Harry Potter y el Misterio del Príncipe (47 page)

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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

BOOK: Harry Potter y el Misterio del Príncipe
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—Ya te lo he dicho —respondió Harry sin perder la paciencia—, no querría quedármelo aunque fuera un jugador de talla mundial. No para de decirle a todo el mundo lo que tiene que hacer y se cree que jugaría mejor que los demás en cualquier posición. Estoy deseando librarme de él. Y hablando de librarse de pesados —añadió mientras se ponía en pie y cogía su Saeta de Fuego—, ¿quieres hacer el favor de no hacerte el dormido cuando Lavender viene a verte? Me está volviendo loco a mí también.

—Oh —dijo Ron, avergonzado—. Sí, vale.

—Si ya no quieres salir con ella, díselo.

—Ya… Es que… no es tan fácil, ¿sabes? —Hizo una pausa y añadió fingiendo indiferencia—: ¿Vendrá Hermione a verme antes del partido?

—No, ya ha bajado al campo con Ginny.

—Oh —repitió Ron, ahora apenado—. Vale. Buena suerte. Espero que machaques a McLag… quiero decir a Smith.

—Lo intentaré —dijo Harry, y se echó la escoba al hombro—. Volveré después del partido.

Se apresuró por los desiertos pasillos. No quedaba ni un estudiante en el colegio: todos estaban fuera, sentados ya en el estadio o dirigiéndose hacia él. Mientras Harry oteaba por las ventanas que encontraba a su paso, intentando calcular la fuerza del viento, oyó pasos y miró al frente. Era Malfoy, que caminaba hacia él acompañado por dos chicas que ponían morritos.

Al verlo, Malfoy se detuvo, pero luego soltó una risa forzada y siguió andando.

—¿Adónde vas? —le preguntó Harry.

—A ti te lo voy a decir. ¡Como si fuera asunto tuyo, Potter! —se burló Malfoy—. Date prisa, todo el mundo está esperando al «capitán elegido», al «niño que marcó» o como sea que te llamen últimamente.

A una de las chicas se le escapó una risita tonta. Harry la miró a los ojos y ella se ruborizó. Malfoy lo apartó de un empujón y prosiguió su camino; las dos muchachas lo siguieron al trote hasta que el grupo se perdió de vista tras un recodo.

Harry se quedó plantado mientras los veía desaparecer. Era desesperante: no tenía ningún margen de tiempo si quería llegar puntual al partido y, sin embargo, allí estaba Malfoy merodeando por los pasillos mientras el resto del colegio se encontraba fuera. Es decir, aquélla era la ocasión ideal para descubrir qué tramaba, y él iba a desperdiciarla. Pasaron los segundos sin que se oyese el vuelo de una mosca y Harry aún vacilaba; estaba como paralizado, mirando fijamente el sitio por donde Malfoy había desaparecido…

—¿Dónde estabas? —le preguntó Ginny cuando él entró a toda prisa en el vestuario. El equipo ya se había cambiado y estaba preparado: Coote y Peakes, los golpeadores, se daban en las piernas con los bates, impacientes.

—Me he encontrado a Malfoy —le confió Harry en voz baja mientras se ponía la túnica escarlata por la cabeza.

—¿Y qué?

—Pues que quería enterarme de qué hacía en el castillo con un par de amigas mientras todos los demás están aquí abajo.

—¿Tanta importancia tiene eso ahora?

—Bueno, desde aquí no creo que lo averigüe, ¿no? —repuso Harry agarrando su Saeta de Fuego y ajustándose las gafas—. ¡Vamos, chicos!

Y sin más salió al terreno de juego en medio de atronadores vítores y abucheos. Hacía poco viento y había algunas nubes por las que de vez en cuando asomaban deslumbrantes destellos de sol.

—¡Hace un tiempo engañoso! —advirtió McLaggen al equipo como si fuese su líder—. Coote, Peakes, volad por las zonas de sombra para que no os vean venir…

—McLaggen, el capitán soy yo, así que deja de darles instrucciones —terció Harry, enfadado—. ¡Sube a los postes de gol!

Cuando McLaggen se hubo alejado, Harry se volvió hacia Coote y Peakes y, de mala gana, les ordenó:

—Manteneos alejados de las zonas soleadas.

Luego le estrechó la mano al capitán de Hufflepuff, y, tan pronto la señora Hooch hizo sonar el silbato, dio una patada en el suelo y se remontó con la escoba hasta situarse por encima del resto de su equipo, volando alrededor del campo en busca de la
snitch
. Si conseguía atraparla pronto quizá pudiera volver al castillo, coger el mapa del merodeador y averiguar qué estaba haciendo Malfoy.

—Allá va Smith, de Hufflepuff, con la
quaffle
—informó una voz suave por los altavoces—. Smith hizo de comentarista en el último partido y Ginny Weasley chocó contra él (yo diría que a propósito, o al menos eso pareció). Smith se despachó a gusto con Gryffindor; espero que lo lamente ahora que tiene que jugar contra ellos… ¡Oh, mirad, ha perdido la
quaffle
! Se la ha arrebatado Ginny. Esta chica me cae bien, es muy simpática…

Harry miró hacia el estrado del comentarista. ¿A quién en su sano juicio se le habría ocurrido pedirle a Luna Lovegood que comentara el partido? Ni siquiera desde aquella altura se podía confundir su largo cabello rubio oscuro, ni el collar de corchos de cerveza de mantequilla. La profesora McGonagall, que estaba al lado de Luna, parecía un tanto incómoda, como si dudase que la muchacha fuera la más indicada para hacer de comentarista.

—… pero ahora ese gordo de Hufflepuff le ha quitado la
quaffle
a Ginny; no recuerdo su nombre, se llama Bibble o algo así… No, Buggins…

—¡Es Cadwallader! —la corrigió la profesora McGonagall a voz en grito, y provocó las risas del público.

Harry escudriñó alrededor buscando la
snitch
, pero no la vio por ninguna parte. Cadwallader marcó un tanto y McLaggen se puso a gritar criticando a Ginny por dejar que le arrebataran la
quaffle
. A consecuencia de su distracción no vio cómo la gran pelota roja pasaba a toda velocidad rozándole la oreja derecha.

—¡Haz el favor de estar atento a lo que haces y deja en paz a los demás, McLaggen! —bramó Harry dando media vuelta para mirar a su guardián.

—¡Pues tú no das muy buen ejemplo! —replicó McLaggen, furioso y con las mejillas encendidas.

—Y ahora Harry Potter se ha puesto a discutir con su guardián —dijo Luna con calma mientras los seguidores de Hufflepuff y Slytherin lanzaban vítores y silbidos desde las gradas—. No creo que eso lo ayude a encontrar la
snitch
, pero quizá sea una hábil estratagema…

Harry se dio la vuelta de nuevo, soltando improperios, y volvió a describir círculos por el campo escudriñando el cielo en busca de alguna señal de la pelotita dorada y con alas.

Ginny y Demelza marcaron un gol cada una, y los seguidores ataviados de rojo y dorado que ocupaban el sector de las gradas reservado a Gryffindor tuvieron algo de que alegrarse. Entonces Cadwallader volvió a marcar y consiguió el empate, pero Luna no pareció darse cuenta; por lo visto, no tenía el menor interés por algo tan trivial como el tanteo del partido y trataba de dirigir la atención del público hacia otras cosas, como las caprichosas formas de las nubes o la posibilidad de que Zacharias Smith, que hasta ese momento no había logrado conservar la
quaffle
más de un minuto, sufriera algo llamado «peste del perdedor».

—¡Setenta a cuarenta a favor de Hufflepuff! —gruñó la profesora McGonagall acercándose al megáfono de Luna.

—¿Ya? ¿Tanto? —se extrañó Luna—. ¡Oh, mirad! El guardián de Gryffindor le ha cogido el bate a un golpeador.

Harry giró en pleno vuelo. Era cierto: McLaggen, por algún motivo que sólo él conocía, le había quitado el bate a Peakes y estaba haciéndole una demostración de cómo golpear una
bludger
para darle a Cadwallader, que volaba hacia ellos.

—¿Quieres devolverle el bate y ponerte en los postes de gol? —gritó Harry lanzándose a toda velocidad hacia McLaggen, que en ese momento intentó golpear la
bludger
con todas sus fuerzas y… no acertó.

Harry sintió un dolor atroz, tremendo… Vio un destello de luz, oyó gritos en la lejanía y tuvo la sensación de que se precipitaba por un largo túnel…

Cuando volvió a abrir los ojos estaba acostado en una cama cálida y confortable. Lo primero que vio fue una lámpara que arrojaba un círculo de luz dorada sobre el techo en penumbra. Levantó con dificultad la cabeza. A su izquierda había un muchacho pelirrojo y pecoso que le sonaba de algo.

—Te agradezco que hayas venido a verme —le sonrió Ron.

Harry parpadeó y miró alrededor. ¡Claro, estaba en la enfermería! Miró por la ventana y vio un cielo añil con pinceladas de tonos carmesíes. El partido debía de haber terminado hacía horas… y ya no había posibilidad de pescar a Malfoy con las manos en la masa. Notó un peso extraño en la cabeza; levantó una mano y se tocó un rígido turbante de vendajes.

—¿Qué ha ocurrido?

—Fractura de cráneo —le informó la señora Pomfrey, que se acercó solícita y le hizo apoyar la cabeza en la almohada—. No tienes de qué preocuparte, te lo arreglé enseguida, pero esta noche te quedarás aquí. No conviene que hagas esfuerzos excesivos, al menos durante unas horas.

—No quiero pasar la noche aquí —protestó Harry. Se incorporó y retiró las mantas—. Quiero ir en busca de McLaggen y matarlo.

—Me temo que eso encaja en la categoría de «esfuerzos excesivos» —replicó la enfermera, empujándolo hacia la cama y amenazándolo con la varita—. Permanecerás aquí hasta que te dé el alta, Potter, y si te levantas llamaré al director.

La señora Pomfrey regresó a su despacho y Harry se dejó caer sobre la almohada, rabioso.

—¿Sabes por cuánto hemos perdido? —le preguntó a Ron.

—Pues… sí —repuso su amigo con gesto de disculpa—. El resultado final fue trescientos veinte a sesenta.

—Genial —resopló Harry—. ¡Sencillamente genial! Cuando agarre a ese McLaggen…

—¿Cómo quieres agarrarlo? ¡Si es más grande que un trol! —le recordó Ron, no sin razón—. Opino que hay muchas razones para hacerle ese maleficio de las uñas de los pies que sacaste de tu libro de Pociones. Aunque no me extrañaría que el resto del equipo se encargara de él antes de que salgas de aquí, porque no están nada contentos…

En la voz de Ron había un deje de júbilo mal disimulado; Harry comprendió que su amigo estaba encantado de que McLaggen lo hubiera estropeado todo. Se quedó contemplando el círculo de luz proyectado en el techo; no le dolía la cabeza, recién curada, pero sí le molestaba un poco bajo tantos vendajes.

—He oído los comentarios del partido desde aquí —dijo Ron, y esta vez la risa le hizo temblar la voz—. Espero que Luna siga haciendo de comentarista a partir de ahora… ¿Qué te ha parecido lo de la «peste del perdedor»?

Pero Harry todavía estaba demasiado ofuscado para ver el lado cómico de la situación, y Ron dejó de reírse.

—Ginny ha venido a verte cuando estabas inconsciente —explicó tras una larga pausa, y de inmediato la imaginación de Harry se representó una escena en la que Ginny, sollozando sobre su cuerpo inerte, confesaba la profunda atracción que sentía por él mientras Ron les daba su bendición—. Dice que llegaste al partido por los pelos. ¿Cómo es eso? De aquí te marchaste con tiempo de sobra.

—Es que… —repuso Harry al tiempo que la emotiva escena desaparecía de su mente—. Es que… bueno, vi a Malfoy escabulléndose con un par de chicas que, por la cara que ponían, lo acompañaban a la fuerza, y ya es la segunda vez que no baja al campo de
quidditch
con el resto de los compañeros. El partido anterior también se lo saltó, ¿te acuerdas? —Suspiró—. Lástima que no lo siguiera porque, total, el partido ha sido un desastre.

—No digas estupideces —replicó Ron—. ¡No podías saltarte un partido de
quidditch
para seguir a Malfoy! ¡Eres el capitán del equipo!

—Quiero saber qué está tramando. Y no me vengas con que todo son imaginaciones mías, porque después de oírlo hablar con Snape…

—Yo nunca he dicho que fueran imaginaciones tuyas —desmintió Ron y se incorporó un poco, apoyándose en un codo, para mirarlo ceñudo—. ¡Pero no existe ninguna norma que diga que en este castillo no puede haber dos personas tramando algo a la vez! Te estás obsesionando, Harry. Mira que plantearte no ir a un partido sólo por seguir a Malfoy…

—¡Quiero pillarlo in fraganti! —exclamó Harry, que se sentía muy frustrado—. ¿Adónde va cuando desaparece del mapa?

—No lo sé… ¿A Hogsmeade? —sugirió Ron mientras bostezaba.

—Nunca lo he visto recorrer ninguno de los pasadizos secretos en el mapa. Además, tengo entendido que este año están vigilados.

—Pues no lo sé.

Ambos se callaron. Harry caviló mirando el círculo de luz que se proyectaba en el techo… Si tuviera el poder de Rufus Scrimgeour podría mandar que siguieran a Malfoy, pero por desgracia no tenía una oficina de
aurores
a sus órdenes… Por un instante pensó en intentar organizar algo con el
ED
, pero una vez más surgía el problema de que los profesores echarían en falta a los alumnos en las clases; al fin y al cabo, la mayoría de los estudiantes tenía los horarios hasta los topes…

Se oyó un débil ronquido proveniente de la cama de Ron. Al cabo de un rato la señora Pomfrey salió de su despacho enfundada en un camisón muy grueso. Lo más sencillo era hacerse el dormido, así que Harry se tumbó sobre un costado y oyó cómo todas las cortinas se corrían al agitar la señora Pomfrey su varita mágica. La luz de las lámparas se atenuó y la enfermera regresó a su despacho; Harry oyó que cerraba la puerta y dedujo que iba a acostarse.

Entonces pensó que ésa era la tercera vez que lo llevaban a la enfermería por culpa de una lesión de
quidditch
. La vez anterior se había caído de la escoba al ver
dementores
alrededor del terreno de juego, y la primera se debió a que el inepto del profesor Lockhart le había hecho desaparecer todos los huesos de un brazo… Esa había sido, sin duda, la lesión más angustiosa. Se acordó del doloroso proceso de regeneración de los huesos en una noche, un malestar que no logró aliviar la llegada de una visita inesperada en medio de la.…

Harry se incorporó de golpe, con el corazón palpitando y el vendaje de la cabeza torcido. Por fin había dado con la solución: sí, había una forma de seguir a Malfoy. ¿Cómo podía haberlo olvidado? ¿Por qué no se le había ocurrido antes?

Pero la cuestión era que no sabía cómo llamarlo. ¿Cómo se hacía? Indeciso, musitó quedamente en la oscuridad:

—¿Kreacher?

Se produjo un fuerte chasquido y se oyeron chillidos y correteos por la sala. Ron despertó sobresaltado y preguntó:

—¿Qué pasa?

Harry apuntó la varita hacia la puerta del despacho de la señora Pomfrey y murmuró «
¡Muffliato!
» para que la enfermera no acudiera a ver qué ocurría. Luego se deslizó hasta el borde de la cama para averiguar quién hacía esos ruidos.

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