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Authors: Guy Gavriel Kay

Tags: #Aventuras, Fantástico

Fuego Errante (20 page)

BOOK: Fuego Errante
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La voz de Levon enmudeció. En el silencio, Kim se dio cuenta, molesta, de que experimentaba la misma débil sacudida paralizante que había oído dos noches antes; también provenía del este. Gwen Ystrat, decidió. Estaba sintonizando de alguna forma con los mensajes que las sacerdotisas se enviaban de aquí para allá. Era una insensatez y la alejó de su mente. Ya tenía demasiadas preocupaciones al encontrarse allí reunida con

aquellos hombres en su habitación. El sueño de una mujer frustrada, pensó, incapaz de verle la gracia.

Todos estaban expectantes. Permaneció callada y dejó que esperaran más tiempo. Al cabo de un rato fue el propio Levon quien resumió la historia; al fin y al cabo, había sido idea suya.

-Aprendí estos versos cuando era niño, de boca de Gereint. Los recordé la primavera pasada cuando Davor encontró el cuerno. Luego localizamos el árbol y la roca. Así supimos dónde están Owein y los Durmientes. -A duras penas podía controlar la excitación de su voz-. Tenemos el cuerno que los llama y… adivino que el destello del Baelrath es la llama que los despierta.

-Parece encajar -dijo Diarmuid, que se había quitado las botas y se había echado sobre el lecho-. La Piedra de la Guerra es un poder salvaje también, ¿no es así, Loren?

El mago, haciendo uso del derecho que la edad le confería, se había sentado en el sillón junto a la ventana. Encendió su pipa y dio unas largas bocanadas antes de contestar.

-Encaja -dijo por fin-. Pero seré honesto y os diré que no sé lo que viene luego.

La tranquilidad de sus palabras los calmó a todos.

-¿Kim? -preguntó Diarmuid asumiendo el mando desde el lugar donde yacía tumbado.

Ella estaba dispuesta a ponérselo difícil, pero era demasiado orgullosa para portarse de un modo mezquino.

-No lo he visto -murmuró-. No he visto nada de todo eso.

-¿Estás segura? -le preguntó Paul Schafer desde la puerta donde estaba junto a Mart Soren-. Estabas esperando a Levon, ¿no es así?

Era tremendamente inteligente. Era su amigo y sin embargo no había logrado borrar de ella la primera mala impresión que había recibido de Diarmuid. Kim asintió con la cabeza y sonrió para sí misma.

-Sentí que venía. Y adiviné de antemano lo que quería preguntar. No creo que podamos sacar conclusión alguna de todo esto.

-No demasiadas -asintió Diarmuid-~ Todavía nos queda una decisión por tomar.

-¿A nosotros? -dijo Kevin Laine-. El anillo es de Kim; el cuerno, de Dave. Ellos deben decidir, ¿no crees?

Levon dijo:

-En realidad no son suyos. Sólo…

-¿Es que alguno está planeando quitárselos y usarlos? -preguntó lacónicamente Kevin-. ¿Es que alguno tiene intención de obligarlos a hacerlo? -continuó, centrando del todo la cuestión.

Otro amigo, pensó Kim.

Se oyó una torpe tosecila.

-Bien -dijo Dave-, yo no voy a negarme a hacer lo que aquí se decida, peto me gustaría saber algo más acerca de lo que estamos discutiendo. Ya que he encontrado el cuerno que llama a esos… ah, Durmientes, preferiría saber quiénes son.

Sin darse cuenta estaba mirando a Loren mientras hablaba. Todos se volvieron hacia el mago. El sol que brillaba tras él impedía verle el rostro. Por eso, cuando comenzó a hablar, su voz no parecía provenir de cuerpo alguno.

-Me gustaría mucho -dijo entre la luz del sol poniente y el humo de la pipa- dar una respuesta concrea a la pregunta de Dave. Pero no puedo. Owein y la Caza Salvaje descansan desde hace muchísimos, muchísimos años. Cientos y cientos de años antes de que Iorweth viniera de allende el mar, de que los dalreis cruzaran las montañas desde el este, o incluso de que llegaran hombres a la verde Cathal procedentes del sureste. Tampoco se tenía noticia de los lios alfar cuando la Caza se transformó en los Durmientes. Brendel me contó, y antes que él Laien el Lanzaniño, que los lios sólo conocen confusas leyendas de lo que la Caza Salvaje era antes de caer en su sueño.

-¿Existía alguien aquí? -murmuró Kevin.

-Desde luego -contestó Loren-, puesto que alguien los encerró bajo esa roca. Dime, Levon, ¿era una roca muy grande?

Levon asintió sin decir palabra.

Loren esperaba.

-¡Los paraikos! -dijo Diarmuid, que había sido un niño discípulo del mago. Su voz era suave y estaba llena de asombro.

-Los paraikos -repitió Loren-. Los gigantes. Estaban aquí, y la Caza Salvaje cabalgó por el cielo de la noche. Era un mundo muy diferente, o por lo menos así lo cuentan las leyendas de los lios alfar. Sombríos reyes montados sobre sombríos caballos que podían cabalgar entre las estrellas y entre los mundos del Tejedor.

-¿Y el niño? -preguntó esta vez Kim. Era la pregunta que la estaba corroyendo. Guiados por un niño.

-Desearía saberlo -dijo Loren-. Nadie lo sabe, me temo.

-¿Qué más sabemos? -preguntó con voz calma Diarmuid.

-Se dice -dijo una voz profunda desde la puerta- que movieron la luna.

-¿Cómo? -exclamó Levon.

-Así lo cuentan -continuó Matt- en las entrañas de Banir Lok y Banir Tal. Es nuestra única leyenda sobre la Caza Salvaje. Quería tener más luz para cabalgar y por eso movieron la luna.

Se hizo el silencio.

-Es verdad que aquí está más cerca -dijo Kevin lleno de admiración-. Al llegar notamos que era más grande.

-Así es -asintió Loren sobriamente-. Los cuentos pueden ser verdad. La mayoría de los cuentos de los enanos lo son.

-¿Cómo pudieron ser encerrados bajo la piedra? -preguntó Paul.

-Esa es la cuestión más oscura -murmuró Loren-. Los lios dicen que fue Connla, señor de los paraikos, y no es imposible que quien fabricó la Caldera de Khath Meigol y venció así casi a la muerte pudiera hacerlo.

-Debió de haber estallado un fuerte conflicto –dijo Levon en voz baja.

-Así debió de suceder -asintió Loren-. Pero los paraikos cuentan algo muy distinto. -Hizo una pausa; su cara estaba casi absolutamente borrada por la luz del sol-. Dicen que no hubo conflicto alguno. Que Owein y la Caza le pidieron a Connla que los encerrara, pero no cuentan por qué.

Kim oyó un sonido, o pensó que lo había oído, como un aleteo. Miró hacia la puerta.

Y oyó que Paul Schafer decía con una voz que parecía surgida de su corazón:

-Yo lo sé.

Su expresión era lejana y distante, pero su voz se fue haciendo más clara.

-Perdieron al niño. El noveno. Eran ocho reyes y un niño. Cometieron un error y perdieron al niño, y apenados pidieron a los paraikos que como penitencia los encerraran bajo la piedra con las cadenas y la fórmula de liberación que quisieran.

Se interrumpió con brusquedad y pasó una mano por delante de sus ojos. Luego se inclinó para apoyarse en el muro.

-¿Cómo lo sabes? -preguntó Levon con asombro.

Paul miró al dalrei con sus insondables y casi inhumanos ojos.

-Sé un poco acerca de los que han muerto a medias -dijo.

Nadie se atrevía a romper el silencio. Esperaban las palabras de Paul. Por fin dijo con un tono muy parecido al habitual:

-Lo siento… Me ha cogido desprevenido y me he sentido arrastrado. Levon, yo…

El dalrei sacudió la cabeza.

-No importa. De verdad. Sé que es un prodigio, no un don, aunque merecido. Me alegro infinitamente de que estés entre nosotros, pero no te envidio.

Lo cual, pensó Kim, era muy comprensible.

-¿Hay algo más, Paul? -le dijo-. ¿Debemos despertarlos?

El la miró, cada vez más concentrado en sí mismo. Parecía como si un terremoto hubiera sacudido la habitación. O un trueno gigantesco.

-No hay nada más -dijo-, si es que quieres saber si sé algo más. Pero, por si te sirve de algo, te diré que antes de que abandonáramos la otra habitación vi algo.

Desde luego era muy inteligente, pensó ella. Pero él se calló y dejó que fuera ella quien hablara.

-No te equivocas nunca, ¿verdad? -murmuro.

Él no replicó. Ella suspiró y continuó diciendo:

-Es cierto. El Baelrath brilló por un momento cuando Levon se acercó a mí. En el momento en que comprendí para qué había venido. Debo decíroslo, como Paul ha dicho ya, por si os sirve de algo.

-Naturalmente que nos sirve para algo -dijo Levon con la mayor seriedad-. Es lo que he estado diciendo: ¿por qué si no nos han entregado el cuerno y mostrado la caverna? ¿Para qué otra cosa sino para despertarlos? Y además ahora la piedra nos lo está diciendo.

-De poder salvaje a poder salvaje -murmuró Loren-. Deben de estar llamándose uno a otro, Levon, pero no por algo que nos conciema a nosotros. Se trata del poder más salvaje. Ya lo dice el verso: nunca podremos esclavizarlos. Owein y la Caza fueron lo bastante poderosos para mover la luna y lo bastante caprichosos para hacerlo para su propio placer. No pensemos que van a servirnos con docilidad y que luego van a marcharse con docilidad.

Otro silencio. Algo estaba importunando a Kim en su subconsciente, algo que sabía que podía recordar, pero este tipo de cosas se habían hecho últimamente en ella crónicas, y no podía forzar el pensamiento.

Para sorpresa de todos, fue Dave quien rompió el silencio. Con torpeza, como siempre le ocurría en tales situaciones, dijo:

-A lo mejor es una estupidez, no lo sé…, pero se me ocurre que sí algo está llamando al anillo de Kim, es quizá porque Owein está preparado para ser liberado y por eso han puesto a nuestro alcance los medios para hacerlo. ¿Tenemos el derecho de negarnos a hacerlo, aunque no sepamos con seguridad lo que harán una vez libres? Quiero decir si no nos estamos convirtiendo así en sus carceleros o en algo parecido.

Loren Manto de Plata se levantó como movido por un resorte. Al alejarse de la luz todos vieron que sus ojos estaban fijos en Dave.

-Lo que has dicho -afirmó el mago- está muy lejos de ser una estupidez. Es la mayor verdad que se ha dicho en esta habitación.

Dave se sonrojó mientras el mago continuaba hablando:

-Está escrito en la verdadera naturaleza de las cosas, en la profunda esencia del Tapiz: el poder salvaje debe ser libre, sirva o no a nuestros propósitos.

-Entonces, ¿lo haremos? -dijo Kevin dirigiéndose a Kím.

Al final, igual que al principio, la responsabilidad recaía sobre ella porque era quien llevaba el anillo. Algo la estaba importunando todavía, pero todos esperaban su respuesta y Dave había dado en lo cierto. Lo sabía perfectamente.

-Muy bien -dijo y a sus palabras el Baelrath brilló como un faro con rojo anhelo.

-¿Cuándo? -preguntó Paul.

Todos se habían puesto en pie iluminados por la luz matizada.

-Ahora mismo, claro -dijo Diarmuid-. Esta misma noche. Es mejor que nos apresuremos, pues deberemos cabalgar sobre la nieve.

Habían dejado atrás a Loren y a Matt y habían avisado al otro dalrei, Torc, y a Kell, el lugarteniente de Diarmuid.

El mago se había quedado atrás por voluntad propia, para poner al corriente a los dos reyes de lo que estaba sucediendo. Torc -Kevin lo comprendía muy bien- estaba presente cuando encontraron el cuerno y la caverna; le correspondía un lugar en aquel tejido. Kevin no iba a cuestionarIo, viendo que en realidad era él quien no pintaba nada. Kell estaba con Diarmuid sencillamente porque siempre lo estaba.

Kevin cabalgaba junto a Paul desde la salida, mientras Diarmuid los conducía hacia el noreste a través de un hermoso valle. Era curioso, pero parecía que el frío se había suavizado y que el viento era menos crudo. Desde la cumbre de unas colinas vieron un lago pequeño, como una joya, rodeado de blancas laderas; y el agua del lago no estaba helada.

-¿Crees que será porque está protegido del viento? -le preguntó a Paul.

-Más que eso. Es el lago de Ysanne, donde habita el espíritu de las aguas. El que Kim vio.

-¿Crees que es por eso?

-Quizá.

Paul tenía un aire ausente. Había refrenado la marcha de su caballo y estaba contemplando una pequeña cabaña que había junto al lago. Iban rodeándolo, cabalgando sobre un alto repecho, pero aun así Kevin pudo distinguir a dos muchachos que se acercaban a ver el paso de los jinetes. Impulsivamente Kevin los saludó con la mano y el chico mayor correspondió al saludo. Le pareció que se inclinaba y que le decía algo a su hermano, y al cabo de un momento también el más pequeño lo saludó.

Kevin sonrió y se volvió hacia Paul para decirle algo, pero lo que vio en el rígido rostro de Paul heló su sonrisa. Poco después reanudaron la marcha y se dieron prisa por alcanzar a los demás. Paul iba callado, con la cara ceñuda y crispada. No dio ninguna explicación, y esta vez Kevin no le preguntó nada. No estaba seguro de poder aguantar otro rechazo.

Alcanzó a Kell y cabalgó a su lado el resto del camino. Hacía más frío a medida que se acercaban al lado norte del valle y ya era de noche cuando atravesaron la carretera principal del Rhoden a la Fortaleza del Norte. Llevaba una antorcha, cosa que, según parecía, últimamente le había tocado en suerte. Sin embargo, la luz que los iluminaba, más que de la luna que se levantaba entre las nubes a la derecha, provenía de la luz roja del anillo de Kim. De poder salvaje a poder salvaje, recordó Kevin.

Y así, conducidos por el Baelrath, llegaron por fin al Bosque de Pendaran. Había allí poderes que los vigilaban, llamados por la presencia y por el poder del anillo. Y había otros poderes por encima de ésos: la diosa cuyo regalo había sobrepasado sus intenciones, y su hermano, dios de las bestias y del bosque. Por encima de ellos esperaba Mornir y también Dana sabía por qué brillaba el anillo. Muy lejos, en el norte, en su sede entre el Hielo, el Desenmarañador prestó atención y se asombró, aunque sin saber demasiado bien de qué y por qué.

Y lejos, lejos, muy por encima de él, fuera del tiempo, la lanzadera del Telar del Mundo aminoró la marcha hasta detenerse, y el Tejedor también miró para ver cómo tendría que continuar el Tapiz.

Kimberly avanzó hacia el lindero de Pendaran, conducida por la llama de su mano. Todos esperaban tras ella, silenciosos y asustados. Avanzó sin titubeos, como si ya lo hubiera hecho antes, hasta el lugar donde un gigantesco árbol había sido hendido por el rayo hacia tanto tiempo que ni siquiera los lios affar tenían conocimiento de aquella tormenta. Se detuvo en la horcadura del árbol; un salvaje poder ardía en su mano, y un poder más salvaje estaba dormido detrás de la roca que Connla de los paraikos había colocado allí; y ahora, en el preciso momento de actuar, no sentía pavor en su corazón, ni tampoco asombro. Estaba sintonizada con aquello, con el poder salvaje, con el poder ancestral, que era muy grande. Esperó a que la luna asomara entre un jirón de nubes. Sobre su cabeza había estrellas, estrellas de verano que brillaban sobre la nieve. El Baelrath brillaba más que ninguna de ellas, más que la luna que la Caza había movido mucho tiempo atrás. Exhaló un suspiro y sintió que el corazón de las cosas penetraba a través de ella. Levantó la mano para que el Baelrath pudiera brillar a través del árbol tronchado, y dijo:

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