Authors: Domingo Santos
»Lo que les contó Bernstentein es superficialmente cierto, así que podemos tomarlo como punto de partida. Durante toda la historia de la Tierra ha habido hombres poseedores del poder. De hecho, y supongo que eso le sorprenderá, el poder es tan antiguo como la propia humanidad. Es un atributo inherente a la naturaleza humana, heredado del primer creador, pero en cierto modo atrofiado. El primer creador, el constructor de nuestro universo, un hombre que gozaba del poder a su nivel más alto, creó el hombre a su imagen y semejanza, pero no dejaba de ser un egoísta. Antes de que me lo pregunten: no, no sabemos quien fue, su recuerdo se pierde en una nebulosa en la noche de los tiempos..., una mera hipótesis, pero confirmada por los hechos. No quiso que sus criaturas pudieran alzarse contra él, tuvo miedo de perder su ascendencia sobre ellas, y las creó según su mismo modelo, pero imperfectas. Algunos de nosotros teorizan que al principio cometió la ingenuidad de crearlas exactamente a su imagen y semejanza, y se le rebelaron, y tuvo que actuar contra ellas y destruirlas, y en todo ello creen ver el origen ancestral del mito de los ángeles y los ángeles caídos y los demonios: dicen que algunos consiguieron escapar, y aún siguen vagando por el universo. Peor eso, por supuesto, son teorías vanas.
Dio un nuevo sorbo a su coñac, lo paladeó, chasqueó la lengua con deleite. David tuvo la impresión de que no bebía realmente, de que todo aquello no era más que una pose.
—Pero volvamos a nuestra historia. Pese a la imperfección con que fue creada la humanidad, el poder existe, per se, en la naturaleza humana: puede soterrarse, pero no extirparse. Así pues, poco a poco, con el paso de los siglos, va aflorando de nuevo, lentamente, a la superficie.
»Eso es al menos lo que demuestran los hechos. Cada vez aparecen en el mundo más personas poseedoras, en mayor o menor grado, de un cierto asomo del poder. Por si les interesan las estadísticas, les diré que según nuestras investigaciones en el siglo XIV aparecía por término medio un poder por cada cinco millones de habitantes. En el siglo XVIII la cifra era de uno por cada tres millones. En la actualidad está rebasando ya la cifra de uno por cada millón. Esto nos hace suponer que, en unos quince a veinte siglos más, todo el mundo puede nacer con el poder a nivel operativo, aunque por supuesto en un grado muy embrionario.
»Pero vayamos a los hechos. El noventa y nueve por ciento de los poderes que existen en la actualidad lo son a nivel ínfimo. Su poseedor, como les dijo muy bien Bernstentein, ignora incluso que lo posee, de lo único que se da cuenta es de que tiene suerte, todo le sale bien. Muy pocos llegan al nivel que alcanzó el padre de la señorita Dorléac. Muchos menos aún al nivel de los componentes de la hermandad. Y por supuesto, una absoluta minoría al nivel de usted, o al nuestro.
Hizo una nueva pausa, esta vez para estudiar la reacción de sus palabras en sus dos interlocutores. Añadió, con una observación marginal:
—De hecho, puedo decirles que el caso de la señorita Dorléac pertenece al primer grupo. Su poder ha adquirido una cierta operatividad solamente gracias a la insistente educación que recibió de su padre. Un caso que nos ha interesado enormemente y que hemos seguido de cerca..., pues nos ha demostrado que el poder es susceptible de ser llevado, dentro de su correspondiente nivel, a una operatividad plena mediante una correcta educación..., lo cual no resulta tarea fácil, pueden estar seguros de ello.
Bebió otro sorbo de coñac. Su copa, sin embargo, parecía tener el mismo nivel de licor con que la había llenado. Un simple paladeo cada vez..., o una forma de marcar las pausas que le interesaban.
—Sigamos con nuestro asunto. —Sonrió ligeramente—. A mediados del siglo pasado, algunos poderes de grado intermedio, podríamos decir, se pusieron en contacto entre sí y decidieron, ante la proliferación de otros poderes, unir sus esfuerzos para mantener un control sobre el poder en el mundo. Su filosofía ya les fue expuesta por ellos mismos. No dejaban de tener sus razones. En la primera mitad del siglo, la actuación de algunos poderes incontrolados causó terribles trastornos en todo el mundo. No es fácil ejercer el poder a gran escala, uno no puede simplemente cambiar la realidad a su gusto prescindiendo de todas las consecuencias colaterales. Su idea, al principio, fue buena. El mundo ganó una cierta estabilidad, al menos una estabilidad controlada. Por supuesto, algunas personas se dieron cuenta de que algo pasaba. De ahí algunas teorías que surgieron respecto al control de la historia y otras simplezas, y que tuvieron gran auge a finales del siglo. Pero nadie supo ver nunca lo que ocurría en realidad, porque se hallaba fuera de su alcance: cuando algo cambiaba radicalmente, cambiaba para todo el mundo, y nadie se daba cuenta del cambio. De modo que nunca pudo demostrarse nada.
—Todo esto está muy bien —dijo David, apretando los dientes más de lo necesario—. ¿Pero dónde entran ustedes en todo esto?
—Ésta es la cuestión: nosotros no entramos. Nosotros simplemente estamos. Hemos estado desde el principio y seguiremos estando hasta el final. Sea cual sea éste.
Miró su copa de coñac, como si de pronto se diera cuenta de que la tenía entre las manos. Sonrió ligeramente.
—Tiene usted razón, señor Cobos —dijo, como si todo el rato hubiera estado leyendo sus pensamientos—. Esta copa de coñac es solo un pretexto. ¿Sabe?, nunca he sabido que hacer con mis manos cuando hablo con alguien. Y darle un sorbo al coñac ayuda, cuando quieres pensar en algo o echarle un vistazo a tu interlocutor.
Depositó la copa en la bandeja.
—Pero creo que ahora ya no es necesario. Su error, señor Cobos, mejor dicho, uno de sus muchos errores, ha sido creer que la hermandad representaba la cúspide del poder en este planeta. Cuando en realidad los poderes de que hacían gala eran más bien escasos..., usted mismo pudo darse cuenta de ello, puesto que los venció tan fácilmente. El nacimiento de la hermandad nos causó un cierto regocijo, lo reconozco, pero después de estudiar la situación pensamos que podían sernos útiles. Y de hecho lo han sido durante muchos años. Han actuado como filtro para nosotros. Nos han evitado el tener que preocuparnos de casos ínfimos, han hecho el trabajo de base por nosotros. Resulta mucho más fácil controlar una asociación establecida y reglamentada que vigilar la aparición de una serie de poderes incontrolados que la mayor parte de las veces ni siquiera merecen atención. El caso de Marcel Dorléac, por ejemplo. Y otros muchos como él, a muy distintos niveles. La lástima es que ahora nos ha privado usted de esta facilidad. Vamos a tener que crear otra hermandad que sustituya a la desaparecida..., y no crea que va a ser fácil. Tendremos que aguardar muchos años e irla formando lentamente y con cuidado. Porque, como ellos le dijeron muy bien, cuando el poder actúa, lo que provoca es irreversible. Usted puede escapar de la muerte o del destierro si consigue frenar a tiempo el golpe con su propio poder, pero si llega demasiado tarde es demasiado tarde. Ellos no pudieron vencerle cuando los destruyó, y ahora son irrecuperables. Una verdadera lastima.
—Intentaron matarme —dijo David, a la defensiva—. Varias veces.
—Lo sé. No le reprocho lo que hizo. Es probable que en su caso yo lo hubiera hecho también. Solo que de distinta forma. Quizá de un modo algo más... civilizado.
Agitó una mano, como echando a un lado el asunto.
—Pero olvidemos eso, puesto que ya no podemos hacer nada para remediarlo. Hay cosas más importantes que resolver. En primer lugar, su caso.
David le miró con ojos llameantes.
—¿Pretenden ustedes también matarme... sean quienes sean? —Se puso automáticamente a la defensiva.
De Veer lanzó una franca carcajada.
—Por favor, señor Cobos. Nosotros somos civilizados. No matamos. Nunca. La vida es sagrada para nosotros.
—Entonces, ¿a que se dedican ustedes? ¿Quiénes son? —Hubo un asomo de ironía en las palabras de Isabelle.
De Veer se volvió ligeramente hacia ella.
—Vivimos en nuestro Olimpo. Y contemplamos discurrir la vida a nuestros pies. Somos los dioses del antiguo panteón humano, si me permiten el símil. Y solamente intervenimos directamente cuando es estrictamente necesario. Como en su caso.
———
David se puso en pie. De pronto se sintió ridículo con su traje de baño ante la atildada elegancia del otro hombre. Pero no quiso darle a De Veer la satisfacción de ponerse otra ropa más acorde, aunque podía hacerlo en un abrir y cerrar de ojos. El otro parecía saber muy bien hasta donde llegaba su poder.
—Dejémonos de circunloquios. ¿Para que han venido exactamente aquí? ¿Y a quienes representa?
De Veer suspiró.
—Una de las peores virtudes de la humanidad es su precipitación. No quiere escuchar, solo saber. Y su ansia desmesurada de adquirir nuevos conocimientos cuando aún no estaba preparada para ellos es lo que le ha traído todos sus problemas.
»Muy bien, siéntese. Vayamos al fondo de la cuestión. La aparición de usted ha sido algo que nos ha sacudido a todos. Desde hace mil doscientos años (yo), no se había producido un caso semejante. Oh, sabemos que es posible. Yo soy un ejemplo de ello. Y mis otros compañeros también.
» ¿Quiénes somos exactamente? Bien, digamos que aquellos que poseen el grado máximo de poder..., o al menos el máximo conocido. Es un hecho que ocurre muy raramente, y cuando ocurre pasa desapercibido al resto del mundo. Solamente los poderes mediocres dejan su huella en la historia arrastrando el mundo, como Napoleón o Hitler. Los auténticos poderes se retiran. Un Dalai-Lama por ejemplo. Un Buda. Un Cristo. Incidentalmente, la muerte de Cristo fue uno de los actos de prestidigitación del poder más buenos que se haya visto nunca en el mundo, aunque yo por supuesto no lo vi. Los auténticos poderes no intervienen en la modelación del mundo. En general, el poder, a su nivel máximo, aparece solamente en seres muy especiales, seres que, usando una terminología mundana, anteponen el espíritu a la materia. Son seres que pueden aceptar su destino en el universo y retirarse a su nivel superior. Son dioses, evidentemente, en el sentido que la gente normal le da a la palabra, pero dioses contemplativos. Nuestra máxima es que el mundo debe seguir su propio camino, y si este camino conduce a la destrucción es su destrucción, la elegida por ellos. No aceptamos el dirigismo en la historia. Dejamos que siga su curso.
—Pero admitieron la existencia de la hermandad —dijo Isabelle, como una acusación.
De Veer suspiró.
—Cierto. Fue una concesión necesaria por su utilidad. Y de todos modos su actuación fue buena, puesto que en la limitación de sus poderes y el hecho de ser una entidad corporativa se bloqueaban a si mismos de producir cambios grandes y desastrosos en el mundo. Además, teníamos también lo que podríamos llamar un representante entre ellos, alguien que nos servía, aunque él no lo supiera exactamente, de lazo de unión. Sí —hizo una inclinación de cabeza hacia David—, el hombre más viejo en el rincón del anfiteatro. Su poder era superior al de los demás, aunque no alcanzara el nuestro, y en consecuencia su ética también, y por eso sus opiniones eran respetadas por los otros. Era nuestro filtro, que nos garantizaba un buen uso del poder por parte de los más exaltados. Gracias a todo ello el mundo alcanzó una cierta aunque precaria estabilidad a partir de la segunda mitad del siglo pasado, sin los tremendos trastornos de toda índole que sacudieron la primera. Solamente un hecho escapó de nuestras manos: la crisis del petróleo, obra de un poder loco que escapó a nuestro control hasta que fue demasiado tarde, y que necesitamos más de una década en reparar. Pero eso le enseñó a la hermandad a ser más cauta en el futuro..., y a nosotros también.
—Todo esto esta muy bien —dijo David—. ¿Pero qué pinto yo en este cuadro?
—Mucho —dijo De Veer—. Todos nosotros (somos siete, ¿no le dice nada este numero?) descubrimos que poseíamos el poder en nuestra infancia, y lo fuimos puliendo y educando a lo largo de nuestras vidas hasta su madurez. Usted entró en posesión de él de una forma traumática. El peligro de una muerte inminente lo trajo a la superficie con toda su potencia, pero sin ningún control. No dudamos que su caso tuvo ocasiones de producirse otras veces con anterioridad, pero ninguno de esos poderes potenciales dispuso de la oportunidad o el tiempo suficiente para despertar. Un condenado a muerte siempre tiene la esperanza de librarse de su suerte y por lo tanto carece de compulsión necesaria. Un enfermo confía en que la irreversibilidad dictada por el médico sea un error clínico. En otros casos la muerte ocurre de una manera demasiado súbita como para dar tiempo al poder a manifestarse. Pero usted tuvo veinticuatro horas enteras para pensar y desesperarse ante la inevitabilidad de su destino. Su caso fue uno de esos casos que se producen una vez cada mil millones.
»Y adquirió usted el poder. Un poder absoluto, solo equiparable al nuestro. Pero de una forma salvaje. Loca, me atrevería a decir. Su poder es un poder nacido de la locura y la desesperación, no del razonamiento y la consciencia interior. Su poder es incontrolable.
Hizo una larga pausa, mirando fijamente a David. Sus manos se agitaban levemente ante él, como movidas por un impulso propio. David reconoció que realmente necesitaba tener algo entre ellas.
—Pero lo domino perfectamente —dijo—. Hasta ahora al menos.
—Domina unas manifestaciones menores. Pero en el anfiteatro quedó bien clara su naturaleza salvaje. Hizo arder a veinte personas como teas en apenas un parpadeo.
—¡Pero ellos intentaron matarnos! —exclamó Isabelle—. ¡Tenía que defenderse!
—Y luego destruyó metódica y completamente, toda huella de la hermandad. Esa fue la primera vez que empleó su poder a fondo, aparte su primera manifestación en el espacio. Y lo hizo conscientemente. Sabiendo a la perfección lo que hacía. No hubo ningún instinto desbocado.
—Necesito controlar mi poder, de acuerdo —admitió David—. Es solo cuestión de tiempo.
De Veer negó con la cabeza.
—No. Desde que ocurrió lo del anfiteatro hemos estado sondeándole a fondo. Tal vez le hayamos causado insomnio y pesadillas; lo siento. Pero teníamos que hacerlo. Siempre nos aseguramos antes de dar un paso. Su poder posee una cualidad esquizofrénica irreversible. Jamás podrá dominarlo por completo. Y eso es lo que lo hace peligroso y le impedirá poder unirse alguna vez a nosotros.
David se pasó la lengua por los labios. Tuvo la impresión de que ahora si necesitaba el coñac. Pero se contuvo.