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Authors: Douglas Niles

Erixitl de Palul (24 page)

BOOK: Erixitl de Palul
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Los prisioneros eran en su mayoría kultakas, capturados por los nexalas en las alturas de Palul. Por supuesto, Shatil creía que los centenares de nexalas atrapados en la batalla correrían la misma suerte a manos de sus enemigos. No sabía nada de la orden de Cordell que prohibía los sacrificios.

Cuando llegó a la cima, miró hacia el este. En lo más alto de las laderas, en el paso entre los dos grandes volcanes, podía ver las hogueras del campamento legionario. Mañana llegarían a la ciudad, y Naltecona los recibiría como invitados.

——¡De rodillas! —gritó Hoxitl, en el momento en que Shatil, el primero de los iniciados, daba un paso al frente.

Shatil se arrodilló estremecido de emoción, mientras Hoxitl abría el pecho de un cautivo y le arrancaba el corazón. El sumo sacerdote levantó la víscera en dirección al sol poniente, y después la arrojó por la boca de la estatua de Zaltec.

Se volvió hacia la figura arrodillada de Shatil, con la mano extendida, y entonces hizo una pausa. La sangre goteaba de sus dedos mientras contemplaba al joven con una mirada penetrante, capaz de descubrir hasta sus debilidades más íntimas, y también su devoción apasionada por Zaltec, y esto era lo que buscaba Hoxitl.

——¡Con esta marca, tu vida pertenece a Zaltec, eterno señor de la noche y la guerra! ¡Tu sangre, tu corazón, tu alma son suyos, para emplearlos según sus deseos, a mayor gloria de su nombre todopoderoso!

——Lo entiendo y acepto —entonó Shatil. Con una sonrisa, irguió la cabeza, listo para recibir el contacto de la mano del patriarca.

——¡Que el poder de Zaltec te proteja a través de esta marca! ¡Que endurezca tu piel a las armas plateadas del enemigo! ¡Que aguce tu mirada y avive tu ingenio, para que cuando comience el combate no desfallezcas ni fracases!

La alegría estremeció el cuerpo de Shatil. Estaba listo para recibir la marca.

En realidad, nada habría podido prepararlo para el terrible dolor que le atravesó el pecho y se transmitió con la velocidad del rayo por cada nervio de su cuerpo. Tensó los músculos y apretó los dientes, sin dejar que de sus labios surgiera ni un gemido. Sintió que el sudor brotaba de todos sus poros, y vio caer las gruesas gotas al suelo. Aun así, se mantuvo en silencio y miró con valentía el rostro del sumo sacerdote.

El hedor de la carne quemada se extendió por la plataforma, y por fin el patriarca apartó la mano. Shatil se bamboleó por un instante, pero de inmediato notó cómo un nuevo poder le invadía el cuerpo. Se levantó de un salto, con la herida todavía humeante.

La energía inundaba sus músculos. Una hoguera ardía en su corazón, y comprendió que estaba preparado para matar o morir por Zaltec. Se sentía invencible. Mientras se esforzaba por contener su entusiasmo, se hizo a un lado para presenciar el resto de la ceremonia.

Uno tras otro, la docena de aspirantes pasaron por el mismo ritual. Varios eran Caballeros Jaguares, y había dos clérigos de Zaltec. El resto eran lanceros.

Uno de estos últimos gritó al sentir la quemadura, y al instante los demás lo sujetaron para colocarlo sobre el altar, donde el patriarca le arrancó el corazón en penitencia por su falta de fe. Los demás aceptaron la marca con el silencio y el estoicismo de verdaderos fanáticos.

Por fin formaron en fila delante de Hoxitl, quien les dirigió una arenga mientras los acólitos lanzaban los cadáveres de las víctimas por uno de los costados de la pirámide.

——Sois hombres valientes, y miembros de una orden sagrada: el culto de la Mano Viperina. Nuestra meta es la destrucción de los extranjeros llegados desde el otro lado del mar, que no sólo amenazan a nuestra tierra, sino también a los propios dioses. —El patriarca hizo una pausa, y miró a cada uno de los guerreros.

»Ahora, y en nombre de Zaltec, os debo ordenar una cosa muy difícil. ¡Os debo ordenar que esperéis! Nuestro número aumenta cada día, y muy pronto tendremos las fuerzas necesarias para derrotarlos. ¡Mañana entrarán en la ciudad, y muy pronto recibiréis la orden de atacar!

»Hasta entonces, debéis manteneros apartados de los extranjeros. ¡Si os acercáis a ellos, el poder de Zaltec os podría impulsar a matar!

»Pero os puedo prometer una cosa. Cuando llegue el momento de actuar, atacaremos con todas nuestras fuerzas y con la velocidad del rayo. Podréis saciar vuestra sed de sangre con plenitud.

»¡Y Zaltec comerá bien!

Con el alba, la legión reanudó la marcha, dispuesta a la guerra pero confiando en la paz. Esta vez la caballería iba a la cabeza, y los jinetes recorrían los campos con las lanzas en ristre, atentos a cualquier imprevisto. La compañía de infantería ligera y los ballesteros marchaban en una formación más amplia, listos para desplegarse. Los kultakas y payitas se extendían en una larguísima columna detrás de los veteranos de Cordell.

Delante, tenían la gran ciudad construida en el fondo del verde y ubérrimo valle. Los cuatro lagos resplandecían a la luz del sol, y el color de los campos anunciaba la proximidad de la cosecha.

Por ahora todo permanecía en calma. No había ni un solo obstáculo en el camino hasta el puente tendido sobre el lago, que llevaba al centro de la ciudad.

Al frente de sus tropas, Cordell contuvo la respiración ante el esplendor de Nexal. Sus edificios, grandes y pequeños, brillaban como gemas. Entre la blancura de las construcciones, vio los maravillosos colores de los jardines y mercados.

——Loado sea Helm —murmuró el fraile, que cabalgaba junto a Darién—. ¿Quién habría imaginado que estos salvajes paganos fueran capaces de construir un lugar como éste?

El silencio asombrado de Cordell sirvió de respuesta.

——Se preparan para darnos la bienvenida —observó Darién.

En efecto. Al cabo de unos minutos, todos pudieron ver a los emisarios vestidos de gala, que los esperaban junto al puente. La brisa refrescó a los hombres, que ahora marchaban casi a la carrera, entusiasmados por el botín.

Los jinetes fueron los primeros en alcanzar la orilla del lago y en ver más detalles. Las barandillas del puente aparecían cubiertas de flores, una muchedumbre permanecía alineada en las aceras, y junto a los emisarios había esclavos cargados con paquetes; más regalos de parte de Naltecona.

Cuando el capitán general y sus lugartenientes llegaron a la entrada del puente, tuvieron la última prueba de la bienvenida. Cordell detuvo su caballo delante de los emisarios y, sin desmontar, miró con expresión severa hacia el otro extremo de la calzada.

No se había equivocado. Naltecona venía a recibirlo.

El reverendo canciller de Nexal, amo y señor del corazón del Mundo Verdadero, viajaba en una litera que flotaba a un metro del suelo. Un palio de
pluma
se movía suavemente por encima de su cabeza, para proveerlo de sombra. Lo precedía una procesión de cortesanos ataviados con sus mejores galas, que lanzaban flores sobre la calzada para que su litera se moviera sobre un lecho de pétalos. Detrás, venían varias doncellas hermosas que agitaban grandes abanicos.

La comitiva avanzó con gran pompa y boato hacia donde esperaba Cordell. Más atrás, se veía una columna de mazticas cargados de regalos para los extranjeros. Los nexalas que había a lo largo del puente se prosternaban tocando el suelo con la frente a medida que el gobernante pasaba frente a ellos.

La litera se detuvo a unos metros del capitán general y, posándose en el suelo, cambió su forma para que Naltecona se pusiera de pie, sin ningún esfuerzo aparente de su parte. El gobernante se irguió en toda su estatura y comenzó a caminar con porte majestuoso. Una enorme corona de plumas esmeraldas le ceñía la cabeza, y una capa de plumas multicolores exageraba la amplitud de sus hombros. Su rostro era bien parecido, y la nariz aquilina acentuaba la nobleza de sus rasgos. La intensidad de su mirada revelaba su inteligencia, su curiosidad, y también un poco del respeto que le producían los recién llegados.

Cordell desmontó y reguló la velocidad de su paso de forma tal que los dos hombres se encontraron a la misma distancia de sus comitivas. Darién lo siguió, unos pasos más atrás y bien cubierta de los rayos del sol, para oficiar de intérprete.

——Mi gran capitán general —dijo Naltecona—, os doy la bienvenida a vos y a vuestros hombres a mi ciudad. Os invito al palacio de mi padre, como mis huéspedes más ilustres.

Después de escuchar la traducción de Darién, Cordell sonrió e hizo una pequeña reverencia.

——Es una invitación que acepto con muchísimo agrado —contestó—. Nuestra acogida en otras partes de Maztica no ha sido tan grata.

——Os recibimos con los brazos abiertos —manifestó Naltecona con toda sinceridad—. Pero tengo que pediros que vuestros aliados (nuestros enemigos de siempre, los kultakas) acampen en la orilla del lago y no crucen a nuestra isla.

——Nos acompañarán a la ciudad —afirmó Cordell, sin desviar la mirada del reverendo canciller.

——No hay lugar suficiente para ellos —insistió el gobernante—, y será muy difícil evitar que mi gente...

——Dormirán en las calles si es necesario —lo interrumpió el comandante—, pero los kultakas entrarán con nosotros.

——De acuerdo. —Naltecona agachó por un instante la cabeza, en una involuntaria señal de obediencia.

Un minuto más tarde, la Legión Dorada desfiló por la calzada. La muchedumbre observó su paso boquiabierta, dejándoles mucho espacio. Desde el lago, otra multitud embarcada en canoas contemplaba cómo los extranjeros penetraban en la fabulosa y exótica ciudad de Nexal, corazón del Mundo Verdadero.

De las crónicas de Coton:

Mientras los dioses dirimen sus pleitos, la humanidad aguarda su destino.

Los seguidores de Helm han entrado en Nexal, y con ellos ha llegado su poderoso dios, Zaltec rabia indignado, y entre los dos seres inmortales crece el odio que conducirá al terror y la destrucción.

Noto la presencia de los extranjeros por toda la ciudad. Sus grandes bestias han sido atadas delante de la puerta de mi templo. Su olor flota en el aire, y su ansia de oro es una cosa palpable, un deseo que jamás había conocido.

Vero, así como los extranjeros desean el oro, el culto de la Mano Viperina ansía la guerra. Hasta el momento, la voluntad de Naltecona los ha contenido, pero es una cadena muy débil.

Sólo bastará una pequeña presión para que se rompa.

11
Una boda ante Qotal

——Éste era el palacio de mi padre, Axalt —explicó Naltecona, al tiempo que pasaba en compañía de Cordell y Darién por un enorme portal que daba a un largo y fresco pasillo. Poshtli los siguió, incómodo y poco seguro con su nuevo papel como consejero del canciller. Las lujosas prendas adecuadas para los cortesanos le pesaban, y echaba de menos la sencillez de su capa de Águila.

Pero, desde luego, jamás podría volver a llevarla.

——Sería un honor muy grande para mí si aceptarais convertirlo en vuestra casa —añadió el soberano.

El palacio, casi tan enorme como la residencia de Naltecona, era otro de los edificios de la plaza sagrada. Los kultakas y payitas habían montado su campamento en la plaza, vigilados por los nerviosos e inquietos guerreros nexalas. En cambio, los legionarios habían sido alojados en las numerosas habitaciones de la mansión.

——Vuestra bienvenida ha sido muy cordial —comentó Cordell, e hizo una pausa para que Darién se encargara de la traducción.

La maga vestía una túnica de seda roja. Su piel parecía más blanca por el contraste, y una peineta incrustada de rubíes ponía una nota de color en sus albinos cabellos. Era muy hermosa, pero su belleza resultaba fría y distante, pensó Poshtli.

——Es evidente que no puedo dar crédito a los rumores que he escuchado —añadió Cordell— de que habéis sido quien ordenó atacar a la legión en Palul. —Una vez más, esperó mientras estudiaba el rostro del canciller para ver su reacción.

——Sí, no son más que una sarta de mentiras —afirmó Naltecona con la mirada baja—. ¡Los jefes que ordenaron semejante traición recibirán su castigo!

——Creo que ya han pagado por sus fechorías —dijo Cordell con severidad—. Sólo deseo que no vuelva a ocurrir, porque tendríamos que actuar de una forma mucho más contundente.

——Os doy mi palabra —prometió el reverendo canciller de Nexal.

——Y yo la acepto. —Durante un rato conversaron gentilmente, mientras Cordell expresaba su admiración y deleite por las maravillas contenidas en el palacio de Axalt. Recorrieron grandes jardines donde abundaban los senderos recoletos, fuentes y estanques, y flores a cada cual más bonita.

Las habitaciones eran tan grandes que se parecían más a galerías techadas, con magníficos tapices, trabajos de pluma y pinturas en las paredes. En otras, había nichos con pequeñas estatuas de jade y obsidiana.

Por fin, entraron en una sala donde había muchos objetos de oro. Además, en los nichos había réplicas a escala real de cabezas humanas.

——Mis antepasados, la dinastía de los reverendos cancilleres de Nexal —comentó Naltecona—. Es una línea que se remonta a quince generaciones, y todos son miembros de mi familia.

Poshtli observó los ojos de Darién y Cordell mientras caminaban admirando los objetos de oro. La mirada de la maga era fría, indiferente a las riquezas. En cambio, los oscuros ojos del general brillaban embelesados ante la abundancia del metal precioso.

——Es una magnífica tradición —dijo Cordell—. Os aseguro que no tenemos la intención de interrumpirla.

Naltecona hizo una pausa y miró al capitán general después de que Darién hizo la traducción. Los dos hombres se miraron a los ojos sin descubrir sus verdaderas intenciones.

——Ahora —añadió Cordell—, os debo hablar con franqueza. Lo hago, consciente de que prestaréis atención y me comprenderéis.

Mientras hablaba, dio un paso adelante, ocultando a Darién. En cuanto acabó de traducir, la maga añadió una frase propia, un encantamiento, destinado al general.

Naltecona soltó una exclamación y retrocedió, azorado, cuando el comandante comenzó a crecer. Poshtli, en un acto reflejo, echó mano a su
maca,
sin recordar que iba desarmado, y después contempló pasmado el milagro, ignorante del truco. El cuerpo, las ropas y la espada de Cordell continuaron creciendo hasta alcanzar una altura de casi cuatro metros. Con la cabeza casi tocando el techo de paja, el comandante puso los brazos en jarras y miró a Naltecona.

El reverendo canciller dio otro paso atrás, pero después se mantuvo firme, dispuesto a no ceder a la tentación de escapar.

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