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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

Harry Potter y el Misterio del Príncipe (65 page)

BOOK: Harry Potter y el Misterio del Príncipe
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El director empezó a encogerse de miedo como si lo rodearan invisibles torturadores; agitó una mano y casi derramó el contenido de la copa que Harry había vuelto a llenar con manos temblorosas, mientras gemía:

—No les hagas daño, no les hagas daño, por favor, por favor, es culpa mía, castígame a mí…

—Tome, beba esto, beba esto, se pondrá bien —insistió Harry, desesperado, y una vez más Dumbledore lo obedeció: abrió la boca, con los ojos fuertemente cerrados, y se estremeció de la cabeza a los pies.

Entonces cayó hacia delante, volvió a gritar y golpeó el suelo con ambos puños, mientras Harry llenaba una novena copa.

—Por favor, por favor, por favor, no… Eso no, eso no, haré lo que me pidas…

—Beba, profesor, beba…

Dumbledore bebió como un niño muerto de sed, pero cuando hubo terminado, volvió a gritar como si le ardieran las entrañas.

—Basta, te lo suplico, basta…

Harry llenó la copa por décima vez y notó que el cristal rozaba el fondo de la vasija.

—Ya casi estamos, profesor, beba esto, beba…

Sujetó a Dumbledore por los hombros y el anciano se tragó la poción; Harry se puso en pie y volvió a llenar la copa mientras el director lanzaba gritos desgarradores.

—¡Quiero morirme! ¡Quiero morirme! ¡Haz que se detenga, haz que se detenga, quiero morirme!

—Beba esto, profesor, beba esto…

Dumbledore bebió, y tan pronto como terminó, bramó:

—¡¡Mátame!!

—¡Esto… esto lo matará! —dijo el muchacho entrecortadamente—. Beba esto… ¡y todo habrá terminado!

Dumbledore dio un trago, se bebió hasta la última gota y entonces, con un fuerte y vibrante alarido, cayó tendido boca abajo.

—¡No! —gritó Harry, que estaba llenando la copa una vez más; la dejó dentro de la vasija, se agachó junto a Dumbledore e, incorporándolo, lo puso boca arriba: tenía las gafas torcidas, la boca abierta y los ojos cerrados—. ¡No! —repitió zarandeándolo—. No, no está muerto, usted dijo que no era veneno, despierte, despierte…
¡Rennervate!
—chilló apuntándole al pecho con la varita, de cuyo extremo salió un destello rojo que no produjo ningún efecto—.
¡Rennervate!
Por favor, señor…

A Dumbledore le temblaron los párpados y a Harry le dio un vuelco el corazón.

—Señor, ¿está usted…?

—Agua —pidió Dumbledore con voz ronca.

—Agua —repitió Harry jadeando—, sí…

Se puso en pie de un brinco y agarró la copa que había dejado en la vasija; ni siquiera se fijó en el guardapelo de oro que reposaba en el fondo.


¡Aguamenti!
—gritó golpeando la copa con la varita.

La copa se llenó de agua fresca y cristalina; Harry se arrodilló al lado de Dumbledore, le echó la cabeza atrás y le acercó la copa a los labios, pero estaba vacía. Dumbledore soltó un gemido y empezó a jadear.

—Pero si yo… Espere…
¡Aguamenti!
—repitió Harry apuntando a la copa con la varita. Una vez más se llenó de agua, pero cuando se la acercó a los labios a Dumbledore se desvaneció de nuevo—. ¡Ya lo intento, señor, ya lo intento! —dijo consternado, pero no creía que Dumbledore pudiera oírlo porque se había tumbado sobre un costado y respiraba entrecortadamente, emitiendo un sonido vibrante, como si agonizara—.
¡Aguamenti!
¡Aguamenti!
¡¡Aguamenti!!

La copa se llenó y se vació otra vez. La respiración de Dumbledore era cada vez más débil. Presa del pánico, Harry intentó pensar y comprendió instintivamente que la única forma de conseguir agua (porque Voldemort así lo había planeado) era…

Se precipitó al borde de la roca, hundió la copa en el lago y la sacó llena hasta el borde de un agua helada.

—¡Tenga, señor! —gritó abalanzándose sobre el anciano, pero le derramó el agua por la cara.

Mas no por torpeza, sino porque la sensación de frío que notó en el brazo libre no era producto del contacto con la fría agua: una blanca y húmeda mano lo había agarrado por la muñeca, y la criatura a la que pertenecía tiraba de él hacia el otro lado de la roca. La superficie del lago ya no estaba lisa como un espejo, sino revuelta, y allá donde Harry miraba veía cabezas y manos blancas que emergían del agua: eran hombres, mujeres y niños con los ojos hundidos y ciegos que avanzaban hacia la isla de roca, un ejército de cadáveres que se alzaba de la negrura de las aguas…


¡Petrificus totalus!
—gritó Harry mientras intentaba aferrarse al liso y mojado suelo al mismo tiempo que apuntaba con la varita al
inferius
que lo sujetaba por el brazo. Este lo soltó, cayó hacia atrás y lo salpicó todo. El muchacho se puso en pie como pudo, pero muchos
inferi
estaban trepando a la isla: se sujetaban a la resbaladiza roca con sus huesudas manos, lo miraban con ojos inexpresivos y velados y arrastraban sus empapados harapos mientras una maléfica sonrisa se les dibujaba en las cadavéricas caras.


¡Petrificus totalus!
—chilló Harry otra vez, y retrocedió dando mandobles al aire con la varita; seis o siete
inferi
se doblaron por la cintura, pero había muchos más que se dirigían hacia él—.
¡Impedimenta! ¡Incárcero!

Algunos se tambalearon y un par de ellos quedaron inmovilizados al enroscárseles unas cuerdas, pero los que venían detrás treparon a la roca y pasaron por encima de los caídos. Sin dejar de agitar la varita como si diera cuchilladas al aire, Harry gritó:


¡Sectumsempra!
¡¡Sectumsempra!!

Aunque aparecieron cortes en sus chorreantes andrajos y en su gélida piel, aquellos seres no tenían sangre que derramar, de modo que siguieron caminando, insensibles al dolor, con las raquíticas manos tendidas hacia Harry. Él retrocedió y de pronto unos brazos lo asieron por detrás y se cerraron alrededor de su torso; y esos delgados brazos sin carne, fríos como la muerte, lo levantaron del suelo y empezaron a llevárselo hacia el agua, poco a poco pero con facilidad, y Harry comprendió que no iban a soltarlo, que se ahogaría y se convertiría en uno más de los guardianes muertos de un fragmento de la dividida alma de Voldemort…

Pero entonces el fuego surgió en la oscuridad: un anillo de llamas rojas y doradas rodeó la isla y provocó que los
inferi
que sujetaban a Harry oscilaran y perdieran el equilibro, sin atreverse a cruzar las llamas para llegar al agua. Así pues, soltaron al muchacho, que se golpeó contra el suelo, resbaló en la roca y se arañó los brazos, pero logró ponerse en pie y, levantando la varita, miró alrededor con los ojos desorbitados.

Dumbledore estaba de nuevo en pie, más pálido que los
inferi
que lo rodeaban, pero también más alto que todos ellos. El fuego se le reflejaba en los ojos; sostenía la varita en alto como si fuese una antorcha, y de la punta emanaban las llamas que habían formado el inmenso lazo que los rodeaba con su calor. Los
inferi
, cegados, tropezaban unos con otros mientras intentaban escapar del fuego que los acorralaba…

Dumbledore recogió el guardapelo del fondo de la vasija y se lo guardó en la túnica. Hizo señas a Harry para que se acercara a su lado. Distraídos por las llamas, los
inferi
no se percataron de que su presa se escapaba, y Dumbledore guió a Harry hacia la barca. El anillo de fuego se desplazó con ellos, cercándolos como una barrera defensiva. Desconcertados, los
inferi
los persiguieron a prudente distancia hasta el borde del agua, pero una vez allí volvieron a sumergirse en las negras aguas, agradecidos de poder escapar de las llamas.

Harry, que temblaba de pies a cabeza, dudó por un instante que Dumbledore pudiera subir a la barca. El anciano profesor se tambaleó un poco al intentarlo porque concentraba todos sus esfuerzos en mantener el anillo de llamas protectoras en torno a ellos. Harry lo sujetó y lo ayudó a sentarse en la embarcación. Cuando ambos se encontraron a salvo, apretujados en la barca, ésta empezó a deslizarse por el lago y se alejó de la isla de roca, que volvió a quedar cercada por el anillo de fuego, pues Dumbledore lo desplazó de nuevo hacia ella; los
inferi
, que pululaban otra vez bajo el agua, no se atrevieron a salir a la superficie.

—Señor —dijo Harry nerviosamente—, se me olvidó lo del fuego, señor… Me atacaron y… me entró pánico…

—Es comprensible —murmuró Dumbledore, y el muchacho se alarmó al notar cuan débil tenía la voz.

En cuanto la embarcación tocó la orilla, Harry saltó a tierra y se apresuró a ayudar a Dumbledore. Tras apearse, éste bajó la varita y el anillo de fuego desapareció, pero los
inferi
no volvieron a surgir del agua. La pequeña barca se hundió en el lago y la cadena, tintineando, también volvió a deslizarse hacia el fondo. Dumbledore soltó un profundo suspiro y se apoyó contra la pared de la cueva.

—Me siento débil… —dijo.

—No se preocupe, señor —repuso Harry, atemorizado por la extrema palidez y el agotamiento del anciano profesor—. No se preocupe, lo ayudaré a salir de aquí… Apóyese en mí, señor…

Y colocándose el brazo ileso de Dumbledore alrededor de los hombros, lo condujo por la orilla cargando con casi todo su peso.

—La protección… resultó… bien diseñada —balbuceó Dumbledore con un hilo de voz—. Yo solo nunca lo habría logrado… Lo has hecho muy bien, Harry, muy bien…

—Ahora no hable —le aconsejó Harry, asustado por la dificultad que Dumbledore tenía para hablar y al ver cómo arrastraba los pies—. Conserve sus energías, señor… Pronto saldremos de aquí…

—El arco se habrá sellado otra vez… Necesitaremos el cuchillo…

—No hace falta, me he cortado con la roca —dijo Harry—. Dígame dónde…

—Aquí…

Harry rozó la piedra con el brazo rasguñado y el arco, tras recibir su tributo de sangre, se abrió al instante. Cruzaron la cueva exterior y Harry ayudó a Dumbledore a meterse en el agua que llenaba la grieta del acantilado.

—Todo saldrá bien, señor —repetía una y otra vez, más preocupado por el silencio del director que por la debilidad de su voz—. Ya casi hemos llegado… Puedo hacer que nos desaparezcamos los dos… No se preocupe…

—No estoy preocupado, Harry —repuso el anciano con tono más firme, pese a que el agua estaba helada—. Estoy contigo.

27
La torre alcanzada por el rayo

Cuando salieron bajo el cielo estrellado, Harry subió a Dumbledore a la roca más cercana y lo ayudó a levantarse. Empapado y tembloroso, cargando con el anciano profesor, el muchacho se concentró con todas sus fuerzas en su destino: Hogsmeade. Cerró los ojos, agarró a Dumbledore por el brazo tan firmemente como pudo y se abandonó a aquella horrible sensación de opresión.

Antes de abrir los ojos ya supo que la Aparición había dado buen resultado, pues el olor a salitre y la brisa marina se habían esfumado. Temblando y chorreando, se hallaban en medio de la oscura calle principal de Hogsmeade. Por un instante Harry fue víctima de un espantoso truco de su imaginación y creyó que allí también había
inferi
saliendo de las tiendas y arrastrándose hacia él, pero parpadeó varias veces y comprobó que nada se movía en la calle, donde sólo había algunas farolas y ventanas encendidas.

—¡Lo hemos conseguido, profesor! —susurró con dificultad, sintiendo una dolorosa punzada en el pecho—. ¡Lo hemos conseguido! ¡Tenemos el
Horrocrux
!

Dumbledore medio perdió el equilibrio y se apoyó en el muchacho. Harry creyó que su inexperiencia en aparecerse había afectado al director, pero entonces reparó en que su cara estaba más pálida y desencajada que nunca, apenas iluminada por una lejana farola.

—¿Se encuentra bien, señor?

—He tenido momentos mejores —contestó Dumbledore con voz frágil, aunque le temblaron las comisuras de la boca, como si quisiera sonreír—. Esa poción… no era ningún tónico reconstituyente…

Y Harry, horrorizado, vio cómo el anciano se desplomaba.

—Señor… No pasa nada, señor, se pondrá bien, no se preocupe. —Desesperado, miró en derredor en busca de ayuda, pero no vio a nadie; su único pensamiento fue que debía ingeniárselas para llevar cuanto antes a Dumbledore a la enfermería—. Tenemos que volver al colegio, señor. La señora Pomfrey…

—No —balbuceó Dumbledore—. Necesito… al profesor Snape… Pero no creo… que pueda caminar mucho…

—Está bien. Mire, señor, voy a llamar a alguna casa y buscaré un sitio donde pueda quedarse. Luego iré corriendo al castillo y traeré a la señora…

—Severus —dijo Dumbledore con claridad—. Necesito ver a Severus…

—Muy bien, pues a Snape. Pero tendré que dejarlo aquí un momento para…

En ese instante Harry oyó pasos precipitados y el corazón le dio un vuelco: alguien los había visto y acudía en su ayuda. Era la señora Rosmerta, que corría hacia ellos por la oscura calle luciendo sus elegantes zapatillas de tacón y una bata de seda con dragones bordados.

—¡Os he visto aparecer cuando corría las cortinas de mi dormitorio! Madre mía, madre mía, no sabía qué… Pero ¿qué le pasa a Albus?

Se detuvo resoplando y miró boquiabierta a Dumbledore, que yacía en el suelo.

—Está herido —explicó Harry—. Señora Rosmerta, ¿puede acogerlo en Las Tres Escobas mientras yo voy al colegio a buscar ayuda?

—¡No puedes ir solo! ¿No te das cuenta? ¿No has visto…?

—Si me ayuda a levantarlo —dijo Harry sin prestarle atención—, creo que podremos llevarlo hasta allí…

—¿Qué ha pasado? —preguntó Dumbledore—. ¿Qué ocurre, Rosmerta?

—La… la Marca Tenebrosa, Albus.

Y la bruja señaló el cielo en dirección a Hogwarts. El terror inundó a Harry al oír esas palabras. Se dio la vuelta y miró.

En efecto, suspendido en el cielo encima del castillo, había un reluciente cráneo verde con lengua de serpiente, la marca que dejaban los
mortífagos
cuando salían de un edificio donde habían matado…

—¿Cuánto tiempo lleva ahí? —preguntó el anciano, e hizo un esfuerzo por ponerse en pie agarrándose al hombro de Harry.

—Supongo que unos minutos. No estaba allí cuando saqué al gato, pero cuando subí…

—Hemos de volver enseguida al castillo —dijo Dumbledore, tomando las riendas de la situación pese a que le costaba mantenerse en pie—. Rosmerta, necesitamos un medio de transporte, escobas…

—Tengo un par detrás de la barra —dijo ella, muy asustada—. ¿Quieres que vaya a buscarlas y…?

—No, que las traiga Harry.

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