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Authors: Douglas Niles

Erixitl de Palul (26 page)

BOOK: Erixitl de Palul
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——¡Deprisa, la lámpara! —exclamó el asesor.

Cuando la luz de la lámpara alumbró el interior de la gran cámara secreta, los tres hombres soltaron una exclamación de asombro. Alvarro entró con la lámpara en alto, con los otros dos pegados a sus talones.

——¡Es increíble! —susurró Domincus, mientras miraba a su alrededor.

Los otros, demasiado atónitos para hablar, guardaron silencio. Avanzaron poco a poco, tropezando con objetos desparramados por el suelo. A lo largo y ancho de la cámara, alumbrada por el farol de Kardann, se veían montañas de oro. Escudos, fuentes y vasos, cajas y cajas llenas de polvo de oro, se amontonaban hasta casi tocar el techo, y de pared a pared.

Había tanta riqueza en esta habitación que todos los tesoros que habían conseguido hasta el presente resultaban despreciables.

——¡En presencia del dios, sois a partir de ahora marido y mujer! —dijo Lotil, cuando Halloran y Erix entraron en la casa, después del amanecer.

La pareja se detuvo, sorprendida. El anciano soltó una risita y los invitó a pasar.

——Si es ésta la costumbre de tu pueblo, la acepto con agrado —declaró Halloran, con el brazo sobre los hombros de Erix. Él mismo se sentía sorprendido por la firmeza de su respuesta, pero comprendió que pasar el resto de su vida con la muchacha era la prolongación natural del amor que compartían—. Quiero que seas mi esposa, ¿y tú?

——¿Lo juras para toda la vida? —preguntó Erix.

——Sí.

——Yo también —dijo la muchacha—. Pero que quede claro que no es la costumbre de nuestro pueblo. ¿Por qué has dicho que ya estábamos casados, padre?

——No es una cuestión de costumbre, ni la costumbre de nuestro pueblo ni de nadie más. Es una cuestión del destino. Está en la luz y la oscuridad que ves, en la luz y la oscuridad que eres tú.

»¿Es que no puedes ver lo que se ha unido en vosotros dos? —preguntó Lotil—. Hasta yo, ciego como una piedra, lo veo. Este hombre ha llegado desde el otro lado del gran océano, y enseguida ha abandonado a sus compañeros. A ti te arrancan del hogar para convertirte en esclava, ¡y te conducen a través del Mundo Verdadero para que puedas estar allí cuando él llegue!

»Entonces —Lotil hizo una pausa para reír, antes de poner la piedra final de su razonamiento—, aparece el
coatl,
el heraldo de Qotal, y te otorga el don de lenguas que te permite hablar el idioma de los extranjeros. Después vuelves aquí, a Nexal, donde no sólo puedes ver las sombras del desastre inminente, sino también la luz de la esperanza. Es justo que vosotros dos os enfrentéis unidos a la luz y a la sombra, porque es la única manera de ser auténticamente fuertes.

——Tienes razón —asintió Erix en voz baja, sujetando la mano de Hal.

——Ahora, pasad. Tenemos que hablar. —Lotil los acompañó hasta las esteras junto al fogón. Tomaron asiento, y el viejo les sirvió chocolate caliente y tortillas de maíz con huevos duros.

——Has dicho «marido y mujer en presencia del dios» —comentó Halloran cuando Lotil se sentó junto a ellos—. ¿Te referías a Qotal?

——Desde luego, al Plumífero —respondió el viejo—. El único dios verdadero que ofrece la esperanza de sobrevivir en estos tiempos de caos y destrucción.

——He oído hablar de Qotal. Pero Erixitl me ha dicho que abandonó Maztica siglos atrás. Hasta sus clérigos hacen voto de silencio.

——Sí. No obstante, no debes olvidar que Qotal prometió volver. Ocurrirán varios hechos que anunciarán su retorno. Uno ya ha tenido lugar.

——Así es —señaló Erix—. Vimos al
coatl.
Sé que a la serpiente emplumada se la considera como la primera señal.

——Nadie sabe mucho de los demás. Las leyendas hablan de la Capa de una Sola Pluma y del Verano de Hielo. ¡Realmente increíble! ¿Cómo puede existir una pluma tan grande para hacer con ella sola una capa? ¿O ver que el agua se congela a la luz del sol ardiente del verano? Sin embargo, la aparición del
coatl
es muy importante.

»En cuanto a ti, hijo mío —añadió Lotil con gran afecto, mirando a Halloran—, está pendiente el tema de la dote.

Hal lo observó con curiosidad mientras el viejo se levantaba para ir a un rincón de la casa, donde había un arcón. Levantó la tapa y comenzó a rebuscar en el interior.

El joven miró a Erixitl y vio su sonrisa. ¡Su esposa! En aquel momento comprendió que su sueño se había convertido en realidad. Recordó su promesa; nunca más dejaría que ella se apartara de él, y se sintió feliz ante la perspectiva de su cumplimiento.

Erix tendió una mano para sujetar la suya, y en la felicidad dibujada en su rostro encontró todas las esperanzas que necesitaba. Decidió que las preguntas acerca del futuro las responderían a su debido momento.

——Ya está —dijo Lotil, cuando volvió a reunirse con los jóvenes. Traía dos pulseras de plumas—. Extiende las manos.

Hal obedeció, y Lotil le colocó las pulseras en las muñecas, que se ajustaron sin apretar. El contacto de las plumas resultaba suave y agradable sobre la piel.

——Utilízalas bien. Puede que no parezcan ser gran cosa, pero creo que llegarás a... apreciarlas. —Lotil palmeó el hombro de Hal afectuosamente.

——Gracias, muchísimas gracias —replicó el joven con sinceridad—. ¿Para qué sirven? ¿Cómo debo utilizarlas?

——A su debido tiempo, hijo mío, a su debido tiempo. ¡Ahora debemos celebrarlo!

Comieron uno de los patos del corral de Lotil, y hasta bebieron una jarra de
octal
que el anciano había guardado para una ocasión como aquélla. Una sensación de bienestar y alegría inundó a los participantes de la sencilla fiesta.

Mientras celebraban, se olvidaron de los ejércitos de Nexal, de la legión, de la fabulosa ciudad repleta de tesoros, y de su culto a la violencia.

Sólo en una ocasión, cuando Erix miró hacia la puerta, recortada por la luz de sol, pudo ver las sombras que esperaban en el exterior.

——Es algo absolutamente increíble, mucho más fabuloso aún de lo que habías dicho —afirmó Cordell, palmeando la espalda de Kardann—. Éste ha sido el mayor de nuestros descubrimientos, mi buen amigo.

Varios legionarios se encargaban de recoger los objetos de oro y otros tesoros, para acomodarlos por orden, mientras el asesor iba de un lado a otro haciendo una primera valoración.

——Aquí hay el equivalente a millones de piezas —murmuraba—. ¡El problema es saber cuántos millones!

El general contempló atónito los centenares de pequeñas estatuillas de oro acumuladas en una pila que no dejaba de crecer. Eran del tamaño aproximado de una mano y representaban diversos objetos, incluyendo los órganos sexuales humanos, animales y unas figuras grotescas que parecían corresponder a alguna deidad bestial.

——¡Mirad esto! —gritó Kardann, señalando una hilera de vasijas llenas de polvo de oro. Los legionarios ya habían recogido una docena, y todavía quedaban muchas más dispersas por la cámara.

Cordell, el fraile y el asesor supervisaban el trabajo de los soldados a la luz de varias lámparas. Una pareja de legionarios vigilaba la entrada a la cámara del tesoro.

De pronto, un terrible alarido los hizo mirar a todos hacia la puerta. Vieron un relámpago de piel moteada, y oyeron el golpe seco de un arma: una
maca
con filo de obsidiana. Uno de los guardias gritó de dolor, y entonces la figura amarilla y negra penetró en el cuarto.

Kardann soltó un chillido de pánico y se alejó de la puerta. Cordell desenvainó su espada para hacer frente al ataque del Caballero Jaguar. El rostro del hombre, visible a través de las mandíbulas del casco, aparecía desfigurado por el odio.

Sin perder la calma, Cordell lanzó su estocada, al mismo tiempo que el otro guardia. Atravesado por delante y detrás, el guerrero cayó al suelo y giró sobre sí mismo; por un instante, su mirada de odio se clavó en los invasores, y después expiró. El breve encuentro había sacudido la confianza de los legionarios, que se miraron los unos a los otros, un tanto preocupados.

——¿De dónde habrá salido? —tartamudeó Kardann.

——Sin duda es un renegado, escondido en algún rincón del palacio —sugirió el fraile—. Ya os había advertido que no se puede confiar en estos salvajes traicioneros.

Cordell no hizo caso de las palabras de Domincus, y se dedicó a estudiar al muerto. Sentía una vaga inquietud, estimulada por la expresión en el rostro del hombre. Jamás había visto a nadie mostrar un odio tan fanático, un ansia desesperada por matar. Al mover el cuerpo, se abrió la armadura de piel de jaguar.

——¿Qué es esto? —exclamó, sin disimular su horror.

En el pecho del nativo había una marca. Un rombo rojo que hacía recordar la cabeza de una serpiente.

El general se apartó del cadáver y miró a sus hombres.

——No podemos tolerar este tipo de cosas. Debemos enseñar a Naltecona que con nosotros no se juega. —Cordell dio un puñetazo contra la palma de su mano, y añadió en un susurro—: ¡Es hora de tomar medidas más duras!

De las crónicas de Coton:

Entre visiones de la oscuridad que se acerca...

El
coatl
acosa mis sueños. La serpiente emplumada vuela por mi mundo, pero sólo allí donde nadie más puede verla. Quizás el heraldo de la esperanza sólo es una ilusión que me tienta con el recuerdo de una promesa que no se realiza.

Pero debo aceptar la esperanza, porque todo lo demás es desesperación. La imagen de la diosa araña, Lolth, se acerca. Zaltec, llevado por su arrogancia, no le presta atención. Cada día es más fuerte.

Sus sacerdotes, que propagan el culto de la Mano Viperina, le ofrecen cada noche un monstruoso banquete de corazones, a medida que marcan más y más iniciados. Zaltec aplaca su hambre, mientras sus fieles conspiran para lanzar su poder contra los extranjeros.

Los hombres de la Legión Dorada viven ahora protegidos por las paredes de la plaza sagrada. Hasta ahora, los sacerdotes han conseguido mantener a raya al culto, pero el odio de los marcados crece como la marea y no tardará en desbordarse.

Y, cuando se produzca el choque entre la fuerza de la Mano Viperina y el poder de los invasores —demostrado en Kultaka y Palul—, el resultado será una explosión que destruirá la ciudad.

12
Un imperio encadenado

Naltecona se despertó de pronto, y guiñó los ojos ante la luz brillante de las lámparas de aceite.

——¿Qué significa esta intrusión? —exclamó, tan sorprendido como indignado. La luz dirigida a su rostro le molestaba la visión, pero alcanzó a ver que los inesperados visitantes eran Cordell, Darién, el sacerdote y media docena de legionarios. Estos últimos exhibían sus sables, manchados de sangre. En el suelo de la antecámara, el canciller vio los cadáveres de sus esclavos personales.

——¡Hemos sido atacados en las habitaciones que nos habéis dado! —lo acusó Cordell—. Por uno de vuestros Caballeros Jaguares.

——Si es verdad, ha desobedecido mis órdenes —protestó Naltecona. Abandonó el lecho para enfrentarse al capitán general.

——Quizás. En cualquier caso, debemos tomar medidas para proteger nuestra seguridad. ¡No podemos tolerar que se vuelva a repetir!

——¡Debéis comprender que vuestra presencia en la ciudad tampoco es tolerable para parte de mi gente!

——Estamos aquí como invitados, y nuestra seguridad es responsabilidad vuestra. ¡A la vista de que no sois capaz de asumirla, nos encargaremos nosotros!

——¡Esperad! —El reverendo canciller levantó una mano. Sentía más curiosidad que miedo; hasta se olvidó de su enfado por la intrusión en sus esfuerzos por analizar el problema—. El guerrero..., ¿os habéis fijado si llevaba la marca de la Mano Viperina en el pecho?

——Conque eso era aquella cosa... Sí, la llevaba —respondió Cordell—. ¿Qué significa?

——Forman una legión de sacerdotes y guerreros —dijo Naltecona—. Todos han hecho juramento de defender el nombre de Zaltec hasta la muerte, y creen cumplirlo oponiéndose a vuestras fuerzas. He prohibido toda violencia, pero siempre hay fanáticos incontrolados. Me disculpo por este incidente.

——No será suficiente con una disculpa —replicó Cordell en un tono casi de pesar.

——¿Qué queréis decir? —Naltecona se irguió con toda valentía—. ¿Habéis decidido matarme?

——No —contestó Cordell—. Vuestra muerte sería un acto inútil para ambos. En cambio, os trasladaréis con nosotros al palacio de Axalt. —El general miró a los ojos del canciller y con voz firme añadió—: Permaneceréis allí como nuestro prisionero.

——¿Qué ocurre? —preguntó Poshtli, al entrar casi a la carrera en la sala del trono, a media mañana. No había nadie en el estrado, pero vio a un pequeño grupo de guerreros al otro lado de la habitación.

——Naltecona se ha marchado al palacio de Axalt para vivir con los extranjeros —le informó uno de los guerreros.

——¿Por su propia voluntad? —exclamó Poshtli, asombrado.

——Creo que no —añadió su interlocutor—. Mataron a sus esclavos.

——¡Debemos rescatarlo, o morir en el intento! —afirmó Poshtli—. ¡Los extranjeros han firmado su sentencia de muerte con este sacrilegio!

——Yo no estaría tan seguro —replicó el guerrero, moviendo la cabeza—. Chical se disponía a rescatarlo al frente de un grupo de caballeros, cuando el propio Naltecona apareció en la terraza del palacio para ordenarle que volviera a su cuartel.

Poshtli lo miró asombrado, y después dio media vuelta. Salió de la sala a toda carrera y, sin aminorar el paso, recorrió los interminables pasillos del palacio de Naltecona hasta la salida. Se detuvo por un instante y, sin tanta prisa, atravesó la plaza sagrada hasta el portón del palacio de Axalt.

Un hombre de bigotes y rostro agrio montaba guardia en la entrada, armado con una alabarda. A su lado había otro hombre mucho más bajo, uno de aquellos que los extranjeros llamaban «enanos», que también miró al guerrero con malos ojos.

Poshtli se detuvo ante ellos e intentó recordar las palabras del idioma vulgar que le habían enseñado Halloran y Erix.

——Debo... hablar con Naltecona —dijo, mirando a los centinelas.

——Nadie puede hablar con él sin el permiso del capitán general —respondió el más alto.

Poshtli dio un paso adelante, y el centinela lo amenazó con la alabarda.

——¿Está... aquí? —preguntó el nexala.

——Así es. Se ha invitado a sí mismo —contestó el soldado, con una sonrisa burlona.

——¡Es mentira! —exclamó Poshtli.

El hombre lanzó un golpe con el astil contra el rostro del joven, pero Poshtli lo esquivó dando un paso atrás. El centinela giró la alabarda para enfrentarse al guerrero con la hoja, mientras el enano se apresuraba a retroceder, al tiempo que miraba hacia el interior en busca de refuerzos.

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