Read Harry Potter y el Misterio del Príncipe Online
Authors: J. K. Rowling
Tags: #fantasía, #infantil
—No es grave —lo tranquilizó Harry—. Dicen que se pondrá bien.
—¡Sólo seis visitas a la vez! —les advirtió la señora Pomfrey saliendo precipitadamente de su despacho.
—Con Hagrid somos seis —replicó George.
—Ah… pues sí… —admitió la enfermera, que al parecer había tomado a Hagrid por más de uno debido a su corpulencia. Para disimular su error, se apresuró a limpiar con su varita las huellas dejadas por el guardabosques.
—No puedo creerlo —se lamentó Hagrid, meneando su enorme y enmarañada cabeza mientras contemplaba a Ron—. No puedo creerlo… Míralo ahí tendido… ¿A quién se le ocurriría hacerle daño, eh?
—De eso mismo estábamos hablando —dijo Harry—. No lo sabemos.
—A lo mejor alguien le guarda rencor al equipo de
quidditch
de Gryffindor, ¿no? —sugirió Hagrid—. Primero Katie, ahora Ron…
—No me imagino a nadie intentando liquidar a un equipo de
quidditch
—terció George.
—Wood se habría cargado a los de Slytherin si hubiera podido —dijo abiertamente Fred.
—Yo no creo que esto tenga nada que ver con el
quidditch
, pero sí veo relación entre los dos ataques —intervino Hermione.
—¿Qué relación? —preguntó Fred.
—Bueno, ambos tendrían que haber resultado mortales, pero no ha sido así, aunque de chiripa. Y por otra parte ni el veneno ni el collar afectaron a la persona a la que supuestamente tenían que matar. Claro que —añadió con aire pensativo—, en cierta manera, esto convierte al autor de las agresiones en aún más peligroso, porque por lo visto no le importa a cuántos tenga que quitar de en medio hasta conseguir su objetivo.
Antes de que nadie pudiera replicar a esa inquietante hipótesis, las puertas de la enfermería volvieron a abrirse y, esta vez, dieron paso a los señores Weasley. En su anterior visita no habían hecho más que asegurarse de que Ron se recuperaría por completo, pero ahora la señora Weasley abrazó fuertemente a Harry.
—Dumbledore nos ha contado cómo lo salvaste con el bezoar —dijo entre sollozos—. ¡Oh, Harry, no sabemos cómo agradecértelo! Primero salvaste a Ginny, después a Arthur, y ahora has salvado a Ron…
—No creo que… Yo no… —farfulló Harry con apuro.
—Ahora que lo pienso, la mitad de nuestra familia te debe la vida —intervino el señor Weasley emocionado—. Bueno, lo único que puedo asegurar es que los Weasley estuvimos de suerte el día que Ron decidió sentarse en tu compartimiento en el expreso de Hogwarts, Harry.
El muchacho no supo qué responder, y casi se alegró cuando la señora Pomfrey volvió a recordarles que sólo podía haber seis visitas alrededor de la cama de Ron. Hermione y él se levantaron en el acto y Hagrid decidió salir con ellos, de modo que dejaron a Ron con su familia.
—Es terrible —gruñó Hagrid mientras los tres recorrían el pasillo hacia la escalinata de mármol—. A pesar de todas las medidas de seguridad que han instalado, los alumnos siguen sufriendo accidentes. Dumbledore está preocupadísimo. No es que hable mucho, pero se lo noto…
—¿Y no se le ha ocurrido nada? —preguntó Hermione, ansiosa.
—Supongo que habrá sopesado cientos de ideas porque tiene un cerebro privilegiado —replicó Hagrid, incondicional del director—. Pero no sabe quién envió ese collar ni quién puso veneno en la bebida, ya que si lo supiera habrían atrapado a los responsables, ¿no? Lo que me preocupa —continuó, bajando la voz y mirando hacia atrás (Harry, por si acaso, se aseguró de que Peeves no estuviera en el techo)— es hasta cuándo podrá seguir abierto Hogwarts si continúan atacando a los alumnos. Se repite la historia de la Cámara de los Secretos, ¿no? El pánico se apoderará de la gente, habrá más padres que sacarán a sus hijos del colegio y, antes de que nos demos cuenta, el consejo escolar… —Se interrumpió al ver que el fantasma de una mujer de largo cabello se deslizaba serenamente por su lado; luego prosiguió con un ronco susurro—: El consejo escolar querrá cerrar el colegio para siempre.
—¿Cómo van a hacer eso? —dijo Hermione, preocupada.
—Tienes que mirarlo desde su punto de vista —repuso Hagrid—. A ver, siempre ha sido un poco arriesgado enviar a un chico a Hogwarts, ¿verdad? Y es normal que se produzcan accidentes habiendo cientos de magos menores de edad encerrados en el castillo, ¿no?, pero un intento de asesinato es diferente. No me extraña que Dumbledore esté enfadado con Sn… —Se calló y una expresión de culpabilidad que resultaba familiar se le dibujó en la parte de la cara no cubierta por su enmarañada y negra barba.
—¿Cómo dices? —saltó Harry—. ¿Que Dumbledore está enfadado con Snape?
—Yo nunca he dicho eso —negó Hagrid, aunque su mirada de pánico lo delataba—. ¡Oh, qué hora es, casi medianoche! Tengo que…
—Hagrid, ¿por qué está enfadado Dumbledore con Snape? —insistió Harry.
—¡Chist! —repuso Hagrid, nervioso y enojado—. No grites así. ¿Quieres que pierda mi empleo? Aunque supongo que no te importa, ahora que no estudias Cuidado de Criatu…
—¡No intentes que me sienta culpable porque no lo conseguirás! —le espetó Harry—. ¿Qué ha hecho Snape?
—¡No lo sé, Harry, no debí escuchar esa conversación! El caso es que la otra noche salía del Bosque Prohibido y los oí hablar… bueno, discutir. No quería que me vieran, así que intenté pasar inadvertido y no escuchar, pero era una discusión… acalorada, ya sabes, y aunque me hubiera tapado los oídos…
—¿Y bien? —lo apremió Harry mientras el otro, nervioso, barría el suelo con sus enormes pies.
—Pues… sólo oí a Snape diciendo que Dumbledore lo daba por hecho cuando a lo mejor resultaba que él, Snape, ya no quería hacerlo…
—¿Hacer qué?
—No lo sé, Harry. Snape parecía sentirse utilizado, nada más. En fin, Dumbledore le recordó que había aceptado hacerlo y que no podía echarse atrás. Fue muy duro con él. Y luego le dijo algo sobre que indagara en su casa, en Slytherin. Bueno, ¿qué pasa?… ¡Eso no tiene nada de raro! —se apresuró a añadir Hagrid mientras Harry y Hermione intercambiaban elocuentes miradas—. A todos los jefes de las casas les pidieron que investigaran el asunto del collar…
—Sí, pero Dumbledore no se pelea con el resto de ellos, ¿verdad? —adujo Harry.
—Oye… —Inquieto, Hagrid retorció la ballesta, que se partió por la mitad con un fuerte chasquido—. Mecachis… Oye, ya sé lo que piensas de Snape, y no quiero que saques conclusiones erróneas de lo que te he explicado.
—Cuidado —les advirtió Hermione.
Se volvieron a tiempo de ver la sombra de Argus Filch proyectada en la pared, antes de que el conserje doblara la esquina, jorobado y con los carrillos temblorosos.
—¡Aja! —exclamó con su voz jadeante—. ¿Qué hacéis levantados a estas horas? ¡Esta vez no os libráis de un castigo!
—Te equivocas, Filch —dijo Hagrid con firmeza—. ¿No ves que están conmigo?
—¿Y qué importa eso? —replicó Filch con odiosa testarudez.
—¿Todavía no te has enterado de que soy profesor? ¡Maldito
squib
! ¡Soplón! —saltó Hagrid, furioso.
Filch parecía a punto de estallar de rabia. Entonces se oyó un desagradable bufido: la
Señora Norris
había llegado sin que nadie la viera y se retorcía sinuosamente alrededor de los delgados tobillos del conserje.
—Id tirando —susurró Hagrid con disimulo.
Harry no necesitó que se lo repitiera. Ambos amigos echaron a correr y no volvieron la cabeza pese a que las fuertes voces de Hagrid y Filch resonaban a sus espaldas. Se cruzaron con Peeves cerca del pasillo que conducía a la torre de Gryffindor, pero el
poltergeist
pasó como una centella en dirección a los gritos, riendo y cantando:
Cuando haya un conflicto o un problemón,
¡llamad a Peevsie y él empeorará la situación!
La Señora Gorda estaba dormitando y no le hizo ninguna gracia que la despertaran, pero se apartó a regañadientes para dejarlos entrar en la sala común, que afortunadamente estaba tranquila y vacía. Los estudiantes no parecían saber lo que le había sucedido a Ron, y eso alivió a Harry, pues ya lo habían interrogado bastante todo el día. Hermione le dio las buenas noches y se fue al dormitorio de las chicas. El se quedó abajo y se sentó junto al fuego a contemplar las menguantes brasas.
De modo que Dumbledore había discutido con Snape… Pese a todo lo que el director le había dicho a Harry, pese a su insistencia en que confiaba ciegamente en Snape, al final había perdido los estribos con él… Por lo visto no creía que éste se hubiera esforzado lo suficiente en investigar a los alumnos de Slytherin… O quizá en investigar a un alumno de Slytherin en particular: Draco Malfoy.
¿Y si Dumbledore había fingido que las sospechas de Harry eran infundadas porque no quería que cometiera ninguna tontería, ni que actuara por su cuenta? Era muy probable. Incluso podía ser que el director no quisiera que nada distrajera a Harry de sus estudios o de conseguir el recuerdo de Slughorn. O quizá no consideraba oportuno confiarle sus sospechas respecto a los profesores a un muchacho de dieciséis años…
—¡Estás aquí, Potter!
Harry se puso en pie sobresaltado, con la varita en ristre. Creía que no había nadie en la sala común y le sorprendió que de pronto se levantara alguien tan grandote de una butaca distante. Cuando se fijó mejor vio que era Cormac McLaggen.
—Estaba esperando que volvieras —dijo McLaggen sin prestar atención a la varita de Harry—. Debo de haberme quedado dormido. Mira, vi cómo se llevaban a Weasley a la enfermería y no creo que pueda jugar en el partido de la semana que viene.
Harry tardó unos segundos en comprender lo que insinuaba McLaggen.
—Ah, ya… El partido de
quidditch
—dijo. Se guardó la varita en el cinturón de los vaqueros y, cansado, se mesó el pelo—. Es verdad, quizá no pueda jugar.
—Entonces me pondrás a mí de guardián, ¿no?
—Sí… supongo que sí. —No se le ocurría ningún argumento en contra; al fin y al cabo, después de Ron, McLaggen era el que había parado más lanzamientos el día de las pruebas.
—Estupendo. ¿Cuándo es el entrenamiento?
—¿Qué? ¡Ah, sí! Hay uno mañana por la noche.
—Perfecto. Oye, Potter, antes tendríamos que hablar un poco. Se me han ocurrido algunas ideas sobre estrategia que quizá te resulten útiles.
—Vale —dijo Harry sin entusiasmo—. Pero ya me las explicarás mañana porque ahora estoy muy cansado. Buenas noches…
La noticia de que habían envenenado a Ron se extendió como la pólvora al día siguiente, pero no causó tanta conmoción como la agresión sufrida por Katie. Por lo visto, la gente creía que podía tratarse de un accidente, dado que Ron se hallaba en el despacho del profesor de Pociones en el momento del envenenamiento; además, como le habían dado un antídoto de inmediato, en realidad no le había pasado nada grave. De hecho, a la mayoría de los estudiantes de Gryffindor les interesaba más el próximo partido de
quidditch
contra Hufflepuff, ya que muchos querían ver cómo castigaban a Zacharias Smith, que jugaba de cazador en el equipo de esa casa, a causa de los comentarios que había hecho por el megáfono mágico durante el partido inaugural contra Slytherin.
En cambio, a Harry nunca le había interesado menos el
quidditch
; estaba cada vez más obsesionado con Draco Malfoy. Examinaba el mapa del merodeador siempre que tenía ocasión y a veces daba rodeos hasta donde solía estar Malfoy, pero todavía no lo había sorprendido haciendo nada extraño. Sin embargo, seguían existiendo esos momentos inexplicables en que Malfoy desaparecía por completo del mapa.
Pero Harry no tenía mucho tiempo para darle vueltas a ese problema porque estaba muy ocupado con los entrenamientos de
quidditch
, los deberes y el hecho de que Cormac McLaggen y Lavender Brown lo seguían allá donde fuera.
Harry no sabía quién de los dos era más pesado porque McLaggen no paraba de lanzarle indirectas de que le convenía más tenerlo a él como guardián titular que a Ron, y afirmaba que cuando lo viera jugar varias veces seguidas acabaría convenciéndose; también le encantaba criticar a los otros jugadores y le proporcionaba detallados ejercicios de entrenamiento, de modo que en varias ocasiones Harry tuvo que recordarle quién era el capitán del equipo.
Por su parte, Lavender continuaba acercándosele con sigilo para hablarle de Ron, y Harry consideraba que eso era aún más agotador que las lecciones de
quidditch
de McLaggen. Al principio a Lavender le molestó mucho que nadie le hubiera informado de que Ron estaba en la enfermería («¡Hombre, soy su novia!»), pero por desgracia decidió perdonarle a Harry ese fallo de memoria y optó por mantener con él frecuentes y exhaustivas charlas acerca de los sentimientos de Ron, una experiencia sumamente desagradable a la que Harry habría renunciado de buen grado.
—Oye, ¿por qué no hablas con Ron de esto? —le sugirió Harry tras un interrogatorio particularmente extenso que lo abarcaba todo, desde lo que había dicho exactamente Ron acerca de su nueva túnica de gala hasta si Harry creía o no que su amigo consideraba «seria» su relación con ella.
—¡Lo haría si pudiera, pero cuando entro a verlo siempre está durmiendo! —se quejó Lavender.
—¿Ah, sí? —se asombró Harry, pues él lo encontraba completamente despierto todas las veces que subía a la enfermería, muy interesado en las noticias sobre la disputa entre Dumbledore y Snape y dispuesto a insultar a McLaggen en cuanto fuera posible.
—¿Sigue yendo a visitarlo Hermione Granger? —preguntó de pronto Lavender.
—Sí, me parece que sí. Es lo normal, ¿no? Son amigos —contestó Harry, un tanto incómodo.
—¿Amigos? No me hagas reír. ¡Ella pasó semanas sin dirigirle la palabra cuando Ron empezó a salir conmigo! Pero supongo que quiere hacer las paces con él ahora que se ha vuelto tan interesante…
—¿Crees que es interesante que te envenenen? En fin, lo siento, tengo que irme… Mira, ahí viene McLaggen para hablar de
quidditch
conmigo —añadió Harry sin despegarse de la pared, y, tras colarse por una puerta, echó a correr por el atajo que lo llevaría hasta el aula de Pociones, adonde, por fortuna, ni Lavender ni McLaggen podían seguirlo.
El día del partido de
quidditch
contra Hufflepuff, Harry pasó por la enfermería antes de ir al campo. Ron estaba muy nervioso; la señora Pomfrey no lo dejaba bajar a ver el partido porque creía que eso podía sobreexcitarlo.
—¿Qué tal va McLaggen? —preguntó. Al parecer no se acordaba de que ya le había hecho esa pregunta dos veces.