Read Hermosas criaturas Online
Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl
Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico
Observé cómo asomaba desde dentro de la mochila el libro de matemáticas. Me sentía como si en aquel lugar ya no quedara nada que mereciera la pena aprender. Había aprendido demasiado durante los últimos meses. Lena seguía con la mente a mil kilómetros de allí, concentrada en el libro. Había empezado a llevarlo siempre encima para quitarme el miedo que tenía a que Amma pudiera encontrarlo si me lo dejaba en mi cuarto.
—Aquí dice más sobre los
Cataclysts
.
El
Cataclyst
, el más grande de entre la Oscuridad, es el poder del mundo y el Inframundo, más cercano. El
Natural
, el más grande de entre la Luz, es el poder del mundo y el Inframundo, más cercano. Donde uno se halla, no ha de estar el otro porque en la Oscuridad no puede haber Luz.
—¿Lo ves? No vas a volverte Oscura. Eres una
Natural
, perteneces a la Luz.
Lena negó con un gesto de la cabeza y señaló el siguiente párrafo con el dedo.
—Eso mismo piensa mi tío, pero escucha esto:
La verdad se manifestará en la hora de la Llamada. A la hora de la Oscuridad, aparece la Luz más grande. A la hora de la Luz, aparece la Oscuridad mayor.
Ella tenía razón: no había forma de estar seguro.
—Y la cosa se lía aún más. Ni siquiera entiendo estas palabras.
Para la materia Oscura, arde el fuego Oscuro, y del fuego Oscuro los poderes de todos los
Lilum
nacen. En el mundo de los Demonios y los hechiceros, de la Oscuridad y la Luz.Todos los poderes unidos hacen el poder y del fuego Oscuro nacerá la gran Oscuridad y la gran Luz. Cualquier poder es Oscuro, y al mismo tiempo, es Luz.
—¿Materia oscura? ¿Fuego oscuro? ¿Qué es esto, el Big Bang de los
Casters?
—¿Y qué me dices de los
Lilum?
No había oído esa palabra en la vida, y otra vez lo mismo, nadie me ha contado nada. Por no saber, ni siquiera sabía que mi madre seguía viva. —Intentaba sonar sarcástica, pero yo era capaz de apreciar su pena.
—Tal vez
Lilum
sea un término antiguo para referirse a los
Casters
o algo por el estilo.
—Cuanto más averiguo, menos entiendo.
Y menos tiempo nos queda.
No digas eso.
Me puse en pie en cuanto sonó el timbre.
—¿No vienes?
Negó con la cabeza.
—Voy a quedarme por aquí un rato más. ¿Sola y con aquel frío? Eso era cada vez más frecuente. Ni siquiera me miraba a los ojos desde la sesión del comité de disciplina, era como si me considerase uno de ellos. No podía culparla, la verdad, considerando que toda la escuela y medio pueblo habían decidido considerarla carne de manicomio, la hija bipolar de una asesina.
—Cuanto antes acudas a clase, mejor. No conviene darle más munición al director Harper.
Volvió la vista atrás y miró el edificio. —Para lo que importa eso ahora…
Se ausentó del instituto el resto de la tarde o, al menos, si estaba allí, no me escuchaba, y no se presentó al examen de química sobre la tabla periódica.
No eres Oscura, Lena. Yo lo sabría.
Tampoco acudió a clase de historia, donde representamos el debate entre Douglas y Lincoln. El profesor Lee me obligó a actuar en el bando pro esclavitud, seguro que como castigo ante la posibilidad de que hiciese un posible trabajo de tendencia liberal.
No les dejes que se salgan con la suya. No tienen que importarte.
No vino tampoco a clase de lenguaje de signos, donde me sacaron a la pizarra delante de todos para comunicar por señas la rima infantil
¿Dónde estás, estrellita?
, para recochineo del equipo de baloncesto.
No voy a ir a ninguna parte, L. No puedes dejarme fuera.
Fue entonces cuando me di cuenta de que en realidad sí podía.
Al día siguiente, a la hora de la comida, ya no aguantaba más. La esperé a la salida de trigonometría, la llevé hasta un rincón de la entrada, tiré la mochila al suelo, cogí su rostro entre las manos y la acerqué a mí.
¿Qué haces, Ethan?
Esto.
Cuando nuestros labios se tocaron, noté cómo mi calor penetraba lentamente en su gelidez. Experimenté la sensación de que su cuerpo se fundía en el mío y cómo volvía a unirnos esa pulsión que nos había mantenido juntos desde el principio. Lena soltó los libros, pasó los brazos alrededor de mi cuello y respondió a mi contacto. Me sentí ligeramente aturdido.
Entonces sonó el timbre y ella, jadeante, me alejó de un empujón. Me agaché para recoger su ejemplar de
The Pleasures of the Damned: Poems, 1951-1993
, una antología de Charles Bukowski, y también su cuaderno; últimamente no paraba de escribir en él a pesar de que se caía a pedazos.
No deberías haberlo hecho.
¿Por qué no? Eres mi novia y te echaba de menos.
Me quedan cincuenta y cuatro días, Ethan. Ya es hora de que dejemos de fingir que podemos cambiar las cosas. Será más fácil si ambos lo aceptamos.
Lo decía de un modo que parecía aludir a algo más que a su cumpleaños, se refería a otras cosas que tampoco podíamos alterar.
Se dio la vuelta con intención de alejarse, pero la cogí del brazo antes de que pudiera darme la espalda. Si estaba diciendo lo que yo pensaba que me estaba diciendo, quería que me lo dijera mirándome a la cara.
—¿Qué quieres decir, L? —logré preguntar a duras penas.
Desvió la mirada.
—Ethan, tú crees que esto puede acabar bien, lo sé, y tal vez yo también… durante un tiempo, pero no vivimos en el mismo mundo, y en el mío, querer que algo suceda con desesperación no basta para lograr que suceda. —Siguió sin mirarme a los ojos—. Somos demasiado diferentes.
—¿Ahora somos muy diferentes, ahora, después de todo lo que hemos pasado juntos? —inquirí, hablando cada vez más alto. Un par de personas se volvieron a mirarme a mí, pero no a Lena.
Somos diferentes. Tú eres un mortal y yo una
Caster
, y esos mundos pueden interactuar, pero jamás serán el mismo. No estamos destinados a vivir en ambos.
En realidad, lo que estaba diciendo era que ella no quería vivir en ambos. Al final, Emily y Savannah, los del equipo de baloncesto, la señora Lincoln, el señor Harper y los Ángeles Guardianes se habían salido con la suya.
Esto es por lo del comité de disciplina, ¿verdad? No les dejes…
No tiene nada que ver con eso. Es todo. Éste no es mi sitio, Ethan, y sí el tuyo.
Así que ahora soy uno de ellos. ¿Es eso lo que estás diciendo?
Cerró los ojos y casi fui capaz de leer el follón mental que tenía en la cabeza.
No estoy diciendo que seas como ellos, pero sí eres uno de ellos. Has vivido en este lugar toda tu vida. Cuando esto se acabe, cuando yo sea Llamada, tú vas a seguir en estos pasillos y en estas calles, y lo más probable es que yo no esté aquí, pero tú sí, y quién sabe durante cuánto tiempo, y, como tú mismo dijiste, la gente de Gatlin no olvida jamás.
Dos años.
¿Qué…?
Ése es todo el tiempo que voy a estar aquí.
Dos años es mucho tiempo para ser invisible, créeme, lo sé.
Ninguno de los dos dijo nada durante un rato. Ella se limitó a quedarse allí, quitando trocitos de papel enganchados en la espiral de su cuaderno.
—Estoy cansada de enfrentarme a eso, estoy harta de fingir que soy normal.
—No puedes rendirte ahora, no después de lo mucho que has peleado. No puedes dejarles que se salgan con la suya.
—Ya lo han hecho. Ganaron el día que me cargué la ventana en inglés.
Había algo en su voz que me decía que se había rendido a algo más que a lo del instituto.
—¿Estás rompiendo conmigo? —pregunté, y contuve el aliento.
—No me lo pongas más difícil, por favor. Tampoco es lo que yo quiero.
—Pues entonces no lo hagas.
No podía respirar ni pensar. Era como si el tiempo se hubiera detenido de nuevo, como ocurrió durante la cena de Acción de Gracias, salvo por una cosa: esta vez no era cosa de la magia, era justo todo lo contrario.
—Sólo pienso que las cosas serán más fáciles de este modo. No ha cambiado lo que siento por ti.
Levantó los ojos centelleantes a causa de las lágrimas, se dio media vuelta y huyó por el pasillo con tanto sigilo que se hubiera podido escuchar el golpe de un lápiz al chocar contra el suelo.
Feliz Navidad, Lena.
Pero no había nadie para oír la felicitación. Se había marchado y eso era algo para lo que no iba a estar preparado ni en cincuenta y tres días, ni en cincuenta y tres años ni en cincuenta y tres siglos.
Cincuenta y tres minutos después estaba mirando fuera, por la ventana, lo cual era toda una declaración de intenciones si se tenía en cuenta que el comedor estaba lleno hasta los topes. Gatlin estaba gris, las nubes habían encapotado el cielo, pero no parecía que fuera a nevar. No había nevado en el condado desde hacía años. A lo sumo, y con mucha suerte, caían cuatro copos menudos una vez al año, pero no había nevado un solo día desde que cumplí los doce.
Deseaba que nevase como entonces, deseaba ser capaz de dar marcha atrás y estar otra vez con Lena para tener la ocasión de decirle que me daba lo mismo si me odiaba todo el pueblo, ya que eso carecía de importancia. Ya estaba perdido cuando la encontré en mis sueños y ella me encontró ese día de lluvia. Parecía que siempre era yo quien intentaba salvar a Lena, pero lo cierto era que había sido ella la que me había salvado a mí, y no estaba preparado para estar sin ella.
—Eh, tío —me saludó Link, y se deslizó sobre el banco al otro lado de la mesa vacía—. ¿Dónde está Lena? Quería darle las gracias.
—¿Por qué?
Mi amigo sacó del bolsillo una hoja de cuaderno doblada.
—Me escribió una canción. Qué guay, ¿eh?
Ni siquiera pude mirar el papel. Ahora resultaba que Lena le hablaba a Link y a mí no.
—Escucha, tengo que pedirte un favor. —Cogió un trozo de pizza.
—Claro —repuse—, ¿qué quieres?
—Ridley y yo nos vamos a ir a Nueva York en vacaciones, pero, por si alguien te pregunta, todo lo que sabes es que estoy de retiro espiritual en un campamento cristiano de Savannah.
—Allí no hay ningún campamento cristiano.
—Ya, pero mi madre no lo sabe y yo le dije que me había apuntado porque tenían una especie de banda de rock baptista.
—¿Y se ha tragado eso?
—Lleva muy rara una temporada, lo cual me preocupa, pero me ha dado permiso para ir.
—La opinión de tu madre da igual: no puedes ir. Hay cosas que ignoras de Ridley, ella es… peligrosa. Podría ocurrirte… algo.
Se le iluminaron los ojos. Jamás le había visto así, pero también era cierto que en los últimos tiempos apenas habíamos estado juntos. Había pasado hasta el último minuto con Lena, pensando en ella, en su cumpleaños y en el libro: los temas recurrentes de mi mundo hasta hacía una hora.
—Eso es lo que estoy esperando. Además, me muero por esa tía. Me pone las pilas de verdad, ¿sabes?
Se llevó el último trozo de pizza de mi bandeja.
Durante un segundo me planteé contárselo todo, como en los viejos tiempos, y hablarle de Lena y de su familia, de Ridley, Genevieve y Ethan Cárter Wate. Mi amigo ya estaba al tanto de cómo empezaba la historia, lo que yo no tenía tan claro era si iba a creerse el resto, o si estaba dispuesto a hacerlo, pero pedir ciertas cosas resultaba excesivo incluso aunque se tratara de tu mejor amigo. No podía arriesgarme a perder a Link justo ahora. Debía hacer algo. No podía dejarle ir a Nueva York ni a ningún otro lugar en compañía de Ridley.
—Hazme caso, tío. Debes confiar en mí. No te líes con ella. Sólo te está usando y al final lo vas a pasar mal.
Link aplastó una lata de coca cola con los dedos.
—Vale, lo pillo. Si la tía más guapa del pueblo se pirra por mí, está utilizándome, ¿es eso? ¿Te crees que eres el único que puede tener una novia que esté buena? ¿Desde cuándo eres tan creído?
—No he dicho eso.
Link se levantó.
—Me da la impresión de que los dos sabemos lo que has dicho. Olvida el favor que te he pedido.
Era demasiado tarde. Ridley ya lo tenía en el bote. Nada de lo que yo dijera iba a hacerle cambiar de opinión y yo no podía perder a mi novia y a mi mejor amigo el mismo día.
—Escucha, escucha, no quería decirlo de ese modo. Yo no voy a decirle nada a tu madre, pero ¿qué más da?, como si ella me dirigiera la palabra.
—Estupendo. Debe de ser duro que tu mejor amigo sea alguien tan guapo y con tanto talento como yo.
Link me cogió una galleta de la bandeja y la partió en dos. Igual podría haber sido un Twinkie cubierto de mugre tirado en el suelo del autobús. Fin del problema. Se necesitaba algo más que una chica, aunque fuera una
Siren
, para interponerse entre nosotros.
Emily le estaba mirando.
—Harías bien en irte antes de que ésa le chive a tu madre que me hablas o se acabaron para ti los campamentos cristianos, reales o imaginarios.
—Me da igual.
Pero no era cierto. Link no quería quedarse encerrado en casa con su madre durante las fiestas de Navidad ni que le expulsaran del equipo ni que le repudiaran todos los alumnos del instituto, y eso era así, aunque fuera demasiado estúpido o demasiado leal como para comprenderlo.
El lunes eché una mano a Amma para bajar del desván las cajas con los adornos navideños. Los ojos se me llenaron de lágrimas por culpa del polvo, o eso me dije a mí mismo. Encontré un pueblecito en miniatura iluminado por lucecillas blancas como las que utilizaba mi madre para adornar el árbol de Navidad, bajo el cual extendía unas tiras de algodón y todos fingíamos que eran nieve.
Las casitas habían pertenecido a su abuela y ella les tenía tanto cariño que yo también me había encariñado con ellas, incluso aunque estuvieran hechas con cartón endeble, pegamento y papel de estaño, y la mitad de las veces se caían cada vez que las ponía derechas.
—Las cosas viejas son mejores que las nuevas, Ethan —me decía ella mientras alzaba un viejo coche de hojalata—. Imagina a mi tatarabuela jugando con este mismo coche, arreglando este mismo pueblecito debajo del árbol, como nosotros, exactamente igual.
¿Cuánto hacía que no había contemplado ese pueblecito? Al menos desde la última vez que vi a mi madre. Ahora parecía más pequeño que antes, el cartón se había dado de sí y estaba gastado. El pueblo parecía abandonado y eso me entristeció. No sabía explicar la razón, pero tenía la sensación de que la magia había desaparecido con mi madre, y entonces, a pesar de todo, intenté contactar con Lena.