Harry Potter y el Misterio del Príncipe (70 page)

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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

BOOK: Harry Potter y el Misterio del Príncipe
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—Lo probamos todo:
Lumos
,
Incendio
… —dijo Ginny—. Pero nada rompía la oscuridad; lo único que conseguimos fue salir a tientas del pasillo mientras oíamos pasar a la gente por nuestro lado. Malfoy sí podía ver porque llevaba esa mano que los guiaba, pero no nos atrevimos a echar ninguna maldición por si nos dábamos unos a otros, y cuando llegamos a un pasillo iluminado, ellos ya se habían marchado.

—Por suerte —intervino Lupin con voz ronca—, Ron, Ginny y Neville tropezaron con nosotros casi de inmediato y nos contaron lo ocurrido. Encontramos a los
mortífagos
unos minutos más tarde; se dirigían hacia la torre de Astronomía. Es evidente que Malfoy no esperaba que hubiera tanta gente vigilando, pero al menos se había quedado sin polvo de oscuridad. Empezamos a pelear, ellos se dividieron y los perseguimos. Uno de ellos, Gibbon, se escabulló y subió por la escalera de la torre.

—¿Para poner la Marca? —preguntó Harry.

—Seguramente sí; debieron de acordarlo así antes de salir de la Sala de los Menesteres —supuso Lupin—. Pero no creo que a Gibbon le agradara la idea de esperar a Dumbledore allí arriba, solo, porque volvió a bajar rápidamente por la escalera y siguió peleando hasta que lo alcanzó una maldición asesina que habían lanzado contra mí.

—Y si Ron estaba vigilando la Sala de los Menesteres con Ginny y Neville —dijo Harry volviéndose hacia Hermione—, tú debías de estar…

—Frente al despacho de Snape, sí —susurró ella con lágrimas en los ojos—. Con Luna. Estuvimos muchísimo rato sin que pasara nada… Pero no sabíamos qué estaba sucediendo arriba, pues Ron se había llevado el mapa del merodeador. Cuando ya era casi medianoche, el profesor Flitwick bajó corriendo a las mazmorras. Iba gritando que había
mortífagos
en el castillo; creo que ni siquiera se dio cuenta de nuestra presencia porque irrumpió en el despacho de Snape y le oímos decirle que tenía que subir con él a ayudar; después oímos un fuerte golpe y Snape salió a toda velocidad de su despacho, y nos vio y… y…

—¿Qué? —urgió Harry.

—¡Fui tan estúpida, Harry! —dijo Hermione con voz quebrada—. Snape nos dijo que el profesor Flitwick se había desmayado y que fuéramos a atenderlo mientras él… mientras él subía a combatir a los
mortífagos
… —Se tapó la cara, avergonzada, y siguió hablando a través de los dedos, que amortiguaban su voz—. Entramos en su despacho para ver si podíamos echar una mano al profesor Flitwick y lo encontramos inconsciente en el suelo… Y… ahora está tan claro… Snape debió de hacerle un encantamiento aturdidor, ¡pero no nos dimos cuenta, Harry, no nos dimos cuenta y lo dejamos escapar!

—No tenéis la culpa —dijo Lupin—. Hermione, si no hubierais obedecido a Snape, probablemente os habría matado a Luna y a ti.

—Y entonces subió —discurrió Harry, que se imaginaba a Snape ascendiendo como una flecha por la escalinata de mármol mientras sacaba su varita de la negra túnica, que ondeaba tras él, al tiempo que recorría los peldaños—, y llegó a donde los demás estabais peleando…

—Teníamos problemas, perdíamos —dijo Tonks en voz baja—. Gibbon había caído, pero el resto de los
mortífagos
parecía dispuesto a combatir hasta la muerte. Habían herido a Neville, Greyback había atacado a Bill… La oscuridad era total y volaban maldiciones por todas partes. Draco Malfoy había desaparecido; supongo que se escabulló y subió a la azotea de la torre… Otros
mortífagos
lo siguieron, pero uno de ellos bloqueó la escalera con alguna maldición, pues Neville se lanzó hacia ella y salió despedido por los aires…

—No podíamos atravesar la barrera —explicó Ron—, y ese
mortífago
inmenso no paraba de lanzar embrujos que rebotaban en las paredes y nos pasaban muy cerca…

—Y entonces llegó Snape —continuó Tonks—, pero al cabo de un momento desapareció.

—Yo lo vi correr hacia nosotros, pero en ese instante el
mortífago
enorme me lanzó un embrujo que pasó rozándome, me agaché para esquivarlo y no me enteré de lo que ocurría —dijo Ginny.

—Y yo lo vi atravesar la barrera invisible como si no existiera —intervino Lupin—. Intenté seguirlo, pero salí despedido, igual que Neville.

—Snape debía de saber un hechizo que nosotros no conocíamos —dedujo la profesora McGonagall—. Al fin y al cabo, era el profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras. Creí que perseguía a los
mortífagos
que habían escapado hacia la azotea…

—Pues sí —dijo Harry, colérico—, pero para ayudarlos y no para atraparlos… Y seguro que esa barrera sólo podías atravesarla si tenías una Marca Tenebrosa en el brazo… ¿Qué pasó cuando bajó?

—Ese
mortífago
tan enorme acababa de lanzar un maleficio que hizo que se desprendiera medio techo, pero también rompió la maldición que interceptaba la escalera —explicó Lupin—. Todos echamos a correr (bueno, los que todavía nos teníamos en pie), y entonces Snape y el chico salieron de entre una nube de polvo, y como es lógico, a ninguno se le ocurrió atacarlos…

—Los dejamos pasar sin más —dijo Tonks con voz débil— porque creímos que los perseguían los
mortífagos
, y a continuación bajaron éstos con Greyback y reanudamos la pelea. Me pareció oír que Snape gritaba algo, pero no sé qué fue…

—Gritó: «Ya está» —precisó Harry—. Porque ya había cumplido su cometido.

Se produjo un silencio. El lamento de
Fawkes
todavía resonaba por los jardines del castillo. Mientras la melodía se propagaba por el cielo, unos pensamientos inoportunos afloraron en la mente de Harry: ¿Se habrían llevado el cadáver de Dumbledore del pie de la torre? ¿Qué harían con él? ¿Dónde descansaría? Apretó con fuerza los puños, metidos en los bolsillos, y notó el roce del pequeño bulto del
Horrocrux
falso en los nudillos de la mano derecha.

Las puertas de la enfermería se abrieron de golpe y todos se sobresaltaron: los señores Weasley entraron en la sala precipitadamente, seguidos de Fleur, cuyo hermoso rostro estaba crispado por el pánico.

—Molly… Arthur… —dijo la profesora McGonagall; se levantó de un brinco y corrió a saludarlos—. Lo siento tanto…

—Bill —susurró la señora Weasley, y pasó por delante de la profesora, pues acababa de ver la maltrecha cara de su hijo—. ¡Oh, Bill!

Lupin y Tonks se levantaron y se apartaron para que los Weasley pudieran acercarse más a la cama. La madre de Bill se inclinó sobre su hijo y le besó la ensangrentada frente.

—¿Dices que lo atacó Greyback? —le preguntó el señor Weasley a la profesora McGonagall—. Pero ¿no se había transformado? ¿Y entonces? ¿Qué le va a pasar a Bill?

—Todavía no lo sabemos —respondió ella, y miró a Lupin con gesto de impotencia.

—Seguramente tendrá alguna secuela, Arthur —dijo Lupin—. Es un caso muy raro, posiblemente el único… No sabemos cómo se comportará cuando despierte…

La señora Weasley le quitó el apestoso ungüento de las manos a la señora Pomfrey y empezó a aplicárselo a Bill en las heridas.

—¿Y Dumbledore? —preguntó su marido—. Minerva, ¿es verdad que está…?

Mientras la profesora McGonagall asentía con la cabeza, Harry notó que Ginny se movía a su lado y la miró. La muchacha tenía los ojos entornados y clavados en Fleur, que contemplaba a Bill con el terror reflejado en la cara.

—Muerto… Dumbledore… —susurró el señor Weasley, pero su esposa sólo tenía ojos para su hijo mayor.

La señora Weasley rompió a sollozar y sus lágrimas cayeron sobre el mutilado rostro de Bill.

—Ya sé que no importa el aspecto que tenga… Eso no es… lo más… importante… Pero era un chico tan guapo… Siempre fue muy guapo. ¡Mira que pasarle esto precisamente ahora que iba a casarse!

—¿Se puede
sabeg
qué significa eso? —saltó Fleur—. ¿Qué
quiegue decig
«iba» a
casagse
?

La señora Weasley la miró con los ojos anegados en lágrimas y gesto de asombro.

—Pues… nada, que…

—¿Cree que Bill ya no
quegá casagse
conmigo? —inquirió Fleur—. ¿Piensa que
pog
culpa de esas
mogdedugas dejagá
de
amagme
?

—No, yo no he dicho eso…

—¡Pues se equivoca! —gritó Fleur. Se irguió cuan alta era y se apartó la larga melena plateada—.
Paga
que Bill no me
quisiega haguía
falta algo más que un
hombgue
lobo!

—Sí, claro que sí —dijo la señora Weasley—, pero pensé que quizá… dado el estado en que… en que…

—¿Creyó que no
queguía casagme
con él? ¿O quizá confiaba en que no
quisiega casagme
con él? —replicó Fleur; estaba tan enfadada que le temblaban las aletas de la nariz—. ¿Qué más da el aspecto que tenga? ¡Me
paguece
que tenemos de
sobga
con mi belleza! ¡Lo único que
demuestgan
esas
cicatguices
es la
gan
valentía de mi
futugo maguido
! ¡Y déme eso! ¡Ya lo hago yo! —añadió con fiereza al tiempo que apartaba a la señora Weasley de un empujón y le quitaba el ungüento de las manos.

La madre de los Weasley tropezó, chocó contra su marido y se quedó mirando cómo Fleur le curaba las heridas a Bill con una expresión muy extraña. Nadie decía nada; Harry no se atrevía ni a moverse. Como todos los demás, esperaba que la señora Weasley estallara.

—Nuestra tía abuela Muriel —dijo la mujer tras una larga pausa— tiene una diadema preciosa, hecha por duendes, y estoy segura de que lograré que te la preste para la boda. Muriel quiere mucho a Bill, ¿sabes?, y a ti te quedará muy bonita, con el pelo que tienes.


Gacias
—dijo Fleur fríamente—. Será un placer.

Y de repente ambas se abrazaron llorando. Harry, desconcertado, se preguntó si el mundo se habría vuelto loco; se dio la vuelta y vio que Ron estaba tan pasmado como él y que Ginny y Hermione se miraban con asombro.

—¿Lo ves? —dijo entonces una agresiva voz. Tonks fulminaba con la mirada a Lupin—. ¡Fleur sigue queriendo casarse con él, aunque lo hayan mordido! ¡A ella no le importa!

—Es diferente —replicó Lupin moviendo apenas los labios y poniéndose tenso—. Bill no será un hombre lobo completo. Son dos casos totalmente…

—¡Pero a mí tampoco me importa! ¡No me importa! —gritó Tonks agarrando a Lupin por la pechera de la túnica y zarandeándolo—. Te lo he dicho un millón de veces…

Y de pronto Harry lo comprendió todo: el significado del
patronus
de Tonks y el de su cabello desvaído, y el motivo por el que había ido rápidamente a buscar a Dumbledore tras oír el rumor de que Greyback había atacado a alguien. No era de Sirius de quien Tonks se había enamorado…

—Y yo te he dicho a ti un millón de veces —replicó Lupin con la vista clavada en el suelo para no mirarla— que soy demasiado mayor para ti, demasiado pobre, demasiado peligroso…

—Siempre he mantenido que has tomado una postura ridícula respecto a este tema, Remus —intervino la señora Weasley asomando la cabeza por encima del hombro de Fleur mientras le daba unas palmaditas en la espalda a su futura nuera.

—No he tomado ninguna postura ridícula —se defendió Lupin—. Tonks merece a alguien joven y sano.

—Pero ella te quiere a ti —terció el señor Weasley esbozando una sonrisa—. Y al fin y al cabo, Remus, los jóvenes sanos no siempre se mantienen así. —Y con tristeza señaló a su hijo, que yacía entre ellos.

—Ahora no es momento para hablar de esto —dijo Lupin esquivando todas las miradas, y añadió con abatimiento—: Dumbledore ha muerto…

—Dumbledore se habría alegrado más que nadie de que hubiera un poco más de amor en el mundo —dijo la profesora McGonagall con tono cortante, y en ese momento se abrieron otra vez las puertas de la enfermería y entró Hagrid.

Tenía la frente empapada y los ojos hinchados; lloraba desconsolado y llevaba un pañuelo de lunares en la mano.

—Ya está… Ya lo he hecho, profesora —dijo entre sollozos—. Me… me lo he llevado. La profesora Sprout ha enviado a los chicos a acostarse. El profesor Flitwick está descansando, pero dice que se pondrá bien en un periquete, y el profesor Slughorn ya ha informado al ministerio.

—Gracias, Hagrid —dijo McGonagall, y se puso en pie—. Tendré que hablar con los del ministerio en cuanto lleguen. Hagrid, por favor, diles a los jefes de las casas (Slughorn puede representar a Slytherin) que quiero verlos en mi despacho de inmediato. Y me gustaría que tú también estuvieras presente.

El guardabosques asintió, se dio la vuelta y salió de la enfermería arrastrando los pies. La profesora se dirigió entonces a Harry:

—Antes de hablar con ellos desearía charlar un momento contigo. Si quieres acompañarme…

El muchacho murmuró un «Nos vemos luego» dirigido a Ron, Hermione y Ginny, y siguió a McGonagall hacia la puerta. Los pasillos estaban vacíos y sólo se oía la lejana canción del fénix. Harry tardó unos minutos en comprender que no iban al despacho de la profesora sino al de Dumbledore, y unos segundos más en darse cuenta de que, como hasta entonces ella había sido la subdirectora, tras la muerte de Dumbledore debía de haber pasado a ser directora… y por lo tanto, le correspondía ocupar la habitación que había detrás de la gárgola.

Subieron en silencio por la escalera de caracol móvil y entraron en el despacho circular. Harry no sabía muy bien qué esperaba encontrar allí: quizá los muebles estarían tapados con sábanas negras, o a lo mejor habían llevado el cadáver de Dumbledore… Sin embargo, el despacho estaba casi igual que cuando el anciano profesor lo había abandonado unas horas antes: los instrumentos de plata zumbaban y echaban humo en sus mesitas de patas finas, la espada de Gryffindor seguía reluciendo en la urna de cristal a la luz de la luna, y el Sombrero Seleccionador reposaba en un estante, detrás de la mesa. Pero la percha de
Fawkes
estaba vacía: el fénix seguía en los jardines cantando su lamento. Y un nuevo retrato se había añadido a los anteriores directores y directoras de Hogwarts… Dumbledore dormía apaciblemente en un lienzo con marco de oro, colgado de la pared que había detrás de la mesa, con las gafas de media luna sobre la torcida nariz.

Tras echarle un vistazo a ese retrato, la profesora McGonagall hizo un extraño movimiento, como si se armara de valor, bordeó la mesa y se colocó frente a Harry, con el semblante tenso y surcado de arrugas.

—Me gustaría saber qué hicisteis el profesor Dumbledore y tú esta noche cuando os marchasteis del colegio —dijo.

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