¿Castigarme? —preguntó Aden con enfado—. Ni que tú fueras perfecto, Dan. Tú también has cometido errores.
Dan lo miró con los ojos entornados.
—¿Qué significa eso?
«No lo hagas», le gritaron sus compañeros al unísono. En aquella ocasión los entendió perfectamente.
—Ya lo sabes —dijo Aden de todos modos—. La señora Killerman y tú.
En aquel instante, sus compañeros gimieron.
Dan se quedó boquiabierto. Miró a Aden en silencio durante unos segundos. Finalmente, miró también a Shannon.
—Sube a la furgoneta. Te llevaré al instituto.
Ya no tenía un tono de voz duro, ni de disgusto, sino desprovisto de emociones.
Shannon vaciló durante un instante, pero después obedeció.
Entonces, Dan se cruzó de brazos.
—No sé cómo has averiguado lo de la señora Killerman ni qué es lo que crees que sabes, pero te aseguro que yo no tengo nada de lo que avergonzarme. Porque te refieres a eso, ¿verdad?
Aden se metió las manos en los bolsillos y asintió con timidez. Él había empezado aquello, y tenía que aguantar hasta el final.
—Bueno, pues te equivocas. Yo flirteo con ella sólo por vosotros, chicos, y Meg lo sabe. Algunas veces, ella está en la misma habitación que yo mientras lo hago, porque es el único modo en que puedo soportar lo que tengo que decir y oír. Pero lo hago porque eso os permite estar aquí, cuando deberíais estar fuera por ser violentos. O por drogas. O por robo. O por otras cosas. Lo hago porque vuestras peticiones se gestionan antes que las de ningún otro. ¿Cómo crees que has podido ir al instituto tan deprisa?
—Yo… Yo…
Dan no había terminado.
—Al principio no podía creer que la hubiera llamado y se lo hubiera pedido. Pero entonces me acordé de la decepción que te habías llevado cuando te dije que no podías ir, así que volví a llamarla y le pedí que acelerara el proceso. ¿Y sabes qué? Que lo hizo. ¿Crees que lo hace por todo el mundo igual? Tuvo que conseguir permiso del estado y del instituto. Tuvo que luchar. Yo tuve que luchar.
Aden sintió una ráfaga de culpabilidad fría y ácida. Había juzgado y condenado a Dan sin saber todos los hechos. Eso era algo que le habían hecho a él una y otra vez. Aden se había jurado que nunca se lo haría a los demás. Dan era un hombre honesto y sincero, y Aden debería haberse dado cuenta.
—Dan… —dijo, con un arrepentimiento muy profundo.
—Aden, a menudo las apariencias engañan —dijo Dan con suavidad—. La próxima vez que pienses mal de mí, espero que me concedas el beneficio de la duda. Ven a hablar conmigo.
—Lo haré. Y siento mucho no haberlo hecho en esta ocasión —dijo. Alzó la barbilla y miró a Dan a los ojos—. Espero que tú hagas lo mismo por mí. Concédeme el beneficio de la duda.
Dan se cruzó de brazos y se quedó de nuevo en silencio. Aden no sabía lo que podía estar pensando. Fuera lo que fuera, su expresión cambió desde la desconfianza al disgusto, y después, a la aceptación.
—Entra en la furgoneta —dijo con la voz ronca.
¿Que entrara en…? ¿Cómo? ¿Significaba eso que…?
—Voy a fingir que esa pelea no ha sucedido. Yo he estado como tú, y sé lo que es que te juzguen y te condenen cuando eres inocente. Así que te voy a conceder el beneficio de la duda y voy a confiar en que lo hiciste por un motivo. Pero será mejor que no vuelva a suceder. Y ahora no te quedes ahí parado. Muévete. No querrás llegar tarde a la primera hora.
Aden no pudo evitarlo. Se lanzó hacia Dan y lo abrazó.
Dan gruñó y le revolvió el pelo, y Aden sonrió antes de entrar en la furgoneta.
Cuando llegaron al aparcamiento del instituto, Aden vio a Mary Ann esperando ante la puerta del edificio, mirando hacia el bosque. ¿Lo estaba esperando a él? Aden quería creerlo, pero después de que ella hubiera salido corriendo tantas veces después de las clases…
En cuanto la furgoneta llegó a la acera, Aden sintió aquel golpe de viento que lo golpeó directamente en el pecho. Las almas gruñeron, desaparecieron en su vacío negro. Aden sintió de nuevo culpabilidad, aunque por otro motivo. Sus compañeros le habían ayudado a entrar en aquella escuela y habían soportado el dolor de la oscuridad para que él pudiera encontrar una salida y cuerpos para ellos. Hasta el momento no había hecho nada por cumplir su parte del trato.
Eso iba a cambiar aquel mismo día. Ya había decidido que tenía que obligar a Mary Ann a que hablara con él para poder averiguar qué era lo que estaba ocurriendo dentro de su cabeza, pero en aquel momento daría un paso más. Le revelaría el resto de sus habilidades, por mucho que temiera la reacción de Mary Ann, y averiguaría cómo podía liberar a las almas.
La observó con atención. Mary Ann estaba cansada, como si llevara días sin dormir, y tenía ojeras, y los labios fruncidos. Normalmente estaba llena de energía y tenía una sonrisa para todo el mundo.
Mary Ann puso cara de pocos amigos cuando su amiga Penny se acercó. Penny tenía peor aspecto que Mary Ann, con la cara hinchada como si hubiera estado llorando. Mary Ann dijo algo y sacudió la cabeza violentamente. Penny la tomó de la mano. Mary Ann dio un tirón y entró al instituto.
¿Qué había ocurrido?
La furgoneta paró junto a la acera.
—Portaos bien, chicos. Y, Aden, no vuelvas a recurrir a la violencia. ¿Entendido?
—Por supuesto. Y… gracias.
Dan asintió y le sonrió.
—Hasta luego.
Aden y Shannon bajaron a la acera y entraron juntos al edificio. Aden no podía negar que le gustaba tener a alguien a su lado. Alguien que podía ser su amigo.
—¿Quieres qu-que comamos juntos? —le preguntó Shannon.
—Ay, qué bonito —dijo alguien con desprecio. Era Tucker. Aden reconoció su odiosa voz. Cada vez que Mary Ann estaba lejos, Tucker lo había insultado, lo había empujado o le había lanzado bolas de papel—. Parece que Tartamudo y Chiflado salen juntos.
Hubo unas cuantas risotadas en el pasillo.
Aden apretó los dientes. Ignoró al chico, «no más violencia, no más violencia, no más violencia», se repitió y le dijo a Shannon:
—Nos vemos en la cafetería.
Shannon asintió y miró al suelo. Después se fue a su primera clase.
Tucker empujó a Aden por el hombro al pasar a su lado, y le tiró la mochila al suelo.
—Vaya —dijo, y al ver el rostro golpeado de Aden, soltó un silbido—. Vaya, vaya, vaya. Parece que has sido un chico malo, para que te hayan dado esa paliza.
¿Cómo podía soportar Mary Ann a aquel tipo? Era como un montón de estiércol metido en una caja brillante. Aden recogió su mochila sin decir una palabra y se alejó. —Eso es. Sal corriendo, cobarde —le dijo Tucker con petulancia. Aden sintió que todo el mundo lo estaba mirando. Pensaban que tenía miedo de Tucker, y él detestaba eso, pero no podía evitarlo de ningún modo. No sólo porque tuviera que evitar la violencia de cualquier forma, sino también por Mary Ann. A ella no le gustaría que él le restregara la cara por el polvo a su novio.
Sin embargo, contener su furia le costó un gran esfuerzo. Estuvo muy inquieto durante la primera clase. Por algún motivo, Mary Ann no estaba allí, y las almas estaban muy habladoras. Intentaban consolarlo, pero sus voces eran cada vez más intensas. Al mezclarse con las de los demás, se convertían en un clamor.
Si alguien lo miraba mal, Aden iba a saltar.
Las dos siguientes clases no fueron mucho mejor. La segunda, geometría, habría sido más agradable porque Mary Ann también asistía a ella, pero tampoco estaba allí. ¿Acaso se había marchado? Además había un chico nuevo que se sentó junto a Aden y estuvo parloteando toda la hora. Como él también era nuevo, entendía que el chico tuviera necesidad de hacer amigos, pero Dios santo, Aden necesitaba un momento de paz.