Heliconia - Primavera (46 page)

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Authors: Bryan W. Addis

BOOK: Heliconia - Primavera
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Más allá de los puentes, se sembraron campos cercados, se construyeron pocilgas para los cerdos y corrales para las aves. Fue necesario aumentar dramáticamente la producción de alimentos pues los mielas domesticados crecían en número; y para dar de comer a los esclavos hubo que sembrar otras tierras. Más allá de los campos, o entre ellos, se construyeron torres en el estilo tradicional de Embruddock, para alojar a los esclavos y guardias. De acuerdo con un plan de la academia, las torres tenían dos pisos en lugar de cinco, y estaban construidas con bloques de barro. Las lluvias, a veces violentas, destruían los muros. Los oldorandinos no se preocupaban demasiado, porque sólo los esclavos vivían allí. Pero los esclavos sí se preocuparon y demostraron que la paja de los cereales podía usarse para techar las torres; y que sise ponía un alero, los muros de barro quedaban protegidos e intactos, aun bajo chubascos devastadores.

Más allá de los campos y de las nuevas torres, la caballería de Aoz Roon patrullaba los senderos. Oldorando no era sólo una ciudad sino también un campamento militar. Nadie entraba ni salía sin permiso, excepto en el barrio de los comerciantes —apodado el Pauk— que se había extendido en el sur.

Por cada orgulloso guerrero montado en un miela, seis espaldas tenían que encorvarse en los campos. Pero las cosechas eran buenas. Después del largo descanso, el suelo producía con abundancia. En las épocas más frías habían utilizado la torre de Prast para guardar la sal y luego el ratel; ahora se depositaba allí el grano. En el exterior, donde habían apisonado el terreno, las mujeres y los esclavos aventaban una enorme montaña de grano. Los hombres lo recogían con palas de madera; las mujeres sacudían unas pieles atadas a marcos cuadrados, y apartaban la paja. Era un trabajo duro. La modestia se arrojaba por la borda. Las mujeres, por lo menos las jóvenes, se quitaban las bonitas chaquetas y trabajaban con los pechos desnudos.

Unas tenues partículas de polvo se elevaban en el aire y se adherían a la piel húmeda de las mujeres, empolvándoles los rostros y vistiéndoles los cuerpos con una apariencia de pelaje. El polvo subía en una pirámide, dorada por el sol, sobre la escena, y luego se dispersaba y caía alrededor, amortiguando los pasos sobre los escalones y manchando el verde de las plantas.

Llegaron, montados, Tanth Ein y Faralin Ferd, seguidos por Aoz Roon y Eline Tal. y los cazadores más jóvenes venían detrás. Regresaban de una cacería y traían varios venados.

Durante un momento se contentaron con permanecer montados, mirando cómo trabajaban las mujeres. Entre ellas se encontraban las esposas de los tres lugartenientes; no prestaron atención a los burlones comentarios de los hombres. Aventaban el grano; los hombres se reclinaban con indulgencia sobre las sillas; la paja y el polvo ascendían a gran altura a la luz del sol.

Apareció Dol, caminando lentamente, ya muy pesada; Myk, el viejo phagor, la acompañaba con los gansos; y también Shay Tal, que parecía aún más flaca comparada con la rotunda gravidez de Dol. Cuando vieron al señor de Embruddock y a sus hombres, las dos mujeres se detuvieron y se miraron.

—No le digas nada —aconsejó Shay Tal.

—Es el mejor momento —respondió Dol—. Espero que sea un varón.

Se adelantó y se detuvo junto a Gris. Aoz Roon la miró en silencio.

Ella le golpeó la rodilla.

—En un tiempo —dijo Dol— había sacerdotes que bendecían la cosecha en nombre de Wutra. Los sacerdotes bendecían a los recién nacidos. Los sacerdotes se ocupaban de todos, hombres y mujeres, importantes y poco importantes. Los necesitamos. ¿No podrías capturar algunos?

—¡Wutra! —exclamó Aoz Roon. Escupió en el polvo.

—Eso no es una respuesta.

Las cejas y pestañas negras de Aoz Roon estaban cubiertas de polvo dorado cuando miró pesadamente de Dol a Shay Tal, de rostro oscuro y angosto, tan inexpresivo como un callejón.

—Ha estado hablando contigo, Dol, ¿no es verdad? ¿Qué sabes tú o qué te importa de Wutra? El gran Yuli lo expulsó, y nuestros antepasados expulsaron a los sacerdotes. Son sólo bocas ociosas. ¿Por qué nosotros somos fuertes mientras que Borlien es débil? Porque aquí no hay sacerdotes. Olvida ese disparate, no me molestes con eso.

Dol dijo, frunciendo los labios: —Shay Tal dice que los coruscos están enojados porque no tenemos sacerdotes. ¿No es así, Shay Tal? —Miró pidiendo ayuda por encima del hombro a la mujer mayor, que no se movió.

—Los coruscos están siempre enojados —respondió Aoz Roon, alejándose.—Se agitan ahí abajo como millones de pulgas —convino Eline Tal, y señaló la tierra, riendo. Era un hombre robusto, de mejillas rojas que le temblaban cuando reía. Había llegado a ser el amigo más íntimo de Aoz Roon, mientras que los otros lugartenientes desempeñaban papeles más bien subsidiarios.

Shay Tal se adelantó un paso y dijo: —Aoz Roon, a pesar de nuestra prosperidad, los oldorandinos seguimos divididos. El gran Yuli no lo hubiera aprobado. Los sacerdotes podrían ayudarnos a que fuéramos una comunidad más unida.

Él la miró y luego descendió lentamente del miela y se detuvo. Dol fue empujada a un lado.

—Si te hago callar, también Dol callará. Nadie quiere que vuelvan los sacerdotes. Tú lo deseas porque te ayudarían en tu deseo de conocimiento. El conocimiento es un lujo. Crea bocas ociosas. Lo sabes, pero eres tan obstinada que no quieres dar tu brazo a torcer. Puedes ayunar hasta la muerte si lo deseas, pero el resto de Oldorando engorda. Tú misma puedes verlo. Engordamos sin los sacerdotes, sin tus conocimientos.

El rostro de Shay Tal se arrugó.

—No quiero discutir contigo, Aoz Roon —respondió en voz baja—. Estoy harta. Pero lo que dices no es cierto. En parte hemos prosperado gracias al conocimiento aplicado. Los puentes, las casas… son ideas que la academia ha aportado a la comunidad.

—No me irrites, mujer.

Mirando el suelo, ella continuó: —Yo sé que me odias. Y que por eso ha muerto el maestro Datnil.

—Lo que odio es la división, la división constante —rugió Aoz Roon—. Sobrevivimos por el esfuerzo de todos, y siempre ha sido así.

La frente de Shay Tal palideció mientras la sangre le subía a las mejillas.

—Pero sólo podemos crecer a través del individuo.

Él hizo un ademán violento.

—Mira a tu alrededor, por Yuli. Recuerda cómo era este lugar cuando eras niña. Trata de comprender que lo hemos convertido en lo que es ahora por el esfuerzo común. No me digas lo contrario. Mira las mujeres de mis lugartenientes: los pechos se les sacuden, trabajan como todo el mundo. ¿Por qué no estás con ellas? Siempre lejos, rezongando tu descontento.

—Yo diría que no tiene pechos que sacudir —comentó Eline Tal, riendo.

La observación estaba dedicada a regocijar a Tanth Ein y Faralin Ferd. Pero llegó a los oídos atentos de los cazadores jóvenes, que se echaron a reír, con excepción de, que se mantuvo en silencio, agachado sobre la silla, mirando atentamente a los participantes del drama del momento.

También Shay Tal la oyó. Como era pariente lejana de Eline Tal, la frase le dolió más. Un brillo de furia le encendió los ojos llorosos.

—Basta. No toleraré más abusos, tuyos ni de tus amigos. No volveré a molestarte, Aoz Roon, ni a discutir. Me estás viendo por última vez, tú, fanfarrón, traicionero, ignorante, y esa vaquilla preñada que duerme contigo. Mañana, al alba de Freyr, me iré para siempre de Oldorando. Saldré sola en mi yegua Lealtad, y nadie me volverá a ver.

Aoz Roon extendió el brazo.

—Nadie sale de Oldorando sin mi permiso. No te irás mientras no te arrojes a mis pies y me lo pidas.

—Lo veremos mañana —respondió vivamente Shay Tal. Giró sobre sus talones, se recogió las pieles sobre el cuerpo, y se marchó hacia la puerta norte.

Dol tenía la cara roja. —Deja que se vaya, Aoz Roon, o échala. Así nos libramos de ella de una vez. Vaquilla preñada… ¡Vieja reseca!

—Tú te mantendrás fuera de esto. Lo arreglaré a mi modo.

—Supongo que la harás matar, como a los demás.

Aoz Roon le golpeó el rostro, leve y desdeñosamente, sin dejar de mirar la figura de Shay Tal, que sé alejaba. Era el período de la noche en que todos dormían, pero Batalix aún ardía bajo en el cielo. Aunque los esclavos se agitaban de vez en cuando en el sueño de la media luz, había, en esa ocasión, gente libre despierta. En la habitación superior de la gran torre estaba reunido el consejo completo: los maestros de las siete antiguas corporaciones, más dos nuevos maestros, hombres jóvenes que representaban a dos corporaciones recién creadas, de sastres y talabarteros. También estaban allí los tres lugartenientes de Aoz Roon y uno de los Señores de la Pradera del Oeste,. El señor de Embruddock presidía la reunión, y las criadas mantenían las copas de madera llenas de bitel o cerveza ligera.

Al cabo de unas muy largas deliberaciones, Aoz Roon dijo: —Ingsan Atray, queremos oír tu opinión.

Le hablaba al maestro más anciano, un hombre de barba gris que mandaba la corporación de herreros, y que no había dicho nada hasta el momento. Los años habían curvado la columna vertebral de Ingsan Atray y le habían blanqueado los cabellos ralos, lo que acentuaba la anchura de la gran cabeza; por este motivo se lo consideraba sabio. Tenía el hábito de sonreír mucho, aunque los ojos parecían siempre cautelosos bajo los párpados arrugados. Sonrió, sentado sobre las pieles apiladas en el suelo, y respondió: —Señor, las corporaciones de Embruddock han amparado tradicionalmente a las mujeres. Después de todo, las mujeres son nuestra fuente de trabajo cuando los cazadores están en el campo, y en otros sitios. Sí: los tiempos cambian, lo concedo. Era diferente en los tiempos del señor Wall Ein. Pero las mujeres son también el canal de muchos conocimientos. No tenemos libros; y las mujeres memorizan y transmiten las leyendas de la tribu, como se ve cuando contamos historias los días de fiesta…

—Al grano, por favor, Ingsan Atray…

—Ah, ya llego, ya llego. Shay Tal puede ser difícil o algo parecido, pero es una hechicera y una mujer sabia, y todos la conocen. No hace daño a nadie. Si se marcha, llevará consigo a otras mujeres, y esto será una pérdida. Nosotros, los maestros, nos atreveríamos a decir que has obrado correctamente al prohibir que se marche.

—Oldorando no es una prisión —gritó Faralin Ferd.

Aoz Roon asintió y miró alrededor.

—Se ha llamado a reunión porque mis lugartenientes no están de acuerdo conmigo. ¿Quién está de acuerdo con mis lugartenientes?

Sorprendió la mirada de Raynil Layan, que se tiraba nervioso de la barba bifurcada.

—Maestro de la corporación de curtidores: a ti te gusta lucir la voz… ¿Qué tienes que decir?

—En cuanto a esto —Raynil Layan hizo un gesto de prescindencia—, siempre será difícil evitar que Shay Tal se marche. Podría huir tranquilamente, si lo deseara. Y además, hay una cuestión de principios… Otras mujeres podrían pensar… Pero no querernos que las mujeres estén descontentas. Por ejemplo, Vry, una mujer que piensa, y sin embargo atractiva, y juiciosa. Si pudieras revisar tu orden, muchas te lo agradecerían…

—Habla claro y sin medir tanto las palabras —dijo Aoz Roon—. Ahora eres un maestro, como deseabas, y nada tienes que temer.

Nadie más habló. Aoz Roon los observó fieramente uno a uno. Todos evitaron mirarlo, hundiendo el rostro en las copas.

Eline Tal dijo: —¿Por qué nos preocupamos? ¿Qué puede ocurrir? Deja que se vaya.

—¡Dathka! —exclamó Aoz Roon—. ¿Nos concederás esta noche una palabra, ya que tu amigo Laintal Ay no ha aparecido?

Dathkapuso su copa en el suelo y miró de frente a Aoz Roon.

—Toda esta discusión, y hablar de principios… es un disparate. Todos sabemos que Shay Tal y tú tenéis una vieja guerra personal. Eres tú quien ha de decidir. Échala de una vez; es una buena ocasión. ¿Por qué nos metes en este asunto?—Porque os concierne a todos, ¡por eso! —Aoz Roon golpeó los puños contra el suelo.—Por la roca, ¿qué motivo tiene esa mujer para estar contra mí y contra todos? No comprendo. ¿Qué gusano podrido le roe los sesos? Ha seguido adelante con su academia, ¿no es así? Se cree parte de un largo linaje de hembras embrollonas, Loilanun, Loil Bry, que fue la mujer de Pequeño Yuli… Y además: ¿adonde quiere ir? ¿Qué será de ella?

Las frases de Aoz Roon parecían oscuras e incoherentes. Nadie respondió. había hablado por todos; lo admiraron secretamente cuando dijo lo que dijo. En cuanto a Aoz Roon, nada más tenía que añadir. La reunión se disolvió.

Mientras Dathka salía, Raynil Layan le tomó el brazo y dijo suavemente: —Has hablado con astucia. Cuando Shay Tal se haya ido, la que te gusta encabezará la academia, ¿verdad? Y entonces necesitará tu apoyo…

—Dejo la astucia para ti, Raynil Layan —respondió Dathka, deshaciéndose de él—. Y no te cruces en mi camino.

No tuvo dificultad en encontrar a Laintal Ay. Aunque era muy tarde, Dathka sabía adonde ir. En la ruinosa torre, Shay Tal preparaba su equipaje, y muchos amigos habían acudido a decirle adiós. Allí estaban Amin Lim con su hijito, y Vry, y Laintal Ay y Oyre, y muchas otras mujeres.

—¿Cuál ha sido el veredicto? —preguntó en seguida Laintal Ay.

—No hubo.

—¿No la detendrá?

—Depende de lo que beban durante la noche, él y Eline Tal y los demás, y ese parásito de Raynil Layan.

—Shay Tal está envejeciendo, Dathka. ¿Permitiremos que se marche?

Se encogió de hombros, repitiendo una de sus respuestas favoritas, y miró a Vry y a Oyre, que estaban muy cerca y escuchaban.

—Veámonos con Shay Tal antes de que Aoz Roon nos haga matar. Yo iría si ellas dos viniesen. Partiremos todos hacia Sibornal.

Oyre respondió: —Mi padre nunca os mataría, ni a ti ni a Laintal Ay. Eso es absurdo, a pesar de lo que haya ocurrido en el pasado.

Dathka volvió a encogerse de hombros.

—¿Podrías jurar que será así después de la partida de Shay Tal? ¿Podemos confiar en él?

—Todo eso es historia antigua —dijo Oyre—. Mi padre está contento y establecido con Dol, y ya no pelean como antes ahora que ella espera un niño.

—El mundo es grande, Oyre —dijo Laintal Ay—. Vámonos con Shay Tal, como dice Dathka, y empecemos de nuevo. Te llevaremos con nosotros, Vry. Estarás en peligro sin el apoyo de Shay Tal.

Vry no había hablado. Discreta como siempre, se había limitado a ser parte del grupo; pero ahora respondió con firmeza: —No puedo irme. Dathka, me halagas, pero he de quedarme, haga lo que haga Shay Tal. Mi trabajo empieza a dar resultados, como espero poder anunciar pronto.

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