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Authors: Gena Showalter

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

Entrelazados (18 page)

BOOK: Entrelazados
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Ella entrelazó sus dedos con los de Aden, casi como si deseara su contacto tanto como él.

—Tal vez la gente piense que tú eres raro, Aden, pero de mí piensan que soy malvada. Y puede que lo sea. Me alimento de sangre. Y, al principio, cuando estaba aprendiendo a beberla, tenía demasiada ansiedad, era incapaz de contenerme, y les hice daño a algunos inocentes.

Aden percibió la culpabilidad de su tono de voz, la tristeza, y lamentó que ella estuviera experimentando aquellas emociones. Aden quería que fuera feliz. Y si eso le convertía en un tipo blando, pues bien, sería un tipo blando.

Aquello le recordó a Riley. ¿Acaso era él el único que deseaba ver feliz a Victoria? Seguramente, no. Después de todo, Victoria le había dicho una vez que Riley estaba celoso de él. Aden no lo había entendido en aquel momento, pero tal vez Riley estuviera celoso del tiempo que Victoria pasaba con él. Celoso como lo estaría un novio.

Y de todos modos, ¿por qué necesitaba ella un guardaespaldas?

—Hablar de cómo nos ve la gente es deprimente. Vamos a hablar de Riley. ¿es tu novio?

Ella se echó a reír.

—No. Es más como un hermano. Me irrita, y por eso me escapo de él siempre que puedo. ¿Y la chica con la que te he visto? ¿Mary Ann?

—Sólo somos amigos.

Victoria le acarició la palma de la mano con el pulgar.

—¿Y qué tipo de persona es?

Antes de poder contenerse, Aden se llevó su mano a los labios y se la besó.

—Es dulce. Buena. Amable. Sabe un poco de mí. Me ha visto poseer el cuerpo de un hombre lobo, así que no he podido ocultárselo.

—¿Vampiros y hombres lobo? ¿En qué te has metido? Los hombres lobo son criaturas peligrosas. Asesinos. Ten cuidado con ellos —le dijo Victoria, con la voz entrecortada, y posó la mirada en sus labios.

—Ya lo tengo.

Tal vez debiera ir de caza, encontrar a aquel hombre lobo y terminar con él antes de que le hiciera daño a alguien. Por ejemplo, a Mary Ann.

Victoria se fue acercando más y más a él.

—Antes me preguntaste por qué no hay noticias de gente que haya sufrido el ataque de un vampiro. Ya has visto cómo les afectaba mi voz a tus amigos, ¿no? Como te afectó a ti la primera vez que hablamos. Cuando mordemos a un humano, liberamos una sustancia química en su organismo, que los hace más susceptibles a nuestros requerimientos. Una droga, un alucinógeno, supongo. Cuando hemos terminado con ellos, los dejamos tranquilos y se olvidan de que han sido una comida.

Si era obligatorio que tuviera un poder extraño, Aden hubiera preferido que se pareciera más al de Victoria. Aquella voz de vudú hubiera convertido su vida en algo mucho más fácil. Habría podido alejar a gente como Ozzie sin que se acordaran de él.

—¿Estás muerta, como se cuenta en las leyendas? —preguntó.

Ya había perdido la cuenta de quién debía una respuesta a quién. Sin embargo, intercambiar información ya no era su objetivo. Su objetivo era acariciarla. Le pasó la mano por la cintura y extendió los dedos por su espalda. A ella no le importó.

—Quiero decir que si tuviste que morir para convertirte en vampira.

—No, no estoy muerta. Vivo —respondió Victoria.

Posó la mano de Aden en su pecho y apretó. Tenía la piel muy caliente, como antes, pero por debajo, Aden sintió los latidos de su corazón. Latía mucho más rápido que el suyo.

—Mi padre fue el primero de nosotros. Tal vez hayas oído hablar de él. Algunos lo llaman Vlad el Empalador. Durante su primera vida, su vida humana, bebía sangre como símbolo de su poder. Bebió tanta que… le cambió. O tal vez bebiera sangre infectada. Nunca ha estado muy seguro. Lo único que sabe es que empezó a anhelarla de tal manera que, finalmente, fue lo único que aceptaba su estómago.

—¿Y cuántos de tu raza hay ahora?

—Unos cuantos miles que viven por todo el mundo. Mi padre es el rey de todos ellos.

«El rey». Aquella palabra resonó en la cabeza de Aden, y al asimilar su significado, se encogió.

—Eso significa que tú eres…

—Una princesa. Sí.

Una princesa. De repente, Aden se sintió inferior. Ella era de la realeza, y él era pobre. Vivía en un rancho con chicos que eran demasiado salvajes como para convivir con la civilización. Ella era la hija de un rey. Él no tenía padres y lo consideraban mentalmente inestable.

—Seguramente debería irme —murmuró.

Ella se quedó desconcertada.

—¿Por qué?

¿Acaso tenía que explicárselo?

—Yo no soy nadie, Victoria. Soy un don nadie. ¿O debería decir princesa Victoria? ¿Tengo que inclinarme ante ti?

Aquel tono sarcástico hizo que ella se alejara nadando.

—No te molestaba que fuera vampira, y sin embargo, te molesta mi posición. ¿Por qué?

—Olvídalo —dijo él, y se dio la vuelta. Tenía las manos heladas sin el calor que ella desprendía.

Antes de que pudiera pestañear, Victoria estaba delante de él, de nuevo entre sus brazos.

—Eres muy exasperante, Aden Stone.

—Y tú.

Sabía que debería soltarla, pero no pudo.

—Como soy una princesa, me he pasado la mayor parte de mi vida aislada. Mi vida está llena de reglas y normas, porque siempre debo actuar con el decoro que exige mi título. Tengo que ser todo lo que espera la gente: amable, educada e irreprochable. Entonces tú nos llamaste, y vinimos a observarte. He visto cómo te mantenías apartado de los que te rodean. He visto la soledad reflejada en tus ojos, y pensaba que tú entenderías como me siento. Y entonces, la primera vez que me miraste, que me viste de verdad, noté tu emoción. Hace que te fluya la sangre muy deprisa —dijo ella, y cerró los ojos, como si saboreara aquel recuerdo.

—Tras unos instantes, prosiguió:

—Esta noche, me has pedido que me quedara contigo. Eres la primera persona que quiere pasar un rato conmigo, hablar y conocerme. ¿Sabes lo irresistible que es eso? Riley es mi amigo, pero su trabajo es protegerme. Y con él, nunca puedo olvidar lo que soy. Pero contigo… me siento normal. Como cualquier otra chica.

Ser normal. Aquél era un anhelo que él conocía bien. Y el hecho de que él pudiera hacer que Victoria se sintiera así era asombroso.

—Tú también haces que sienta eso —admitió él—. Pero yo soy…

—Irresistible, como ya te he dicho. Debería mantenerme alejada de ti, pero no puedo. Así que seré yo la que te pida que no te vayas.

Él no sabía si echarse a reír o a llorar. Siempre y cuando ella no lo considerara un don nadie, él intentaría no pensarlo.

—Me quedaré.

Ella sonrió lentamente, y se le iluminó toda la cara.

—Bueno. Y ahora, ¿qué estabas diciendo sobre mí, y sobre cómo hago que te sientas?

—Que también me siento normal cuando estoy contigo —respondió Aden. «Y que eres lo mejor que me ha pasado nunca». Carraspeó—. Bueno, ¿y qué más sucedió cuando tu padre se convirtió en vampiro? —le preguntó, como si nunca hubieran cambiado de tema de conversación. Fingiendo que eran normales, pese a todo.

Ella debió de darse cuenta de lo que pretendía Aden, porque su sonrisa aumentó.

—Dejó de envejecer y su cuerpo se fortaleció increíblemente. Su piel perdió el color, y se convirtió en un escudo impenetrable.

Aden se acordó de que ella se había reído cuando le había mostrado las dagas.

—¿Tu piel no se puede cortar?

—Con un objeto afilado no.

—¿Y nunca te pones enferma?

—Me puse enferma una vez —dijo ella, y con un suspiro, le soltó la mano y le tiró suavemente de los dedos—. Aden.

Claramente, aquella pregunta la había incomodado.

—Si tu padre dejó de envejecer, ¿eso significa que eres casi tan vieja como él? —le preguntó. Ella se relajó entonces—. No, espera. No puede ser. Me dijiste que los vampiros mayores no toleran el sol, y tú sí.

—Sí, soy mucho más joven que él. Sólo tengo ochenta y un años —Victoria le metió los dedos entre el pelo y le acarició la cabeza—. Pero no creas que siempre he sido así. Mis hermanas y yo envejecemos lentamente. Nuestras madres se desesperaban para que dejáramos de ser niñas pequeñas.

—¿Y dónde está ahora tu madre?

—En Rumanía. A ella no se le permitió viajar con nosotros.

Él tuvo ganas de preguntar el motivo, pero no quería tener que responder nada sobre sus propios padres. Así pues, dijo:

—Ochenta y uno. Vaya. Eres como mi abuela. Si la tuviera.

—No digas eso, es horrible —dijo ella con una sonrisa.

—En tus ochenta y un años de vida habrás tenido muchos novios, ¿no?

Por algún motivo, aquella pregunta acabó con la sonrisa de Victoria. Ella apartó la mirada con una expresión de culpabilidad.

—Sólo uno.

¿Sólo uno? ¿Y por qué la culpabilidad?

—¿Por qué sólo uno?

—Es el único al que ha aceptado mi padre.

Lo cual significaba que la aprobación de su padre era importante para ella. Por desgracia, seguramente Aden no conseguiría aquella aprobación. Así pues, ¿cuánto tiempo tenía antes de que Victoria lo dejara? ¿Cuánto tiempo quedaba para que ella comenzara a salir con alguien del gusto de su padre?

Al pensar en aquellas preguntas, Aden sintió el impulso de explicarle lo bien que podían estar juntos. Tenía que contarle su visión antes de que fuera demasiado tarde.

—Te he contado que puedo ver el futuro, ¿verdad?

Ella asintió de mala gana. Seguramente, aquel cambio de tema le producía desconcierto.

—Nos he visto juntos —dijo Aden por fin—. Sabía que ibas a venir antes de que llegaras.

Victoria se quedó inmóvil y frunció el ceño.

—¿Y qué hacíamos cuando estábamos juntos?

—Nos besábamos —dijo él, sin mencionar que ella iba a beber sangre de su cuello.

—¿Nos besábamos? —susurró ella—. Oh, yo quiero hacerlo, Aden, quiero. Pero no puedo. Terminaría alimentándome de ti, y me niego a que me veas de esa forma.

—Ya has probado mi sangre, y pudiste alejarte.

—A duras penas.

—¿Y qué pasa si no puedes hacerlo esta vez? Yo sí puedo soportarlo.

—Tú sí, tal vez, pero yo no puedo soportar saber que me has visto comportándome como un animal.

¿Victoria? ¿Un animal?

—Yo nunca pensaría eso de ti.

Ella le rodeó el cuello con los brazos y apoyó los codos en sus hombros. Los colmillos, blancos y afilados, se le asomaron por entre los labios.

—Aden —le dijo, y después suspiró—, ¿qué voy a hacer contigo?

—Vas a besarme.

Ella se resistió un poco más, pero la firmeza se estaba desvaneciendo.

—Puedo asustarte y horrorizarte. Deberíamos irnos.

Victoria se alejó de él y se dio la vuelta.

—No puedes irte todavía. Me toca a mí pedirte que te quedes, y a ti ceder. Además, tengo que hacerte una pregunta más, y me debes una respuesta.

Ella no miró hacia atrás, pero asintió.

—Está bien. Pregunta.

Lentamente, Aden se acercó a ella.

—¿Qué te parecería… esto?

Entonces, tomó agua y se la lanzó hacia la oreja, empapándole el pelo.

Ella estaba tartamudeando cuando se dio la vuelta. Tenía los ojos llenos de agua.

—¿Por qué…?

Aden, riéndose, volvió a salpicarle la cara.

—¡Tú, pequeño… humano!

Antes de que Aden pudiera pestañear, ella lo había hundido bajo el agua. Cuando salió a la superficie, Victoria se estaba riendo, y el sonido de su risa le calentó el cuerpo y el alma. Como niños felices y despreocupados, estuvieron jugando hasta que el sol comenzó a salir. Salpicándose, hundiéndose en el agua. Ella ganó, por supuesto, porque era mucho más fuerte, pero él nunca se había divertido tanto.

«Aden, cariño», dijo Eve, que hablaba por primera vez desde hacía horas. Su voz le sorprendió. Las almas se habían portado tan bien, que no se había acordado de ellas hasta aquel momento. «Tienes que volver. Vamos a tener suerte si Dan no se ha despertado ya y no te ve entrando a tu habitación por la ventana».

Tenía razón.

«Pero, vaya, ojalá yo pudiera sentir lo mismo que tú sientes», dijo Caleb. «Ni siquiera me ha importado estar en silencio. Te has apretado contra sus pechos. ¡Varias veces!».

Aden alzó los ojos al cielo con resignación.

—Tengo que volver al rancho para que no me pillen —dijo. Con delicadeza, le apartó a Victoria un mechón de pelo empapado de la sien—. Pero quiero volver a verte. Me gustaría verte más que una vez a la semana. Quiero verte todos los días.

Su sonrisa se desvaneció, pero Victoria asintió.

—No sé si podré escaparme mañana, pero como te he dicho antes, serías más inteligente si te mantuvieras apartado de mí. Aunque… lo intentaré. De todos modos, volveremos a vernos.

En su dormitorio, Aden no podía dejar de bostezar. Miró su cama con nostalgia. Tenía que dormir pronto, o iba a desmayarse en público. Pero aquél no era el mejor momento para descansar. Había estado fuera tanto tiempo que casi era la hora de salir para el instituto. Se miró al espejo; tenía los ojos enrojecidos y los párpados medio cerrados. Y además, uno de ellos estaba negro a causa de su pelea con Ozzie.

Por lo menos, los labios se le habían curado. Las caricias de Victoria habían obrado maravillas.

Sonrió al recordarlo. Quería sentir de nuevo sus labios, y quería que ella lo besara. Quería que lo abrazara y que girara la cabeza para poder tener su lengua dentro de la boca, y no fuera.

«¿En qué estás pensando?», le preguntó Eve. «Noto que te está subiendo la presión sanguínea».

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