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Authors: Douglas Niles

Erixitl de Palul (22 page)

BOOK: Erixitl de Palul
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En aquel momento vio a Erixitl y no pudo contener las lágrimas de alegría. La muchacha corrió hacia él y lo estrechó entre sus brazos, mientras Poshtli miraba a Halloran. La expresión de alivio y contento en el rostro del ex legionario disipó el dolor de Poshtli.

——¡Estás viva! —exclamó el guerrero, emocionado—. ¡Tenía tanto miedo de no volverte a ver!

——Hal está herido —dijo Erix. Le había quitado la coraza, y se veía el corte por donde había penetrado la punta del sable, por debajo de la axila izquierda.

——Me pondré bien —gruñó Hal, intentando no hacer caso del dolor—. No es grave.

——¡Tanta gente muerta! —se lamentó Erix con pesar. El guerrero asintió, aturdido; él había visto las pruebas—. ¡Qué monstruosa carnicería! —Se volvió hacia Hal—. ¿Por qué? ¿Qué los empuja a cometer semejantes asesinatos?

Halloran bajó la mirada, incapaz de soportar el reproche en los ojos de su amada.

——El que te capturó es un asesino nato. Está loco y es capaz de cualquier atrocidad. En cuanto al resto... —No acabó la frase, avergonzado.

——La emboscada... —dijo Poshtli—. ¿Quién atacó primero?

——Los extranjeros —repuso Erixitl—. Habíamos preparado una fiesta en su honor, y su líder, Cordell, asesinó a Kalnak de un solo golpe. Dijo algo referente a una traición, y entonces lo mató.

——Es evidente que estaba al corriente del ataque, ordenado por Naltecona. La fiesta era una añagaza —explicó Poshtli en voz baja— para llevar a los invasores a una trampa. En cambio, el cazador resultó cazado.

Erix lo miró, atónita. Recordó las armas que, de pronto, habían aparecido en las manos de los guerreros en la plaza, y comprendió que su amigo no mentía. Sin embargo, saber la verdad no la consoló de su pena por la masacre.

——Darién, o el fraile; cualquier de los dos pudo descubrir la trampa gracias a la magia —declaró Hal.

——¡Mi padre! —exclamó Erix—. Tengo que averiguar si no está en peligro.

——Iré contigo, si dejas que te acompañe —ofreció Hal—. Al abrigo de la oscuridad, podemos movernos sin muchos riesgos.

——Tendrás que venir conmigo, quieras o no —respondió la joven—. Hay que curar la herida, y necesitas descansar antes de que puedas viajar a cualquier parte.

Poshtli escuchó las palabras de Erix y, por un momento, miró en otra dirección. Cuando volvió a mirarlos, su rostro mostraba una expresión decidida, pero también apenada.

——Ya no hay ninguna duda de que tendremos guerra —afirmó—. Las obligaciones para con mi patria están claras. Debo volver a Nexal y ofrecer mis servicios a Naltecona.

——Llévate a
Tormenta —
dijo Hal, que comprendía los sentimientos de su amigo—. Es la única manera de poder llegar a la ciudad antes que Cordell. La legión no tardará en ponerse en marcha.

——Pero... —Poshtli vaciló, mientras interrogaba con la mirada a sus compañeros.

——Hal necesita descansar. La herida es profunda —afirmó Erix—. Se quedará en casa de mi padre. No habrá problemas para esconderlo, si te llevas el caballo.

——De acuerdo —asintió Poshtli—. Cuidaos mucho. Os deseo que salgáis con bien de los desastres que se avecinan. Que... Qotal os proteja.

——Adiós, amigo mío —dijo Halloran. Sin preocuparse del dolor, se puso de pie y abrazó al guerrero. También Erix abrazó al nexala durante unos segundos y, cuando se apartó, había lágrimas en sus ojos.

——Cuídate —susurró—, para que los tres podamos volver a encontrarnos.

Poshtli esbozó una sonrisa. Después se volvió para montar en la yegua y, sin perder un segundo, partió a todo galope en medio de las sombras.

——La casa no está lejos... Es allá arriba —indicó Erix, señalando hacia el risco.

Hal asintió, arrugando el gesto ante un súbito espasmo de dolor en el pecho. La muchacha lo guió por las estribaciones del gran risco que dominaba Palul; mientras escalaban, apartaba las zarzas y ramas para facilitar el paso al herido.

——No podemos utilizar el sendero —le explicó, cuando se detuvieron a descansar—. ¿Crees que podrás aguantar?

——No te preocupes por mí —respondió Hal con una sonrisa débil, y ella lo cogió de la mano. El contacto de su piel le dio fuerzas para levantarse y reanudar la marcha.

——No falta mucho. Estamos muy cerca —dijo Erix al cabo de unos minutos, mientras apartaba unas ramas espinosas. La oscuridad era total. Por fin, se detuvo en una pequeña cornisa—. Allí está la casa de mi padre.

Hal recuperó el aliento y miró hacia la choza.

——Tu hogar —exclamó con ternura. Ella lo miró en la oscuridad, y Hal se preguntó si Erix habría adivinado sus sentimientos.

Deseaba poder estrecharla entre sus brazos y no dejar que se apartara de él nunca más. Abajo, en el pueblo, los hombres de su raza habían instalado su campamento, pero se habían convertido para él en seres tan extraños como los despiadados sacerdotes que cada noche practicaban sus sangrientos sacrificios en la gran pirámide de Nexal. La joven que abrazaba era lo único importante de su vida, lo que le daba propósito y sentido. Quería decirle todo esto, pero la expresión de dolor en sus ojos lo obligó a permanecer en silencio.

——¡Hija mía! ¡Estás viva! —La voz que procedía del portal en sombras sonaba llena de energía y felicidad. Un anciano salió al patio, y Halloran lo vio a la luz de la media luna, que acababa de asomar por el horizonte. El hombre caminaba como un ciego, aunque Hal tuvo la impresión de que podía ver mejor que cualquiera de los demás.

——¿Y Shatil? ¿Está contigo? —El tono de Lotil mostraba que ya sabía la respuesta.

——No, padre. Creo que murió en el templo. Los soldados asaltaron la pirámide, y lo arrasaron todo.

El plumista se encorvó de espaldas y caminó hacia la choza, antes de volverse hacia ellos una vez más.

——¿Quién es tu acompañante? —preguntó.

——Es Halloran, el hombre del que te hablé, el extranjero. Vino desde Nexal para ver si me había pasado algo. —Erix hizo un rápido resumen de los sangrientos episodios de la tarde.

——¿Y las sombras, hija mía, todavía persisten? —inquirió el viejo.

——No..., no lo sé, padre —contestó Erix, sacudiendo la cabeza, afligida—. No puedo verlas en la oscuridad, y no he vuelto a mirar hacia el pueblo después del anochecer.

——Yo tampoco puedo ver más que un poco —dijo Lotil. Pese a ello, el viejo no tuvo dificultad para coger las manos de los jóvenes—. Pero hay algunas cosas que puedo ver, y esto es lo que veo para vosotros dos.

Halloran sintió la sorprendente fortaleza del anciano. La fuerza de Lotil lo consoló, y devolvió el apretón, consciente del profundo vínculo de amistad que acababa de surgir entre ambos. No sabía cómo expresarlo, pero no hacía falta las palabras. El apretón definía y simbolizaba sus sentimientos.

——Mis ojos de ciego pueden ver que estáis unidos —añadió Lotil—. Una parte del vínculo está formado por sombras; una oscuridad que no se ha disipado después de los hechos de hoy.

»Pero también hay otra, y confiemos que sea la parte más fuerte, formada de luz, Quizá vosotros dos juntos podríais ser capaces de traer la luz a este mundo tenebroso. Al menos, creo que lo intentaréis.

——¿Luz? ¿Traer la luz al mundo? Padre, ¿de qué hablas? —preguntó Erix, mirando asombrada a Halloran, que le devolvió la mirada, confortado por la expresión de sus ojos y las palabras del viejo.

——No lo sé, niña. Ojalá lo supiera. —El hombre se volvió hacia Hal—. ¡Estás herido! Pasa, debes acostarte.

Halloran miró asombrado al ciego, y de pronto volvió a sentir el dolor agudo en el pecho. Erixitl lo sujetó del brazo y lo acompañó hacia una estera en un rincón de la choza.

Antes de que pudiera alcanzarla, Hal sintió que el mundo daba vueltas a su alrededor. Soltó un gemido y le fallaron las piernas. Lotil y Erix lo sostuvieron, mientras el joven perdía el conocimiento.

Chical, jefe de los Caballeros Águilas, se presentó ante Naltecona sin vestir los harapos exigidos a los visitantes del salón del trono.

Esta vez no hacían falta. Las marcas de la batalla señalaban las piernas, los brazos y el rostro del guerrero. Su capa de plumas no era más que un sucio pingajo. Mientras caminaba hacia el trono, su fatiga resultaba tan evidente que era un milagro verlo de pie. A pesar de su agotamiento, el caballero había sido capaz de llegar desde Palul hasta Nexal.

Ahora lo mantenía el orgullo, y sostuvo la cabeza erguida hasta que se arrodilló delante de la gran litera de
pluma,
que era el trono de Naltecona.

——¡Levántate y habla! —ordenó el reverendo canciller.

——¡Oh, mi señor, ha sido un desastre! ¡Mil veces peor de lo que podríamos haber imaginado!

——¡Explícate! —Naltecona abandonó la litera de un salto. La capa de plumas flotó en el aire mientras se acercaba al guerrero en hinojos—. ¿Dónde está Kalnak?

——Muerto, asesinado con el primer golpe de la batalla. Mi señor, estaban advertidos de la emboscada. Se habían preparado, y desencadenaron su propio ataque sin darnos tiempo a actuar. —Con lágrimas en los ojos, Chical narró todos los detalles del combate, y Naltecona volvió a su trono. Su rostro perdió toda expresión y un velo le cubrió la mirada, hasta el punto de que parecía no escuchar.

——Entonces, crearon un humo asesino, una niebla que se coló en los escondites de nuestros hombres, que murieron al respirarlo. Reverendo canciller, debemos preparar de inmediato nuestras defensas si pretendemos hacer frente a estos hombres..., en el caso de que lo sean.

——No, no lo son —replicó Naltecona, resignado—. Ha quedado claro que no son hombres.

Se levantó para recorrer el estrado. Los cortesanos y sirvientes que se encontraban a sus espaldas contemplaron con horror y pena el rostro de Chical, bañado en lágrimas.

——Mi señor —dijo el Caballero Águila, poniéndose de pie—. Dejad que reúna a todos nuestros guerreros. Podemos contenerlos en los puentes. Evitaremos que entren en la ciudad.

Naltecona suspiró, un sonido que resonó en el silencio de la sala. Las sombras del atardecer aparecieron en el suelo mientras el gobernante se paseaba arriba y abajo. Por fin se detuvo y miró a Chical.

——No —dijo—. No habrá batallas en Nexal. Pedí a los dioses que nos favorecieran con una victoria en Palul, para poder demostrar que los invasores eran mortales como nosotros. El resultado ha confirmado lo contrario.

»La prueba es evidente —añadió Naltecona—. Los extranjeros no son hombres sino dioses. Cuando lleguen, los recibiremos con todos los honores que su condición merece.

——Pero, mi señor... —Chical se adelantó, dispuesto a protestar, pero enmudeció ante la mirada del reverendo canciller.

——Es mi decisión. Ahora, dejadme en paz con mis oraciones.

De las crónicas de Coton:

Escritas en las últimas y tristes semanas del Ocaso, a medida que se aproxima el final.

Permanecí mudo mientras escuchaba las palabras de Chical, un relato terrorífico acerca de la matanza en Palul. Una vez más, Naltecona ordenó a sus cortesanos que se retiraran, y me pidió que permaneciera con él.

Después se paseó inquieto y temeroso a mi alrededor. Me acusó de engañarlo y lloriqueó ante la inminente llegada de los extranjeros. Espantado, no se le ha ocurrido otra salida que la cobardía de la rendición.

Por primera vez, maldigo mi voto. Ojalá pudiera cogerlo de los hombros y sacudirlo, gritarle a la cara todo lo que sé, para despertarlo de su ceguera. ¡Tengo ganas de maldecirlo, de decirle que, si abre las puertas de la ciudad, no hará más que ayudar a la destrucción de sí mismo y de su pueblo!

Pero debo mantener mi silencio, y al final él se ha dormido. Es un sueño inquieto, porque, mientras descansa, grita y llora.

10
La marca de Zaltec

Los bloques de piedra pulida de la cúpula del observatorio encajaban entre ellos a la perfección, sin una sola fisura, soportados por el peso de sus vecinos. Aquí, en la colina más alta de Tulom—Itzi, Gultec y Zochimaloc pasaban la noche dedicados al estudio de las estrellas.

Unas aberturas en la cúpula permitían a los observadores seleccionar el cuadrante del cielo que más les interesaba. La oscuridad en el exterior era total, ya que era el período de luna nueva, y, tal como había dicho Zochimaloc, la situación era ideal para la observación.

——Pero sabemos que la luna volverá. Mañana comienza el cuarto creciente —explicó el maestro, recalcando un hecho evidente—. En una semana, alcanzará la mitad de su tamaño y, a la siguiente, tendrá su plenitud.

——Eso lo sé, maestro —dijo Gultec, confuso. Zochimaloc cruzó la sala del observatorio, al tiempo que señalaba varios de los agujeros por el lado oeste.

——Y aquellas estrellas, las errantes —añadió el anciano, sin hacer caso de las palabras de Gultec—, son portadoras de extraordinarias maravillas para el mundo.

El Caballero Jaguar consideró poco oportuno comentar que también conocía este hecho. En cambio, prestó atención a las explicaciones de Zochimaloc.

——Dentro de catorce días, cuando se eleve la luna llena, ocultará a las tres errantes. Desaparecerán detrás de la luna, y permanecerán invisibles para todo el mundo.

——¿Cuál es el significado de todo esto, maestro? —preguntó Gultec, intrigado por la descripción.

Zochimaloc soltó una carcajada severa.

——¿Qué significa? No lo sé a ciencia cierta. Como siempre, la luna llena alumbrará al mundo, y ocurrirán grandes cosas; cosas que no podemos predecir y, quizá, ni siquiera explicar.

»Pero cuando la luna comience a menguar, el Mundo Verdadero ya no será el mismo.

Mientras cabalgaba velozmente durante la noche, después de la batalla, Poshtli pasó junto a miles de fugitivos. Los mazticas contemplaban aterrorizados el paso del guerrero a lomos del monstruo.

Se detuvo para descansar unas horas a la salida del alto, y después volvió a la carretera. Entró en el valle de Nexal a media mañana, y, para el mediodía, la yegua cruzó los puentes, cubierta de sudor, y recorrió las calles de la ciudad hasta dejarlo a las puertas del palacio de Naltecona, en la plaza sagrada.

Poshtli encargó a dos esclavos que se ocuparan de
Tormenta
y, sin perder un segundo, corrió por los pasillos del palacio hasta la sala del trono.

El guerrero se echó los harapos de una capa sobre los hombros, y abrió las puertas. Vio a su tío, paseando por el estrado sin ocultar su agitación, que dominaba cada uno de sus gestos bruscos y sus miradas de desconfianza.

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