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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

Harry Potter y el Misterio del Príncipe (43 page)

BOOK: Harry Potter y el Misterio del Príncipe
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Ron, con la boca entreabierta, estaba garabateando distraídamente en su nuevo ejemplar de
Elaboración de pociones avanzadas
. Cada dos por tres se le olvidaba que ya no podía esperar que Hermione lo sacara del apuro cuando no entendía lo que un profesor explicaba.

—… así pues —terminó Slughorn—, quiero que cada uno de vosotros se levante y coja una de estas ampollas de mi mesa. Tenéis que preparar un antídoto del veneno que contienen antes de que termine la clase. ¡Buena suerte, y no olvidéis poneros los guantes protectores!

Hermione ya se había levantado e iba hacia la mesa de Slughorn antes de que el resto de la clase se hubiera dado cuenta de que tenía que ponerse en movimiento. Cuando Harry, Ron y Ernie regresaron a la mesa, cada uno con una ampolla, ella ya había vaciado el contenido de la suya en el caldero y estaba encendiendo el fuego para calentarlo.

—Es una pena que el príncipe no pueda ayudarte mucho con esto, Harry —comentó alegremente al incorporarse—. Esta vez tienes que entender los principios que actúan en el proceso. ¡No te van a servir las carambolas ni los trucos!

Harry, molesto, destapó el veneno que había cogido de la mesa de Slughorn, que era de un rosa chillón, lo vertió en su caldero y encendió el fuego. No tenía ni la más remota idea de cómo seguir. Entonces miró a Ron, que se había quedado de pie con cara de idiota después de imitar lo poco que había hecho Harry.

—¿Seguro que el príncipe no puede darte ninguna pista? —le susurró.

Harry sacó su inseparable ejemplar de
Elaboración de pociones avanzadas
y buscó el capítulo de los antídotos. Encontró la Tercera Ley de Golpalott, formulada palabra por palabra como Hermione la había recitado, pero no había ni una sola anotación del príncipe que descifrara su significado. Al parecer, el misterioso personaje, al igual que Hermione, no había tenido ningún problema para entenderla.

—Nada —dijo Harry con pesimismo.

Hermione agitaba con entusiasmo su varita encima del caldero. Pero, por desgracia, ellos no podían copiar su hechizo: Hermione había progresado tanto en conjuros no verbales que no necesitaba pronunciar las palabras en voz alta. Sin embargo, Ernie Macmillan murmuró sobre su caldero: «
¡Specialis revelio!
», y como sus palabras les sonaron rimbombantes, Harry y Ron se apresuraron a imitarlo.

Harry sólo tardó cinco minutos en darse cuenta de que su fama de mejor elaborador de pociones de su curso se estaba resintiendo seriamente: Slughorn se acercó a su caldero al dar la primera vuelta por la mazmorra, preparado para lanzar sus habituales exclamaciones de satisfacción, pero se apartó a toda prisa tosiendo, repelido por el olor a huevos podridos. La expresión de Hermione no pudo ser más petulante; era evidente que le fastidiaba muchísimo que hasta entonces Harry la hubiera superado en las clases de Pociones. La muchacha empezó a trasvasar los diferentes ingredientes de su poción, misteriosamente separados, a diez ampollas de cristal. Para no tener que contemplar esa imagen irritante, Harry se inclinó sobre el libro del Príncipe Mestizo y pasó unas páginas con excesiva brusquedad.

Y de pronto lo encontró, garabateado encima de una larga lista de antídotos: «Se le mete un bezoar por el gaznate.»

Harry se quedó mirando las palabras un instante. ¿No había oído hablar de bezoares, quizá hacía mucho tiempo? ¿No los había mencionado Snape en su primera clase de Pociones? «Una piedra sacada del estómago de una cabra, que protege de casi todos los venenos.»

No era una respuesta al problema de Golpalott, y si esa clase estuviera dándola Snape, Harry no se habría atrevido a poner en práctica su ocurrencia, pero aquél era un momento crítico y exigía medidas drásticas. Se dirigió a toda prisa hacia el armario del material y rebuscó en él; apartó cuernos de unicornio y marañas de hierbas secas hasta que, al fondo, encontró una pequeña caja de cartón con el rótulo «Bezoares».

La abrió en el preciso instante en que Slughorn anunciaba: «¡Os quedan dos minutos!» Dentro había media docena de piedras resecas de color marrón que más parecían riñones disecados. Agarró una, devolvió la caja al armario y regresó rápidamente a su caldero.

—¡Tiempo! —exclamó Slughorn con tono cordial—. ¡Vamos a ver qué tal lo habéis hecho! ¿Qué puedes enseñarme, Blaise?

Poco a poco, Slughorn circuló alrededor del aula examinando los diversos antídotos. Ningún alumno había terminado el trabajo, aunque Hermione intentó meter unos ingredientes más en su botella antes de que se le acercara Slughorn; Ron se había rendido por completo y se limitaba a intentar no respirar los hediondos vapores que rezumaba su caldero, y Harry se quedó esperando de pie, con el bezoar oculto en una mano ligeramente sudada.

Slughorn se dirigió a la mesa de Harry y sus amigos en último lugar. El profesor olfateó la poción de Ernie y después la de Ron, de la que se apartó rápidamente con una mueca de asco.

—¿Y tú, Harry? —dijo luego—. ¿Con qué vas a sorprenderme hoy?

Harry extendió el brazo, con el bezoar en la palma de la mano.

Slughorn miró la piedra varios segundos. Por un instante Harry temió que fuera a reprenderlo. Pero entonces el profesor echó la cabeza atrás y soltó una carcajada.

—¡Qué cara tienes, muchacho! —dijo, y sostuvo en alto el bezoar para que los demás lo viesen—. ¡Eres igual que tu madre! ¡Y te has salido con la tuya! ¡Desde luego, un bezoar actuaría como antídoto de todas esas pociones!

Hermione, que tenía el rostro perlado de sudor y la nariz manchada de hollín, se puso lívida. Todavía no había terminado su antídoto compuesto por cincuenta y dos ingredientes (entre ellos un trozo de su propio cabello), que borboteaba con lentitud detrás de Slughorn. Pero éste sólo tenía ojos para Harry.

—Y eso del bezoar se te ha ocurrido a ti sólito, ¿no, Harry? —musitó Hermione.

—¡He aquí el espíritu individualista que necesita el auténtico elaborador de pociones!—exclamó Slughorn con jovialidad antes de que Harry respondiese—. Igual que su madre, que también tenía esa intuición para prepararlas. No cabe duda de que la has heredado de Lily. Sí, Harry, en efecto, si tuvieras un bezoar a mano te sacaría del apuro, aunque, como no son efectivos con todos los venenos y es difícil encontrarlos, vale la pena saber preparar antídotos…

La única persona presente que parecía más enfadada que Hermione era Malfoy. A Harry le encantó ver que se había manchado con una sustancia que parecía vómito de gato. Sin embargo, el timbre sonó antes de que ninguno de los dos pudiera expresar su rabia porque Harry hubiese obtenido el mejor resultado sin hacer nada.

—¡Ya podéis recoger! —anunció Slughorn—. ¡Y diez puntos más para Gryffindor por semejante descaro!

Sin dejar de sonreír satisfecho, Slughorn fue andando como un pato hasta su mesa, que presidía la mazmorra.

Harry se entretuvo adrede en guardar sus cosas en la mochila. Ni Ron ni Hermione, que parecían muy disgustados, le desearon suerte antes de marcharse. Finalmente, Harry y Slughorn se quedaron solos en el aula.

—Date prisa, Harry, o llegarás tarde a tu próxima clase —le dijo Slughorn con tono afable mientras ajustaba los cierres de oro de su maletín de piel de dragón.

—Señor —repuso Harry, y no pudo evitar acordarse de Voldemort—, quería preguntarle una cosa.

—Pues pregunta lo que quieras, chico, pregunta…

—Señor, ¿podría decirme qué son los
Horrocruxes
?

Slughorn se quedó helado y contrajo su redondeado rostro. Se humedeció los labios y dijo con voz ronca:

—¿Qué has dicho?

—Le he preguntado si sabe qué son los
Horrocruxes
, señor. Verá, es que…

—Esto es un encargo de Dumbledore —susurró Slughorn, ya no con voz jovial sino con miedo y alarma. Metió una mano en el bolsillo de la pechera y sacó un pañuelo con el que se secó la frente—. Dumbledore te ha enseñado ese… ese recuerdo —añadió—. ¿No es así?

—Sí —confirmó Harry tras decidir que era mejor no mentir.

—Sí, claro —repuso Slughorn con serenidad mientras seguía secándose el pálido rostro—. Claro… Bueno, si has visto ese recuerdo, Harry, ya debes de saber que yo no sé nada, nada —enfatizó—, acerca de los
Horrocruxes
.

Y, tras coger su maletín de piel de dragón, se guardó el pañuelo en el bolsillo y se dirigió a la puerta.

—Señor —dijo Harry a la desesperada—, es que pensé que quizá recordara usted algo más…

—¿Ah, sí? Pues te equivocaste, ¿entendido? ¡Te equivocaste! —gritó Slughorn, y, antes de que Harry pudiera añadir una palabra más, cerró la mazmorra de un portazo.

Ni Ron ni Hermione se mostraron comprensivos con Harry cuando éste les informó de la desastrosa entrevista. Ella todavía rabiaba por cómo había triunfado sin hacer el trabajo honradamente y Ron no le perdonaba que no hubiera cogido otro bezoar para él.

—¡Habría sido una estupidez que los dos hiciéramos lo mismo! —argumentó Harry—. Mira, tenía que engatusarlo un poco para interrogarlo acerca de Voldemort, ¿entiendes? ¡Vamos, Ron, contrólate! —añadió, exasperado, al ver que Ron hacía una mueca al oír ese nombre.

Contrariado por su fracaso y la actitud de sus amigos, Harry pasó varios días reflexionando sobre qué hacer con Slughorn y decidió que, de momento, permitiría que creyera que se había olvidado de los
Horrocruxes
; era mejor que el profesor bajara la guardia antes de volver al ataque.

Como consecuencia de ello, Slughorn volvió a dedicarle el trato afectuoso de siempre y pareció olvidarse del asunto. El muchacho esperaba que lo invitase a alguna de sus fiestecillas nocturnas, pues esta vez aceptaría aunque tuviera que cambiar el horario de los entrenamientos de
quidditch
. Sin embargo, y por desgracia, la invitación no llegaba. Harry lo comentó con Hermione y Ginny y supo que ni ellas ni nadie habían vuelto a recibir invitación alguna. Eso tal vez significaba que Slughorn no se había olvidado del asunto, como aparentaba, sino que estaba decidido a no darle más oportunidades de hacerle preguntas.

Entretanto, por primera vez la biblioteca de Hogwarts no satisfizo la curiosidad de Hermione. Estaba tan asombrada que incluso se le olvidó su enfado con Harry por haber hecho trampa con el bezoar.

—¡No he encontrado ni una sola explicación de para qué sirven los
Horrocruxes
! —le confesó—. ¡Ni una! He buscado en la Sección Prohibida y en los libros más espantosos, que te indican cómo preparar pociones horripilantes, ¡y nada! Lo único que he encontrado es esto, en la introducción de
Historia del Mal
, escucha: «Del
Horrocrux
, el más siniestro de los inventos mágicos, ni hablaremos ni daremos datos»… A ver, entonces ¿por qué lo mencionan? —se preguntó, impaciente, antes de cerrar de golpe el viejo libro, que soltó un lúgubre quejido—. ¡Va, cállate! —le espetó, y se lo guardó en la mochila.

Al llegar febrero la nieve se fundió en los alrededores del colegio, pero la sustituyó un tiempo frío y lluvioso muy desalentador. Había unas nubes bajas de color entre gris y morado suspendidas sobre el castillo, y una constante y gélida lluvia convertía los jardines en un lugar fangoso y resbaladizo. A consecuencia de las condiciones climáticas, la primera clase de Aparición de los alumnos de sexto, programada para un sábado por la mañana a fin de que nadie se perdiera ninguna clase ordinaria, no se celebró en los jardines sino en el Gran Comedor.

Cuando Harry y Hermione llegaron al comedor (Ron había bajado con Lavender), vieron que las mesas habían desaparecido. La lluvia repicaba en las altas ventanas y las nubes formaban amenazadores remolinos en el techo encantado mientras los alumnos se congregaban alrededor de los profesores McGonagall, Snape, Flitwick y Sprout, los jefes de cada una de las casas, y de un mago de escasa estatura que Harry supuso era el instructor de Aparición enviado por el ministerio. Tenía un rostro extrañamente desprovisto de color, pestañas transparentes, cabello ralo y un aire incorpóreo, como si una simple ráfaga de viento pudiese tumbarlo. Harry se preguntó si sus continuas apariciones y desapariciones habrían mermado de algún modo su esencia, o si esa fragilidad era ideal para alguien que se propusiera esfumarse.

—Buenos días —saludó el mago ministerial cuando hubieron llegado todos los estudiantes y después de que los jefes de las casas impusieran silencio—. Me llamo Wilkie Twycross y seré vuestro instructor de Aparición durante las doce próximas semanas. Espero que sea tiempo suficiente para que adquiráis las nociones de Aparición necesarias…

—¡Malfoy, cállate y presta atención! —gruñó la profesora McGonagall.

Todos volvieron la cabeza. Malfoy, levemente ruborizado, se apartó a regañadientes de Crabbe, con quien al parecer estaba discutiendo en voz baja. Snape puso cara de enfado, pero Harry sospechó que no se debía a la impertinencia de Malfoy sino al hecho de que McGonagall hubiera regañado a un alumno de su casa.

—…y para que muchos de vosotros podáis, después de este cursillo, presentaros al examen —continuó Twycross, como si no hubiera habido ninguna interrupción—. Como quizá sepáis, en circunstancias normales no es posible aparecerse o desaparecerse en Hogwarts. Pero el director ha levantado ese sortilegio durante una hora, exclusivamente dentro del Gran Comedor, para que practiquéis. Permitid que insista en que no tenéis permiso para apareceros fuera de esta sala y que no es conveniente que lo intentéis. Bien, ahora me gustaría que os colocarais dejando un espacio libre de un metro y medio entre cada uno de vosotros y la persona que tengáis delante.

A continuación se produjo un considerable alboroto cuando los alumnos, entrechocándose, se separaron e intentaron apartar a los demás de su espacio. Los jefes de las casas se pasearon entre ellos, indicándoles cómo situarse y solucionando discusiones.

—¿Adónde vas, Harry? —preguntó Hermione.

Pero él no contestó; moviéndose deprisa entre el gentío, pasó cerca del profesor Flitwick, quien con voz chillona intentaba colocar a unos alumnos de Ravenclaw que querían estar en las primeras filas; pasó también cerca de la profesora Sprout, que apremiaba a los de Hufflepuff para que formasen la fila; y por fin, tras esquivar a Ernie Macmillan, consiguió situarse al fondo del grupo, detrás de Malfoy, que con cara de malas pulgas aprovechaba el alboroto para continuar su discusión con Crabbe, aunque guardaba el metro y medio de distancia con su compañero.

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