Guardianas nazis (19 page)

Read Guardianas nazis Online

Authors: Mónica G. Álvarez

Tags: #Histórico, #Drama

BOOK: Guardianas nazis
12Mb size Format: txt, pdf, ePub

No se conocen quiénes fueron sus progenitores, ni sus nombres, ni tampoco si tuvo hermanos o familiares cercanos que pudiesen esclarecer más detalladamente quién fue Herta Bothe. Es como si esa parte de su vida, la infancia y la adolescencia, hubiera querido borrarlas de un soplo, enterrarlas.

DE ESPÍRITU ARIO Y NAZI

Podemos decir que sus «mejores años» comenzaron tras su ingreso en la
Bund Deutscher Mädel
(La Liga de Mujeres Alemanas-BDM), que fundada en 1930 como rama femenina de las Juventudes Hitlerianas y establecida por el Partido Nazi (NSDAP), sirvió para captar nuevos miembros que estuvieran dispuestos a dar la vida por su patria. A cambio les esperaría el honor y la gloria.

Aunque el alistamiento no era de carácter obligatorio, Herta encontró en aquella organización unas tradiciones que la entusiasmaron. La doctrina nacionalsocialista flasheó sobremanera a una jovencita que necesitaba sentir que su nación contaba con ella. Al fin y al cabo, pertenecer a la BDM era un privilegio solo meritorio para ciudadanos alemanes, arios y sin enfermedades hereditarias.

En 1939 Bothe se unió a la organización donde inmediatamente destacó en el ámbito deportivo. La vitalidad que desplegaba en cada una de las disciplinas entusiasmaron tanto a sus superiores, que en septiembre de 1942 la reclutaron como guardia del campo de concentración de Ravensbrück. Durante cuatro semanas se llevó a cabo el proceso de entrenamiento y adiestramiento de Herta para formar parte de las SS y del personal de supervisión. Allí se topó con Irma Grese o Dorothea Binz con quienes casualmente compartiría sus inhumanas fechorías, sus sangrientos suplicios y sus atroces perversiones. Aun así, cuando durante el juicio le interrogaron sobre el motivo por el que trabajó en este campamento, Bothe simplemente dijo que en realidad se había negado a hacerlo pero que no le hicieron caso.

No sabemos si aquella instrucción le sirvió para despertar su espíritu criminal o para fomentar las múltiples degeneraciones, pero tras treinta días en el «Puente de los Cuervos», la joven alemana inició su terrorífica carrera.

Antes de acabar el año el 21 de noviembre de 1942 Herta Bothe fue enviada por fin a su primer destino: el campo de concentración de Stutthof, ubicado cerca de Danzig al este de Gdansk (Polonia). Allí desarrollaría tareas como
Aufseherin
.

LA SÁDICA DE
STUFHOF

Este campamento fue el primero en ser construido por el régimen nazi fuera de sus fronteras. Originalmente y desde noviembre de 1939 Stutthof fue un centro de internamiento civil administrado por la policía de Danzig. Ahora bien, en 1941 se convirtió en lo que llamaron un campo de «educación laboral» administrado por el
Sicherheitsdienst
(Servicio de Seguridad Alemana-SD), para acabar siendo finalmente en enero de 1942 un campo de concentración regular.

Emplazado en una zona aislada, húmeda y boscosa al oeste del pequeño poblado de Stutthof, su ubicación lo hacía ser aún más «especial». Allí perecieron más de 85.000 personas de las 110.000 deportadas pero no solo por las condiciones catastróficas del campamento, el hambre y las enfermedades, sino por las muertes y ejecuciones generales que el personal encargado efectuaba diariamente. No había escapatoria alguna. Stutthof, como el resto de campos de concentración levantados por los nazis, se encontraba amurallado y rodeado por alambradas, algunas de ellas electrificadas. A medida que la población del cuartel crecía iban construyendo más barracones. En los dos años previos a la liberación de los aliados en mayo de 1945, se edificaron treinta nuevas naves y se añadió un crematorio y una cámara de gas.

Fue en 1943 cuando Stutthof se incluyó en el programa de la tan temida Solución Final, convirtiéndose por tanto en un campo de exterminio de masas. Tal llegó a ser la sobresaturación de reclusos, que según llegaban a las instalaciones eran automáticamente eliminados en las cámaras de gas del centro. Como complemento a esta medida, algunos murieron después de pasar por unos vagones móviles con el mismo gas letal. Tenían capacidad para 150 personas por ejecución.

El óbito se cernía en aquel recinto donde los presos estaban expuestos a la esclavitud laboral en empresas propiedad de las SS. La malnutrición, las pésimas estipulaciones sanitarias, enfermedades y epidemias acabaron con muchos de ellos, sin contar con las torturas físicas y psicológicas procedentes de ciertas guardianas —como Herta Bothe—, fusilamientos, ahorcamientos, inyecciones letales y un largo etcétera. Las condiciones de vida no solo eran infrahumanas, sino sobre todo brutales.

Herta Bothe fue una de las 130 mujeres que sirvieron en el complejo de los campos de Stutthof durante el periodo más cruel y trágico. Treinta y cuatro de aquellas guardias femeninas incluyendo ella, fueron acusadas de crímenes contra la humanidad al final de la guerra. Si alguna vez se habló de horror fuera de Alemania este fue en Stutthof.

Su liberación se produjo el 9 de mayo de 1945 gracias a las tropas del Ejército soviético, pero poco pudieron hacer ya para salvar la vida de los reos asesinados, ciudadanos de más de 25 países diferentes (polacos, rusos, judíos, italianos, españoles, gitanos, etc.) entre hombres, mujeres y niños.

LA AGONÍA DE LAS VÍCTIMAS

De los testimonios recopilados para documentar fielmente este capítulo, me he encontrado con el de la rumana Teréz Mózes, quien en su libro
Staying Human Through the Holocaust
explica cómo vivió la guerra y su paso por los diferentes campos de concentración, Stutthof y Auschwitz incluidos. Respecto al primero, a Teréz le impresionó que las mujeres que esperaban a la entrada del campamento debían desnudarse, mientras otras de uniforme las hablaban y gritaban. Era prácticamente imposible conocer a nadie en aquel tumulto. Cada arribada a un nuevo centro nazi traía consigo acontecimientos aún más inesperados.

«En Stutthof, no nos llevaron a los baños. No nos dieron ropa. No nos quitaron nada. En los barracones a los cuales estábamos asignadas, nuestras supervisoras eran una mujer de pasado dudoso llamada Ilse y su amiga Max. Según las normas, la revista tenía que hacerse tres veces al día, pero en realidad era cuando les apetecía, a veces muchas veces al día.

Ilse y Max, una con un palo y la otra con un látigo, nos pegaban con todas sus fuerzas mientras pasábamos a través de la puerta. Teníamos tanto miedo de las palizas que preferíamos saltar desde la ventana, y no éramos las únicas. Cuando daban la señal, huíamos. Sin embargo, después de unos días, nuestros brazos y espaldas estaban cubiertos de heridas y las piernas y brazos estaban magullados por saltar desde la ventana»
[22]
.

Aquellos primeros días eran demasiado similares al del resto de cautivas de otros
Konzentrazionslager
. Unas pocas órdenes, inquebrantables y mezquinas, hicieron que cientos de guardianas obedecieran sin rechistar a sus superiores alegando que podía tocarles a ellas. Habría que imaginar el rostro de los supervivientes mientras buscaban a sus familiares entre el montón de cadáveres apilados esperando ser sepultados. Cuando creían haberlos encontrado, estaban tan demacrados y destrozados que no podían ni contener el llanto. La máquina de exterminio seguía jugando con ellos.

«Aunque Stutthof fue solo una décima parte del tamaño de algunos campos más conocidos como Auschwitz y Dachau, en gran medida seguía siendo la misma fábrica despiadada de muerte. Con sus chimeneas elevándose sobre el campo escupiendo humo humano lo suficientemente denso como para oscurecer el cielo a su alrededor, causando una nube brumosa casi permanente en el sitio, era tan severo y tan mortal como los campamentos en el sur y el este»
[23]
.

El testimonio de Alexander Lebenstein, único superviviente entre los miembros de 19 familias judías que habían estado viviendo en Haltern am See, nos da una idea de la catástrofe que supuso para él el Holocausto Nazi de la Segunda Guerra Mundial.

El joven Alex que cuando fue detenido tenía tan solo once años, perdió su casa, sus posesiones, su vida pero sobre todo su familia. Tras el conflicto decidió regresar a su ciudad natal pero allí se topó con amigos de la infancia, muchos de los cuales eran nazis, que le dejaron bien claro que aún querían un pueblo
Jude frei
(libre de judíos). Él juró que jamás volvería a Alemania. La guerra había acabado, pero todavía no se había terminado con los prejuicios ni con las demenciales ideas que la había originado años atrás. «Una era construye ciudades. Una era las destruye», sentenció en más de una ocasión el ilustre Séneca.

Entre los recuerdos que decidió plasmar sobre el papel se encuentra aquel donde rememora cómo guardianas como Herta Bothe, disparaban a los prisioneros con cualquier pretexto. Se trataba de un acto cotidiano que con el tiempo consiguió hacerle inmune a la monstruosidad.

«Recuerdo estar de pie durante horas y horas en los pases de revista dos o tres veces al día, de cara a las chimeneas del crematorio escupiendo nubes negras noche y día, llenando el cielo de un olor horrible a carne quemada. Si llovía, el humo no subiría al cielo y tendríamos polvo y ceniza en nuestra piel y ropa. Lo peor era el olor de los crematorios que lo impregnaba todo en el campo».

La muerte estaba en todas partes, lo inundaba todo, pero hubo quienes consiguieron librarse de ella, simplemente viviendo sin pensamientos de un mañana. El futuro no existía, todo era presente y sobrevivir la única cuestión importante. Para Alexander Lebenstein las puertas del infierno se encontraban en Stutthof y Herta Bothe se había reencarnado en el Innombrable. Si había un ser perverso en aquel tétrico recinto, esa era la
Sádica de Stutthof
que aprovechó su corta estancia para practicar numerosas aberraciones y para sembrar el pavor entre los internos. Su fama incendió de tal forma los barracones que la
Aufseherin
logró colarse y entrometerse en todos y cada uno de los centros adonde fue trasladada tiempo después.

Su siguiente destino fue uno de los subcampos de Sutthof designado para mujeres conocido como Bromberg Ost. En julio de 1944 y tras la orden de traslado de su superiora Gerda Steinhoff, la joven se unió al equipo de inspección del campamento junto con otras seis camaradas. En esta ocasión su cargo fue de
Oberaufseherin
.

EN BERGEN-BELSEN

El 21 de enero de 1945 y tras el apoyo «logístico» en el subcampo de Bromberg Ost, Herta Bothe, que contaba ya con 24 años de edad, fue una de las guardianas responsables de acompañar a las denominadas «marchas de la muerte» que consistieron en la migración de reclusas desde la Polonia central hacia el campo de concentración de Bergen-Belsen en el estado de Baja Sajonia (Alemania).

Para que nos hagamos una idea, la distancia entre un campo y otro era de unos 700 kilómetros y las internas estaban obligadas a hacerlo a pie. Durante el largo recorrido las más débiles terminaron muriendo por agotamiento, inanición y por el trato vejatorio de sus «niñeras». Si a esto le sumamos que en la ruta hacia Bergen-Belsen se desviaron otros 600 kilómetros más para acampar en el KL Auschwitz-Birkenau, la sensación de extenuación iba
in crecendo
. Durante los pocos días que permanecieron en este campamento, las confinadas que aún seguían vivas tuvieron que aguantar la actitud descortés, por no decir denigrante, de sus anfitrionas. Tras el parón la marcha se reanudó para llegar a Belsen entre el 20 y el 26 de febrero de 1945, unos 30 días después de su partida de Bromberg Ost.

En el tiempo que Herta Bothe formó parte del personal del campo de concentración de Bergen-Belsen —unos dos meses aproximadamente— la guardiana aria desempeñó diversas tareas al igual que el resto de compañeras. Según su propio testimonio, nada más llegar tuvo que encargarse de la supervisión de los baños públicos; en días posteriores, trabajó en la cocina con sus camaradas masculinos para llevar comida a los cerdos; y sobre mediados de marzo, se dedicó a supervisar a la Brigada de Mujeres para la Búsqueda de Madera que estaba compuesto por 60-65 convictas. Pero nada más lejos de la realidad. En el juicio de Belsen celebrado el 17 de septiembre de 1945 las declaraciones juradas de los testigos de aquella masacre indicaban todo lo contrario. A pesar de que la
Aufseherin
pretendía pasar desapercibida en comparación con sus homólogas Irma Grese o María Mandel, finalmente sus actos salieron a la luz. El escándalo de aquel litigio se tornaba a ser aún más sobrecogedor cuando las protagonistas en cuestión fueron las guardias femeninas del campo.

Uno de los primeros en subir al estrado fue un superviviente checo de 17 años llamado Wilhelm Grunwald, quien tras ver diversas fotografías aportadas como prueba, reconoció en la número 25 a una de las mujeres de las SS. Era Herta Bothe.

«Entre el 1 y el 15 de abril de 1945 vi llevar a varias reclusas muy débiles un recipiente de comida desde la cocina hasta el bloque. Como estaba lleno y pesaba mucho, las mujeres no podían aguantar el peso y lo ponían en el suelo para descansar. En ese momento vi a Bothe disparar a las dos presas con su pistola. Ellas se desplomaron, pero no puedo decir si estaban muertas o heridas, pero como estaban muy débiles, delgadas y desnutridas, no me cabe la menor duda que murieron»
[24]
.

RETAHÍLA DE PRUEBAS

A Katherine Neiger, checa de 23 años, las guardianas de Belsen la habían puesto a registrar el número de mujeres (internas) que fallecían a diario en el campo. Durante los primeros días, las cifras eran bajas, pero a medida que fueron llegando las prisioneras, las muertes aumentaron. La joven rea aseguró ante el Tribunal que durante el mes de enero de 1945 morían diariamente entre 15 y 20 personas y que hasta el último día de marzo contabilizó un total de 349. Esta cifra no era exacta ya que no se reportaban todas las defunciones y la mayoría de los cadáveres acababan siendo apilados a la intemperie.

Unas 900 mujeres de su grupo murieron en aquel periodo a causa de la desnutrición, las enfermedades y por supuesto, por los malos tratos perpetrados por el personal femenino de las
Waffen-SS
.

Gracias a las pruebas testificales fotográficas expuestas en su interrogatorio, Katherine logró reconocer a prácticamente todas las acusadas que se sentaron en el banquillo. Entre ellas, Elisabeth Volkenrath, Herta Ehlert, Gertrud Sauer y por supuesto, Herta Bothe. A esta última también la señaló en la impronta número 25, diciendo que solía verla golpeando a las niñas enfermas con un palo de madera.

Other books

Doctor Who: The Ark by Paul Erickson
Moonlight by Tim O'Rourke
Sound of Butterflies, The by King, Rachael
Snark and Circumstance by Stephanie Wardrop
Game for Anything by Summers, Cara
Build Your Own ASP.NET 3.5 Website Using C# & VB by Cristian Darie, Zak Ruvalcaba, Wyatt Barnett
B00MV3HMDW_EBOK by Kennedy Layne
Reinventing Emma by Emma Gee