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Authors: Fritz Leiber

Tags: #Fantástico

Espadas y demonios (25 page)

BOOK: Espadas y demonios
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—El guardián que está sobre la puerta en la calle de la Pacotilla nos instruyó para que nos presentáramos a ti en persona, gran Krovas, pues el Maestro Mendigo nocturno está de permiso por razones de higiene sexual. ¡Hoy hemos conseguido una buena ganancia!

Y manoseando en su bolsa, ignorando en la medida de lo posible la fuerte presa en sus hombros, sacó la moneda de oro que le había dado la cortesana sentimental y la mostró con mano temblorosa.

—Ahórrame tu inexperta actuación —le dijo severamente Krovas—. No soy uno de tus primos. Y quítate ese trapo de los ojos.

El Ratonero obedeció y volvió a ponerse tan firme como le permitía la manaza que le sujetaba por el hombro, sonriendo con una despreocupación más aparente a causa de despertar de sus incertidumbres. Era de suponer que no se comportaba con tanta brillantez como había creído.

Krovas se inclinó hacia adelante y le dijo con placidez, aunque perforándole con la mirada:

—De acuerdo con que os ordenaron eso... y muy mal hecho, por cierto. ¡E1 guardián de la puerta pagará por su estupidez! Pero, ¿por qué estabais espiando en una sala más allá de ésta cuando os descubrí?

—Vimos que unos valientes ladrones huían de esa habitación —respondió el Ratonero sin vacilar—. Temiendo que algún peligro amenazase al Gremio, mi camarada y yo investigamos, dispuestos a frustrarlo.

—Pero lo que romos y oímos sólo nos llenó de perplejidad, gran señor —añadió Fafhrd con toda naturalidad.

—No te he preguntado a ti, idiota. Habla cuando te hablen —le espetó Krovas. Y, dirigiéndose al Ratonero—: Eres un bellaco petulante, demasiado presuntuoso para tu rango.

De súbito el Ratonero decidió que más insolencia, en lugar de servilismo, era lo que requería la situación.

—Así es, señor —dijo presumidamente—. Por ejemplo, tengo un plan maestro por medio del cual vos y vuestro Gremio podríais ganar más riqueza y poder en tres meses de lo que tus predecesores han conseguido en tres milenios.

El rostro de Krovas se ensombreció.

—¡Muchacho! —llamó. A través de las cortinas de una puerta interior, un joven con el cutis moreno de un kleshita y vestido sólo con un taparrabos negro salió en seguida y se arrodilló ante Krovas, quien le ordenó—: ¡Convoca primero a mi brujo y luego a los ladrones Slevyas y Fissif!

Dicho esto, el joven moreno se escabulló a toda prisa por el corredor.

Entonces el rostro de Krovas recuperó su palidez normal, se recostó en su gran sillón, apoyó levemente. sus brazos musculosos en los acolchados del sillón y, con una sonrisa en los labios, se dirigió al Ratonero:

—Di lo que tengas que decir. Revélanos tu plan maestro.

Obligando a su mente a no centrarse en la sorprendente noticia de que Slevyas no era víctima sino ladrón y no muerto por medio de brujería sino vivo y disponible —¿por qué le quería Krovas ahora?—, el Ratonero echó la cabeza atrás e imprimiendo a sus labios un leve ademán despectivo, empezó:

—Puedes reírte alegremente de mí, Gran Maestre, pero te garantizo que en menos de veinte latidos de corazón escucharás con toda seriedad mi última palabra. Igual que el rayo, el ingenio puede recaer en cualquier parte, y los mejores de vosotros en Lankhmar habéis considerado desde antiguo como puntos débiles, por falta de conocimientos, cosas que son evidentes para los que hemos nacido en otras tierras. Mi plan maestro no es sino éste: deja que el Gremio de los Ladrones bajo tu autocracia de hierro se haga con el poder supremo en Lankhmar, primero en la ciudad y luego en toda la región, y a continuación en todo el reino de Nehwon, después de lo cual, ¡quién sabe qué reinos no soñados conocerían tu soberanía!

El Ratonero había dicho la verdad en un aspecto: Krovas ya no sonreía. Se inclinaba un poco adelante y su rostro se había ensombrecido de nuevo, pero era demasiado pronto para saber si se debía al interés o la cólera.

E1 Ratonero continuó:

—Durante siglos el Gremio ha tenido más fuerza e inteligencia de las necesarias para dar un golpe de Estado cuyo éxito tendría una certeza de nueve dedos sobre diez. Hoy no existe un solo pelo de posibilidad en una hirsuta cabeza de fracaso. El mismo estado de las cosas pide que los ladrones gobiernen a los demás hombres. Toda la Naturaleza clama por ello. No es necesario matar al viejo Karstak Ovartamortes, sino simplemente sojuzgarlo, controlarlo y gobernar a través de él. Ya has colocado informadores en toda casa noble o rica. Tu guarnición es mejor que la del Rey de Reyes. Tienes una fuerza de choque mercenaria permantemente movilizada, si tuvieras necesidad de ello, en la Hermandad de los Asesinos. Nosotros, los mendigos del Gremio, somos tus forrajeadores. Oh, gran Krovas, las multitudes saben que el latrocinio rige a Nehwon, qué digo, al universo, ¡más aún, la morada de los dioses más altos! Y las multitudes aceptan esto, sólo repudian la hipocresía de la situación presente, el fingimiento de que las cosas son de otra manera. ¡Oh, gran Krovas, satisface su respetable deseo! Haz que las cosas sean abiertas, sin tapujos y sinceras, con los ladrones gobernando nominalmente tanto como de hecho.

El Ratonero habló con pasión, creyendo por el momento todo lo que decía, incluso las contradicciones. Los cuatro rufianes le miraban boquiabierto, maravillados y con no poco temor. Aflojaron sus presas tanto en él como en Fafhrd.

Pero reclinándose de nuevo en su gran sillón, con una sonrisa tenue y amenazante, Krovas dijo fríamente:

—En
nuestro
Gremio la intoxicación no es excusa para la locura, sino más bien la base para el castigo más extremo. Sin embargo, estoy bien al corriente de que los mendigos organizados operáis bajo una disciplina más laxa. Por ello me dignaré explicarte, diminuto soñador borracho, que los ladrones sabemos muy bien que, entre bambalinas, gobernamos ya en Lankhmar, Nehwon, toda la vida en realidad... pues, ¿qué es la vida sino codicia en acción? Pero hacer de esto algo abierto no sólo nos obligaría a cargarnos con diez mil clases de trabajos penosos que ahora otros hacen por nosotros, sino que también iría contra otra de las leyes profundas de la Naturaleza: la ilusión. ¿Acaso te muestra su cocina el buhonero de confituras? ¿Es que una ramera deja que un cliente normal la contemple mientras se disimula las arrugas con esmalte o se alza los senos caídos con astutos cabestrillos de gasa? ¿Acaso un prestidigitador te muestra sus bolsillos ocultos? La Naturaleza funciona con medios sutiles y secretos —la semilla invisible del hombre, la mordedura de la araña, las también invisibles esporas de la locura y la muerte, piedras que nacen en las desconocidas entrañas de la tierra, las estrellas silenciosas que se arrastran por el cielo— y los ladrones la imitamos.

—He ahí una poesía bastante buena, señor —respondió Fafhrd con un matiz de airado escarnio, pues le había impresionado en gran manera el plan maestro del Ratonero y le sulfuraba que Krovas insultara a su nuevo amigo rechazándolo tan a la ligera—. La monarquía de salón puede funcionar bastante bien en tiempos fáciles, pero —hizo una pausa histriónica—

¿servirá cuando el Gremio de los Ladrones se enfrente con un enemigo decidido a eliminarlos para siempre, una maquinación para borrarlo totalmente de la tierra? .

—¿Qué cháchara de borracho es ésta? —inquirió Krovas, enderezándose en su asiento—. ¿Qué maquinación?

—Una de lo más secreto —respondió Fafhrd sonriendo, encantado de pagar a aquel hombre altivo en su propia moneda y considerando muy justo que el rey de los ladrones sudara un poco antes de cortarle la cabeza para satisfacción de Vlana—. No sé nada de él, excepto que muchos ladrones maestros están señalados para caer bajo el cuchillo... ¡y tu cabeza está condenada a rodar!

Fafhrd se limitó a hacer un gesto despectivo y se cruzó de brazos, pues se lo permitió la presa todavía laxa de sus captores, su espada—muleta, que sostenía ligeramente, colgada contra su cuerpo. Luego frunció el ceño, pues de repente sintió un dolor punzante en su pierna izquierda, atada y entumecida, a la que había olvidado desde hacía cierto tiempo.

Krovas alzó un puño cerrado y él mismo se incorporó a medias, preludio de alguna orden temible... como la de que torturasen a Fafhrd, y el Ratonero intervino apresuradamente:

—Les llaman los Siete Secretos... Son sus cabecillas. Nadie en los círculos externos de la conspiración conoce sus nombres, pero se rumorea que son ladrones renegados del Gremio, y cada uno representa a una de las ciudades de Oool Hrusp, Kvarch Nar, Ilthmar, Horborixen, Tisilinilit, la lejana Kiraay y la misma Lankhmar. Se cree que reciben dinero de los mercaderes de Oriente, los sacerdotes de Wan, los brujos de las Estepas y también la mitad de los jefes mingoles, el legendario Quarmall, los Asesinos de Aarth en Sarheenmar y hasta el mismísimo Rey de Reyes.

A pesar de las observaciones despreciativas y luego enojadas de Krovas, los rufianes que sujetaban al Ratonero siguieron escuchando a su cautivo con interés y respeto, y no volvieron a apretarle los hombros. Sus pintorescas revelaciones y la forma melodramática de efectuarlas les retenía, mientras que apenas reparaban en las observaciones secas, cínicas y filosóficas de Krovas.

Entonces Hristomilo entró deslizándose en la estancia. Era de presumir que sus pies daban unos pasos rápidos pero muy cortos; en todo caso, su túnica negra colgaba inalterada por el suelo de mármol, a pesar de la velocidad con que se deslizaba.

Cuando entró se produjo una conmoción. Todas las miradas en la sala de mapas le siguieron, las respiraciones se detuvieron, y el Ratonero y Fafhrd notaron que las manos callosas que les sujetaban estaban temblando un poco. Incluso la expresión de absoluta confianza y seguridad en sí mismo de Krovas se hizo tensa y cautelosamente inquieta. Estaba claro que sentían más temor que afecto por el brujo del Gremio de los Ladrones, tanto el jefe que le empleaba como los beneficiarios de sus habilidades.

Ajeno, al menos externamente, a la reacción que provocaba su presencia, Hristomilo, sonriendo con sus delgados labios, se detuvo cerca de un lado de Krovas e inclinó su rostro de roedor ensombrecido por la capucha, con una reverencia espectral.

Krovas alzó la mano hacia el Ratonero, ordenándole silencio. Entonces, humedeciéndose los labios, le preguntó a Hristomilo con severidad pero aun así con nerviosismo:

—¿Conoces a estos dos?

El brujo asintió sin vacilar.

—Me han estado observando perplejos mientras me dedicaba a ese asunto del que hablamos. Les habría echado, informando sobre ellos, pero esa acción podría haber roto mi encantamiento, retrasar mis palabras con respecto a la acción del alambique. Uno es nórdico, los rasgos del otro tienen algo de meridional... de Tovilyis o cerca de ahí, lo más probable. Ambos son más jóvenes de lo que aparentan. Diría que son matones por cuenta propia, como los que contrata la Hermandad cuando tienen a la vez varios trabaos de custodia y escolta. Y ahora, desde luego, torpemente disfrazados de mendigos.

Fafhrd mediante bostezos y el Ratonero meneando la cabeza con una expresión de lástima, intentaron transmitir que todas estas suposiciones eran incorrectas.

—Eso es todo lo que puedo decir sin leer sus mentes —concluyó Hristomilo—. ¿Debo ir en busca de mis luces y espejos?

—Aún no. —Krovas volvió el rostro y apuntó con un dedo al Ratonero—. ¿Cómo sabes esas cosas de las que hablas... ? Los Siete Secretos y todo eso. Ahora quiero las respuestas más simples, no baladronadas.

El Ratonero replicó con la mayor desenvoltura:

—Hay una nueva cortesana que vive en la calle de los Alcahuetes... Se llama Tyarya y es alta, bella, pero jorobada, lo cual, curiosamente, deleita a muchos de sus clientes. Ahora Tyarya me quiere, porque mis ojos tullidos hacen juego con su columna torcida, o por lástima de mi ceguera —ella lo cree y mi juventud, o por una extraña comezón, como la de sus clientes por ella, que esa combinación despierta en su carne.

»Ahora uno de sus patronos, un mercader recién llegado de Klelg Nar —se llama Mourph— está impresionado por mi inteligencia, fuerza, audacia y discreto tacto, y esas mismas cualidades también en mi camarada. Mourph nos sondeó, preguntando finalmente si odiábamos al Gremio de los Ladrones por su control del Gremio de los Mendigos. Percibiendo una oportunidad de ayudar al Gremio, le seguimos la corriente, y hace una semana nos reclutó para formar una célula de tres en la franja más externa de la red conspiradora de los Siete.

—¿Te atreviste a hacer todo esto por tu propia cuenta? —preguntó Krovas en tono glacial, enderezándose y apretando los brazos del sillón.

—Oh, no —negó el Ratonero candorosamente—. Informamos de nuestras acciones al Maestro Mendigo diurno, el cual las aprobó, nos dijo que espiáramos lo mejor que pudiéramos y recogiésemos toda la información y los rumores que pudiésemos acerca de la conspiración de los Siete.

—¡Y él no me dijo ni una palabra al respecto! —exclamó bruscamente Krovas—. ¡Si es cierto, haré que la cabeza de Bannat ruede por esto! Pero estás mintiendo, ¿no es así?

Mientras el Ratonero miraba a Krovas con expresión herida, al tiempo que preparaba una virtuosa negativa, un hombre corpulento pasó cojeando por delante del umbral, con la ayuda de un bastón dorado. Se movía con silencio y aplomo. Pero Krovas le vio.

—¡Maestro Mendigo nocturno! —le llamó vivamente. El cojo se detuvo, se volvió, y cruzó majestuosamente la puerta. Krovas señaló con un dedo al Ratonero y luego a Fafhrd—. ¿Conoces a estos dos, Flim?

Sin apresurarse, el Maestro Mendigo nocturno estudió a los dos jóvenes durante un rato, y luego meneó la cabeza con su turbante de paño dorado.

—Nunca los había visto. ¿Qué son? ¿Mendigos soplones?

—Pero Flim no puede conocernos —explicó el Ratonero desesperadamente, sintiendo que todo se derrumbaba sobre él y Fafhrd—. Todos nuestros contactos eran sólo con Bannat.

—Bannat está en cama con la fiebre del pantano desde hace diez días —dijo calmosamente Flim—. Entretanto, yo he sido Maestro Mendigo diurno tanto como nocturno.

En aquel momento Slevyas y Fissif aparecieron apresuradamente detrás de Flim. El ladrón alto presentaba una hinchazón azulada en la mandíbula. El ladrón gordo tenía la cabeza vendada por encima de los ojos inquietos. Este último señaló en seguida a Fafhrd y el Ratonero y exclamó:

—Estos son los dos que nos golpearon, nos quitaron el botín de Jengao y mataron a nuestra escolta.

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