Y Lambert también. En ese momento fueron desplegadas en la
Java
las alas altas y las bajas en el palo mayor y el trinquete, y Jack, en aquel lugar tan alto, sintió cómo la fragata, en respuesta, hizo un brusco movimiento hacia delante. Era una magnífica embarcación y mucho mejor que la vieja y desvencijada
Guerrière
, que tenía sus podridas cuadernas cubiertas por capas de masilla y pintura, exceso de cañones y una tripulación escasa… A Jack le parecía que estaban aproximándose a aquella fragata y pensaba que dentro de tres o cuatro horas estaría al alcance de sus cañones. Entonces, sí realmente era norteamericana, y estaba convencido de que lo era, la pondrían a prueba. Se dio cuenta de que el corazón le latía con tanta fuerza que le era difícil mantener el telescopio fijo. No era conveniente que se encontrara en ese estado en el combate, aun siendo simplemente un pasajero, era fundamental mantener la calma. Pero la cuestión era si verdaderamente iban a entablar un combate y si verdaderamente la
Java
se estaba aproximando y a qué ritmo. Guardó el telescopio y, olvidando su peso, bajó a la cubierta como un grumete y se reunió con Chads en el castillo. El primer oficial y Babbington estaban inclinados sobre la cubierta midiendo con sus sextantes el ángulo subtendido con el tope del palo mesana de la fragata desconocida y la espuma les cubría cada vez que la proa de la
Java
descendía en el cabeceo. Ambos obtuvieron resultados muy parecidos: la
Java
se aproximaba casi una milla más cada hora. A ese ritmo, y si la fragata desconocida desplegaba más velamen, no podrían entablar una lucha con ella mucho antes de que anocheciera. Pero seguían preguntándose si era una embarcación norteamericana.
—Debemos dar por sentado que lo es, aunque eso signifique perder un palo o dos —dijo Chads, mirando con ansiedad hacia las trémulas botavaras de las alas.
—Exactamente —dijo Jack—. Y si lo que suponemos resulta cierto, ¿podría darnos un par de cañones a nosotros? Estamos acostumbrados a trabajar en equipo.
—Le estaría muy agradecido si se hiciera usted cargo de la batería del castillo, señor. Sus hombres pueden encargarse de disparar el seis y el siete, que tenía que confiarles a los infantes de marina. El siete cabecea un poco al retroceder, pero la semana pasada le cambiamos las retrancas y los pernos están en buenas condiciones.
—Entonces, el seis y el siete —dijo Jack—. Muy bien. Supongo que el capitán Lambert cruzará su estela y se le acercará por la aleta de estribor, así que tendremos que empezar con el cañón de babor.
—Me temo que no, señor —dijo Chads—. El capitán habló de su plan de ataque no hace ni cinco minutos, cuando el general le preguntó cómo llevamos a cabo los ataques en la mar, qué tácticas usamos y otras cosas. Citó una frase de lord Nelson: «No importan las tácticas, lo que importa es atacar con decisión» y dijo que en este caso, puesto que estamos a barlovento de la presa, va a hacer exactamente eso, atacar con decisión, luchar penol a penol durante un rato y luego abordarla en medio de la humareda.
Jack guardó silencio. No podía contradecir a Nelson, a quien adoraba, ni podía criticar al capitán de la
Java
, quien precisamente en un ataque directo había capturado una corbeta francesa con casi el doble de cañones que su barco, pero pensó que si él estuviera al mando de un barco que navegara a mayor velocidad que el barco enemigo, usaría diversas tácticas, como dispararle a distancia para tantearlo, dispararle por la aleta, lanzarle una andanada contra la proa y atacarlo por sotavento. El ataque por sotavento era ventajoso porque el viento hacía que las portas de ese costado estuvieran muy cerca del agua y eso dificultaba el uso de los cañones y, además, porque si se luchaba penol a penol, el barco atacado no podía ver a su oponente a causa de las nubes de humo. Pero ese no era momento para dar su opinión sobre el asunto, sobre todo porque habían mandado a buscar al señor Chads. Entonces regresaron al alcázar y unos instantes después apareció la señal secreta en el tope de un mástil de la
Java
. No hubo respuesta. Luego aparecieron las señales secretas de los españoles y los portugueses. Tampoco hubo respuesta y eso les convenció un poco más.
Y les convenció un poco más aún que la fragata desconocida arriara las alas, orzara y luego virara, hiciera rumbo al noroeste y amurara las velas a estribor, aparentemente para cruzar la proa de la
Java
. Entonces los que dudaban fueron acallados. Había virado con una precisión impresionante, dejando ver una fila de cañones también impresionante. No había duda de que era una fragata de cuarenta y cuatro cañones, alta y muy estable.
El capitán Lambert, manteniéndose a barlovento, viró su fragata y tomó un rumbo paralelo al de la fragata norteamericana. Ahora estaban tan cerca que podría obligarla a luchar después de mediodía por mucho que la gran fragata se resistiera, pero prefería esperar el momento oportuno. Ambas fragatas continuaron navegando en paralelo, separadas por una gran franja de agua.
Jack reunió a sus hombres y juntos examinaron sus cañones, que estaban situados bajo la cubierta parcial del castillo, uno, el número seis, a estribor, y otro, el número siete, en el costado opuesto. Cada brigada de artilleros se encargaba de disparar dos cañones, excepto en los pocos barcos en que hubiera un gran número de tripulantes, y en el caso improbable de que tuvieran que disparar por los dos lados a la vez, los artilleros corrían de un lado al otro y los disparaban alternativamente. Enseguida los tripulantes del
Leopard
establecieron quiénes serían el jefe y el subjefe de la brigada (Bonden y Babbington) y quiénes serían los encargados de cargarlos, dispararlos y limpiarlos. Examinaron las retrancas, sacaron las cargas de los cañones porque sólo estaban seguros de que estaban bien colocadas si las ponían ellos, los cargaron de nuevo, los sacaron y volvieron a meterlos media docena de veces y por fin descansaron. Eran cañones que conocían muy bien, de dieciocho libras, y cada hombre soportaría cinco quintales de su peso total, así que no tendrían problemas para manejarlos. Pero no les gustaban las condiciones en que los artilleros de la
Java
tenían los lampazos y las baquetas y les era difícil mover hacia el centro del barco el cañón de estribor, pues debían subir por una parte inclinada de la cubierta, aunque Bonden decía que eso lo solucionaría el retroceso cuando empezara el jaleo.
Forshaw bajó corriendo a avisar que la presa había virado y había hecho una señal que seguramente era su señal secreta, y que la
Java
iba a virar también. Estaba lleno de alegría y su voz alcanzó un tono tan agudo que parecía que iba a quebrarse. Tenía un aspecto frágil y aniñado con la ropa prestada que llevaba, pues era demasiado grande para él y los hombres mayores que él le miraban con lástima. Jack pensó: «Espero que ese muchacho no sea alcanzado por las balas».
—¡Guarden los cañones! —gritó, mirando su reloj, que tenía las doce menos un minuto.
Inmediatamente después dieron la voz de rancho y el tambor llamó a los oficiales a comer. Jack se alegró de que Lambert tratara de aprovechar el fuego de la cocina antes de que lo apagaran al hacer zafarrancho de combate. Ambos discrepaban sobre las tácticas, pero estaban de acuerdo en que había que ir a la batalla con el estómago lleno.
Ya casi habían despejado completamente las cubiertas de la
Java
y los mamparos de las cabinas y los muebles habían desaparecido, pero aún faltaba bajar a la bodega parte del inmenso equipaje del gobernador y su séquito. El capitán, el general Hislop, Jack y el capitán de Infantería de marina se sentaron en un tablón apoyado en dos cañones y mientras comían miraban hacia su probable, casi seguro adversario. Puesto que todos ellos estaban acostumbrados a las batallas, comieron de buena gana, pero rara vez apartaron la vista de la fragata norteamericana.
—Como le decía a Chads —le dijo Lambert a Jack—, mi intención es hacer un ataque directo: acercarnos, abordarnos con ella, dispararle tan rápido como podamos y abordarla en medio de la humareda.
—Sí, señor —dijo Jack.
—Tenemos muchos tripulantes para llevarlo a cabo, más los supernumerarios, y están deseosos de hacerlo. Además, creo que serán más hábiles con los alfanjes en la mano que disparando los cañones a distancia. Y ahora que me acuerdo, Chads me dijo que usted se había brindado amablemente a hacerse cargo de disparar dos cañones y a controlar la batería de proa. Le estoy muy agradecido, Aubrey. Me falta un teniente y la mayoría de los cadetes se han hecho a la mar por primera vez en este viaje, así que los infantes de marina han sido quienes se han ocupado hasta ahora de los cañones seis y siete. Y los han manejado muy bien, pero aquí, el capitán Rankin, desea que sus hombres vuelvan a empuñar las armas ligeras.
Rankin asintió y dijo que en las cofas había muchos menos tiradores de primera de los que serían necesarios si luchaban penol a penol. Entonces sonó una campanada y Lambert continuó:
—Bien, caballeros, creo que ha llegado la hora. Brindemos por el Rey y por la destrucción del enemigo.
Los oficiales subieron al alcázar y vieron que la presa estaba a sotavento y les llevaba dos millas de ventaja. Las dos embarcaciones avanzaban a más de diez nudos, y aunque la
Java
empezó a navegar con dificultad con las sobrejuanetes desplegadas y el capitán Lambert mandó arriarlas, siguió ganando velocidad perceptiblemente. Navegaban con rumbo este y dejaban tras de sí una larga estela blanca que se destacaba entre las aguas cristalinas. El mar estaba desierto: nada a barlovento, nada a sotavento. Hacía ya tiempo que el
William
había desaparecido y ahora, desde el tope del palo mayor, Brasil parecía una remota nube.
Entonces la fragata desconocida dejó de serlo, pues en el palo mayor apareció un gallardetón de comodoro y la bandera de Estados Unidos. Bonden tenía razón: era, en efecto, la
Constitution.
Unos momentos más tarde, también fueron arriadas las sobrejuanetes de la fragata y luego la mayor y la trinquete. Entonces la fragata orzó y su velocidad disminuyó inmediatamente. Estaba claro que el comodoro tenía el propósito de entablar un combate y que siempre lo había tenido, pero quería entablarlo cómo y cuándo le pareciera conveniente. Había alejado a la
Java
de tierra y del
William
yestaba satisfecho. Era un adversario inteligente, frío y calculador, en opinión de Jack.
Después que fue izada la bandera norteamericana, apareció también la bandera de la
Java
, primero en el palo mayor y luego en lo alto de la jarcia, a sotavento, para que no hubiera posibilidad de confundirla. Y también ella empezó a arriar velas para quedarse sólo con las adecuadas para luchar, sin que se oyeran más que algunas órdenes, los gritos del contramaestre, las pisadas de los apresurados marineros, el crujido de los aparejos y el susurro del viento en la jarcia. Al ser arriadas la mayor y la trinquete, todos los tripulantes que estaban en cubierta pudieron ver la fragata norteamericana, que tenía la proa contra el viento del nornoreste, y entonces, en medio de un silencio absoluto, el capitán Lambert hizo avanzar hacia ella la
Java
, tal como había prometido, dirigiéndola hacia la aleta de babor. Dentro de treinta minutos comenzaría la batalla.
Durante diez de esos treinta minutos, todos los que no tenían trabajos urgentes que hacer estuvieron inactivos, el timón se desplazó escasamente una cabilla y los atentos oficiales que abarrotaban el alcázar apenas hablaron. El capitán Lambert le hizo una señal con la cabeza al señor Chads y el sonido del tambor retumbó de proa a popa. La mayoría de los oficiales y guardiamarinas corrieron a reunirse con sus brigadas junto a los cañones; el oficial de derrota se colocó detrás del timón para gobernar la fragata; tres brigadas de infantes de marina subieron a las cofas; los cirujanos se fueron abajo, muy abajo, más abajo de la línea de flotación; y de nuevo se hizo el silencio. Todo estaba listo. En la cubierta vacía y limpia, iluminada por el sol, detrás de cada cañón, estaban colocados los grumetes servidores de pólvora con los cartuchos; las chilleras estaban llenas; el humo salía de las mechas retardadas formando estrechas columnas; las vergas ya habían sido protegidas con defensas y también aseguradas con cadenas por el contramaestre; el condestable esperaba en la santabárbara, entre barriles de pólvora abiertos; las escotillas estaban cubiertas con fieltro.
Jack fue hasta el castillo, donde había menos luz, y los hombres de su brigada le esperaban allí junto a la porta abierta. Estaban desnudos de cintura para arriba, por lo que podían verse sus horribles quemaduras, y la mayoría tenían pañuelos atados alrededor de la cabeza para protegerse la cara del sudor. Le miraban con gravedad y serenidad a la vez, mientras que los hombres de las demás brigadas le miraban con una mezcla de curiosidad, respeto y esperanza, porque de todos ellos, sólo los jefes de brigada y unos cuantos hombres más habían visto disparar un gran cañón con furia, y todos sabían que el capitán Aubrey era un maestro en esa lid.
El sol brillaba con intensidad al otro lado de la porta y allí, enmarcada por ella, estaba la
Constitution
. Era realmente una potente fragata. Ahora Jack se daba cuenta de que sus palos tenían un enorme grosor y sus portas estaban situadas a una gran altura, muy por encima de la parte del costado donde rompían las fuertes olas haciendo saltar la espuma. Sería un hueso duro de roer si los norteamericanos podían disparar los cañones tan bien como maniobraban las velas. Los norteamericanos sabían mucho de náutica, pero, ¿podrían combatir con sus barcos por improvisación? ¿Sería posible enseñar a luchar a cuatrocientos hombres en pocos meses? ¿Unos pocos meses de preparación podrían superar la tradición y la práctica constante a lo largo de veinte años de guerra? Improbable, pero no imposible, sobre todo porque gran cantidad de norteamericanos habían aprendido a disparar los cañones, generalmente en contra de su voluntad, en la Armada real, como él bien sabía por el hecho de que había tenido montones de ellos bajo su mando en diversos barcos. Confiaba en que Lambert abordaría la fragata lo antes posible, pues un ataque en el que cientos de hombres subían con determinación por el costado con alfanjes y hachas de abordaje en las manos intimidaba a cualquier tripulación y muy pocas podían resistirlo.