Detrás de él estaba Forshaw, que hacía de servidor de pólvora porque era demasiado delgado para mover con eficacia los aparejos. Le decía a un guardiamarina de la
Java
que se sentiría de diferente manera, muy tranquilo, cuando empezara el jaleo.
—Yo suelo masticar tabaco durante la batalla —añadió— y animo a mis hombres a que también lo hagan, porque así la horrible espera parece más corta.
En la bañera
[15]
, a la luz de tres faroles que colgaban de los baos, los cirujanos afilaban sus instrumentos con una piedra de amolar untada con aceite. Stephen le preguntó al señor Fox:
—¿No le parece que nuestra percepción del tiempo cambia en situaciones como ésta, en que…? ¡Una rata! ¡Señor McClure, si se apresura, puede matar esa rata!
El señor Fox le confesó que no se había encontrado nunca en una situación así y añadió que esperaba que los estímulos que llevaba aparejados, como el ruido de la batalla y la intensa actividad, actuaran como lenitivos e hicieran desaparecer su ilógica inquietud y su impaciencia.
—¡Ahí está! —gritó Stephen, tirándole un retractor a una rata extremadamente audaz—. ¡Por poco la alcanzo! Hay demasiadas ratas a bordo, señor Fox, ¿no cree? ¿No ha pensado en traer unas cuantas comadrejas? En Irlanda hemos conseguido admirables resultados con ellas.
—Creía que en su país no había comadrejas ni serpientes ni salamandras.
—Ya no hay. Los únicos animales de la familia de las comadrejas que quedan en Irlanda son los armiños, pero también son muy buenos cazadores de ratas.
Tres estruendos casi simultáneos y el ruido de repetidos golpes en el sollado impidieron que el cirujano respondiera. La
Constitution
había hecho fuego desde una distancia de media milla y tres de sus balas, al rebotar, habían dado en el casco de
la. Java.
«Buena puntería», pensó Jack. Entonces se inclinó para mirar por la porta y vio otra ráfaga de humo saliendo de los cañones de popa de la fragata norteamericana. La bala cayó en el mar, rebotó tres veces moviéndose en línea recta, llegó a bordo pasando por el muro de coyes que protegía la cubierta parcial del castillo y Jack pudo oír cómo rodaba por ella, justo por encima de su cabeza. Forshaw subió allí corriendo y luego regresó con la bala, una bala de veinticuatro libras.
—Es una lástima que sea tan grande —dijo Jack, dándole vueltas—. Recuerdo que una vez, cuando era grumete en el
Ajax
y el
Apollon
nos disparaba tantos cañonazos que parecía que era la noche de Guy Fawkes,
[16]
una bala perdida llegó hasta nuestra porta y el primer oficial… Era el señor Horner. ¿Te acuerdas de él, Bonden?
—¡Oh, sí, señor! Era un caballero muy vivaracho y se reía mucho.
—Pues recogió la bala, escribió «Franqueo pagado» sobre ella con un pedazo de tiza que había mandado a buscar, la metió dentro de nuestro cañón y la mandó de nuevo a su origen en la mitad de tiempo.
—¡Ja, ja, ja! —rieron los hombres de su brigada y los que estaban próximos a ellos.
—Y poco después le ascendieron a capitán de navío. ¡Ja, ja, ja!
Más cerca. La
Java
ya casi estaba por el través de babor de la
Constitution
. El costado de la fragata norteamericana quedó oculto por una nube de humo y las balas de la batería, unas setecientas libras de hierro, rasgaron el agua a unas cien yardas del objetivo e hicieron brotar blancos surtidores. Luego algunas de ellas alcanzaron el costado de la
Java
, pero sin causar daños.
Más cerca aún. Ahora estaba al alcance de los disparos de los mosquetes y podían ver la cara de sus enemigos. Permanecían inclinados sobre los cañones, esperando la orden de disparar. Bonden miraba con atención por encima del cañón y lo movía constantemente con el espeque mientras se acercaban a la
Constitution
por el través. Se acercaron más, pero la orden no llegó. Los norteamericanos volvían a sacar los cañones en ese momento. Jack estaba contando los segundos desde que habían disparado la primera andanada y llegó a ciento veinte cuando se produjo un espantoso estruendo y una nueva erupción hizo desaparecer de su vista toda la fragata a excepción de los mastelerillos, que sobresalían del humo y vibraban a causa de las fuertes detonaciones. Esta vez todas las balas de la batería pasaron silbando muy por encima de sus cabezas. Dos minutos entre dos andanadas: un tiempo bastante bueno. Sin embargo, él había conseguido tardar sólo setenta segundos. Y se habían equivocado al calcular…
—¡Fuego!
La tan esperada orden llegó cuando la
Java
había alcanzado el punto más alto en el balanceo y comenzaba a inclinarse a sotavento. Todos los cañones de estribor rugieron e inmediatamente la cubierta se llenó de humo y del delicioso aroma de la pólvora. Jack y sus hombres, entre risas y con movimientos tan precisos que parecían máquinas, echaron hacia atrás el cañón, lo limpiaron, volvieron a cargarlo y atacaron la carga. Y cuando el humo se disipó, vieron que le habían causado importantes daños a la fragata: había agujeros en la batayola, el timón estaba destrozado y se habían roto algunos obenques y una burda. En ambos lados de
la Java
los tripulantes dieron entusiastas vivas. Se acercaron aún más a la proa de la
Constitution
y ahora estaban al alcance de los disparos de pistola. Y desde esa distancia tan corta la
Constitution
volvió a disparar. Se oyeron caer algunos trozos de madera en la popa, pero eso no impidió que los hombres que estaban en la proa siguieran dando gritos de alegría mientras sacaban los cañones y los apoyaban sobre el borde de la porta. Sin embargo, cuando trataban de ver a través del humo que envolvía la fragata norteamericana, agitando inútilmente el aire con la mano, los veleros fueron llamados a la popa. La
Constitution
disparó e inmediatamente sus velas de proa se tensaron y empezó a virar para situarse con el viento en popa. Entonces la
Java
, en vez de esperar y dispararle una andanada por popa mientras viraba, viró también, y los cañones de estribor ya no podían apuntar a la fragata norteamericana. Los tripulantes del
Leopard
se miraron unos a otros.
La densa masa de humo se disipó por completo y pudo verse la
Constitution
, aún a sotavento. La fragata terminó de virar y se situó con el costado de estribor —con sus portas intactas-hacia la
Java
, que estaba virando todavía. Durante la larga pausa, Jack había ido de una punta a otra de la batería del castillo y había ordenado hacer silencio, guardar y atar fuertemente los cañones de estribor y destrincar los del otro costado. Los dos guardiamarinas de la
Java
, que navegaban por primera vez, no habían aprendido en las prácticas más que los pasos elementales para el manejo de los cañones. Todavía a Jack le latía el corazón con fuerza debido a la excitación que producían la batalla y todas las acciones que la acompañaban, como subir los cañones, empujar a los hombres a sus puestos, comprobar los aparejos y las retrancas y preparar los cartuchos, la metralla y las balas; y todo eso le mantenía tan ocupado que se olvidaba de la preocupación que tenía en un rincón de su mente. Sin duda, Lambert había perdido una oportunidad de oro, pero seguro que pronto habría otras.
Muy pronto, la
Java
se acercaba al costado de estribor de la
Constitution
ysus cañones de babor, dirigidos hacia delante, comenzaron a disparar. El uno, el tres y el cinco dispararon juntos. Bonden disparó el siete y, justo antes de que el humo descendiera, vio que la bala daba en el pescante central. Aparecieron llamaradas color naranja entre el humo en ese momento, al responder los cañones de popa de la fragata norteamericana. Y después de unos difíciles momentos, empezaron a disparar las dos baterías completas con un terrible estrépito, un estrépito aumentado por el estruendo de los cañones y las carronadas al retroceder. En medio de aquel ruido espantoso y omnipresente, al cañón número siete se le rompieron las retrancas después de la cuarta descarga y, lo que fue aún peor, el número tres se desmontó y derribó a varios hombres, incluidos los guardiamarinas. Jack dejó a los experimentados tripulantes del
Leopard
continuar solos su trabajo y, entre el incesante estrépito, por medio de gestos y gritos, logró que la brigada que se encargaba de aquel cañón, la cual no sabía qué hacer, lo volcara y lo atara fuertemente y luego tirara por la porta a un hombre que había muerto y llevara a los heridos abajo.
El fuego era intenso, de una intensidad que pocas veces había visto. Ya los cañones se sumaron los furiosos mosquetes. Tres de los cañones de la cubierta principal habían sido desmontados y, aparentemente, también algunas carronadas de babor. En la crujía y la popa ya los cañones no seguían la pauta establecida en
la Java
. Un oficial se dirigió allí para tratar de acabar con la confusión, pero fue alcanzado por un disparo procedente de una de las cofas de la
Constitution
e inmediatamente su cadáver fue sacudido y lanzado contra el costado de estribor por una bala de veinticuatro libras. Pero esa fue la última bala que salió de los cañones de la
Constitution
, la última de aquel ataque. Una ráfaga de aire disipó el humo y pudieron ver que la fragata viraba de nuevo y muy rápidamente.
Esta vez Lambert mandó soltar las escotas de las gavias para reducir la velocidad de la
Java
. Jack sonrió, pues comprendió que Lambert se proponía cruzar la estela de la
Constitution
y dispararle una andanada por popa, que era la forma en que podía causar más daño a un barco.
—¡Señor, señor! —gritó el guardiamarina del cañón número once, el cañón al que había intentado llegar el pobre Broughton—. ¿Qué hacemos? ¡La bala está atascada!
Jack se dirigió a popa y apenas había dado tres pasos cuando cayó al suelo. Comprobó que no tenía nada, que simplemente le había pasado rozando por la cabeza una bala de mosquete y trató de ponerse de pie, pero se resbaló con la sangre de Broughton. La
Java
empezaba a virar y dentro de un minuto cruzaría la estela de la
Constitution
justo por detrás de la popa. Era un movimiento muy bien calculado. No obstante, la mayoría de aquellos hombres valientes y dispuestos, pero tontos, estaban apiñados a babor, sin darse cuenta de que eran los cañones de estribor los que tendrían que disparar.
—¡Al otro lado! ¡Al otro lado! —rugió Jack, poniéndose de pie por fin.
Los hombres atravesaron la cubierta con decisión a pesar de los disparos de las armas ligeras. Entonces Jack comprobó con horror que cuando se habían quedado solos no habían cargado de nuevo los cañones de estribor. La
Java
continuó virando. La enorme popa de la
Constitution
, desprotegida y vulnerable, estaba ante la batería de la
Java
ahora. La
Java
continuó avanzando, tan bien gobernada que el penol de la verga mayor pasó rozando el coronamiento de la
Constitution
, pero sólo uno de sus cañones disparó.
No era bueno maldecir. La blasfemia traía mala suerte. Jack dividió el grupo de hombres que le quedaba (a Byron le había caído en el pecho una astilla de madera y Bates, el tripulante de
La Flèche
, había muerto) entre los otros cañones de proa y ayudó a cargar dos o tres. Además, no había tiempo para maldecir. La
Java
estaba ahora paralela a la
Constitution
y el fuego volvió a ser intenso. Disparaban, volvían a cargar los cañones y disparaban de nuevo con gran rapidez, con la rapidez con que llegaba la pólvora desde la santabárbara, y constantemente Jack trataba de evitar que los tripulantes de la
Java
cometieran el disparate de cargar excesivamente los cañones poniendo dos cartuchos juntos y de añadir cualquier trozo de metal que pudieran encontrar.
Ahora que el objetivo de los norteamericanos estaba más cerca, disparaban más bajo. Las balas de veinticuatro libras hacían desprenderse montones de trozos de madera, enormes trozos de madera puntiagudos, que, formando grandes nubes, cruzaban por encima de la cubierta. Uno de esos trozos derribó a Bonden. Jack le apartó para que el cañón no le golpeara al retroceder y después de disparar se arrodilló junto a él y le susurró al oído:
—Sólo tienes un corte de un palmo en el cuero cabelludo. Tu coleta está bien. Haré que te lleven abajo para que te cosan.
—Se ha roto el bauprés, señor —dijo Bonden, mirando a través de la sangre.
Jack volvió la cabeza hacia donde él miraba y vio que el foque y la trinquetilla se habían desprendido.
—Dale recuerdos al doctor —dijo.
Recorrió la cubierta comprobando la carga de todos los cañones, ayudando a apuntarlos y animando a los hombres. Pero no había necesidad de animarles, pues ya habían aprendido a manejar bien los cañones y disparaban mucho mejor y más rápido y gritaban como locos cuando una de sus balas daba en el blanco. No había indicios de que quisieran abandonar los cañones, a pesar de que tres portas habían quedado unidas entre sí y en la crujía había montones de muertos y heridos y grandes charcos de sangre.
—¡Arriba, arriba! —gritó Jack a los hombres que estaban junto al número tres.
Subieron el cañón, y mientras los hombres permanecían inclinados sobre éste, esperando que la fragata se elevara en el balanceo, él trataba de ver a través del humo adonde debía disparar. Pero no era posible ver el costado de la fragata enemiga. Subieron en el balanceo, volvieron a subir y todavía ésta se encontraba envuelta por un denso humo. Y cuando el humo empezó a disiparse se dieron cuenta de que no había nada detrás de él: la fragata norteamericana había empezado a virar otra vez.
—¡Todos a virar! —gritó el capitán—. ¡Rápido!
Los marineros corrieron silenciosamente a sus puestos y Jack se acercó al tonel de agua de proa y bebió y bebió hasta saciar su sed. En realidad, Lambert noiba a virar sino a dar una bordada para cruzar por la popa de la
Constitution
antes de que acabara de virar. Sería un movimiento muy conveniente si la
Java
podía hacerlo con rapidez, pero tenía muy poca velocidad y había perdido las velas de proa.
Bonden regresó con un vendaje enrojecido alrededor de la cabeza.
—¿Todo va bien, señor? —preguntó.
Jack asintió con la cabeza y dijo:
—Estamos trabajando duro. ¿Cómo están las cosas ahí abajo? ¿Cómo está el señor Byron?