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Authors: Martín de Ambrosio

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Guardapolvos (8 page)

BOOK: Guardapolvos
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Tesy

Ser terapista es de las más complicadas, estresantes y posiblemente ingratas de las especialidades médicas. Tesy es menuda, chiquita, simpática, terapista, rosarina, inquieta y viene precedida por su fama. Me cuenta algunas de sus historias detrás de una copa de vino que parece gigante. La primera fue cuando todavía era «erreuno» (verbigracia, residente de primer año), hoy tiene alrededor de 35. Había un chico que era re lindo, aniñado, buenazo, les gustaba a todas, me dice. Una noche yo estaba terminando de ver unos pacientes y suena mi teléfono interno. Era él, que me decía que fuera hasta la habitación donde estaba para mostrarme algo, ya no recuerdo qué, pero ahora luce como banalidad. Entonces, pensé que era cierto, ingenua como era, que quería mostrarme algo, dice, y no hay por qué no creerle. Pero fue nomás abrir la puerta y verlo en calzoncillo para pensar qué le pasa a éste. Se me tiró encima. Fue raro porque yo no esperaba nada de eso, así que no tenía plan, no sabía cómo reaccionar. Porque claro, era muy lindo, me gustaba, nos gustaba a todas, como te dije. Yo tenía novio entonces así que me debatía entre sus brazos, sus abrazos forzados, me tiró unos besos, con parquedad le respondí algunos, pero creo que salí corriendo bastante rápido. Cuando lo comenté con mis amigas no me podían creer. «Más vale que te casés con Fabián (mi novio de entonces, que me prometía que cruzaríamos los siete mares juntos) porque si no te matamos», me decían las más turras de mis amigas. El chico por más lindo que pareciera resultó boludazo, un ordinario que tenía ese
modus operandi
para levantar minas. Y lo sé porque después oímos en boca de otra chica más o menos la misma sucesión de hechos poco afortunados. ¿Para qué insiste si le va mal?, le pregunto. Qué sé yo, me dice, quizás, a veces, alguna cae.

Pero
la
historia de Tesy es la siguiente. Arrancó cuando era «erredos» y tuvo tres años después su ápice, su coda, su acceso carnal e inmediatamente su fin. Durante ese tiempo Tesy y Martínez casi no se despegaban; pasaban todo el tiempo de la residencia juntos (él era mayor, así que de algún modo hacía de instructor). Almuerzo, cafés, cenas, congresos, clases, guardias, todo juntos. Y si no estaban pegados, se mandaban SMS sin parar; incluso en cenas o reuniones múltiples seguían escribiéndose de punta a punta de la mesa, cómplices, se sabían de memoria. Cuando se conocieron, Martínez estaba recién casado con otra médica. Yo estaba enamorada de él, dice Tesy; yo no tenía otra pareja, nada. Pero siempre la relación se mantuvo así, de mucha, mucha cercanía pero sin que jamás trascendiera la supuesta amistad. Yo no le escribía ningún SMS mientras estaba con su mujer, claro. Todo el mundo en el hospital nos veía así y estaban convencidos de que éramos amantes. Pero no. Hasta que una noche, después de tres años así, tres años, nos fuimos a dormir en una guardia. ¿Vos no conocés el pabellón, no? Si querés te lo dibujo. Bueno, es así, ¿ves?, como una H, con tres camas de cada lado y un pasillo que une las dos habitaciones; en ese pasillo están los baños también, es lo menos excitante de la Tierra. Él de un lado de la H y yo del otro. Nos metimos adentro cada uno de su cama y seguimos con mensaje va, mensaje viene. Hasta que en uno me pone no sé qué y «venite». Yo no sabía qué hacer. En mi lado de la habitación estaba también mi amiga, la doctora Menéndez. Y del lado de él, estaba otra doctora, creo que Calvo. Pero dije, bueno, yo voy, dice, y me arruga un poco la cara en semisonrisa y levanta los hombritos, de un jugador jugado y sin fichas. Crucé la habitación con mi remerita blanca tratando de ver en la falsa oscuridad, de no hacer el mínimo ruido, de ubicar exactamente la cama de él y meterme. Entré y me quedé un rato, no sé cuánto, varios minutos en los que traté de serenarme. Él tampoco se movía, no nos rozábamos. Hasta que de repente nos abrazamos, y enseguida nos besamos.

Tres años después.

Seguimos un rato así pero la verdad es que mucho no se podía hacer porque había gente alrededor, en teoría durmiendo, había que ser sumamente cautos. Así hasta que Tesy hizo su trabajo, dijo Tesy. Debo haber puesto cara de «de qué me estás hablando» porque me hizo una señas como de bajar hasta por debajo de la cintura de él. Hice mi trabajo, repite y se le achinan los ojos. Cumplida la faena, tuve que regresar a mi cama, no tenía sentido amanecer ahí, dice, no se podía. Volvió y constató que Menéndez seguía durmiendo como un tronco, sordo ronquido incluido. Tanto ignoraba su amiga qué sucedía que al día siguiente le tuvo que contar con detalle todo lo que ella ni había soñado. De la otra, de Calvo, no pudo estar tan segura, pero sí que guardó decoro, al menos no le llegó de ningún lado el rebote del chisme, nadie se había enterado. Luego de llegar a la cumbre sólo resta descender. Y lo siguiente que Tesy cuenta es una charla con él y su discursito berreta de yo amo a mi esposa, jamás me hubiera imaginado que…, etc. Dejamos de ser amigos, dice Tesy sin asomo de rencor, divertida por la historia. Pero siguieron tan colegas.

Y el pañuelo de la vida quiso que conocieran a la mujer de Martínez, que practicaba la misma especialidad médica que todos ellos (a la charla, también copa en mano, se suma una amiga de Tesy). Amigas no nos hicimos, dice Tesy con recato, pero teníamos una re buena relación, ella me quería mucho; es una mina muy jodida si no te quiere, nos dimos cuenta, pero a mí me quería. Al punto de que un día nos dijo, ustedes si llegan a saber que me mete los cuernos, me dicen, que lo mato. Sí, sí, claro, dijimos y no sabíamos dónde meternos. Fue un momento terrible, acota la amiga de Tesy. Porque Martínez volvió al poco tiempo a hacer lo mismo con otra: iban a todos lados juntos, guardias, congresos, cenas, clases, cafés. Con la diferencia de que la boluda, dice Tesy, le escribía SMS cuando estaba también en la casa y la mujer, que a todo esto había tenido tres hijos, todos varones, sospechó.

¿Era lindo?, les pregunto para saber si mi asomo de envidia debe cristalizarse en odio hecho y derecho. Casi vuelcan el vino: no, era horrible, dicen, muy feo, desagradable, no es simpático, sólo es un seductor cuando quiere. Con esa manía de algunos médicos de ponerle nombre de enfermedad o síndrome a todo lo que se aparta un mínimo del estándar, imaginaban, me dicen, que tenía algo genético en la cara, no podía ser tan feo.

Y que él tenía algo con la otra se comprobó el año pasado cuando los encontraron
in fraganti
: en el medio de la epidemia de gripe A de 2009 entraron en uno de los cuartos de residentes a buscar el famoso Tamiflu (oseltamivir) y los vieron enzarzados en una batalla no precisamente ideológica. El médico que abrió la puerta indiscreta hizo lo habitual en estos casos, pidió perdón y la cerró, pero instantes después recapacitó y se dio cuenta de que quizá los desubicados fueran ellos, así que entró de nuevo a buscar el medicamento, era una emergencia.

El último caso que tengo para contarte, dice Tesy, es distinto. Ahí no había amor. Fue durante la rotación de cirugía, cuando hacés tres meses de cada especialidad. Fue con un cirujano; cuándo no, pienso yo. Él era un médico interno de 35 o 36 años. Me histeriqueaba desde hacía mucho, lo hacía con varias, no sólo conmigo. Era una guardia, estábamos en el lugar que nos daban para dormir, que no era un pabellón como en la historia anterior, sino una especie de oficina, te acostabas a dormir ahí entre carpetas y no sé qué más. La habitación tenía una ventanita que daba al lugar en el que se juntaban los enfermeros y siempre había mucho ruido; eso era un problema porque se podía ver. Me empezó a hacer masajes hasta que todo derivó en pasión pero nos dimos cuenta de que él no tenía forros y yo tampoco. Como corresponde a una dama, se ríe. Y el santo salió de la pieza, cruzó todo el hospital y llegó a la calle a buscar eso que nos faltaba. Al día siguiente, Tesy estaba tan radiante, me dice la amiga. En el medio de una clase, otra de las chicas pregunta en voz baja qué estaba pasando por ahí, tanta alegría, tanta alteración, y le hizo la seña de cortar carne y llevarse un trozo a la boca: se había comido al cirujano.

Luego de enterarse, otra de las amigas (Menéndez, la misma que dormía en la H con placidez el día de la felación con silenciador) compró con su dinero y puso una cortina para al menos que en lo sucesivo los enfermeros no pudieran enterarse de lo que pasaba detrás.

Yo busco amor, me dice Tesy, pero bueno, si no me dan amor, dice. Y sigue con la metáfora que involucra a la falta de panes pero parte la metáfora al medio: me dice, buenas son tortas. No me menciona siquiera la palabra pan, dice buenas son tortas. Ante la falta de amor, buenas son tortas. Me la quedo mirando, desde luego, suspicaz para la interpretación psicoanalítica, como preguntándole, ¿tortas? ¿tortas, seguro? Y no es que me escandalice, lejos de eso, sino que no pega con el resto de su discurso. Entiende a lo que voy, a lo que iría cualquiera con un mínimo de curiosidad, que algunos llaman morbo, pero sonríe y me dice que no. Su novio actual, que va y viene, le insinuó un trío más de una vez, el pesado. Ella dice que no, que con la chica que habían conocido en las vacaciones no. No tendría problemas, ante la eventualidad de verse arrinconada por dos hombres, en aceptarlos. Aún no le pasó, ni tampoco se lo insinuó al hombre vaivén, que no es médico ni periodista sino ingeniero de sistemas. Ella sigue buscando el amor. El verdadero amor. Piensa que existe. Mucha gente cree en Dios.

INFIDELIDADES: LA MORAL

Y LA BIOLOGÍA

«No conozco a nadie, a nadie, que se haya mantenido fiel.»

Desde el punto de vista estrictamente reproductivo, el orgasmo femenino es irrelevante (como lo prueba la existencia de madres de familia numerosa que sólo lo conocen de oídas) y, fuera de la especie humana, o no existe o parece darse sólo de forma esporádica.

Ambrosio García Leal,

La conjura de los machos.

Si no existieran las mujeres, todo el dinero del mundo dejaría de tener sentido.

Aristóteles Onassis,

citado en Ghiglieri, Michael,

El lado oscuro del hombre.

¿Qué es tener una pareja?

Se puede definir de mil formas pero no hay que subestimar la importancia del acto sexual como hacedor y deshacedor de parejas. El sexo es una especie particular de rúbrica de un pacto que implica conocer las partes pudendas e introducirse en el cuerpo del otro o la inversa, y de varias diferentes maneras. Como muchas veces con eso sólo no alcanza, hay que ponerle palabras del estilo qué pretende usted de mí, o más elaboradas pero que en el fondo dan al mismo pozo: qué significa todo esto, qué significo yo, qué significás vos, qué significa nuestra relación; esbozar la idea de futuro juntos, aunque sea un futuro virtual; el futuro, la idea que tenemos de él, condiciona muchas de las acciones y estados de ánimo humanos en el más craso presente (¿qué otra cosa es el aburrimiento sino la sensación de que un presente en el que no estamos haciendo nada se va a extender durante una porción indefinida de tiempo… en el futuro?).

Sobre todo vista la tendencia, ¿cada vez mayor?, a pensar al sexo de un modo higiénico, como un hecho más de la sociabilidad, como lo practican los bonobos, como darse la mano o decir hola al entrar, como tomarse un café. Pero hay grados de involucramiento que dependen no sólo de contextos culturales —parece una obviedad decirlo— sino también de cada una de las personas, y su reducido círculo de amistades o similares. Como Cameron Diaz en una de las escenas de reproches y celos más notable del cine de los últimos tiempos en la que, mientras maneja a toda velocidad, desquiciada, le dice a un Tom Cruise apabullado por las recriminaciones «me tragué tu leche, eso significa mucho para mí». Luego de eso chocan y mueren, o quedan muy mal o algo por el estilo, o ella muere y él queda obligado a usar una máscara de por vida y a cargar con el recuerdo de ella entre una y otra orgía. El nombre original de la película es
Vanilla Sky
.

Las opiniones del amigo de Caro (
más abajo expuestas
) sirven para pensar la diferencia entre la fidelidad (unidireccional) como hecho fundante de una pareja, con la decisión de terminar una pareja y lo que implica en función de dejar de tener un determinado tipo de vida. Eso no puede hacerse en una noche de guardia, de lujuria, entre un paciente que necesita una transfusión y una operación a corazón abierto. Pero por mucho que supongan los restos de la sociabilidad machista o de la biología estrecha, la infidelidad no es un atributo del ser masculino. Diversos estudios hechos sobre la brecha entre paternidad supuesta y paternidad real dan porcentajes altísimos de discordancia, que llegan hasta el 30% en algunos países estudiados. Es decir, entre uno de cada diez y uno de cada tres hijos están mal asignados. Algunos números como muestra: 16% en Gran Bretaña; 10% en los Estados Unidos. Según cita Desmond Morris que dice el Instituto Max Planck de Alemania, «el índice de falsa paternidad en los matrimonios monógamos estables va de uno de cada diez con el primer hijo a uno de cada cuatro con el cuarto». Da la impresión de que es mucho. Así que, a pensarlo muy bien cuando usted, lector, lectora, se vea en la obligación de repetir «ay, qué parecido al padre que es el bebito»; puede no saber en la que se está metiendo: estadísticamente, una de cada cuatro veces la está embarrando.

Respira hondo, sonríe, ceba un mate y me pregunta para qué quería verla. Le acepto el mate y, sin sonreír para evitar interpretaciones que de momento prefiero al menos postergar, le cuento rápidamente el propósito de estas páginas en las que, digo, voy a poner su testimonio pero de ningún modo su nombre. Si querés, podés ir en la página de agradecimientos; si no, nada; en todo caso, después vemos, no hay apuro, para eso falta tanto. Tengo mucho para contarte, ¿por dónde querés empezar?, ¿vas a hablar de las infidelidades en el libro?, ¿sí?, ¿querés que empiece por eso?

Y, la infidelidad es un tema, empieza a desandar su promesa. Porque no conozco a nadie, a nadie, que se haya mantenido fiel. Algunos son más exagerados y todas las guardias están con una diferente, o con más de una llegado el caso; hombre y mujeres por igual. Por ejemplo, un muy amigo mío. Yo debo ser la única con la que no estuvo. Incluso una noche me vino a molestar y yo lo dije salí, qué te pasa (y eso que no soy ninguna santa, concede casi sin que haga falta). Porque sucede eso también, sigue, por ahí estás durmiendo en la guardia, con un montón de gente, que viene y que va, entra y sale, y por ahí se te meten directamente en la cama. Y vos ahí decidís: dejás que suceda todo, un poco o nada.

La que habla es Carolina, una médica de treinta y pocos que estudió en Buenos Aires y trabajó allí pero ahora está en un hospital del interior, no casualmente la misma ciudad en la que nació y se crió. No lo dice, pero nadie ahí, dentro de la guardia, se ofende por una proposición de índole sexual. Se puede sacar corriendo a quien se lanza a una pileta con poca agua, pero sigue tan amiga de Carlos —el que propone sin plafond disparando como loco con ametralladora— como siempre. O más, porque siempre levanta el ánimo, la autoestima, tener a alguien dispuesto a irse a la cama con uno, mimarlo, besarlo y lo demás.

Pero lo curioso es que en un momento, él, Carlos, sospechó que su mujer (oh, sí, desde luego que llevaba un tiempo de casado) estaba viendo a otro. Y se volvió loco. Loco, loco. Yo le decía, dice Carolina, pero escuchame, sos un caradura, vos te cogés a una mina por guardia y ella no puede tener alguito por ahí. No, no, no puede, me decía. Es un tarado, postula ella para bajar de inmediato un cambio: pero yo lo adoro porque es mi amigo.

Carlos, el que tiene de promedio una chica por guardia, y su mujer, la de una infidelidad por década, siguen juntos. Mientras tanto, Carolina —soltera ella— tira hipótesis acerca de por qué el hospital es un lugar privilegiado para el acceso carnal. Un poco puede ser porque estás con la misma gente todo el día. No sé si en otros lugares es igual, en las oficinas, por ejemplo, o en las redacciones (me mira, se ríe, vacía el mate, le pone más yerba mientras calienta agua en la pava eléctrica). Pero imaginate que si te gusta alguien, sos compañero de trabajo, y la o lo ves todos los días. Las posibilidades se multiplican. Además, tenés la posibilidad de dormir con él, nada menos. O estar a las tres de la mañana sola en el hospital o el sanatorio, con frío o con calor, y no hay nadie más.

También pasa que por ahí alguno que no te gusta, no te gusta nada, nada, nada. Feo, feo, pensás que es feo, qué feo es. Pero de pronto te encontrás en esa situación, solo, agotado, de madrugada, y ya lo ves con algún cariño. O te hace un mimo o te regala un chocolate y te sonríe y te dice tomá, esto es porque te veo cansada hoy. Y una afloja, se relaja, ya está, bajás la guardia y aparecen otras cuestiones, tal vez de solidaridad de grupo, de amistad en el sentido profundo, que no tienen que ver con el placer estético o lo que harías u opinarías a la luz del sol, en una situación normal y después de dormir 7 u 8 horas. Se arman lazos de otro tipo.

Además, dice, está el tema de que lo sexual está presente en todas las conversaciones. Y también que estás más en relación con la vida y la muerte. No es que piense que eso hace relajar, digamos, la moral. No. Pero si se te acaba de morir alguien o tenés a alguien en estado crítico, lo comentás y es distinto si esa persona sabe por experiencia propia lo que es que te pase algo así, te sentís más acompañada.

Y el personal colabora. En las guardias es muy habitual que si hay por ejemplo mucamas piolas te guarden alguna habitación más reservada o pequeña si es que saben que estás con alguien. Yo estuve viendo así muy seguido a un médico, casado, con dos hijos. Todas las guardias dormíamos juntos; sé lo que es estar así. Por eso, prefiero en la medida de lo posible salir con no profesionales, no tener novios médicos. Ojo que con las mujeres es lo mismo, tengan o no tengan marido. Hay un nivel de promiscuidad muy grande que no sé si se da en otros lugares (y otra vez me mira profundo para ver si reacciono; yo, con cara de póker, me digo que no he venido hasta aquí para hablar de qué sucede en los baños de las redacciones periodísticas); entre médicos, sí.

Es tanto la norma, lo habitual, que los directivos de los hospitales hacen la vista gorda, saben que pasa esto y no dicen nada, no buscan modo alguno de ponerle coto a la situación; quizá porque ellos pasaron por lo mismo hace algunos años. Porque además creo que no se ve afectada por lo general la salud de los pacientes. Si te llaman y estás en el medio de un asunto, como podés te vestís, con suerte te lavás las manos y vas a ver a alguien moribundo. Son saltos permanentes con los que convivís y te acostumbrás; a la larga, hasta te gustan.

Una vez, como residente de nivel uno, me pasó de salir a buscar a otros residentes con más experiencia por una situación desesperada y golpear la puerta como loca y que tardaran en responder por estar, digamos, dice, ocupados. O gente que hacía el amor en los quirófanos a falta de otro lugar mejor. Ayer en el hospital en el que estoy abrí una puerta y me encontré a una médica, casada, apretando como loca con un camillero; murmuré algo y cerré la puerta. Eso, en Buenos Aires, esa mezcla de clases sociales por decirlo así, dice, no se da. Debe ser porque acá no hay tanta gente, entonces la oferta sexual no es tan variada y ya no importa tanto el apellido, el dinero o el nivel de formación sino intercambiar más.

Otra cosa que pasa en todos lados es que se usa el concepto estoy de guardia como coartada para las infidelidades. Te llaman a cualquier hora y te vas de tu casa, o decís que estás de guardia y te vas a dormir con tu amante. Quién se va a dar cuenta. Por cada infidelidad descubierta debe haber 10 o 20 que quedan impunes.

O que directamente se armen fiestas, con putas o gatos más o menos conocidos de los médicos. Así que, por ejemplo, si el jueves estás de guardia empezás a ver los jueves cómo llegan las putas y se van todas para una de las habitaciones, y empieza el desastre. Es un poco feo verlo de afuera pero no te morís por estar adentro, si se entiende. La verdad es que drogas no he visto, dice. Alcohol sí, siempre. Incluso he visto cómo ciertos cirujanos entraban a operar un poco escabiados; algo así como si estuvieran en un boliche, dice, con una especie de aturdimiento o falta de entera lucidez.

Otra cosa interesante para contar en tu libro, supongo, es un tema que al principio nos resultaba divertido. Aunque, con el tiempo, que te despertaran a las tres de la mañana por esto era un embole: las cosas que se mete la gente por el culo o por cualquiera de los orificios de interés sexual. Hemos sacado verduras, frutas. Hemos sacado una botella entera de Coca-Cola. Entera. Pero ni siquiera una de las chicas, sino las de dos litros, te lo juro. Se ve que el señor, porque era un señor, dice con cara de «a usted le parece», empezó con un dedo y se fue metiendo cada vez cosas más grandes, y el intestino es un músculo que se puede contraer y expandir. Así que un día, riéndose nos llaman de adelante y nos dicen que lleváramos los fórceps porque teníamos una tarea. Sacamos la botella con los fórceps, como si fuera un niño cabezón saliendo de su madre. Después, qué te voy a contar, lo que se te ocurra, tubitos de desodorante a montones, zanahorias, pepinos, ¡una papa! Y, la mierda, la papa no es algo que tenga mucha forma de falo que digamos. Otras, muchas veces, también gente que pierde un preservativo dentro de la vagina. Eso no lo puedo creer y causa indignación que vayan a la consulta de madrugada por esta forrada; a ver, flaco, es algo que te puede pasar, pero escuchá, meté la mano y sacalo, la vagina termina ahí nomás, no es un barril sin fondo. ¡Tampoco les pido algo que no hagan habitualmente! ¡Algunos son muy forros!

¿Qué es dejar de tener pareja? O ser dejado. Se podrían decir un montón de cosas más o menos baladíes sobre ruptura de rutinas, sobre futuros que nunca sucederán (que son casi todos, como bien sabía Leib­niz pese a los sarcasmos y agudezas del cándido de Voltaire), sobre amores que ya no serán hechos. Si se quiere ser aún más berreta, se hablará de corazones rotos, de montones de lágrimas, metáforas improbables, de reproches que pedalearán en el aire, se buscará en las páginas de Neruda y Benedetti y, compungidos, se verá que codo a codo sólo se pelea en un córner para poder cabecear o para que no te atropellen por floridas peatonales.

Pero mejor pregunta es cómo dejar a alguien con el que se compartió por lo menos una cama alguna vez. Es una situación tan rutinaria que incluso existen frases a las que se recurre, muletillas eficaces para cuando cojea la verdad; más bien cuando es asesinada en nombre de vastos eufemismos que tienen el mínimo atenuante de, por un lado, dañar lo menos posible y, por otro, evitar hacerse cargo del costo político que supone decir la verdad de la milanesa (que se paga ahí mismo, en vivo y en directo, o en posteriores murmuraciones, comentarios y maledicencias varias entre los grupos de amistades; malas famas que se despliegan como un virus y cuesta a veces erradicar como el peor de los bacilos).

Así como pocos dicen «no hay nada que hacerle, te vas a morir», nadie que no sea calificado de loco deja a alguien con un «me enganché con alguien más joven y más lindo que vos» o «tengo una nueva amante que me hace muchas más cosquillas que vos cuando estás en un día de gran inspiración», u otras brutalidades del estilo. En cambio, la (quizá sana) hipocresía al uso prefiere desde el psicologista y muy difundido «no sos vos (el que tiene problemas) soy yo», en el que quien rompe la relación asume una culpa que no es una culpa verdadera sino impostada, hasta el pseudoautocompasivo «te merecés alguien mejor que yo», que ni siquiera unas lágrimas matizan como último acto de denigración. Otros son más esquivos, como «no estoy en un momento como para sostener una pareja, con el gasto de energía que el asunto merece, con la dedicación que vos te merecés», pero que no funcionan, por débiles, para parejas con alguna estabilidad mayor a los cinco meses. O «quedé muy dañado después de mi última ruptura».

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