Read Harry Potter y el Misterio del Príncipe Online
Authors: J. K. Rowling
Tags: #fantasía, #infantil
Dos elfos domésticos estaban enzarzados en medio del suelo: uno llevaba un jersey granate y varios gorros de lana; el otro, un trapo viejo y mugriento atado en la cintura como si fuera un taparrabos. Se oyó otro fuerte estampido y Peeves, el
poltergeist
, apareció en el aire suspendido sobre los dos elfos.
—¿Has visto esto, Pipipote? —le dijo a Harry señalando la pelea, y soltó una sonora carcajada—. Mira cómo se pegan esas criaturitas, mira qué mordiscos se dan, qué puñetazos…
—¡Kreacher no insultará a Harry Potter delante de Dobby, no señor, o Dobby se encargará de cerrarle la boca a Kreacher! —chillaba Dobby.
—¡Qué patadas, qué arañazos! —se admiró Peeves al tiempo que les lanzaba trozos de tiza para enfurecerlos aún más—. ¡Qué pellizcos, qué codazos!
—Kreacher opinará lo que quiera de su amo, claro que sí, y sobre la clase de amo que es, el muy repugnante amigo de los sangre sucia. Oh, ¿qué diría la pobre ama de Kreacher?
No llegaron a saber qué habría dicho el ama de Kreacher porque en ese momento Dobby golpeó con su pequeño y nudoso puño a Kreacher y le hizo saltar la mitad de los dientes. Harry y Ron se levantaron y separaron a los elfos, aunque éstos siguieron intentando darse patadas y puñetazos, azuzados por Peeves, que volaba alrededor de la lámpara gritando: «¡Métele los dedos en la nariz, espachúrralo, tírale de las orejas!»
Harry apuntó con la varita a Peeves y dijo: «
¡Palalingua!
» El
poltergeist
se llevó las manos a la garganta, tragó saliva y salió volando de la habitación, haciendo gestos obscenos pero sin poder hablar, pues la lengua se le había pegado al paladar.
—Eso ha estado muy bien —dijo Ron. Levantó a Dobby del suelo y lo sostuvo en alto para que sus extremidades, que no paraban de agitarse, no volvieran a impactar contra Kreacher—. Es otro de los maleficios del príncipe, ¿no?
—Sí —contestó Harry mientras le aplicaba una llave de judo a Kreacher—. ¡Muy bien, os prohíbo que peleéis! Bueno, te prohíbo a ti, Kreacher, que te pelees con Dobby. Dobby, a ti ya sé que no puedo darte órdenes…
—¡Dobby es un elfo doméstico libre y puede obedecer a quien quiera, y Dobby hará cualquier cosa que Harry Potter le ordene! —repuso el elfo. Las lágrimas resbalaban por su arrugada carita y le caían sobre el jersey.
—Muy bien —dijo Harry, y Ron y él soltaron a los elfos, que cayeron al suelo pero no siguieron peleándose.
—¿Me ha llamado el amo? —preguntó Kreacher con voz ronca, e hizo una exagerada reverencia al tiempo que le lanzaba a Harry una mirada con la que parecía desearle una muerte lenta y dolorosa.
—Sí, te he llamado —respondió Harry, y miró hacia el despacho de la señora Pomfrey para comprobar si el hechizo
muffliato
todavía funcionaba; no había señales de que la enfermera hubiera oído ningún ruido—. Tengo un trabajo para ti.
—Kreacher hará lo que le ordene el amo —repuso el elfo con otra reverencia, tan pronunciada que casi se besó los nudosos dedos de los pies— porque Kreacher no tiene alternativa, pero a Kreacher le avergüenza tener un amo así, ya lo creo…
—¡Dobby lo hará, Harry Potter! —chilló Dobby; todavía tenía sus ojos grandes como pelotas de tenis anegados en lágrimas—. ¡Para Dobby será un honor ayudar a Harry Potter!
—Ahora que lo pienso, no estaría mal que lo hicierais los dos. Está bien. A ver… Quiero que sigáis a Draco Malfoy. —E ignorando la mezcla de sorpresa y exasperación que reflejó el semblante de Ron, especificó—: Me interesa saber adónde va, con quién se reúne y qué hace. Deberéis seguirlo las veinticuatro horas del día.
—¡Sí, Harry Potter! —exclamó Dobby con un brillo de emoción en los ojos—. ¡Y si Dobby lo hace mal, Dobby se tirará desde la torre más alta, Harry Potter!
—Eso no será necesario —se apresuró a aclarar Harry.
—¿Que el amo quiere que siga al pequeño de los Malfoy? —dijo Kreacher con voz ronca—. ¿Que el amo quiere que espíe al sobrino nieto sangre limpia de mi antigua ama?
—Exacto —confirmó Harry, y se apresuró a atajar el peligro al que se exponía—: Y te prohíbo que le avises, Kreacher, o le expliques cuál es tu misión, o hables con él, o le escribas mensajes, o… o te comuniques con él de ningún modo. ¿Entendido?
Le pareció que Kreacher se esforzaba por hallar algún fallo en las instrucciones que acababa de darle, y esperó. Transcurridos unos instantes, Harry comprobó con satisfacción que el elfo volvía a hacer una exagerada reverencia y decía con resentimiento:
—El amo está en todo y Kreacher debe obedecerlo, aunque Kreacher preferiría ser el criado del pequeño Malfoy, por supuesto…
—Entonces no se hable más. Quiero que me presentéis informes con regularidad, pero aseguraos de que no esté rodeado de gente cuando vengáis a hablar conmigo. Si estoy con Ron o Hermione, no importa. Y no comentéis con nadie lo que os he encargado. Pegaos a Malfoy como si fuerais tiritas para verrugas.
A primera hora del lunes, Harry y Ron salieron de la enfermería completamente recuperados gracias a los cuidados de la señora Pomfrey. Ya podían disfrutar de las ventajas de la fractura de cráneo y el envenenamiento, respectivamente, y la mejor de ellas era que Hermione volvía a ser amiga de Ron. Los acompañó a desayunar y les comunicó que Ginny se había peleado con Dean. El monstruo que dormitaba en el pecho de Harry alzó la cabeza olfateando el aire, expectante.
—¿Por qué se han peleado? —preguntó el muchacho con fingida indiferencia mientras enfilaban un pasillo del séptimo piso.
El pasillo estaba vacío salvo por una niña muy pequeña que examinaba un tapiz de trols con tutú. Al ver que se acercaban unos estudiantes de sexto año, la chiquilla puso cara de miedo y dejó caer la pesada balanza de bronce que sostenía.
—¡No pasa nada! —dijo Hermione con amabilidad, y corrió a ayudarla—. Mira… —Dio unos golpecitos con su varita en la balanza rota y pronunció—:
¡Reparo!
La niña ni siquiera le dio las gracias y se quedó muy quieta cuando ellos pasaron por su lado. Ron volvió la cabeza y la miró.
—Os juro que cada vez son más pequeños —comentó.
—Déjala —repuso Harry con impaciencia—. Hermione, ¿por qué se han peleado Ginny y Dean?
—Parece ser que Dean se estaba riendo del golpe que te dio McLaggen con esa
bludger
.
—Debió de ser gracioso —dijo Ron.
—¡No fue nada gracioso! —saltó Hermione—. ¡Fue horrible, y si Coote y Peakes no hubieran cogido a Harry, podría haber resultado gravemente herido!
—Sí, ya, pero no había necesidad de que Ginny y Dean cortaran por eso —dijo Harry procurando sonar despreocupado—. ¿O siguen saliendo juntos?
—Sí, siguen saliendo. Pero ¿por qué te interesa tanto? —preguntó Hermione mirándolo con recelo.
—Es que no quiero que haya problemas en el equipo de
quidditch
—se apresuró a contestar, y sintió un gran alivio cuando detrás de ellos una voz exclamó:
—¡Harry!
—¡Hola, Luna! —Ya tenía una excusa para darle la espalda a Hermione.
—He ido a verte a la enfermería —dijo Luna mientras rebuscaba en su mochila—, pero me han dicho que ya habías salido… —Le fue pasando una serie de extraños objetos a Ron: una especie de cebolla verde, un gran sapo con manchas y una buena cantidad de una cosa que parecía arena higiénica para gatos; por último sacó un rollo de pergamino bastante sucio y se lo tendió a Harry—. Me han pedido que te dé esto.
Era un rollo pequeño que Harry reconoció enseguida: otra invitación para una clase particular con Dumbledore.
—Será esta noche —informó a sus amigos cuando lo hubo leído.
—¡Te felicito por tu comentario del partido! —le dijo Ron a Luna mientras ella recuperaba la cebolla verde, el sapo y la arena higiénica.
Luna esbozó una vaga sonrisa.
—Te burlas de mí, ¿verdad? Todos dicen que lo hice muy mal.
—¡No, lo digo en serio! ¡No recuerdo haberlo pasado tan bien con ningún otro comentarista! ¿Qué es eso, por cierto? —añadió, cogiendo aquella especie de cebolla. Se la acercó a los ojos.
—Es un
gurdirraíz
—contestó Luna, y se guardó la arena higiénica y el sapo en la mochila—. Quédatelo si quieres, tengo algunos más. Son excelentes para protegerse contra los
plimpys
tragones.
Y se marchó. Ron sonrió de oreja a oreja con el
gurdirraíz
en la mano.
—¿Sabéis qué os digo? Que Luna empieza a gustarme —dijo mientras los tres echaban a andar hacia el Gran Comedor—. Ya sé que está loca, pero la suya es una locura… —Se calló bruscamente al ver a Lavender Brown plantada al pie de la escalinata de mármol, con aspecto de estar muy enfadada—. ¡Hola! —murmuró con apuro cuando llegaron ante ella.
—¡Vamos! —le dijo Harry a Hermione por lo bajo, y siguieron andando, aunque oyeron cómo Lavender preguntaba: «¿Por qué no me dijiste que hoy te daban el alta? ¿Y por qué estabas con ella?»
Ron llegó a la mesa del desayuno media hora más tarde y bastante malhumorado, y aunque se sentó con Lavender, Harry no vio que se dirigieran la palabra en todo el rato. Hermione se comportaba como si no se diese cuenta de nada, pero en un par de ocasiones Harry le detectó una misteriosa sonrisita en los labios. Ella estuvo de muy buen humor el resto del día, y por la noche, en la sala común incluso consintió en repasar (o mejor dicho, en terminar de componer) la redacción de Herbología de Harry, cuando hasta ese momento se había negado en redondo porque sabía que luego él se la dejaría copiar a Ron.
—Te lo agradezco, Hermione —dijo Harry, palmeándole la espalda mientras consultaba su reloj de pulsera; eran casi las ocho en punto—. Mira, tengo que darme prisa si no quiero llegar tarde a la clase con Dumbledore…
Hermione no contestó y se limitó a tachar una de las frases más flojas con cara de hastío. Harry, sonriente, salió a toda prisa por el hueco del retrato y se dirigió hacia el despacho del director. La gárgola se apartó al oír mencionar las bombas de tofee y Harry se dio prisa en la escalera de caracol subiendo los escalones de dos en dos. Llamó a la puerta en el preciso instante en que, dentro, un reloj daba las ocho.
—Pasa —dijo Dumbledore, pero cuando el muchacho fue a empujar la puerta, ésta se abrió desde el interior. Allí estaba la profesora Trelawney.
—¡Aja! —exclamó la bruja, señalando con dramatismo a Harry mientras parpadeaba tras sus lentes de aumento—. ¡Así que éste es el motivo de que me eches de tu despacho sin miramientos, Dumbledore!
—Mi querida Sybill —repuso Dumbledore con leve exasperación—, no se trata de echarte sin miramientos de ningún sitio, pero Harry tiene una cita, así que, francamente, creo que no hay más que hablar…
—Muy bien —dijo la profesora, dolida—. Si te resistes a desterrar a ese jamelgo usurpador… quizá yo encuentre un colegio donde se valoren más mis talentos…
Apartó a Harry de un empujón y desapareció por la escalera de caracol; la oyeron dar un traspié hacia la mitad de ésta y Harry dedujo que había tropezado con uno de los chales que siempre llevaba colgando.
—Por favor, cierra la puerta y siéntate, Harry —dijo Dumbledore con voz cansada.
Al sentarse en su sitio habitual —delante de la mesa del director—, Harry se fijó en que el
pensadero
volvía a estar en la mesa y que al lado de la vasija había dos botellitas de cristal llenas de recuerdos que se arremolinaban.
—¿La profesora Trelawney todavía no ha digerido que Firenze enseñe en el colegio? —preguntó.
—No, aún no —respondió el director—. En verdad, la Adivinación me está causando más problemas de los que habría podido prever si me hubiese interesado por esa disciplina. No puedo pedirle a Firenze que vuelva al Bosque Prohibido, donde ahora es un marginado, ni pedirle a Sybill Trelawney que se marche. Entre nosotros, ella no tiene idea del peligro que correría fuera del castillo. Verás, la profesora no sabe que fue ella quien hizo la profecía acerca de ti y Voldemort, y creo que no sería sensato revelárselo. —Lanzó un hondo suspiro y agregó—: Pero ahora no nos interesan mis problemas de personal. Tenemos asuntos más importantes que tratar. Bien, ¿has realizado la tarea que te encargué?
—¿La ta…? Sí, claro… —dijo Harry, pillado en falta. Entre las clases de Aparición, el
quidditch
, el envenenamiento de Ron, el golpe en la cabeza y su empeño en averiguar qué tramaba Malfoy, Harry casi se había olvidado de que tenía que sonsacarle aquel recuerdo al profesor Slughorn—. Sí, se lo pregunté después de la clase de Pociones, señor, pero… no quiso decirme nada.
Hubo un breve silencio.
—Entiendo —dijo Dumbledore mirándolo por encima de las gafas de media luna (el muchacho sintió que lo estaban examinando con rayos X)—. Y crees que te has esforzado al máximo para cumplir esa tarea, que has puesto en práctica tu considerable ingenio y recurrido a toda tu astucia en la búsqueda de ese recuerdo, ¿no?
—Bueno… —Harry no sabía qué decir. En ese momento su único intento de recuperar aquel recuerdo parecía ridículo—. Es que… el día que Ron se bebió el filtro de amor por error, yo lo llevé al despacho del profesor Slughorn. Creí que a lo mejor, si conseguía poner de buen humor al profesor…
—¿Y dio resultado? —inquirió Dumbledore.
—Pues… no, señor, porque Ron se envenenó y…
—… eso, como es lógico, hizo que te olvidaras de lo que te había pedido. Era de esperar, dado que tu mejor amigo se hallaba en peligro. Sin embargo, cuando se confirmó que el señor Weasley se recuperaría, me habría gustado que prosiguieses con la misión que te asigné. Creí que habías comprendido cuan trascendental es ese recuerdo. En nuestro anterior encuentro puse especial empeño en recalcarte que es el más valioso y que sin él perdemos el tiempo.
La vergüenza que Harry sentía se materializó en una sensación de calor y picor que le fue descendiendo desde la coronilla hasta los pies. Dumbledore, que no había elevado el tono, ni siquiera parecía enfadado, pero Harry habría preferido que le hubiera gritado, pues esa frialdad y su expresión de decepción eran peores que cualquier otra cosa.
—No crea que no me lo tomo en serio, señor —dijo abochornado—. Es que tenía otras cosas…
—Otras cosas en la cabeza —terminó Dumbledore—. Entiendo.
Volvieron a quedarse callados. Aquel silencio, el más desagradable que Harry había experimentado en presencia del director, pareció prolongarse eternamente, sólo interrumpido por los débiles ronquidos del retrato de Armando Dippet colgado detrás de Dumbledore. Harry tenía la extraña sensación de haberse encogido un poco.