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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Fuera de la ley (56 page)

BOOK: Fuera de la ley
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David se había pasado un poco antes para desearme lo mejor y prestarme su gabardina de cuero. Se había ido justo cuando apareció Quen, muy desmejorado pero decidido a hacer que Trent cambiara de opinión. Creo que el hombre lobo había hecho bien en preocuparse ante la posibilidad de que el perspicaz elfo pu­diera ver el foco que tenía en su interior.

En cualquier caso, tras una acalorada discusión, Quen aceptó los planes de Trent y pasó la siguiente media hora intentando convencerlo para que volviera al complejo con él para prepararse. Yo supuse que en realidad quería llevárselo a casa para encerrarlo y no dejarlo salir. Por lo visto Trent también lo sospechó, porque se negó a marcharse y ordenó a Jonathan que le trajera todo lo que aparecía en la lista elaborada por Quen. De ahí la extraña situación de tener el jardín lleno de elfos comiendo perritos calientes.

Quen no estaba nada contento. Ni yo tampoco. Iba a viajar a siempre jamás para robar el ADN de un demonio con un jodido turista como único refuerzo. Desde luego, los planes no podían ser menos apetecibles.

Al percibir mi frustración desde la distante mesa, Ivy se dio la vuelta para mirarme. Yo me encogí de hombros y ella volvió a centrarse en lo que quiera que estuviera contando Jenks. El pixie se había pasado el día interrogando a Ceri, y era imposible no darse cuenta de que Trent, que se encontraba al otro lado de la mesa, había estado escuchando embelesado. Al contemplar aquel puñado de personas conversando animadamente como si nada, me acordé de las ocasionales reuniones familiares de mi madre. Y allí estaba yo, convertida una vez más en una espectadora ajena a la celebración. Tenía la sensación de que siempre había sido así. Tal vez sabían que era una bastarda.

En ese momento relajé el ceño y me erguí al descubrir que Marshal se acercaba con un plato de comida en la mano. Se había presentado hacía algunas horas intentando encajar en el grupo, y tras su inicial tartamu­deo al descubrir a Trent en mi jardín, había hecho un trabajo excelente. Se había ofrecido a ocuparse de la barbacoa para mantenerse al margen, pero en realidad estaba metido en el meollo como todos los demás. No estaba muy segura de qué pensar. No quería repetir mis viejos patrones de conducta y dejar que lo nuestro se convirtiera en algo más solo porque era guapo, nos divertíamos juntos y, en cierto modo, parecía interesado. Sobre todo si resultaba que Jenks tenía razón y que tenía complejo de caballero andante y pensaba que podía salvarme.

—¿Tienes hambre? —me preguntó con una sonrisa mientras ponía el plato de papel sobre la desvencijada mesa que tenía al lado y se sentaba junto a mí en la otra silla plegable.

Sus incipientes cejas estaban fruncidas y yo me esforcé en sonreír.

—Gracias —respondí colocándome el plato en el regazo a pesar de que el olor a comida hizo que se me cerrara el estómago. Era la primera vez en todo el día que nos quedábamos a solas. Sabía que quería hablar, y mi presión sanguínea subió de golpe cuando vi que tomaba aire.

—No empieces —le dije.

—¿También tienes poderes telepáticos? —preguntó tras soltar una breve carcajada y yo empecé a mordisquear una patata frita. El sabor salado en con­tacto con mi lengua hizo que me entrara hambre.

—No —respondí viendo por encima de su hombro a Jenks, que nos miraba con los brazos en jarras—, pero ya he oído este mismo discurso antes —añadí cruzándome de piernas y suspirando cuando Marshal inspiró profundamente.
Allá vamos
.

—¿De veras vas a ir a siempre jamás? —preguntó—. ¿No puede hacerlo algún otro? ¡Por el amor de Dios! Ese tipo tiene pasta de sobra para contratar a alguien que le consiga las muestras para elaborar su mapa genético.

Yo me quedé mirando el plato por el cansancio, y no por la mentira que le habíamos contado a Marshal para ocultar que Trent era un elfo y que quería la muestra para revitalizar su especie.

—No —respondí quedamente—. No hay nadie. Yo me dedico a esto. A hacer cosas aparentemente estúpidas que provocan que la mayoría de la gente muera en el intento. —Entonces me coloqué un mechón de pelo mientras mi frustración iba en aumento—. ¿Crees que no sé que esta es una de las cosas más arriesgadas que he hecho nunca? Agradezco tu preocupación, Marshal, pero necesito esa muestra de tejido demoníaco y Trent puede llevarme hasta ella y traerme de vuelta. Si has decidido convertirte en el adalid del sentido común y decirme que tengo muy pocas posibilidades de salir con vida, será mejor que te marches.

Había alzado la voz y exhalé. Era consciente de que Jenks e Ivy podrían oírme si se esforzaban un poco. Marshal parecía ofendido y yo me dejé caer en la silla.

—Mira —dije bajando los ojos por los remordimientos—, lo siento mucho. Siento que el simple hecho de conocerme te haya puesto en peligro. —Entonces pensé en Kisten y en que muriera por protegerme y me mordí el labio—. No te lo tomes a mal, pero ni siquiera sé qué estás haciendo aquí.

Su rostro adquirió un tono más adusto y se inclinó para evitar que pudiera mirar a la mesa donde estaban los demás.

—Estoy aquí porque pensé que podría hacerte entrar en razón —dijo con severidad, y yo le miré a los ojos sorprendida por la frustración que intuí en su voz—. Es muy difícil quedarse de brazos cruzados cuando ves que alguien está a punto de hacer una estupidez tan grande, especialmente si no hay nada que puedas hacer por ayudarlo —añadió cogiéndome la mano—. No lo hagas, Rachel.

Sus dedos, entrelazados con los míos, eran cálidos, y poco a poco empecé a retirar la mano con delicadeza.
Esto no me hace ningún bien
.

—Voy a hacerlo —respondí a punto de perder los papeles.

Marshal frunció el ceño.

—No puedo ayudarte.

—En ningún momento te he pedido que lo hagas —le espeté apartando los dedos de golpe.
¡Maldita sea, Jenks
! ¿
No podrías haberte equivocado al menos por esta vez
?

Marshal se puso en pie, dando por hecho que mi silencio era una muestra de indecisión. El ruido seco de las alas de libélula se interpuso entre nosotros y yo me quedé mirando al pixie preguntándome cómo era posible que calara a la gente con tanta facilidad y que yo fuera tan torpe.

—¡Eh, Marsh-man! —soltó Jenks en tono jocoso—. Ivy quiere otra ham­burguesa.

Marshal me miró de soslayo con cierta amargura.

—Precisamente ahora estaba yendo para allá.

—Todo va a salir bien —le dije en un tono algo agresivo, y él vaciló—. Puedo hacerlo.

—No —me reprochó mientras Jenks revoloteaba con cierta inseguridad a su lado—. Esto no puede acabar bien. Incluso aunque consigas regresar, tendrás que enfrentarte a una situación muy desagradable.

A continuación se giró y se dirigió lentamente a la barbacoa con los hombros encorvados. Daba la impresión de que Jenks no sabía qué hacer con sus alas, y subía y bajaba con indecisión.

—En mi opinión, no te conoce lo suficiente —dijo el pixie nerviosamente—. Vas a salir de esta mucho mejor de lo que estás antes de entrar. Yo sí que te conozco, Rachel, y sé que todo saldrá bien.

—No, en realidad tiene razón —resoplé haciendo que el pelo se me remo­viera—. No es una buena idea.

Esconderme en la iglesia de por vida tampoco era una buena idea, y si Trent iba a pagar por llevarme a siempre jamás y traerme de vuelta, ¿qué sentido tenía rechazar su ofrecimiento?

Jenks se largó a toda velocidad, claramente disgustado. Entonces mi mirada recayó sobre Ivy, que observaba cómo Jenks desaparecía entre las sombras del cementerio, y luego me quedé mirando la discusión que mantenían Trent y Quen.

El rostro del anciano mostraba una expresión funesta, y sin poder ocultar su rabia y su agotamiento, se alejó con la mano en la boca intentando contener uno de sus arranques de tos. Trent respiró aliviado y luego se puso rígido al darse cuenta de que lo había visto todo. Yo le mandé un sarcástico saludo con los dedos haciendo el gesto de las orejas de conejo y él frunció el ceño. Parecía que todavía estábamos de acuerdo en que teníamos que hacerlo.

Quen se dejó caer en los peldaños del porche trasero con las rodillas dobladas, buscando, como yo, un momento de soledad. Se le veía cansado, pero nadie hubiera dicho que la noche anterior había estado agonizando. En ese momento tres de los hijos varones de Jenks se situaron ante él, aunque manteniendo una distancia respetuosa, y el elfo dio un respingo. Yo esbocé una débil sonrisa al ver que el humor del anciano pasaba de la rabia y la frustración a una relajada fascinación. Sí, aquello iba más allá del habitual embeleso que mostraban los humanos cuando hablaban con los pixies.

Ivy también estaba mirando a Quen, y cuando Marshal le llevó una hambur­guesa, ella la ignoró y se dirigió hacia el elfo, todavía convaleciente. Los pixies se dispersaron al oírle decir algo con brusquedad, y se sentó junto a él. Quen se quedó mirándola y cogió la cerveza que le entregaba, aunque no la probó. Pensé que resultaba extraño verlos juntos, tan diferentes, casi adversarios, pero en ese momento compartían un sentimiento de impotencia muy poco habitual en ellos.

Los pixies empezaban a dar muestras de su presencia despidiendo algunos destellos esporádicos muy cerca del suelo, y yo seguí con la mirada la pequeña y elegante sombra de Rex, que había abandonado el césped y caminaba derechita hacia Ivy. No eran muchas las ocasiones en que la vampiresa se encontraba a su altura, y suspiré cuando vi que mi amiga agarraba a la gata y la colocaba en su regazo sin dejar de hablar con Quen. No era difícil imaginar cuál era el tema de conversación, teniendo en cuenta que no dejaban de mirarnos ni a Trent ni a mí.

El sol empezaba a desaparecer por el horizonte, y me arrebujé en la gabardina de cuero de David y clavé los dedos de los pies en la suela de mis botas. Estaba cansada. Muy cansada. El agotamiento había hecho que me quedara dormida brevemente unas horas antes, pero aquel sueñecito no había conseguido aliviar mi fatiga mental. Entonces busqué con la mirada los ojos de Ceri y le indiqué que estaba anocheciendo. Ella asintió con la cabeza y bajó la barbilla como si se pusiera a rezar. Apenas un instante después, se irguió. Su mandíbula apretada denotaba una nueva determinación, acompañada de un indicio de miedo. No le gustaba lo que estaba a punto de hacer, pero estaba dispuesta a ayudarme.

El silencio se apoderó de la mesa cuando agarró la bolsa de casi tres kilos de sal y se encaminó hacia el pequeño pedazo de tierra blasfema rodeado por la gracia de Dios. Inmediatamente, todo el mundo se puso en marcha, y yo ob­servé divertida cómo Quen ayudaba a levantarse a Ivy, llevándose una mirada ofendida de ella por las molestias. Trent se fue dentro para cambiarse, y Marshal agarró otra cerveza y se sentó a la mesa junto a Keasley.

Entonces levanté la vista al percibir un aleteo desconocido y, antes de que quisiera darme cuenta, se me habían llenado los ojos de polvo de pixie. Era la pequeña Josephine, una de las hijas menores de Jenks, seguida muy de cerca de tres de sus hermanos, que actuaban al mismo tiempo como escoltas y can­guros. Era demasiado joven para volar sola, pero deseaba tanto ayudar en el mantenimiento del jardín y su seguridad que era más fácil observarla desde una cierta distancia.

—Señorita Morgan —dijo la pequeña casi sin aliento mientras aterrizaba suavemente sobre la palma de mi mano al tiempo que yo parpadeaba para li­brarme del polvo—. Hay un coche azul aparcado junto al bordillo y una señora con un olor similar al suyo mezclado con un falso aroma de lilas se acerca por el camino de acceso. ¿Quiere que la ahuyente?

¿
Mamá
? ¿
Qué está haciendo aquí
? Ivy me miró intentando averiguar si teníamos algún problema, y yo moví el dedo para indicarle que no pasaba nada. Quen advirtió nuestro intercambio de información, lo que, en cierto modo, me irritó.

—Es mi madre —expliqué, y las alas de la pequeña pixie se pusieron mustias por la decepción—. No obstante, te dejaré que ahuyentes al próximo vendedor de revistas —añadí haciendo que se pusiera a aplaudir entusiasmada.
Dios mio, permíteme seguir con vida hasta que pueda ver a Josephine espantando al vendedor de revistas
.

—Gracias, señorita Morgan —exclamó—. Si le parece, la acompañaré hasta aquí.

Seguidamente salió disparada por encima de la iglesia dejando tras de sí una estela de chispas que se fue desvaneciendo. Sus hermanos la seguían con dificul­tad, y yo no pude menos que esbozar una sonrisa. Esta se marchitó lentamente mientras me inclinaba hacia delante y apoyaba los codos en las rodillas.
Tengo el tiempo suficiente para despedirme de mamá
, pensé cuando vi que se abría la puerta trasera y mi madre bajó taconeando los escalones del porche trasero con una caja apoyada en la cadera. Le había contado lo que iba a hacer aquella noche, y debía haber supuesto que se presentaría. Quen se puso en pie y la saludó entre dientes antes de dirigirse al interior con Trent. Yo reprimí una oleada de rabia. No me gustaba la idea de que aquellos dos estuvieran en mi casa, utilizando mi baño y olfateando mi champú.

Mi madre llevaba puestos unos vaqueros y una blusa de flores y presentaba un aspecto más juvenil de lo habitual con sus cortos cabellos encrespados, sujetos de algún modo por una cinta que hacía juego con la blusa. Con los ojos brillantes, descubrió los preparativos que se estaban llevando a cabo en mitad del cementerio y su rostro se tiñó de preocupación.

—Oh, Rachel. Menos mal que he llegado antes de que te marcharas —dijo mientras agitaba la mano para saludar al resto desde la distancia y se acercaba a mí—. Tenía que hablar contigo. A propósito, Trenton está hecho todo un hombre. Me lo he cruzado en el pasillo. Me alegra saber que habéis dejado atrás vuestras riñas infantiles.

Verla allí y descubrir que había recuperado la cordura supuso un gran alivio en aquellos momentos. Aquella mañana, cuando me había marchado de su casa, estaba destrozada y no del todo en sus cabales, pero ya la había visto recuperarse de ese modo en otras ocasiones. Era evidente que Takata sabía qué decir en casos como este, y me pregunté si, una vez que la verdad había salido a la luz, nos habíamos enfrentado a su última crisis nerviosa. Siempre que aquella fuera la verdadera razón de las crisis. El vivir una mentira podía desgarrarte de una forma brutal y hacerte perder el control en el momento más inesperado.

Entonces pensé en Takata y luego en mi padre. No podía enfadarme con ella por haber amado a dos hombres y encontrarse con un hijo al que amar incondicionalmente, y cuando me puse en pie para darle un abrazo, una inesperada sensación de paz se apoderó de mí. Era hija de mi padre, pero ahora sabía de quién había sacado mis horribles pies, mi altura… y mi nariz.

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