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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

Fundación y Tierra (17 page)

BOOK: Fundación y Tierra
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En las habitaciones privadas que les habían sido asignadas, Pelorat escuchó a Trevize con atención, inexpresivo el largo y solemne semblante.

—¿Vasil Deniador? —dijo después—. No recuerdo haber oído hablar de él, pero es posible que encuentre escritos suyos en mi biblioteca de la nave.

—¿Estás seguro de que su nombre te resulta desconocido? ¡Piensa! —pidió Trevize.

—De momento no lo recuerdo —dijo Pelorat prudentemente—, pero, a fin de cuentas, mi querido amigo, puede haber cientos de estimables eruditos a los que yo no conozca…, o no recuerde.

—En todo caso, no puede ser muy eminente, o habrías oído hablar de él.

—El estudio de la Tierra…

—Acostúmbrate a decir el Más Viejo, Janov. De otra manera, complicarías las cosas..

—El estudio del Más Viejo —repitió Pelorat —no es una especialidad remuneradora en el mundo del conocimiento; por consiguiente, los eruditos de primera, incluso en el campo de la Historia primitiva, no tienden a dedicarse a ella. O, dicho de otra manera, los que lo han hecho no adquieren la suficiente celebridad, en un mundo falto de interés, para que les consideren eminentes, aunque lo sean. Yo estoy seguro de no serlo en la estimación de nadie.

—En la mía, Pel —dijo Bliss, con gran afecto.

—Sí, en la tuya sí, querida —repuso Pelorat, sonriendo ligeramente —pero no estás juzgando mi capacidad de erudito.

Era casi de noche, según el reloj, y Trevize se sintió un poco impaciente, como siempre que Bliss y Pelorat intercambiaban palabras de afecto.

—Trataré de concertar una entrevista con Deniador para mañana —dijo—, pero si sabe tan poco del asunto como la ministra, no ganaremos gran cosa.

—Puede que nos conduzca a alguien que nos sea más útil —adujo Pelorat.

—Lo dudo. La actitud de este mundo en lo tocante a la Tierra…, pero será mejor que también yo practique el eufemismo. La actitud de este mundo en lo tocante al Más Viejo es tonta y supersticiosa…

Bien, el día ha sido muy duro y deberíamos pensar en cenar, si es que podemos resistir su sosa cocina, y después en dormir un poco. ¿Habéis aprendido el funcionamiento de la ducha?

—Mi querido compañero —dijo Pelorat—, hemos sido tratados con suma amabilidad. Nos han dado toda clase de instrucciones, aunque la mayoría de ellas no las necesitábamos.

—Escucha, Trevize —dijo Bliss—, ¿qué hay de la nave?

—¿Qué quieres saber?

—¿Va a confiscarla el Gobierno comporelliano?

—No. Creo que no.

—¡Oh! Muy satisfactorio. ¿Por qué?

—Porque he persuadido a la ministra de que no lo hiciese y ha cambiado de idea.

—¡Asombroso! —exclamó Pelorat—. No parece una mujer fácil de persuadir.

—No sé —dijo Bliss—. Dada su mentalidad, estaba claro que se sentía atraída por Trevize.

Este miró a Bliss con súbita irritación.

—¿Hiciste eso, Bliss?

—¿A qué te refieres, Trevize?

—Quiero decir forzar su…

—En absoluto. Sin embargo, cuando advertí que se sentía atraída por ti, no pude resistir la tentación de provocar un par de inhibiciones en ella. No tuvo importancia, podrían haberse producido de todas maneras, y me pareció interesante asegurarme de su buena voluntad para contigo.

—¿Buena voluntad? ¡Fue más que eso! Se ablandó, sí, pero después del coito.

—No querrás decir, viejo… —dijo Pelorat.

—¿Por qué no? —le interrumpió Trevize, malhumorado—. Puede haber dejado atrás su primera juventud, pero conocía bien el arte. No es una principiante, te lo aseguro. Ni voy a dármelas de caballero y mentir a ese respecto. La idea fue suya, gracias al juego de Bliss con sus inhibiciones, y yo no me hallaba en condiciones de rehusar, aunque ésa hubiese sido mi intención, que no lo era. Vamos, Janov, no me vengas con puritanismos. Hacía meses que yo no había tenido uva oportunidad. En cambio, tú… —E hizo un vago ademán en dirección a Bliss.

—Créeme, Golan —dijo Pelorat, confuso—. Si has interpretado mi expresión como puritana, te equivocas. No he puesto ninguna objeción.

—Pero ella sí es una puritana —dijo Bliss—. Yo quería predisponerla a tu favor, pero no conté con un paroxismo sexual.

—Pues eso fue exactamente lo que provocaste, pequeña y entrometida Bliss. Puede que la ministra considere necesario representar el papel de puritana en público, pero, si es así, parece que le sirve para atizar sus ardores.

—Y así, en el caso de que tú los mitigues, traicionará a la Fundación…

—Lo habría hecho de todos modos —dijo Trevize—. Quería la nave…

—Se interrumpió y preguntó en voz baja—: ¿Nos estarán escuchando?

—No —dijo Bliss.

—¿Estás segura?

—Por completo. Es imposible penetrar en la mente de Gaia sin su autorización, sin que Gaia se de cuenta.

—En tal caso, Comporellon quiere la nave para él, como elemento valioso de su flota.

—La Fundación no lo permitiría.

—Comporellon no pretende que la Fundación se entere.

—¡Así sois los Aislados! La ministra trata de traicionar a la Fundación en favor de Comporellon y, en pago de una satisfacción sexual, muy pronto traicionará a Comporellon también. Y en cuanto a Trevize, venderá los servicios de su cuerpo alegremente, como manera de inducir a la traición. ¡Qué anarquía la de vuestra Galaxia! ¡Qué caos!

—Te equivocas, jovencita… —dijo fríamente Trevize.

—Respecto de lo que acabo de decir, no hablaba como jovencita, sino como Gaia. Soy toda Gaia.

—Entonces, te equivocas, Gaia. Yo no he vendido los servicios de mi cuerpo. Los he prestado de buen grado. Me ha gustado y no le he hecho daño a nadie. En cuanto a las consecuencias, creo que han sido buenas, desde mi punto de vista, y las acepto. Y si Comporellon quiere la nave para sus propios fines, ¿quién puede decir que no le asiste la razón? Es una nave de la Fundación, pero me fue entregada para buscar la Tierra. Es mía hasta que la búsqueda termine, y creo que la Fundación no tiene derecho a revocar su acuerdo. En cuanto a Comporellon, no le gusta el dominio de la Fundación y por eso sueña con la independencia. Según su manera de ver las cosas, encuentra correcto engañar a la Fundación, pues, para ellos, no es un acto de traición, sino de patriotismo. ¿Quién sabe?

—Exacto. ¿Quién sabe? Es una Galaxia anárquica, ¿cómo es posible distinguir las acciones razonables de las que no lo son? ¿Cómo decidir entre lo justo y lo injusto, el bien y el mal, la justicia y el delito, lo útil y lo inútil? ¿Y cómo explicas tú la traición de la ministra a su propio Gobierno, al dejar que conserves la nave? ¿Ansía su independencia personal en un mundo opresor? ¿Es una traidora o una patriota unipersonal?

—Si he de ser sincero —dijo Trevize—, no sé si se mostró dispuesta a dejarme conservar la nave sólo por agradecimiento al placer que yo le había dado. Creo más bien que tomó esa decisión cuando le dije que estaba buscando al Más Viejo. Para ella, es un mundo lleno de malos augurios, y nosotros, junto con la nave que empleamos en nuestra búsqueda, también lo somos. Me parece que siente que ha atraído la mala suerte sobre ella y sobre su mundo al intentar apoderarse de una nave que ahora mira con horror. Tal vez crea que, al dejarnos marchar a continuar nuestra empresa en nuestra nave, evita una desgracia a Comporellon y, de esta manera, realiza un acto patriótico.

—Si estuvieses en lo cierto, algo que dudo, Trevize, la superstición sería el resorte de la acción. ¿Admiras eso?

—No lo admiro, pero tampoco lo condeno. La superstición dirige la acción a falta de conocimiento. La Fundación cree en el «Plan Seldon», aunque, en nuestro reino, nadie puede comprenderlo, interpretar sus detalles o valerse de él para predecir el futuro. Lo seguimos a ciegas, por fe y por ignorancia, ¿no es eso superstición?

—Sí, tal vez.

—Y lo propio ocurre en Gaia. Vosotros creéis que yo he tomado la decisión correcta al considerar que Gaia debería absorber la Galaxia en un gran organismo, pero no sabéis por qué he de tener razón, ni si podéis acatar esa decisión sin correr peligro. Estáis dispuestos a seguir adelante, basándonos, únicamente, en vuestra ignorancia y vuestra fe, e incluso os molesta que yo trate de encontrar pruebas que eliminen esa ignorancia y hagan innecesaria la fe. ¿No es eso superstición?

—Me parece que te ha pescado, Bliss —intervino Pelorat.

—No lo creas —repuso ella—. O no encontrará nada en su búsqueda, o encontrará algo que confirma su decisión.

—Y para apoyar esta creencia —dijo Trevize—, sólo tienes ignorancia y fe. En otras palabras, ¡superstición!

Vasil Deniador era un hombre bajo, de facciones pequeñas, que miraba hacia arriba levantando los ojos sin mover la cabeza. Esto, combinado con las breves sonrisas que iluminaban su semblante periódicamente, le daba el aspecto de una persona que se burlaba en silencio del mundo.

Su despacho era largo y Estrecho y aparecía lleno de cintas magnetofónicas, terriblemente desordenadas al parecer, no porque hubiese alguna prueba concreta de ello, sino por el hecho de que no estaban colocadas al mismo nivel en sus compartimentos, de manera que los estantes tenían la apariencia de bocas con dientes desiguales. Los tres sillones que ofreció a sus visitantes, de modelos diferentes, no daban muestra de haber sido limpiados recientemente.

—Janov Pelorat, Golan Trevize y Bliss —dijo—. No tengo su apellido, señora.

—Generalmente, sólo me llaman Bliss —repuso ella, sentándose a continuación.

—A fin de cuentas, eso es suficiente —dijo Deniador, haciéndole un guiño—, Es usted lo bastante atractiva para que se le perdone carecer de apellido.

Una vez todos se hubieron sentado, Deniador dijo:

—He oído hablar de usted, doctor Pelorat, aunque no hayamos mantenido correspondencia. Usted es de la Fundación, ¿verdad? ¿De Términus?

—Sí, doctor Deniador.

—Y usted, consejero Trevize, creo que fue expulsado del Consejo y desterrado recientemente. Nunca he comprendido la razón.

—No he sido expulsado, señor. Sigo formando parte del Consejo aunque no sé cuándo volveré a desempeñar mis funciones. Tampoco me han desterrado en realidad. Tengo asignada una misión, sobre la cual deseamos consultarle.

—Con mucho gusto trataré de ayudarles —repuso Deniador—. Y la encantadora dama, ¿es también de Términus?

—Ella es de otra parte, doctor —dijo Trevize rápidamente.

—¡Ah! otra Parte…, un mundo muy curioso. Hay una gran cantidad de seres humanos oriunda de él. Pero, si ustedes dos son de la capital de la Fundación y el tercer miembro de su grupo es una joven atractiva, y teniendo en cuenta que Mitza Lazilor no se distingue por su simpatía hacia ninguna de ambas categorías, ¿a qué se debe que me los haya recomendado con tanto interés?

—Creo —contestó Trevize —que lo ha hecho para librarse de nosotros. Cuanto antes nos ayude usted, antes abandonaremos Comporellon.

Deniador miró a Trevize con interés (de nuevo aquella burlona Sonrisa) y dijo:

—Desde luego, un joven vigoroso como usted tenía que atraerla. Venga de donde viniere. Representa bien el papel de fría vestal, pero no a la perfección.

—No sé de qué me está hablando —repuso secamente Trevize.

—Y es mejor que no lo sepa. Al menos, en público. Pero yo soy un escéptico y, en mi condición de tal, no debo creer en las apariencias. Conque veamos, consejero, ¿cuál es su misión? Cuando me lo diga, sabré si puedo ayudarle.

—En eso —respondió Trevize—, el doctor Pelorat es nuestro portavoz. No tengo nada que oponer —dijo Deniador—. ¿Doctor Pelorat?

—Por emplear los términos más simples, mi querido doctor —dijo Pelorat—, he dedicado toda mi vida madura a tratar de conocer lo fundamental del mundo en que la especie humana tuvo su origen, y fui enviado con mi buen amigo Golan Trevize, aunque éste lo ignoraba entonces, a descubrir, si podíamos, el…, bueno, el Más Viejo, creo que lo llaman ustedes.

—¿El Más Viejo? —preguntó Deniador—. Supongo que se está refiriendo a la Tierra.

Pelorat se quedó boquiabierto. Después, dijo, balbuceando ligeramente—: Tenía la impresión…, es decir, me habían dado a entender…, pensé que no se debía… —Miró a Trevize, bastante desconcertado.

—La ministra Lizalor me dijo que esta palabra no se usaba en Comporellon —aclaró Trevize.

—¿Quiere usted decir que hizo algo como esto?

Deniador torció la boca hacia abajo, frunció la nariz hacia arriba, extendió los brazos hacia delante y cruzó los dedos índice y medio de cada mano.

—Sí —dijo Trevize—, esto fue, exactamente.

Deniador se tranquilizó y se echó a reír.

—Tonterías, caballeros. Lo hacemos por costumbre, aunque es muy posible que en las regiones atrasadas lo hagan en serio; pero, en todo caso, carece de importancia. No conozco a ningún comporelliano que no diga «Tierra» cuando está enfadado o sorprendido. Es el vulgarismo más corriente que usamos al hablar.

—¿Vulgarismo? —exclamó débilmente Pelorat.

—O palabrota, si lo prefiere.

—Sin embargo —dijo Trevize—, la ministra pareció muy indignada cuando pronuncié esta palabra.

—Bueno, ella es una mujer de la montaña.

—¿Qué significa eso señor?

—Lo que dice. Mitzá Lizalor es de la Cordillera Central. Allí educan a los niños según la que llaman buena y antigua crianza, lo cual quiere decir que, por mucha instrucción que adquieran después, nunca se les podrá quitar la costumbre de cruzar los dedos.

—Entonces, la palabra «Tierra» no le inquieta a usted en absoluto, verdad doctor? —dijo Bliss.

—En absoluto, querida señora. Yo soy un Escéptico.

—Sé lo que significa la palabra «escéptico» en galáctico —dijo Trevize—, pero, ¿en qué sentido la emplea usted?

—En el mismo que usted, consejero. Sólo acepto aquello que las pruebas lógicas me obligan a aceitar y aún mantengo en suspenso dicha aceptación hasta que otras pruebas me lo confirmen. Lo cual hace que no seamos muy populares.

—¿Por qué? —preguntó Trevize.

—No lo seríamos en ningún caso. ¿Cuál es el mundo cuyos moradores no prefieren una cómoda, agradable y antigua creencia, por ilógica que parezca, al viento helado de la incertidumbre? Piense en cómo creen ustedes en el «Plan Seldon», sin ninguna prueba.

—Sí —admitió Trevize, mirándose las puntas de los dedos—. Precisamente puse ese ejemplo la noche pasada.

—¿Puedo volver a nuestro tima, querido amigo? —dijo Pelorat—. ¿Qué se sabe de la Tierra que sea aceptable para un Escéptico?

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