Guardianas nazis (27 page)

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Authors: Mónica G. Álvarez

Tags: #Histórico, #Drama

BOOK: Guardianas nazis
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Desde su apertura el 15 de mayo de 1939 la Navidad de 1944 supuso el mayor acto de solidaridad jamás visto en el campo de Ravensbrück. La propia Dorothea Binz, una de sus más atroces maltratadoras y asesinas, también sucumbió aparentemente a aquel espíritu navideño. Son bastantes las conjeturas que podemos extraer tras su inesperada reacción. Imagino que ver a todos aquellos niños llorando porque en el fondo sabían que esa iba a ser la última vez que celebrarían algo así, la debió de conmover o si cabe, remover las extrañas. De todas formas, para reclusas comunistas como Erika Buchmann, la momentánea generosidad exhibida por sus verdugos no significaba un acto solidario en sí mismo, sino el pánico que tenían al saber que el ejército soviético ya se iba acercando.

Porque, ¿hasta qué punto criminales de la talla de Binz mostrarían un arrojo de humanidad si por otro lado, participaban activamente en la selección de niños para experimentación y gaseamientos? No podemos hablar de lógica, porque es evidente que todo lo que acontecía tras los muros del campamento, no la tenía. Los miembros del Tercer Reich jamás la tuvieron.

HUIDA DEL «PUENTE DE LOS CUERVOS»

La guerra iba avanzando y el bando aliado iba ganando terreno a los alemanes, quienes poco a poco iban sintiendo lo que era el miedo, pero no el temor a ser encarcelados y juzgados, sino el pavor a perder el poder que habían conseguido en los últimos años. Ya lo auguró el ministro de Propaganda nazi, Joseph Goebbels, en uno de sus muchos artículos correspondientes a los diarios publicados bajo el título
Die Tagebucher von Joseph Goebbels
: «No sentimos compasión por los judíos, la única compasión es hacia el pueblo alemán». En aquellas palabras radicaba la crueldad de unos actos ejecutados por sus subordinados, que en obediencia a Hitler y a la ideología nazi, aniquilaron a seis millones de personas. «No podemos fusilar a tres millones y medio de judíos, no podemos envenenarlos, pero tenemos que ser capaces de dar los pasos suficientes para llevar a cabo con éxito su exterminio», declaró en otra ocasión el político germano.

Este espíritu de superioridad, oriundo de las más altas esferas, era el que también reinaba a pie de campo, en los de Ravensbrück, Auschwitz, Bergen-Belsen, Dachau y tantos otros. Allí el personal responsable de vigilar a los reclusos, como la supervisora en jefe Dorothea Binz, repartía todo tipo de maltratos. En su afán por mantener su rango y poder sobre los demás, continuó con su rutina de sacrificios y aberraciones tanto en el interior del temido búnker como fuera de él. Pero el tiempo corría velozmente y el régimen nazi iba perdiendo terreno con relación a sus enemigos. Era el momento de alejarse y Binz no podía quedarse atrás.

Unos días antes de la liberación del campo de concentración de Ravensbrück, la
Oberaufseherin
y el resto de guardias procedieron a evacuar el campamento para evitar ser sorprendidos por el ejército ruso, quien según las noticias que les llegaban, estaba cada vez más cerca. De este modo y para evitar que el mundo supiera de la existencia de estos centros de exterminio, no solo se procedió a la destrucción de toda clase de documentación que les incriminara sino que además, se iniciaron las llamadas «marchas de la muerte». Estas consistían en el traslado forzoso de miles de prisioneros, unos 20.000 en aquel momento, de Ravensbrück hacia el interior de Alemania. Entre los cabecillas de aquella magna evacuación se encontraba, cómo no,
la Binz
.

Durante aquellos días, hablamos que esta situación se produjo hacia el 27 de abril de 1945 y que la liberación del campo fue tan solo tres días después, no se sabe a ciencia cierta qué ocurrió en aquellas largas caminatas donde los reclusos, hombres y mujeres, no tenían nada que llevarse a la boca. Muchos murieron por el camino, otros fueron asesinados por convertirse en un lastre y algunos más, quizá mentalizados por las circunstancias, preferían seguir andando hasta la extenuación. En cambio, algunas informaciones apuntan a que en realidad esta supervisora decidió huir por su cuenta, deshaciéndose de su uniforme y de su identidad y dejando atrás la destrucción de la que había formado parte. Por suerte, mientras Ravensbrück era liberado del horror por militares rusos el 30 de abril, Dorothea Binz era capturada por los británicos en Hamburgo el 3 de mayo. Al final, el demonio había sido enjaulado.

La criminal y varias auxiliares de las SS fueron trasladadas a una prisión de reciente creación en la ciudad de Recklinghausen, lugar antiguamente utilizado como satélite por el despreciable campo de concentración de Buchenwald.

La
Oberaufseherin
Binz y sus camaradas fueron juzgados en Hamburgo entre el 5 de diciembre de 1946 y el 3 de febrero de 1947. Esta vista fue la primera de los siete procesos que se celebrarían para averiguar lo acontecido en este campo de concentración. Recibieron el nombre de los Juicios de Ravensbrück. Todos los inculpados (Dorothea Binz, Johann Schwarzhuber, Gustav Binder, Rolf Rosenthal, Greta Bosel, entre otros) fueron acusados conjuntamente de:

«cometer un crimen de guerra en cuanto que ellos, siendo miembros del personal del campo de concentración de Ravensbrück entre los años 1939-1945, y en violación de la ley y de los acuerdos de guerra, cooperaron en el maltrato y asesinato de los internos nacionales de los Países Aliados».

PRIMER JUICIO DE RAVENSBRÜCK

Durante aquel proceso judicial presidido por el mayor V.J.E. Westropp la estrategia del abogado defensor de Dorothea Binz, el Dr. Alfred Beyer, fue clara: acarrear toda clase de responsabilidades a sus superiores directos respecto a las decisiones tomadas en el campo de concentración. Es decir, todo cuanto la
Oberaufseherin
hizo o deshizo durante su estancia en Ravensbrück, fue gracias al cumplimiento de órdenes que recibía de la comandancia. Sin embargo, ¿por qué y para qué se interrogaba a las prisioneras del campamento? Esa era una de las muchas cuestiones que emergieron a lo largo de la vista y que Binz respondió argumentando que era una forma de proteger el centro.

También se habló de los famosos castigos corporales que «supuestamente» infligía en primera persona —como hemos visto anteriormente, lo hacía con severidad—, y que según parece solo debían de llevarse a cabo en situaciones excepcionales.

Cuando su abogado pregunta a Dorothea sobre la posibilidad de que las presas en realidad se sentían satisfechas con el trato recibido, ella replica: «Creo que prefieren eso a ser privadas de su comida, o algo más». Aquí la supervisora dejó entrever los castigos que imponían el comandante del campo y el
Schutzhaftlagerführer
(su adjunto). Según datos aportados por la acusada, ella llegó a entregar a sus superiores en torno a 50 o 60 denuncias escritas por las prisioneras. Estas se las entregaban al
Funktionshaftlinge
(prisioneros que se utilizaban como guardias), quien a su vez se las hacía llegar a la
Oberaufseherin
.

Durante su interrogatorio Binz confesó haber abofeteado o golpeado con una regla a alguna rea impertinente, pero negó que hubiera denuncias ya probadas sobre el tema. Incluso indicó haber sido testigo presencial de aquellos presuntos delitos y que si en algún momento se volvió violenta, fue tan solo una cuestión de hacer cumplir «el orden y la disciplina» en el centro. La única forma de garantizar que los 30.000 presos pasaran lista para ir a trabajar era recurriendo a la fuerza.

La cobertura de prensa en el juicio de Ravensbrück fue fundamental para dar a conocer al mundo lo que había sucedido durante la guerra. Al fin y al cabo en este proceso declararon numerosos supervivientes, por lo que se hacía imprescindible la participación de la mayoría de países de Europa. La cadena BBC fue una de las encargadas de informar sobre los experimentos realizados, aunque las mejores improntas se obtuvieron gracias a una cámara robada del campamento donde había fotografías de las propias víctimas con sus heridas infectadas y sus piernas mutiladas. Aquello conmocionó a la opinión pública.

En las primeras tres semanas de juicio y procedentes de nueve países diferentes, un total de veintiún testigos declararon sobre las condiciones de vida que prevalecieron en el campo. Y a principio de enero de 1947 los reportajes de los periódicos empezaron a mostrar la magnitud de las vejaciones realizadas por los médicos alemanes en los recintos de internamiento.

Los diarios británicos como el
Daily Mail, The Sunday Dispatch
y
The Dotty Express
enviaron corresponsales propios para cubrir el juicio e informar diariamente sobre lo que sucedía en la sala. Había opiniones para todos los gustos. Algunos se posicionaban a favor de los acusados, disculpándolos completamente, mientras que otros los señalaban para ser ajusticiados por un verdugo. De hecho, una mujer que conocía Ravensbrück puso en duda la calidad de los declarantes pese a sentir júbilo por la condena a muerte de la mayoría de los imputados. En una carta escrita en marzo de 1947 a una amiga suya le cuenta:

«He seguido el juicio de Ravensbrück y estoy satisfecha de que la bruja, Binz (la acusada), esté acabada. Ahora su cabeza de ángel comenzará a pudrirse. No estoy contenta con el resto de los veredictos. Tuve la sensación de que los testigos no fueron lo suficientemente claros. Bien, dime Kate, ¿dónde están los demás?. Aún están desaparecidos; ¿no fueron detenidos?»
[38]
.

Por otra parte, durante las ocho semanas que se prolongó este primer proceso, acudir a la corte se había convertido prácticamente en un evento social. Una vez dentro, la gente comentaba qué ocurría en su interior, pero sobre todo cuál era el verdadero comportamiento de los acusados. «Ellos están sonriendo y moviendo sus manos», decía un testigo.

«Pero sus caras muestran claramente que son completamente indiferentes al juicio. Estas bestias que arrancaron los dientes de oro de gente inocente y que les golpearon y destrozaron, no se dan cuenta de que son justamente acusados por la nación alemana y no por la británica. La mayoría de ellos son bastante jóvenes, y aunque parecen algo cambiados, uno se da cuenta enseguida de que han terminado con su vida. El excomandante del campo parece como un gitano viejo»
[39]
.

El 3 de febrero de 1947 el Major Westropp leyó el veredicto. Juzgaba y condenaba a Dorothea Binz,
Oberaufseherin
de Ravensbrück, a morir en la horca por cometer crímenes de guerra. Los dramáticos y escalofriantes testimonios que se escucharon en la sala la señalaron como uno de los brazos ejecutores e indiscutibles de aquella masacre.

MURIÓ CON ENTEREZA

A las nueve de la mañana del 2 de mayo de 1947 en la prisión de Hamelín, Dorothea Binz se encontró cara a cara con su verdugo, el británico Albert Pierrepoint, quien le señaló dónde debía colocarse para proceder a la ejecución. Justo en ese mismo lugar, pero dieciséis meses antes, tres de sus alumnas más aventajadas, Irma Grese, Elisabeth Volkenrath y Juana Bormann, habían encontrado la muerte. Curiosamente, la supervisora nazi se enfrentó a su ejecución con la misma entereza y serenidad con la que tiempo atrás lo habían hecho sus camaradas.

Allí se encontraba Binz, con los pies en la trampilla, esperando a que Pierrepoint le colocase la capucha negra y la soga alrededor del cuello. Unos segundos después se pudo escuchar el crujido de la muerte. Dorothea Binz, la despiadada criminal que había asesinado cruelmente a miles de mujeres, acababa de morir.

Hermine Braunsteiner. La yegua de Majdanek

«Después de 15 o 16 años, ¿por qué molestan

a la gente? Yo fui castigada lo suficiente.

Estuve en la cárcel durante tres años.

Tres años, ¿te lo puedes imaginar?

¿Y ahora quieren algo de nuevo de mí?»

Hermine Braunsteiner

No siempre la justicia apresa a quienes cometen delitos del calibre que entraña este libro: los crímenes de guerra. Hermine Braunsteiner fue una de las «afortunadas». Célebre por su sadismo en los campos de concentración de Ravensbrück y Majdanek, la guardiana nazi desplegó sus malas artes contra mujeres y niños ensañándose con ellos a patada limpia. Aquella crueldad acababa normalmente con la muerte de sus víctimas. De ahí que la denominasen
la Yegua
. Una de sus coces podía dejar fuera de combate a cualquiera. Pero la atrocidad de la
Aufseherin
no solo se reducía a este tipo de castigos, muchas de las supervivientes del centro de internamiento relataron durante el juicio cómo en una ocasión había matado de un tiro en la cabeza a un pequeño al que su padre pretendía ocultar, o cómo parecía disfrutar propinando severos latigazos en el rostro de sus prisioneros.

Pero toda aquella violencia quedó impune ante la ley cuando tres años después de su detención, hablamos del año 1950, fue puesta en libertad. Entonces, Braunsteiner decide mudarse a Estados Unidos y tras su boda con un electricista americano se cambia el apellido por el de Ryan. Se había transfigurado en la vecina perfecta del barrio neoyorquino de Queens. Su tranquilidad concluye cuando, pese a conseguir la nacionalidad americana, el famoso «cazador de nazis» Simon Wiesenthal da con su paradero en el año 1964 e informa inmediatamente a las autoridades. A partir de aquí se inicia una batalla para obtener su extradición al país de origen y para que sea juzgada de nuevo. El proceso se lleva a cabo en Düsseldorf en el año 1975 y concluye seis años después —uno de los juicios contra criminales de guerra nazis más largo de la historia—. Aún siendo sentenciada a dos cadenas perpetuas por asesinar a un total de 1.082 personas, en abril de 1996 el primer ministro alemán Johannes Rau, le perdona el resto de la pena merced a su mala salud. Muchos ratifican que la
Aufseherin
murió en 1999 en Bochum; ahora bien, un periodista del
New York Times
aseguró que pudo entrevistarla en el 2004.

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