Ser la imagen perfecta de las
Waffen-SS
era lo que toda guardia femenina quería una vez que conseguía subirse a la máquina nazi.
Un dicho popular muy sabio dice que para ser bueno, no basta con serlo, sino también parecerlo. Si extraemos la moraleja de este refrán, podemos hallar similitudes con las actitudes tomadas por estas mujeres. Necesitaban que sus superiores las vieran como un ejemplo a seguir y para ello tenían que comportarse tal y como los altos mandos esperaban. Si pegar, golpear o vejar a los prisioneros era necesario para obtener su respeto, lo harían sin lugar a dudas. Esa era la única forma —según su punto de vista— de que contasen con ellas para puestos de alto mando dentro de los campamentos de internamiento.
Uno de los ejemplos más fehacientes lo encontramos en Alice Orlowski —de nombre real Alice Minna Elisabeth Elling—, que en poco tiempo pasó a ser el modelo a seguir por las mujeres de las SS.
Su vida transcurrió en la capital alemana, Berlín, donde nació el 30 de septiembre de 1903. Algunas fuentes apuntan a que esta funcionaria nazi no acabó la escuela, fue desterrada de su casa familiar por las ideas que profesaba, además de mantener relaciones sentimentales con un joyero ruso que terminó en boda. Sin embargo, no existen documentos que ratifiquen dichas teorías. Lo único cierto es que Alice formó parte del personal de algunos de los campos de concentración alemanes más sanguinarios de la Segunda Guerra Mundial.
El primer contacto con el nazismo lo tuvo en 1941 cuando ingresó en Ravensbrück para seguir un duro entrenamiento como guardiana del campamento. Pero nadie se alista por casualidad en las
Waffen-SS
—y como estamos viendo a través de estas páginas—, menos aún estas mujeres. De hecho, no hace falta tener mucha imaginación para darnos cuenta de que nada más poner un pie en Ravensbrück, Orlowski comenzaría a desarrollar una personalidad atroz y sádica hacia sus reclusos. Aquel talante había permanecido latente en su interior todo ese tiempo, a la espera de que alguien pusiese en marcha el mecanismo. Cuando lo hizo, no pudo parar jamás.
La depravada María Mandel fue una de sus instructoras. Y como sabemos, sus métodos —un tanto tétricos— hicieron la delicia de más de una recien de llegada como Orlowski. ¿De quién podía aprender mejor cómo hacer un sacrificio que de la
Bestia
?
Ravensbrück lo tenía todo, hasta un búnker de castigo. Era el campo perfecto para que desarrollara esa faceta tan malvada. Una vez acabada la instrucción y ya como
Aufseherin
, la envían en octubre de 1942 al campo de Majdanek, cerca de Lublin (Polonia). Su compañera de correrías era la mísmísma
Yegua de Majdanek
.
Ella y Hermine Braunsteiner eran consideradas las guardianas más brutales de todo el campamento. Los confinados tenían motivos más que suficientes para tenerlas pánico. Ellas eran las responsables de cargar los camiones que se dirigían a las cámaras de gas con las mujeres más débiles de todo Majdanek. Si había un niño que sobraba o que no entraba, Orlowski y Braunsteiner lo cogía como si fuera una maleta y lo tiraba por encima de los adultos. Después, cerraban la puerta.
En el caso de Alice le encantaba esperar a que arribaran nuevos cargamentos de mujeres al barracón. Nada más entrar las azotaba sin miramientos, especialmente entre los ojos.
Tales medidas eran consideradas como buenas y aprobadas por sus superiores, así que decidieron promoverla y subirle de puesto. Su nuevo rango de
Kommandoführerin
(líder del Kommando) le sirvió para participar de lleno en la selección de nuevas víctimas. Ahora tenía a su cargo a más de 100 mujeres, a quienes ordenaba robar todo tipo de enseres a los prisioneros ya gaseados. Desde relojes, abrigos, oro, joyas, dinero, juguetes, vasos… Cualquier cosa que ella y sus camaradas pudieran necesitar.
En los días previos a la evacuación de Majdanek —esto ocurrió el 24 de julio de 1944—, los oficiales de las SS enviaron a Orlowski al célebre campo de concentración de Cracovia-Plaszow (Polonia).
Distinguido por ser uno de los campamentos más duros de toda la guerra, Plaszow estaba rodeado por una alambrada electrificada de 4 km de perímetro y contenía multitud de barracones. Unos destinados al personal alemán, otros a las factorías, talleres y almacenes, y un campo para hombres y otro para mujeres. Sin mencionar aquel que servía para la «reeducación». Era en este lugar donde se llevaban a los presos que violaban la disciplina laboral y las normativas.
Plaszow era un verdadero campo de trabajo forzado, más conocido como
Arbeitslager
, allí no solo había reclusos sino sobre todo esclavos. No es de extrañar que la tasa de mortalidad fuese muy alta y que multitud de internos, sobre todo mujeres y niños, muriesen de tifus y hambre.
Las ejecuciones fueron otro punto fuerte del campo. De hecho, este recinto acabó siendo famoso por los tiroteos, tanto individuales como en masa, que se efectuaban tras sus paredes. Todos los documentos relativos a los diparos y asesinatos en masa perpetrados durante ese tiempo, fueron encomendados a la
Aufseherin
por el comandante Amon Goeth apodado
el verdugo de Plaszow
. Orlowski los guardó hasta el final de la guerra y los destruyó poco después.
Casi todas las mañanas Goeth se situaba en la terraza de su residencia, cogía un rifle de francotirador y disparaba a cualquier prisionero del campo. Niños, mujeres y ancianos fueron asesinados de forma indiscriminada. Después del homicidio el comandante ordenaba que se le entregase la ficha del muerto —localizado en el archivo de la administración del campamento— y después mataba a todos sus familiares. Según sus propias palabras, no quería gente insatisfecha en su campo de concentración. Su sadismo no conocía límites.
Cuando los nazis se percataron de que las tropas del Ejército Rojo estaban avanzando con tal rapidez que las ubicaban cerca de Cracovia, iniciaron el desmantelamiento completo de Plaszow. Para ocultar pruebas, se decidió exhumar e incinerar los cuerpos que ya estaban enterrados. De este modo las tropas aliadas se encontrarían un campo completamente vacío. Se estima que durante su funcionamiento Plaszow llegó a albergar a 150.000 personas, la mayoría judíos.
El 14 de enero de 1945 un día antes de la llegada de las tropas soviéticas a Plaszow, el personal del campamento junto con los últimos cautivos que quedaban —178 mujeres y dos niños—, emprendieron una marcha de la muerte hacia el campo de exterminio de Auschwitz. Una vez dentro, muchos de los que lograron sobrevivir por el camino fueron atrozmente asesinados.
Pero sin saber por qué Alice Orlowski cambió de actitud durante el viaje a Auschwitz. Parece ser que se mostraba como una mujer más humana, dando consuelo a los prisioneros, llevándoles agua e incluso durmiendo con ellos a la intemperie. Nadie conoce la verdadera razón que alteró su proceder de forma tan radical. Se dice que se debía a que la guerra estaba llegando a su fin y sabía que pronto sería juzgada como una criminal más.
Tras su llegada a Auschwitz regresó a Ravensbrück. Una vez terminada la contienda fue capturada por el Ejército Soviético que la extraditó a Polonia para su ajusticiamiento.
En aquel primer juicio de Auschwitz celebrado en Cracovia entre el 24 de noviembre y el 22 de diciembre de 1947 Alice Orlowski fue condenada a 15 años de prisión por su participación en el maltrato, abuso y asesinato de prisioneros durante el conflicto bélico. Sin embargo, no cumplió la totalidad de su pena. Quedó en libertad en 1957, tan solo diez años después.
Tal y como les sucediera a otras camaradas de las SS como Hildegard Lächert o Hermine Braunsteiner, la ex
Aufseherin
, fue puesta en busca y captura por las autoridades alemanas para ser juzgada de nuevo. Esta vez para dictaminar los crímenes perpetrados en el campo de Majdanek.
En 1976 y durante la larga celebración del Tercer Juicio de Majdanek en Düsseldorf, Alice Orlowski murió a los 73 años de edad. ¿Cuál hubiera sido la condena más justa? Nunca lo sabremos.
Una de las principales características de un conflicto bélico es que cuando finaliza, los tribunales internacionales se encuentran con la difícil tarea de descubrir a los responsables y, a la vez culpables, de cometer unos supuestos crímenes de guerra. Si bien algunos fueron localizados, juzgados y eliminados; otros, fueron liberados impunemente pese a las pruebas testimoniales aportadas por la acusación durante la vista. A pesar de su colérico comportamiento en los distintos
Konzentrazionslager
, Ilse Lothe fue una de las pocas Kapos que se libró de la horca. El hecho de ser prisionera de los nazis tenía que haberla servido para luchar contra ellos, pero tras su nombramiento en Auschwitz se convirtió en uno de ellos. Pasó a ejercer tareas de vigilancia y a perpetrar frenéticas palizas a sus propias compañeras de barracón.
Lo poco que se sabe de su vida es merced a la declaración jurada que hizo durante el proceso de Bergen-Belsen de 1945. Parece ser que esta mujer nació el 6 de noviembre de 1914 en la ciudad alemana de Érfurt, capital de Turingia, de donde también procedía el filósofo alemán Max Weber —conocido por su distinguida obra
La ética protestante y el espíritu del capitalismo
—.
Desde una edad muy temprana, Ilse decidió ponerse a trabajar, no sabemos si porque no le gustaban los estudios o porque su familia necesitaba un refuerzo más en casa. A partir de ahí, buscó diferentes ocupaciones donde sentirse cómoda y un buen día empezó en una fábrica de zapatos. Sin embargo, aquello no le duró demasiado, no porque no le fascinase sino porque acababa de emerger la Segunda Guerra Mundial y los nacionalsocialistas iniciaron un gran despliegue por toda Alemania. Las tropas germanas iban llegando rápidamente a cada uno de los pueblos del país. Érfurt fue uno de ellos. A su llegada, un grupo de oficiales de las
Schutzstaffel
obligó a la joven a alistarse. Todo ocurrió antes de que finalizase el año 1939.
Durante ese rifirrafe, pretendieron enviarla a una factoría de municiones pero Ilse se negó taxativamente. No tenía hijos ni se había casado nunca pero no quería formar parte del aparato de destrucción nazi. Años más tarde, acabó cayendo en su trampa.
Rápidamente la remitieron al campo de concentración de Ravensbrück, pero no como guardiana, sino como prisionera. Durante aquel tiempo, conoció a algunas de las supervisoras más maquiavélicas que ha dado la historia del Nazismo: María Mandel, Dorothea Binz o Juana Bormann. Nuestra protagonista jamás contó si tuvo algún altercado con cualquiera de ellas durante su reclusión en el «Puente de los Cuervos».
Tres años más tarde y ya en marzo de 1942, Ilse fue trasladada al centro de exterminio de Auschwitz donde permaneció y vivió como interna durante cuatro semanas. Transcurrido ese tiempo, el comandante del campamento determina que la transfieran una larga temporada a un Kommando externo en Budin (Budy), a unos siete kilómetros de Auschwitz. Allí realizó dispares trabajos forzados. Estos iban desde efectuar diversas excavaciones, como por ejemplo zanjas, hasta construir un embalse o mantener limpios los estanques.
De junio de 1943 y hasta febrero de 1944 la desplazan al campo de Auschwitz-Birkenau. A su llegada la nombran Kapo del Kommando n°6 que constaba de 100 judías húngaras. Inicialmente, su misión consistía en que sus compañeras cumpliesen las tareas impartidas por las guardianas, es decir, evitar peleas, repartir los alimentos o la ropa, etc. No obstante, con el tiempo y gracias a los pequeños privilegios que como Kapo tenía, su trabajo se fue extralimitando hasta puntos insospechados. Se había convertido en «Policía Judía» —así era como denominaban los demás reos a los Kapos— y por tanto en una centinela más de las SS. Inevitablemente conoció a la
Aufseherin
Irma Grese quien durante su declaración ante el tribunal, negó que la hubiera visto alguna vez.
Algunas de las prisioneras que decidieron contarlo durante el juicio, aseguraron que Ilse Lothe también infringía multitud de maltratos debido a su «privilegiada» posición. Lo que muchas de ellas no sabían —y aquí hago un breve paréntesis— es que en la mayoría de casos, los Kapos acababan siendo asesinados en la cámara de gas.
Dicho esto, una de las testigos llamada Hanka Rozenwayg que había estado en uno de los Kommandos que Lothe vigilaba, afirmó que en una ocasión esta se quejó a Grese de que no estaba haciendo bien su trabajo. Al hacerlo, la
Aufseherin
le lanzó un perro que le desgarró la ropa y le dejó numerosas marcas en todo el cuerpo. Además, también vio cómo la Kapo pegaba a un chica polaca, la golpeaba en el suelo y terminaba por darle infinidad de patadas.
Otra judía polaca, Eva Gryka, explicó durante la vista judicial que en el tiempo que se halló en Auschwitz, Lothe había sido el Kapo de su Kommando de trabajo consagrado a cavar zanjas y fosas para enterrar a los muertos. Durante una de las jornadas, una de sus compañeras llamada Grunwald preguntó a Ilse si podía ir al baño. Esta se lo prohibió. Entonces la reclusa dejó la pala y se marchó.
«Tan pronto como ella pasó de su trabajo vi a Lothe acercarse a Grunwald y golpearle en la cabeza y el cuerpo hasta que se desplomó inconsciente, con sangre chorreando de su cabeza. Para golpear Lothe usaba un palo de madera, que era de unos 2 pies de largo y una pulgada de diámetro. Con la ayuda de otros prisioneros llevé a Grunwald a su bloque y le vendamos sus heridas lo mejor que pudimos. Al día siguiente vi que se llevaban a Grunwald al bloque 25. Ese bloque estaba reservado a las personas que eran destinadas a la cámara de gas».