Heliconia - Primavera (30 page)

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Authors: Bryan W. Addis

BOOK: Heliconia - Primavera
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Mientras él se disponía a alejarse, ella le dijo: —Oyre está rara estos días. ¿Qué le ocurre?

—Eres inteligente. Pensé que lo sabrías.

Apretando las verdes espigas, ella ajustó las pieles que vestía y dijo cálidamente: —Ven a hablar conmigo con más frecuencia. No olvides mi cariño por ti.

Sonriendo, embarazado, él se alejó. Era incapaz de decirle a Shay Tal o a nadie hasta qué punto el asesinato de Nahkri le había oscurecido la existencia. Aunque necios, Nahkri y Klils eran tíos de él y gozaban de la vida. El horror no se disipaba, aunque habían pasado dos años. Y suponía también que las dificultades que tenía con Oyre eran parte del mismo asunto. En verdad, los sentimientos de Oyre hacia Aoz Roon eran por completo ambivalentes. El crimen había alejado al poderoso Aoz Roon aun de su propia hija.

El silencio de Oyre lo hacía cómplice de Aoz Roon. Se había vuelto casi tan silencioso como Dathka. Antes se lanzaba a aquellas solitarias expediciones por vivacidad y deseo de aventura; ahora lo impulsaban la pena y el desasosiego.

—¡Laintal Ay! —llamó Shay Tal. Laintal Ay se volvió y la miró—. Ven y quédate conmigo un momento hasta que Vry regrese.

La petición lo alegró y lo avergonzó. Fue rápidamente con ella hasta la vieja vivienda, encima de los cerdos, esperando que ninguno de los demás cazadores lo viera. Después del frío exterior, el calor le daba sueño. La anciana madre de Shay Tal estaba sentada en un rincón junto a la alacena; desde allí se arrojaban directamente los desperdicios a los animales. El Silbador de Horas dio la hora; la oscuridad ya empezaba a condensarse en la habitación.

Laintal Ay saludó a la anciana y se sentó sobre las pieles al lado de Shay Tal.

—Recogeremos más semillas y plantaremos trigo y centeno —dijo ella. Laintal Ay supo, por el tono de la voz, que ella estaba contenta.

Un rato más tarde regresó Vry con otra mujer, Amin Lim, una joven gordezuela y maternal que se había designado a sí misma primera seguidora de Shay Tal. Amin Lim fue directamente a la pared del fondo de la habitación, y se instaló con las piernas cruzadas y la espalda apoyada contra las piedras. No deseaba otra cosa que escuchar y ver a Shay Tal.

También Vry parecía reservada. Tenía el cuerpo relativamente más delgado. Debajo de las pieles grises, los pechos apenas le abultaban más que un par de cebollas. La cara era estrecha, aunque tenía los ojos profundamente enclavados en la piel blanca, y muy brillantes. Laintal Ay pensó —no era la primera vez—que Vry se parecía un poco a Dathka; quizás esto explicaba la atracción del joven.

El rasgo verdaderamente distintivo de Vry era el pelo, abundante y oscuro. Visto a la luz del sol, parecía castaño, y no negro azulado como era común entre los oldorandinos. Sólo el pelo revelaba el origen mixto de Vry; la madre, del sur de Borlien, de pelo y tez claros, había muerto al caer en cautividad.

Demasiado niña para tener algún resentimiento contra sus captores, a Vry todo le había fascinado en Oldorando. Las torres de piedra y los conductos de agua caliente habían excitado en particular su admiración infantil. Había hecho muchísimas preguntas y se había entregado de todo corazón a Shay Tal, que había respondido a ambas cosas. Shay Tal apreciaba la mente vivaz de Vry, y se ocupó de ella mientras crecía.

Bajo el tutorazgo de Shay Tal, Vry aprendió a leer y a escribir. Era una de las más ardientes defensoras de la academia. En los últimos años habían nacido más niños, y Vry enseñaba ahora a varios de ellos las letras del alfabeto olonets.

Vry y Shay Tal relataron a Laintal Ay cómo habían descubierto un sistema de pasajes subterráneos debajo de la aldea. Era una red que corría de norte a sur y de este a oeste y conectaba las torres, o lo había hecho antes; algunos pasajes habían sido bloqueados por las inundaciones, los derrumbamientos y otros desastres naturales. Shay Tal esperaba llegar a la pirámide junto al terreno de los sacrificios, porque creía que esa construcción albergaba variados tesoros, pero el barro había invadido los pasajes que ascendían a la parte superior.

—Hay, entre las cosas, muchas relaciones que no comprendemos, Laintal Ay —dijo—. Vivimos en la superficie de la tierra; pero he oído decir que los habitantes de Pannoval viven cómodamente debajo, y también los de Ottassol, en el sur, según los mercaderes. Tal vez los pasajes lleguen hasta el mundo inferior, donde viven los coruscos y los fessupos. Si encontráramos un camino que lleve hasta ellos, en la carne y no sólo en espíritu, poseeríamos muchos conocimientos enterrados. Eso agradaría a Aoz Roon.

Dominado por el calor, Laintal Ay se limitó a asentir perezosamente.

—El conocimiento no sólo es una cosa enterrada como un brassimipo —dijo Vry—. Se puede obtener mediante la observación. Yo creo que en el aire hay también caminos semejantes a los subterráneos. Miro las estrellas por la noche cuando aparecen y atraviesan el cielo. Algunas siguen caminos diferentes…

—Están demasiado alejadas para influir sobre nosotros —dijo Shay Tal.

—No. Todas son de Wutra. Lo que él hace nos afecta.

—En los pasajes subterráneos estabas asustada —dijo Shay Tal.

—Y creo que a ti te asustan las estrellas, señora —replicó rápidamente Vry.

Laintal Ay se sorprendió al oír que la tímida muchacha abandonaba el tono habitualmente deferente y hablaba de ese modo a Shay Tal; había cambiado tanto como el clima. A Shay Tal no parecía molestarle.

—¿Para qué sirven los pasajes subterráneos? —preguntó él—. ¿Qué significan?

—Son sólo reliquias de un pasado olvidado —respondió Vry—. El futuro está en el aire.

Pero Shay Tal dijo con firmeza: —Demuestran lo que niega Aoz Roon; que esta granja donde vivimos fue en un tiempo una gran ciudad, con artes y ciencias, y numerosos habitantes mejores que nosotros. Había más gente, mucha más, ahora toda convertida en fessupos, hermosamente vestida, como solía vestirse Loil Bry. Y tenían muchos pensamientos como aves resplandecientes en sus cabezas. Y de todo eso lo único que queda somos nosotros, con barro en las cabezas.

Durante la conversación, Shay Tal se refirió una y otra vez a Aoz Roon, mirando el rincón oscuro del cuarto.

El frío desapareció, y llegaron las lluvias, y luego hubo nuevamente frío, como si el clima de esa época hubiese sido preparado para castigar a la gente de Embruddock. Las mujeres trabajaban y soñaban con otros lugares.

La llanura estaba atravesada por pliegues que corrían aproximadamente en dirección este-oeste. Había aún nieve atrapada en los sinclinales del lado norte de las crestas; dispersos remanentes del desierto de nieve que había cubierto todo el territorio. Ahora unos tallos verdes brotaban de la nieve, y cada uno creaba a su alrededor un valle propio, redondo y en miniatura.

Sobre la nieve había charcas gigantescas; eran la característica más notable del nuevo paisaje: lagunas alargadas, paralelas, de forma de pez, que reflejaban cada una un fragmento del cielo nublado.

Esta zona había tenido en otros tiempos caza abundante. Los animales se habían ido con la nieve, buscando zonas más secas en la montaña. En vez de ellos había bandadas de aves negras, que recorrían flemáticamente las márgenes de aquellas lagunas transitorias.

Dathka y Laintal Ay estaban echados sobre un risco, mirando unas figuras que se movían. Los dos jóvenes cazadores estaban empapados y de mal humor. La larga cara de Dathka tenía el ceño fruncido y no se le veían los ojos. Cuando apretaban el suelo con los dedos, aparecía una media luna de agua. Alrededor se oían los gorgoteos de la tierra hidrópica. Un poco más atrás, seis cazadores decepcionados estaban sentados en cuclillas, escondidos detrás de las piedras. Mientras aguardaban con indiferencia una orden de los jefes, seguían con la mirada a los pájaros que aleteaban en lo alto, y se soplaban lentamente los pulgares húmedos. Las figuras observadas caminaban hacia el este en una sola fila, sobre la cumbre de otra elevación, con las cabezas gachas, bajo una fina llovizna. Detrás de la fila se veía la ancha curva del Voral. Amarradas a la costa había tres barcas, que habían traído a esos cazadores que ahora invadían los terrenos de caza tradicionales de Oldorando.

Los invasores llevaban pesadas botas de cuero y sombreros de ala ahuecada.

—Son de Borlien —dijo Laintal Ay—. Han ahuyentado toda la caza que podía haber. Tenemos que expulsarlos.

—¿Cómo? Son demasiados. —Dathka hablaba con la vista vuelta hacia las figuras que se movían a lo lejos.— Ésta es nuestra tierra; pero ellos son más que los dedos de cuatro manos…

—Algo podríamos hacer: quemarles las barcas. Los necios han dejado sólo dos hombres para que las cuiden. No será difícil.

Sin caza animal a la vista, bien podían dedicarse a cazar borlieneses.

Por un sureño capturado hacía poco, sabían que en Borlien había gran inquietud. Allí la gente vivía en edificios de tierra, generalmente de dos plantas; los animales abajo y las personas arriba. Las lluvias sin precedentes habían destruido las casas y había mucha gente sin techo.

Mientras la partida de Laintal Ay se encaminaba hacia el Voral ocultándose de la vista de las barcas, la lluvia se hizo más violenta. Venía del sur. Los días lluviosos recomenzaban. La lluvia caía en ráfagas caprichosas; a veces, sólo los salpicaba; otras, se precipitaba con fuerza, tamborileando sobre las espaldas de los hombres y golpeándoles las caras. Resoplaban para quitarse las gotas de las chatas narices. La lluvia era algo que ninguno de ellos había conocido hasta poco antes; todos los miembros del grupo añoraban los secos días de la infancia, la nieve bajo los pies y los ciervos en el horizonte. Ahora, el horizonte estaba escondido detrás de una sucia cortina gris, y el suelo era un lodazal. La oscuridad los favoreció cuando llegaron a la costa del río. A pesar de las heladas recientes, habían crecido allí unas hierbas verdes y altas, que se inclinaban bajo la lluvia. Mientras avanzaban con rapidez, sólo veían la hierba ondulante, las nubes sobrecargadas, el agua fangosa del color del cielo. Un pez saltó del río como si visitara una prolongación de su propio universo, y volvió a caer pesadamente en el agua.

Los dos guardias de Borlien, acurrucados al abrigo de una barca, murieron sin lucha; quizá preferían morir y no seguir empapándose. Los cuerpos fueron arrojados al agua. Flotaban golpeando los botes, y la sangre manchaba el agua alrededor de los cadáveres, mientras un miembro de la partida intentaba en vano encender una hoguera. El agua tenía escasa profundidad en ese punto, y los cuerpos no se hundían, ni siquiera a golpes de remo. El aire aprisionado en las pieles los mantenía a la deriva bajo la superficie salpicada por la lluvia.

—Está bien, está bien —dijo Dathka, impaciente—. No tratéis de hacer fuego. Romped las barcas, hombres.

—Podemos usarlas —sugirió Laintal Ay—. ¿Por qué no las llevamos a remo hasta Oldorando?

Los demás miraron impasibles mientras los dos jóvenes decidían.

—¿Qué dirá Aoz Roon si volvemos a casa sin carne?

—Le mostraremos las barcas.

—Ni siquiera Aoz Roon puede comer barcas. —La observación fue recibida con risas.

Subieron a las embarcaciones, y tomaron los remos. Los muertos quedaron atrás. Lograron remar lentamente hasta Oldorando, mientras la lluvia les azotaba las caras.

Aoz Roon los recibió sombríamente. Miró a Laintal Ay y a los demás cazadores en un silencio que para ellos fue más duro que los reproches, puesto que no les daba la posibilidad de responder. Por fin se apartó de ellos y miró la lluvia por la ventana abierta.

—Podemos aguantar el hambre. Ya hemos pasado hambre. Pero hay otros problemas. La partida de Faralin Ferd ha regresado del norte. Avistaron a la distancia un grupo de phagors. Montaban en kaidaws y venían en esta dirección. Dijeron que parecía una tropa de guerra.

Los cazadores se miraron.

—¿Cuántos peludos?

Aoz Roon se encogió de hombros.

—¿Venían todos desde el lago Dorzin? —le preguntó Laintal Ay.

Aoz Roon se limitó a alzar otra vez los hombros, como si la pregunta le pareciera irrelevante.

Dio media vuelta y enfrentó a los cazadores, clavando en ellos una mirada dura.

—¿Cuál os parece la mejor estrategia en estas condiciones?

Como no hubo respuesta, contestó él mismo: —No somos cobardes. Tenemos que atacar antes que lleguen e intenten quemar Oldorando o cualquier otra cosa.

—No atacarán con este tiempo —replicó entonces un viejo cazador—. Los peludos odian el agua. Sólo una situación extrema puede llevarlos a mojarse. Les estropea la piel.

—Vivimos una época extrema —dijo Aoz Roon, caminando sin descanso—. El mundo se ahogará con esta lluvia. ¿Cuándo volverá la nieve maldita?

Los despidió, y chapoteó en el barro de las calles y fue a visitar a Shay Tal. Vry y otra amiga, Amin Lim, estaban con ella, copiando un dibujo. Aoz Roon las mandó a paseo.

Él y Shay Tal se miraron cautelosamente; ella le observó el rostro mojado, el aire de querer decir más de lo que podía decir: él le miró las finas arrugas que ella tenía debajo de los ojos y las primeras canas que le brillaban en los rizos negros.

—¿Cuándo terminará la lluvia?

—El tiempo vuelve a empeorar. Quiero sembrar trigo y centeno,

—Se supone que sois tan inteligentes, tú y tus mujeres… Dime qué va a ocurrir.

—No sé. El invierno ha comenzado. Quizás haga más frío.

—¿Y nevará? ¡Cómo querría que volviera la condenada nieve, y que acabaran las lluvias! —Alzó los puños furioso, y volvió a bajarlos.

—Si hace más frío, el agua se hará nieve.

—Mierda de Wutra, ¡qué respuesta de hembra! ¿No tienes ninguna certeza para mí, Shay Tal? ¿No hay ninguna certeza en este maldito mundo inseguro?

—No más de la que tú puedes darme.

Aoz Roon se volvió para irse y se detuvo en la puerta.

—Si tus mujeres no trabajan, no comerán. No podemos tener gente ociosa, ¿comprendes?

Se marchó sin decir más. Ella lo siguió hasta la puerta y permaneció allí con el ceño fruncido. Le irritaba que él no le hubiese dado la oportunidad de decirle otra vez que no; eso la habría alentado a persistir. Pero Shay Tal advertía que la mente de Aoz Roon no se había ocupado de ella, sino de asuntos más importantes.

Se acomodó las burdas vestiduras y se sentó en la cama. Cuando Vry regresó, estaba aún en esa actitud, pero se levantó de un salto al ver entrar a su joven amiga.

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