Guardianas nazis (32 page)

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Authors: Mónica G. Álvarez

Tags: #Histórico, #Drama

BOOK: Guardianas nazis
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Los crematorios erigidos en pos de una nueva humanidad, eran vigilados por los propios reclusos cuyo trabajo era ver morir a sus compañeros de barracón. Se respiraba mucha impotencia. Sin embargo, era eso o pasar a formar parte de la gigantesca pila de finados. La supervivencia y su faena diaria en los
Sonderkommandos
supuso el mejor de los pasaportes para tener una vida mejor, si es que podía haberla allí. La mayoría veía aquella situación —entre carga y descarga de cadáveres y desinfección del crematorio—, como una especie de privilegio que no podían desperdiciar, si lo hacían guardianas como Juana Bormann podían arrebatarles, con su irónico sadismo, el último aliento de esperanza.

LOS TESTIGOS SUBEN EL TONO

Siguiendo con el testimonio de la anterior testigo, Dora Szafran, esta aseveró ante la Corte que mientras ella trabajaba en el Kommando 103 transportando tierra y carbón, había visto al comandante Kramer pegar a sus prisioneros.

El 25 de septiembre de 1945 y durante el octavo día de la vista judicial Szafran narró al Mayor Munro que en el Bloque 25 se encerraba a la gente que posteriormente iría a la cámara de gas. Una vez dentro se les incomunicaba durante semanas y se les retiraba toda clase de alimento y agua. Tiempo después dicho barracón sirvió para albergar a las personas con infecciones tales como la sarna. Por otra parte, Szafran insistió en la peligrosidad de la
Aufseherin Wiesel
quien en abril de 1943 atacó a una mujer del Bloque 15 en el
Läger B
.

«
Dora:
Ella ha cambiado mucho, pero es la misma mujer. El perro era casi tan alto como la acusada, y era negro.

Munro:
Cuando el perro atacó a la mujer, ¿usted se encontraba dentro o fuera de los barracones?

Dora:
No era mi Kommando el que estaba marchándose. Solo lo vi.

Munro:
¿No fue el caso que la mujer a cargo del perro intentó parar que atacase a la otra mujer?

Dora:
Cuando el perro se fue para la ropa de la mujer, ella lo reprendió y le instó a ir a por la garganta de la mujer.

Munro:
Nos ha dicho que la mujer a cargo del perro se jactaba de ello a un hombre de las SS. ¿No es el caso que lo que oyó a la mujer decir al hombre de las SS fue un reporte de lo que había ocurrido?

Dora:
El cuerpo yacía allí y me dijo: "Es mi trabajo", y lo señaló.

Munro:
¿Usted tiene conocimiento personal de si la mujer murió o no?

Dora:
Sí, lo sé a ciencia cierta. Fue llevada en camilla por el Kommando empleado especialmente para llevar cadáveres. Ella podía haber tenido algo de vida, pero en todo caso los muertos eran enviados junto con los vivos».

En el transcurso del juicio los interrogatorios fueron subiendo de tono, sobre todo por las impactantes declaraciones de unas testigos que, a pesar del miedo, sacaron fuerzas de flaqueza para contar su verdad. Una verdad que aunque conocida por todos en Auschwitz, había sido impensable hasta aquel momento por el bando aliado.

Otra de las deponentes claves del juicio contra Bormann, fue una judía de 23 años de la antigua Checoslovaquia, Vera Fischer. Declaró que la espantosa
Aufseherin
solía hacerse cargo de las mujeres que trabajaban fuera del campamento, que tenía un perro grande y que normalmente lo manejaba para instigar a las reas más débiles y por tanto, incapaces de trabajar. Muchas de ellas fueron trasladadas al hospital del barracón y murieron por envenenamiento de la sangre. Algunas más acabaron en el Bloque 25, es decir, en la cámara de gas.

Alegre Kalderon, una judía de nacionalidad griega encerrada en Auschwitz a la edad de 17 años, también señaló a Juana Bormann como la responsable de cometer brutales y salvajes agresiones a las internas. No se lo habían contado sus compañeras, lo había visto con sus propios ojos. Durante los siguientes cuatro meses a su arresto 45.000 judíos griegos fueron llevados a este campo de concentración donde se les privó de alimentos y se les trató de manera atroz. Esta mujer sobrevivió porque principalmente trabajó como modista, permitiéndole escapar de la cantidad de malos tratos que sufrían el resto de sus compañeras.

La ira desplegada por los alemanes contra los judíos rebasaba los límites de la razón. El mundo aún no sabía ni la mitad de las barbaridades cometidas en los campamentos de internamiento, que no eran sino prisiones convertidas en máquinas de sacrificio donde los reclusos (hombres, mujeres y niños) eran llevados al límite de la vida y la muerte. En el preciso instante de la liberación de estas gentes, se pudo ver el horror y la incredulidad en el rostro de los aliados. Nadie daba crédito a lo que Hitler y sus secuaces habían materializado durante la contienda. Aquello no fue una guerra, fue un degradado exterminio en toda regla.

Siguiendo con los testimonios acopiados durante el juicio de Bergen-Belsen de 1945, nos topamos con el de otra judía polaca de 23 años llamada Rachela Keliszek, quien reconoció perfectamente a la acusada como guardiana de Auschwitz. La muchacha la señaló en la fotografía número 19 que el Tribunal había admitido como prueba. Durante su interrogatorio, Keliszek relató una triste anécdota que sufrió a manos de Bormann.

«En el verano de 1944 fui una de las 70 mujeres del Strafkommando cuyo castigo era estar de pie todo el día en el mismo sitio y golpear el suelo con un pico. Bormann era la encargada del grupo y aparecía en el puesto de trabajo como cuatro veces al día. Un día no estaba satisfecha con la tarea de un grupo de diez chicas, al que pertenecíamos mi amiga y yo. Solo conocía a mi amiga por el nombre de Regina. Ella tenía 18 años de edad. Bormann siempre llevaba con ella un perro grande, y en este día ordenó al perro atacar a nuestro grupo. Yo fui la primera en ser mordida en la pierna, y después Bormann ordenó al perro atacar a Regina que estaba a mi lado. El perro la mordió primero en la pierna y como estaba tan débil se cayó. El perro entonces empezó a morder y despedazar todo su cuerpo, empezando por sus piernas y subiendo para arriba. Bormann incitaba al perro y cuando Regina estaba sangrando por todas partes y se derrumbó finalmente, ella ordenó al perro que le dejara y se marchó del lugar de trabajo. Después, cuatro de las presas llevaron a Regina al hospital.

Solía visitarla cada día. Ella estaba muy débil y había heridas abiertas por todo su cuerpo que nunca le taparon de ninguna manera. Creo que su cuerpo acabó sufriendo un envenenamiento de la sangre porque el resto de su piel se había transformado en un color azul oscuro. Durante mis visitas ella estaba trastornada y nunca hablaba de manera coherente. Un día, unos quince días después del ataque, fui a verla pero la enfermera me dijo que había muerto. No me cabe la menor duda que su muerte fue por culpa del ataque del perro ordenado por Bormann».

Yilka Malachovska, una judía procedente de Polonia que durante el juicio tenía 18 años, también señaló la instantánea de Juana Bormann como una de las mujeres que pertenecían a las
Waffen-SS
en Auschwitz. Malachovska aseguró que una mañana de enero de 1943 la
Aufseherin
participó en la selección de un grupo de trabajo de 150 niñas. Durante la clasificación para saber quiénes serían las próximas víctimas en ir a la cámara de gas, se encontraba el
Rapportführer
Tauber acompañado de la tan temida
Comadreja
.

«Él no participó en la selección. Bormann fue una de las responsables de selección de las SS y eligió 50 chicas de nuestro grupo de trabajo de 150. Mi hermana fue una de las seleccionadas. Después, las demás nos marchamos del campo para ir a trabajar y al volver por la tarde, entrando por la puerta, nos pasaron 8 o 10 camiones repletos de mujeres y niñas. Los camiones iban en la dirección del crematorio, que estaba ubicado justo fuera del campamento. Nunca volví a ver a mi hermana ni a ninguna de las chicas seleccionadas esa mañana».

Cualquier excusa era buena si con ello se podían quitar de en medio a 50, 100 o hasta 500 personas diarias en el campo de Auschwitz o en cualquiera perteneciente al Imperio alemán. La violencia colmaba un hábitat del todo irrespirable para unas víctimas que poco a poco se fueron convirtiendo en supervivientes. Muchos murieron, pero otros tantos se salvaron gracias a las fuerzas de flaqueza gastadas cada día y a la fe que profesaban a la vida. Entre las mujeres que sobrevivieron a este caos de enajenación y saña estaba la judía alemana Elga Schiessl, que formaba parte del grupo de trabajo que solía encargarse de limpiar las cámaras de gas dedicadas a la masacre. Esta chica aclaró quiénes fueron los responsables de las miles de vidas aniquiladas en aquellos recintos, como por ejemplo Klein, Hoessler, Mengele, Tauber o Kramer. También señaló a Juana Bormann como una de las vigilantes de las SS que con frecuencia veía arrear a las reclusas con una porra de goma.

Dora Silberberg, judía polaca de 25 años, declaró que el 15 de junio de 1944 mientras se encontraba en un grupo de trabajo fuera del campo de Auschwitz junto con su buena amiga Rachella Silberstein, esta empezó a encontrarse indispuesta. Se sentía muy débil y sin fuerzas para poder desempeñar las tareas encomendadas aquel día. Pese a no poder andar para acudir a su puesto de trabajo, Dora ayudó a su compañera llevándola prácticamente en brazos. Cuando llegaron, Rachella tuvo que sentarse porque estaba sufriendo unos terribles dolores que le impedían siquiera moverse.

Sin embargo, Bormann, que estaba supervisando al equipo, le ordenó que se levantara rápidamente y que se pusiera a trabajar de inmediato.

«Dado que mi amiga casi no podía hablar por el dolor intervine y le dije a Bormann que Silberstein estaba demasiado débil para trabajar. Bormann me dio un puñetazo en la cara, arrancándome dos de mis dientes, y me dijo que volviese a trabajar. Mientras me marchaba me golpeó por todo el cuerpo con un palo grueso que llevaba. Después ella ordenó a un perro grande, que siempre la acompañaba, que atacara a Silberstein, que estaba sentada en el suelo. El perro le agarró su pierna con sus dientes y la arrastró dando vueltas hasta que ella finalmente se derrumbó. Luego Bormann ordenó al perro que dejara suelta a mi amiga. Después de unos diez minutos Silberstein recobró la conciencia, pero se quedó tumbada en el suelo todo el día. Yo no pude ver las heridas abiertas, pero la pierna que le había agarrado el perro se hinchó y se tornó a un color negro azulado. Tuve la impresión de que era un envenenamiento de sangre».

Silberberg continuó describiendo durante su intervención delante del Tribunal que cuatro de sus compañeras trasladaron a Rachella hasta el campamento y que a su llegada la ingresaron en el hospital. Cuando al día siguiente decidió ir a visitarla, la encontró tan débil que no podía hablar ni comer. Un día más tarde, el 17 de junio de 1944, el director la informó de que su amiga había muerto y que su cadáver se había dispuesto en el patio. Dora fue hasta allí y vio un cuerpo cubierto con mantas. «Levanté las mantas y reconocí a mi amiga muerta».

Alexandra Siwidowa fue otra de las internas del campo de concentración de Auschwitz que distinguió a Juana Bormann, no solo como una de las
Aufseherinnen
encargadas de su supuesta «seguridad», sino como el brazo ejecutor de numerosas e injustificadas escenas de violencia y degradación.

«La vi golpear a muchas prisioneras por llevar ropa buena. Ella ordenada a las presas que se desnudaran y que hicieran ejercicios extenuantes. Cuando ya estaban demasiado cansadas para seguir vi a Bormann golpearles en la cabeza, la espalda y todo el cuerpo a veces con una porra de goma y otras veces con un palo de madera. Mientras estaban en el suelo también las pateaba».

Otra de las supervivientes que vivió para contarlo fue la judía polaca Ester Wolgruth, quien afirmó que durante su estancia en el campo de concentración de Auschwitz en el año 1943, había visto a Bormann instigar con su perro a una compañera suya que tenía una rodilla hinchada y que no podía continuar el día junto al resto del grupo de trabajo. Fue entonces cuando el canino agredió gravemente a la rea mutilándole varias partes del cuerpo. Unos días después murió a consecuencia de las heridas.

La doctora Ella Lingens-Reiner fue una de las médicos austriacas que estuvo confinada en este centro de destrucción. Conoció muy de cerca a Bormann. La nazi amenazaba a Lingens para que fuese muy dura con sus compañeros, tenía que cooperar en esa política de «correcta dureza». Pero la doctora no lo hizo y la guardiana
comenzó
a odiarla. La austriaca llegó a escribir sobre su superior cosas como esta:

«Ella era miserable, una criatura infeliz que no fue amada por nadie, que no amaba a nadie más que a su perro… No es de extrañar que esta mujer se negase a apelar su sentencia de muerte. Para ella la derrota de su Alemania fue el final»
[50]
.

En los casi cuatro años que Bormann supervisó los campos de Auschwitz y Auschwitz-Birkenau fueron muchos los prisioneros que desaparecieron y engrosaron las listas de muertos por causas tan diversas como, la inanición, desnutrición y por supuesto los llamados intentos de fuga. Estos no eran otra cosa que la propia diversión de los guardianes. Se sabe que en muchas ocasiones los miembros de las SS combatían el aburrimiento haciendo que los reclusos corrieran hacia las vallas electrificadas con la promesa de que obtendrían una ración de comida extra. Pero al final se encontraban con un tiro a sangre fría por la espalda. Las risas sucumbían al estruendo de las balas y de la muerte.

La Mujer de los Perros
tuvo una carrera militar un tanto movidita. Una vez cumplida su tarea en Auschwitz-Birkenau decidieron trasladarla de forma eventual hacia Budy, que no era si no un subcampo cercano donde según diversos testimonios, la Bormann siguió abusando de los prisioneros. No obstante aquella eventualidad le sirvió para que a finales de 1944 fuese de nuevo trasladada a otro campo satélite, esta vez en Hindenburg (Silesia), antes de regresar a Ravensbrück en enero de 1945. En marzo de ese año fue enviada al campo de concentración de Bergen-Belsen, su última asignación, donde desempeñó diversas funciones —entre ellas la vigilancia de la pocilga—. Estuvo bajo el mando del comandante Josef Kramer y de las supervisoras Irma Grese y Elisabeth Volkenrath, con quienes ya había tenido un estrecho contacto en Auschwitz-Birkenau tiempo atrás.

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