Heliconia - Primavera (43 page)

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Authors: Bryan W. Addis

BOOK: Heliconia - Primavera
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Ese río se abrió paso inconteniblemente y se convirtió en un afluente del río Takissa, cuyo caudal se vaciaba en el Mar de las Águilas. Las aguas fueron negras durante muchos años: arrastraban, cada día, docenas de toneladas métricas de montañas demolidas.

Las inundaciones provocadas por el nuevo río obligaron a un insignificante grupo de phagors nómadas a dispersarse hacia Oldorando en lugar de continuar hacia el este. Ese grupo se encontraría más tarde con Aoz Roon. Aunque el cambio de dirección parecía en ese momento poco importante, aun para las criaturas ancipitales, estaba destinado a alterar la historia social del sector.

En el Avernus había quienes estudiaban la historia social de las culturas de Heliconia; pero la heliógrafo era para muchos la ciencia más valiosa. La luz era lo primero.

La Estrella B, que los nativos llamaban Batalix, era un modesto sol de la clase espectral G4. En términos reales algo más pequeño que el Sol, con un radio de 0.94 del radio solar, y de un tamaño aparente que visto desde Heliconia equivalía al 76 por ciento del Sol visto desde la Tierra. La temperatura de la fotosfera era de 5.600 grados Kelvin, y la luminosidad sólo 0.8 de la del Sol. Tenía unos cinco billones de años.

La estrella más lejana, llamada localmente Freyr, y a cuyo alrededor giraba la Estrella B, era un objeto mucho más importante, tal como se veía desde el Avernus. La Estrella A era una supergigante blanca de gran brillo, de clase espectral A, con un radio sesenta y cinco veces mayor que el solar, y una luminosidad sesenta mil veces mayor. La masa era 14.8 veces la del Sol, y la temperatura superficial de 11.000 K, bastante superior a los 5.780 K del Sol.

Aunque la Estrella B se estudiaba de continuo, la estrella A era más atrayente sobre todo ahora que el Avernus se acercaba a la supergigante, con el resto del sistema de la Estrella B.

Freyr tenía entre diez y once millones de años. Se había desarrollado a partir de la principal secuencia de estrellas, y estaba entrando ya en la ancianidad.

La energía que derramaba era tal que el disco de la Estrella A, visto desde Heliconia, brillaba siempre más que el de la Estrella B, aunque nunca se lo veía tan grande a causa de la distancia. Era un objeto que merecía el temor ancipital, y también la admiración de Vry.

Vry estaba sola en la parte superior de la torre, con el telescopio al lado. Aguardaba. Miraba. Sentía que la historia de las relaciones privadas fluía hacia el mañana como un río cargado de arcillas aluviales; lo que había sido claro aparecía ahora turbio a causa de los sedimentos. Debajo de aquella pasividad había el deseo no formulado de pertenecer a alguna cosa más grande, con perspectivas más puras y más amplias que la defectuosa naturaleza humana.

Volvería a mirar las estrellas cuando cayera la oscuridad, y si la cubierta de nubes se abría.

Oldorando estaba rodeada ahora por una empalizada verde. Día tras día las hojas nuevas se desplegaban y subían a mayor altura, como si la naturaleza tuviese el propósito de sepultar la ciudad en una selva. Algunas de las torres más distantes habían desaparecido ya debajo de la vegetación.

Una gran ave blanca se cernía sobre uno de estos montículos, y Vry la contempló sin particular atención, admirando que pudiera volar sin esfuerzo sobre la tierra.

Los hombres cantaban a lo lejos. Los cazadores habían regresado a Oldorando después de una cacería de mielas, y Aoz Roon celebraba una fiesta. Era en honor de los nuevos lugartenientes, Tanth Ein, Faralin Ferd y Eline Tal. Los amigos de infancia habían suplantado a y a Laintal Ay, quienes volvían a dedicarse a la caza.

Vry trataba de pensar con equidad, pero volvía continuamente al tema emotivo de las esperanzas defraudadas: las de, cuyos deseos no tenía ánimo de alentar, las de Laintal Ay, las de ella misma. Como la noche que tardaba en llegar, así se sentía. Batalix ya se había puesto y el otro centinela lo haría dentro de una hora. Era el momento en que hombres y bestias se revolvían contra el reino de la noche. Era el momento de preparar un cabo de vela para alguna emergencia inesperada, o de decidirse a dormir hasta la luz del día.

Desde la atalaya, Vry veía a la gente común de Oldorando. Regresaban, hubieran realizado o no sus esperanzas. Entre ellas venía la figura delgada y encorvada de Shay Tal.

Shay Tal volvió a la torre con Amin Lim; tenía un aire sombrío y fatigado. Desde el asesinato del maestro Datnil se había vuelto aún más remota. También sobre ella había caído la maldición del silencio. Trataba de seguir una sugestión del maestro muerto, y de penetrar en la pirámide del Rey Denniss, haciendo excavaciones en el terreno de los sacrificios. A pesar de la ayuda de los esclavos, no tenía éxito. La gente acudía a mirar las obras y reía secreta o abiertamente mientras volaban hacia arriba las paletadas de tierra, pues los muros inclinados de la pirámide se hundían en el suelo sin solución de continuidad. Con cada pie de profundidad ganado, la boca de Shay Tal tenía una expresión más amarga.

Movida por la compasión y por su propia soledad, Vry bajó a hablar con Shay Tal. La hechicera parecía tener bien poco de mágico; era casi la única mujer de Oldorando que aún llevaba las viejas e incómodas pieles colgando sin gracia alrededor del cuerpo, lo que le daba un aspecto anticuado. Todos los demás vestían mielas.

Afligida por el aire de infortunio de la mujer mayor, Vry no resistió la tentación de darle un consejo.

—Creas tu propia infelicidad. Enterrados en el suelo están sólo la oscuridad y el pasado. Abandona la excavación.

Con un relámpago de humor, Shay Tal respondió:

—Ni tú ni yo consideramos que la felicidad sea nuestra primera obligación.

—Estás tan abstraída. —Vry señaló la ventana,—Mira esa ave blanca que gira con tanta gracia en el aire. ¿No te levanta el ánimo? Me gustaría ser esa ave, y volar a las estrellas.

Sorprendiendo un poco a Vry, Shay Tal fue a la ventana y miró. Luego se volvió, quitándose el cabello de la frente y dijo con calma: —¿Has observado que se trata de un ave vaquera?

—¿Sí? ¿Qué tiene de particular? —Las sombras se extendían ya por la habitación.

—¿No recuerdas la Laguna del Pez y los otros encuentros? Esas aves son amigas de los phagors.

Hablaba con placidez, en el estilo típicamente remoto de la academia. Vry se espantó al considerar que distraída tenía que haber estado para olvidar un hecho tan elemental. Se llevó la mano a la boca y miró a Shay Tal y luego a Amin Lim, y luego otra vez a Shay Tal.

—¿Otro ataque? ¿Qué haremos?

—En apariencia yo no hablo con el señor de Embruddock, ni él tampoco conmigo. Vry: tienes que ir a avisarle que el enemigo está a las puertas mientras él se divierte. Ya ha de saber que no puede confiar en que yo contenga a las bestias, como hice una vez. Ve inmediatamente.

Mientras Vry caminaba de prisa por el sendero, empezó a llover otra vez. Oyó el canto desde la calle. Aoz Roon y sus amigos estaban en la habitación inferior, en la torre de la corporación de herreros. Tenían los rostros rubicundos a causa de la comida y el bitel. El plato principal era ganso aderezado con raige y escantion, dispuesto en una gran fuente de madera: el aroma hizo agua la boca de la mal alimentada Vry. Entre los presentes se encontraban los tres nuevos lugartenientes y sus mujeres, el nuevo maestro del consejo, Raynil Layan, Dol y Oyre. Sólo ellas dos parecieron alegrarse de verla. Como Vry sabía —Rol Sakil lo había anunciado con orgullo— Dol llevaba en sus entrañas un hijo de Aoz Roon.

Ya había velas en la mesa; los perros pululaban en la sombra. El olor del ganso asado se mezclaba con el de los orines de perro.

Aunque los hombres estaban rojos y brillantes, y a pesar de los conductos del agua caliente, hacía frío en la habitación. La lluvia entraba en ráfagas y corría en arroyuelos entre los adoquines. Era una habitación pequeña y oscura, y las telarañas festoneaban los rincones. Vry lo miró todo mientras daba nerviosamente la noticia a Aoz Roon.

En una época había conocido cada marca de hacha de las vigas. Su madre había sido esclava de los herreros, y ella había vivido en ese cuarto, en un rincón, contemplando la degradación de su madre noche tras noche. Aunque parecía completamente ebrio un momento antes, Aoz Roon reaccionó en seguida. Cuajo empezó a ladrar furiosamente, y Dol le impuso silencio con una patada. Los demás asistentes se miraron unos a otros con aire bastante estúpido, nada dispuestos a digerir las noticias de Vry.

Aoz Roon caminó alrededor de la mesa, golpeando los hombros mientras daba una orden a cada uno.

—Tanth Ein, da la alerta y prepara a los cazadores. Por el eddre de Dios, ¿por qué no tenemos la guardia que corresponde? Pon centinelas en todas las torres y vuelve a informar cuando esté hecho. Faralin Ferd, busca a todas las mujeres y los niños. Enciérralos en la casa de las mujeres. Dol y Oyre, os quedáis aquí, y las otras mujeres también. Eline Tal, tú que tienes la voz más poderosa, sube al terrado de la torre para transmitir los mensajes… Raynil Layan, quedas a cargo de todos los hombres de las corporaciones. Hazlos formar en seguida. Vamos.

Después de esta rápida descarga de órdenes, gritó que se movieran, sin dejar de caminar con furia. Luego se volvió a Vry: —Está bien, mujer. Quiero apreciar por mí mismo la situación. Tu torre es la que está más al norte. Miraré desde allí. A moverse, todo el mundo, y esperemos que sea una falsa alarma.

Fue rápidamente hacia la puerta; el gran mastín saltó adelante. Con una última mirada a los gansos asados, Vry lo siguió. Los gritos resonaban entre los viejos y roídos edificios. La lluvia disminuía. Las flores amarillas de las calles alzaban las cabezas, derechas otra vez.

Oyre corrió tras Aoz Roon y lo alcanzó, sonriendo a pesar de que él la rechazó con un gruñido. Saltó junto a él, con algo parecido a la diversión, en su abrigo de mielas a franjas de color azul oscuro y celeste.

—Pocas veces te veo desprevenido, padre.

El le echó una mirada negra. «En estos últimos tiempos ha envejecido», pensó Vry.

En la torre de Vry, Aoz Roon le indicó que se quedara donde estaba y subió a la carrera. Mientras ascendía los destartalados escalones, Shay Tal emergió en el rellano. Aoz Roon la saludó apenas con un movimiento de cabeza y siguió adelante. Ella lo siguió hasta el terrado, notando el olor de él.

Aoz Roon se detuvo en el parapeto y examinó el paisaje que se oscurecía. Puso las manos a los lados de los ojos, con los codos separados y las piernas abiertas. Freyr estaba muy bajo; la luz se derramaba a través de las hendeduras de las nubes, al oeste. El ave vaquera continuaba girando, no muy lejos. Debajo de las alas, entre los arbustos, no se veía ningún movimiento.

Detrás de las espaldas de Aoz Roon, Shay Tal dijo:

—Sólo hay un ave.

Él no respondió.

—Quizá no haya phagors.

Sin volverse, en la misma postura, él dijo: —Cómo ha cambiado todo desde que éramos niños.

—Sí. A veces echo de menos la blancura.

Cuando se dio vuelta, Aoz Roon tenía una expresión de amargura, y pareció que se la quitaba con esfuerzo.

—Pues bien, es evidente que no hay mucho peligro. Ven a ver, si quieres.

Bajó sin vacilar, como arrepentido de haberla invitado. Cuajo estaba junto a él como siempre. Ella lo siguió hasta donde esperaban los demás.

Apareció Laintal Ay, lanza en mano, atraído por los gritos.

Laintal Ay y Aoz Roon se miraron fijamente, sin hablar. Luego Aoz Roon alzó la espada y todos avanzaron por el sendero hacia el ave vaquera.

Torcieron en un recodo donde crecían jóvenes ciruelos, de troncos no más gruesos que el brazo de un hombre. Había allí una torre en ruinas, reducida a dos plantas y sumergida entre la vegetación. Al lado, junto a las piedras roídas, en un túnel de oscuridad verde, había un phagor montado en un kaidaw.

El ave vaquera, sobre las ramas, graznó una llamada de advertencia. Los seres humanos se detuvieron, las mujeres se agruparon en un movimiento instintivo. Cuajo se agachó, mostrando los dientes.

Con las manos córneas apoyadas y juntas en el pomo de la silla, el phagor estaba sentado en el alto kaidaw. Unas lanzas le colgaban a la espalda. Sacudió una oreja y abrió más los ojos rojizos. Aparte de esto, no hizo ningún movimiento.

La lluvia le había empapado la piel, que colgaba como una informe masa gris. Una gota de agua titilaba en el extremo de un cuerno curvado hacia adelante. También el kaidaw estaba inmóvil, estirando la cabeza de cuernos enroscados, primero hacia abajo, luego hacia arriba. Se le veían las costillas, y estaba cubierto de fango y de heridas con coágulos de sangre amarillenta.

Inesperadamente, Shay Tal quebró ese cuadro irreal. Se adelantó a Aoz Roon y a Laintal Ay, sola por el sendero. Alzó la mano derecha con un ademán imperioso. El phagor no dio ninguna respuesta; ciertamente no se convirtió en hielo.

—Vuelve, señora —le dijo Vry, sabiendo que la magia no operaría.

Como hechizada, Shay Tal avanzó, los ojos clavados en la hostil figura del jinete y su montura. El crepúsculo se hacía más profundo, y la luz se desvanecía, lo que daba ventaja al adversario, capaz de ver en la oscuridad.

Paso tras paso, Shay Tal miraba al phagor buscando algún movimiento. La quietud de la criatura era sobrenatural. Al acercarse vio que era una hembra. Bajo el pelaje mojado se le veían las grandes ubres pardas.

—¡Vuelve, Shay Tal! —Aoz Roon corrió al mismo tiempo que hablaba, pasando junto a ella.

Finalmente, la millota se movió. Alzó un arma de hoja curva y espoleó al kaidaw.

El kaidaw se animó con extraordinaria rapidez. En un momento estaba inmóvil; en e! siguiente cargaba con los cuernos bajos contra los humanos, en el estrecho sendero. Chillando, las mujeres se zambulleron en la húmeda espesura. Cuajo, sin necesidad de una orden, se metió debajo de la prognata mandíbula del kaidaw y le clavó los dientes en el jarrete.

Desnudando encías e incisivos, la gillota se inclinó y atacó a Aoz Roon. Éste se echó atrás y sintió que la media luna le pasaba por delante de la nariz. Algo más lejos, Laintal Ay afirmó el asta de la lanza en el suelo, se arrodilló, y apuntó el arma contra el pecho del kaidaw. Se agachó esperando la carga.

Pero Aoz Roon tendió la mano hacia la cincha de cuero y la alcanzó cuando el animal pasaba como un trueno. Antes de que el phagor pudiera descargarle un segundo golpe, aprovechó el impulso del kaidaw y montó sobre el lomo detrás del jinete.

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