Guardapolvos (9 page)

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Authors: Martín de Ambrosio

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BOOK: Guardapolvos
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El problema con todos ellos es que abren puertas argumentativas que, según la enjundia o la incapacidad del otro para entender de qué se habla en el fondo (no me gustás más, no querría verte más, a eso se reduce), de qué es lo que sucede, por falta de capacidad para la metáfora o para leer incluso la comunicación corporal que el otro denota, puede llegar a mayores dramas, a una escalada de idas y vueltas, de preguntas sin respuesta. Obligar a mayores esfuerzos en el mismo sentido, de no manifestar con claridad qué se está diciendo.

Claro que también hay modos más tajantes y carentes de palabras que redundan en el mismo fin. Una es la desaparición lisa y llana; simplemente se procede a desaparecer de los lugares que uno suele frecuentar, se debe no atender los teléfonos o, en lo posible, cambiar de línea telefónica, de dirección y hasta de trabajo si es menester. Si este esfuerzo es incompleto, las posibilidades de reclamo de un encuentro para finiquitar la cuestión son altas. Y ahí, indefectiblemente, se apelará a alguno de los tópicos de arriba.

Otra variante fáctica es salir de un modo ostensible con la siguiente pareja. Lo que puede resultar enojoso por las posibilidades de escándalo público, que dañaría la imagen que se pretende sostener con la nueva relación. Una involuntaria es ser descubierto con las manos en la masa con amante, con obvios riesgos para la salud de todos. Y tiene el lastre de que quizá se llega a la situación de finalizar una pareja sin quizá desearlo completamente.

Uno de los más socorridos lugares comunes respecto del sexo es el que indica que cuanto más frecuentemente se lo practica o cuanto más fervorosa y ardorosamente (ardientemente) se lo ejecuta, es porque se está dando rienda a la animalidad, la bestialidad, en fin, todo lo que no es cultura, lo subhumano, lo primitivo, los bajos instintos. Pero hete aquí que es justamente al revés: el deleite, digamos artístico, sin implicancias reproductivas, por el sexo, por el mero hecho de hacerlo es una cualidad estrictamente humana, oh, sí, cultural. Lo explica muy bien el filósofo de la biología Ambrosio García Leal (de quien, que yo sepa, no soy pariente), quien dice que la sobriedad sexual no es una victoria de la humanidad sobre el animal que llevamos dentro: «La gran mayoría de los simios (como la gran mayoría de los animales) tiene una vida sexual de lo más sobria en comparación con los estándares humanos».

Por supuesto, ellos se ven impulsados al sexo cuando están en período de celo, y sólo entonces. Mientras que el ser humano está siempre en celo, siempre dispuesto y, al menos con intervención de la conciencia, la hembra no da señales de ovulación (me decía uno de los médicos con los que hablé, especialista en vejez, que una de las cosas que le enseñó la profesión es que la gente hace el amor toda su vida, hasta los 100 años incluso, y me contaba casos de pacientes de 85 que lamentaban ya no poder hacer el amor como antes, es decir, como el año anterior, y con sus parejas de siempre, no con profesionales y mucho después de ya no poder engendrar).

Los libros de García Leal están siempre rebosantes de ejemplos. Sólo uno: los orangutanes pueden pasarse años en abstinencia sin apenas mosquearse, ni pasar por la desazón en la que posiblemente uno se vería sumido al día catorce. Apenas si un poco más activos y
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sexual son los chimpancés y los bonobos, monitos de sexualidad insistente; por lo demás, se trata de primos genéticos y comportamentales del ser humano. (En los bonobos el sexo está tan presente en casi todas las interacciones sociales que es casi como dar la mano o saludar entre los humanos, como insinué unas líneas más arriba; incluso algunos primatólogos sospechan que las bonobas son orgásmicas.)

Es curioso entonces que aquellos grupos, religiosos o de lo que sea, que sólo avalan la actividad sexual con fines reproductivos se señalen como radicalmente distintos de los animales, y hasta antidarwinianos llegado el caso de hablar de evolución, porque creen provenir del deseo y la creación especial de Dios. El sexo recreativo es ciento por ciento humanidad; el sexo para procrear, postulado en la Biblia con un «creced y multiplicaos», es el que practican los animales que nada saben de métodos anticonceptivos.

En los libros sobre el tema, desde un punto de vista científico hay dos preguntas que no se solapan pero que sobrevuelan como omniscientes casi cada línea, como esos misterios originales. Una es por qué existe el sexo, es decir, por qué la naturaleza ha favorecido a quienes dejaron de reproducirse por vía asexual (dividiéndose como lo hace la célula o muchos animales aún hoy) y se diferenciaron dos estructuras dentro de cada especie que se complementan y cuya descendencia tiene 50% de la carga genética de cada progenitor. Eso, a ciencia cierta, hoy no se sabe, aunque hipótesis hay miles. El otro misterio se cierne exclusivamente sobre los humanos: ¿por qué nos gusta tanto coger?

Trini

Una de las cosas que más sorprendieron a Trinidad (le dicen Trini) cuando llegó de Córdoba a Buenos Aires, luego de recibirse de oftalmóloga, fueron las cosas que vio y que oyó en los alrededores de la Facultad de Medicina de la UBA, donde hizo su residencia. Íbamos a un bar cercano a la Facultad, por la calle Azcuénaga, arranca. Y, de una, las minas me empezaron a parecer medio trolas, como reventaditas. Es un lugar un poco caro, frecuentado más bien por los jefes de servicio que por los médicos rasos que comienzan sus carreras. Como fuese, un día caigo ahí medio por casualidad con una practicante y veo cómo la moza, de aspecto gatuno, se pone a hablar con la practicante. Hablan de una fiesta. Y se refieren a una fiesta a la que deben haber ido, y mencionan a una tal Helena que se tocaba en un sillón sin bombacha frente a un tal Turco. A una tal Paula que le chupaba la pija, dice, a un jefe delante de los otros. La moza decía que le había resultado chocante, dice. Mientras el Turco le chupaba las tetas, pero a otra. Pero ella, la moza, dice Trini, tampoco se quedó corta porque le ofreció sus servicios a un jefe que almorzaba; lo efectuó en el baño de ese mismo bar. Al salir, estaba la novia del tipo, dice ella que dice la moza. No se sabe si se disculpaba o se jactaba. Son profesionales, tipos grandes, casados o con novia, pero muy barderos, dice ahora Trini mientras enarca las cejas. Y sigue. Es impresionante cómo muchos días los jefes que están de guardia desaparecen a las siete de la tarde, con algunas rotantes y algunas enfermeras. Ahí comienza la clandestinidad. Encima te cuentan todo, aunque no te inviten y te quedes afuera. Ellos se expresan. Parece que disfrutaran más cuando lo cuentan, que se excitaran. Y qué sé yo, a mí que vengan y me digan que estuvieron con un trava no me excita en lo más mínimo, no me seduce.

Yo salí varios años con un médico que conocí en una interconsulta. Es ginecólogo. Ahora convive con una enfermera… pero no sé, la enfermera está vista como un ser menor, como la empleada, no está a la altura, me dice en su departamento de Almagro. Las veces que traté con enfermeras fue un parto, y eso que en mi especialidad no hay internación. Son como una mafia. Y que venga tu ex a decirte que sale con una es un bajón.

Yo me curé de espanto en Buenos Aires, te digo la verdad. No sólo por lo sexual, que vaya y pase. También con la droga, que se ve mucha. Cocaína, marihuana, es como normal. También éxtasis. He visto a muchos médicos operar completamente borrachos, drogados; ni hablar en Navidad o Año Nuevo, completo descontrol, con gente en bolas corriendo por ahí en uno de los subsuelos, disparates. Si la gente supiera un 10% de lo que ocurre detrás de quien lo va a operar, no dejaría que le pusieran siquiera una mano encima. Lo increíble es que, más o menos, funciona, le comento a Trini. Y me entusiasmo con la funcionalidad y el funcionalismo y demás ismos y le digo: es como las leyes de la naturaleza, conjeturo, el que sabe de epistemología duda, les da vueltas, las pone para arriba y para abajo, las analiza de mil modos, pregunta por su carácter, su validez, hasta su ontología; el ingeniero no duda y va y hace el puente y si está bien hecho los autos no se caen al río.

Hace como que no me oye. Hace bien. Sigue. Yo estuve con un oftalmólogo, me dice, que tenía novia, y un traumatólogo, separado y con una hija, a la vez.

Para ella hay mucho de relaciones de poder. En el sexo. Hay una perversión en el uso del poder, dice, con las rotantes (la rotación es el paso previo a la especialización y forma parte de la formación básica del médico). El médico genera seducción ligada al ejercicio de su profesión, hay admiración. Y conviene llevarse bien para entrar en determinado lugar o que te enseñen más, porque, si no, se vuelven un poco desdeñosos como maestros. Y a su vez, en una guardia, si tenés gancho o afinidad con el jefe, se labura menos. Para mí, se da más, hay más sexo, que en otras profesiones, aunque la verdad la que conozco bien de adentro es ésta, obvio.

La especialidad que más levanta, sin dudas, es la de cirugía. No sé por qué. Yo los detesto. En general, casi todos son muy soberbios; no sé, son de buscar minas bien para la promiscuidad. Son seductores y caminan como si el pasillo se abriera ante ellos. (Nota: repite exactamente el mismo concepto que una médica ya me había dicho antes.) Hay que esperarlos a los señores; hablan como si fueran profetas; para mí, son una manga de pelotudos. Tratan tan mal a la gente, a los enfermeros por ejemplo, que se les tiene miedo y después se las hacen pagar, por turros. A mí me repelen, pero sé que seducen, en parte por su alto nivel adquisitivo. Son insufribles, no conocí a ninguno medianamente amable, de trato normal; siempre te miran por arriba y vos decís adónde apuntás los ojos, flaco, si yo estoy acá y no tenés nada en el horizonte, qué mirás. Casi no hay mujeres cirujanas, es cierto, aunque ahora en las residencias comienzan a aparecer algunas más.

Algo similar pasa con los traumatólogos, dice, pero son un poco menos pedantes. Un poco menos.

Nosotros, como oftalmólogos, también tenemos un prejuicio anti, tenemos el cartelito de que no hacemos nada y que ganamos fortunas. Pero lo cierto es que los otros médicos no tienen ni idea de lo que pasa en el ojo, dicen barbaridades. Somos como una especie aparte. Fríos, calculadores, distantes. Nos separan, como a los anestesistas, que son peores, dice, porque ni siquiera necesitan tener contacto con el paciente. Nosotros jamás olvidamos un paciente. Así que, como verás, son más las cosas que te cuento porque las presencié como testigo que las que viví. No sé si te sirve mucho.

Cuando contacto por teléfono a Juan, me dice que sí, que tiene historias que contarme, que una vez en una guardia hizo el amor con una paciente hemipléjica, que el machismo es un síntoma de inferioridad y que el ambiente quirúrgico es muy machista y que para legitimar el estatus de cada uno se cuenta sobre la mesa misma de operaciones que me cogí a esta o me cogí a la otra; lo que —me hablaba por teléfono y me apresuré a tomar nota con lo que tenía a mano— es tambien una forma de banalizar que estás abriendo el seso a otro como si fuera una morcilla. Con ese antecedente, voy entusiasmado al encuentro, cerca del lugar donde da clases Juan.

No sé si él también está entusiasmado, pero sí preparado. Arranca y me habla del Foucault de la
Historia de la sexualidad
. Algo que en principio me parece bien, aunque me recuerda que es un deber que tuve que haber completado yo mismo, solito en casa. Leer a Foucault. Releerlo de pe a pa, si acaso, como una obra completa, no como un conjunto de fotocopias desmañadas de Facultad. Y Juan que me dice que Foucault dice que por la represión sexual del siglo XIX, el sexo estuvo más visible que nunca. Juan dice yo soy un invertebrado intelectual al lado de él, del gran Michel Foucault, pero me parece que no, que no tiene razón en este caso, y que ahora en pleno siglo XXI se ve que por más que algo como el sexo tenga alta visibilidad eso no significa más comprensión. Mirá, si no, las discusiones sobre al aborto. Se habla mucho pero predominan la ignorancia, la imbecilidad. Lo irracional, en definitiva. Lo que te voy a contar de varios médicos es irracional. Supuestamente somos
Homo sapiens sapiens
, dice, no sólo somos monos que sabemos, sino que sabemos que sabemos. Pero esta gente se comporta con la emocionalidad. Claro, somos sapiens, pero Bach y Shakespeare aparecen después de que hayamos fornicado, comido y cagado.

Te cuento, dice. Yo hice las prácticas de pregrado en un hospital en Moreno, en los primeros años de la dictadura militar. Había pocas mujeres y los tipos decían después de las tres de la mañana si se la ponemos a una mujer, mejor. Ahora la profesión se ha feminizado porque tiene menos valor económico, pero entonces había pocas en guardias y demás lugares clave. Los hombres eran terriblemente machistas ahí, en Moreno. Llevaban arriba, donde están los dormitorios, a cada hipopótamo. Yo les decía, ¿por qué no te masturbás, mejor? Eran chicas difíciles de presentar. Claro, es que nadie dice no sabés la paja espectacular que me hice ayer. Tienen metido en las cabezas el discurso de las abuelas que decía que las pajas te pueden dejar tarado… bueno, dice, debe ser un poco cierto y yo me quedé tarado de tanto hacerme la paja. Ahora mismo, cada tanto me la hago sin problemas, es algo de toda la vida. Pero la prefiero antes de cogerme cualquier cosa. Es que me sorprendía que lograran una erección con semejantes minas de 120 kilos, cosas así. Eran más bien especies de demostración del machismo, necesidad de legitimar un cierto estatus entre los otros. Las sacaban de las consultas de guardias, las charlaban un poco y las mandaban para arriba. Era como un síndrome crepuscular, llegaban a la tardecita mujeres sin nada en particular y, debido al gran desnivel social con los médicos que las atendían, vivían la historia sexual de su vida, imaginate: hacían el amor con el «dotor». Después ellos no les daban ni la hora, las despreciaban sin remordimiento si los buscaban otra vez.

Es interesante esto de la ignorancia sexual, mezclada con prejuicios y demás, dice. Una vez estaba haciéndole una sutura a una adolescente embarazada, de quince años. Y la madre, que estaba avergonzada por el estado de su hija, me dijo doctor no sabe cómo quedó embarazada la pobre. No, no me lo imagino dije yo, dice, irónico. Nadaba en una pileta y tuvo la mala suerte de que un degenerado eyaculara ahí. Mientras la madre me contaba esto, yo sentía la mirada de la hija que se me clavaba, me miraba fijísimo, pidiendo que no la traicionara, por favor. Creo que la señora se creyó la historia que le había inventado su hija. Yo lo dejé así. Era 1979.

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