Read Hermosas criaturas Online
Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl
Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico
—Una bruja. A ti te falta un tornillo, tío.
No aparté la mirada de Ridley. Esbozó una sonrisa y recorrió el pelo de Link con los dedos.
—Vamos, cielo, tú sabes que te encantan las chicas malas.
Yo no tenía ni idea del alcance de sus poderes, pero sabía que era capaz de matar a cualquiera después de lo que había visto en Ravenwood. No tenía que haberla tratado como si sólo fuera cualquier otra chica inofensiva de la fiesta. Aquello me venía grande, pero sólo ahora empezaba a darme cuenta de hasta qué punto era así.
Link nos miraba sin saber a quién creer.
—No bromeo, colega. Debería habértelo contado antes, pero te juro que te estoy diciendo la verdad. ¿Por qué razón si no está intentando matar a mi padre?
Link empezó a andar de un lado a otro. No me creía. Lo más probable era que pensara que me había vuelto loco. Me pareció una locura incluso a mí cuando lo expresé en voz alta.
—¿Es eso cierto, Ridley? ¿Has usado algún poder sobre mí durante todo este tiempo?
—Si quieres buscarle tres pies al gato…
Mi padre soltó una mano de la barandilla y extendió el brazo como si anduviera por la cuerda floja y con ese gesto quisiera mantener el equilibrio.
—¡Papá, no!
—No hagas esto, Rid —pidió Link. La cadena de su llavero tintineó cuando se acercó a ella lentamente.
—¿No has oído a tu amigo? Soy una bruja… mala. —Se quitó las gafas de sol, dejando ver sus dorados ojos felinos. Noté cómo a Link se le formaba un nudo en la garganta y le costaba respirar, como si la viera como realmente era por primera vez, pero sólo duró un instante.
—Tal vez sí, pero no eres del todo mala. Eso lo sé. Hemos pasado tiempo los dos juntos, hemos
compartido
cosas.
—Eso formaba parte del plan, tío bueno. Necesitaba a alguien que estuviera en el ajo para poder estar cerca de Lena.
A Link se le descompuso el rostro. Con independencia de lo que Ridley le hubiera hecho o el hechizo que hubiera usado, los sentimientos de mi amigo hacia ella persistían.
—¿Todo era de pega? Vamos, no te creo.
—Créete lo que quieras, pero es la verdad, o lo más parecido a la verdad que soy capaz de decir.
Observé cómo mi padre, todavía con el brazo estirado, cambiaba el peso de un pie a otro. Daba la impresión de estar probando sus alas para ver si era capaz de volar. Un proyectil de artillería golpeó el suelo a pocos metros de distancia y levantó un montón de tierra.
—¿Y qué hay de todo eso que me habías contado sobre que habíais crecido juntas y que erais como hermanas? ¿Por qué ibas a querer hacerle daño?
Algo ensombreció las facciones de la
Siren
. No estaba seguro, pero me pareció arrepentimiento. ¿Sería eso posible?
—No es cosa mía. Yo no llevo las riendas. Como ya he dicho, éste es mi cometido: alejar a Ethan de Lena. No tengo nada en contra de ese viejales, pero su mente es débil. Ya sabes, pan comido. —Dio una chupada a la piruleta—. Sólo era un objetivo fácil.
«Alejar a Ethan de Lena».
Todo aquello era una simple distracción para separarnos. Aún oía la voz de Arelia con la misma claridad que si estuviera arrodillada junto a mí y diciendo: «No es la casa lo que la protege. Ningún
Caster
puede interponerse entre ellos».
¿Cómo podía haber sido tan tonto? La cuestión no era si yo tenía o no alguna clase de poder. No se refería a mí, sino a nosotros.
El poder era lo que existía entre nosotros, lo que siempre había estado ahí. Cuando nos encontramos bajo la lluvia en la Route 9, en la bifurcación, no había sido necesario un hechizo de Vinculación para mantenernos juntos. Ahora que habían conseguido separarnos, yo me hallaba impotente y Lena estaba sola la noche en que más me necesitaba.
Era incapaz de pensar con claridad. No tenía tiempo y no iba a perder a una de las personas que más quería. Corrí hacia mi padre; a pesar de que se encontraba a unos pocos metros, aquello fue como correr sobre la arena. Vi cómo Ridley se adelantaba con los cabellos revueltos por el viento; parecía Medusa: serpientes por cabellos.
Link dio un paso adelante y la cogió por el hombro.
—No lo hagas, Rid.
Durante una centésima de segundo no tuve ni idea de lo que estaba a punto de ocurrir, pero lo vi todo a cámara lenta.
Mi padre se dio la vuelta para mirarme.
Vi cómo empezaba a soltarse de la barandilla.
Atisbé cómo se ensortijaban las hebras rubias y rosas de la
Siren
.
Y vi a Link plantarse delante de ella y mirar aquellos ojos dorados antes de susurrar algo que no logré escuchar. Ella le miró, y sin mediar palabra, la piruleta salió disparada por encima del balcón y describió un arco mientras caía sobre el suelo, donde explotó como una granada.
Todo se había terminado.
Mi padre se volvió hacia la barandilla, y hacia mí, tan deprisa como se había alejado. Le sujeté por los hombros y tiré de él hacia delante, pasó por encima de la barandilla y lo llevé a tierra firme, donde se desplomó como un saco de patatas, y allí tendido me buscó con la mirada igual que un niño asustado.
—Gracias, Ridley, de veras. Sea como sea, gracias.
—No quiero tu agradecimiento —se burló, apartándose de Link con un empujón y ajustándose el top—. Tampoco te he hecho ningún favor. No me apetecía matarle… hoy.
Hizo lo posible por resultar amenazante, pero acabó por parecer una pura chiquillada.
—Aunque esto va a enfadar horriblemente a alguien —añadió mientras se retorcía un mechón rosado del pelo.
No necesitaba aclarar a quién se refería, pero vi pánico en sus ojos. Durante un segundo pude apreciar que gran parte de su personaje era pura farsa, apariencia, una cortina de humo.
A pesar de todo, me daba lástima incluso ahora, mientras intentaba tirar de mi padre para que se pusiera de pie. Ridley podía tener a cualquier chaval del planeta, aun así, estaba totalmente sola. Su fortaleza no se
acercaba a la de Lena
ni por asomo.
Lena.
Lena, ¿estás bien?
Lo estoy. ¿Ocurre algo malo?
Miré a mi padre, incapaz de mantener los ojos abiertos y con problemas para sostenerse en pie.
Nada. ¿Estás con Larkin?
Sí, estamos regresando a la mansión Ravenwood. ¿Está bien tu padre?
Sí. Te lo contaré todo cuando llegue allí.
Deslicé un brazo por debajo del hombro de mi padre y Link le sujetó por el otro lado.
Quédate con Larkin y vuelve dentro con tu familia. No estás a salvo sola.
Ridley pasó junto a nosotros dando grandes zancadas y, antes de que pudiéramos dar un paso, llegó a la entrada y cruzó el umbral rápidamente con esas piernas suyas kilométricas.
—Lo siento, chicos. Voy a pillar un avión. Me voy a borrar del mapa una temporada. Tal vez vuelva a Nueva York. —Se encogió de hombros—. Es una ciudad chula.
Mi amigo no podía dejar de mirarla aunque fuera un monstruo.
—¡Eh, Rid!
Ridley se detuvo y se volvió a mirarle, casi a regañadientes, como si no pudiera evitar ser lo que era, igual que un tiburón no puede dejar de serlo, pero si pudiera…
—¿Sí, Encogido?
—No eres toda maldad.
Ella le miró fijamente y esbozó una media sonrisa.
—Ya sabes lo que suele decirse: es que soy así.
R
egresé a la fiesta en cuanto dejé a mi padre en las capacitadas manos de los servicios médicos de la recreación. Me abrí camino entre las chicas del instituto; se habían quitado las cazadoras y tenían una pinta tremenda con los tops de tirantes y las camisetas playeras mientras daban vueltas al ritmo de los Holy Rollers. Menos Link, en cuyo favor tengo que decir que venía pisándome los talones. Aquello era un follón. El concierto en vivo del grupo sonaba a toda pastilla y las descargas de artillería eran atronadoras. El ruido era tal que apenas oí a Larkin.
—¡Ethan, por aquí!
Larkin estaba entre los árboles, justo detrás de la cuerda amarilla fluorescente que avisaba: «Vas-a-llevarte-un-disparo-en-el-culo-si-cruzas-esta-línea-de-seguridad». ¿Qué hacía en el bosque, más allá de la zona de seguridad? ¿Por qué no había regresado a la mansión? Le hice un gesto con la mano y me contestó por señas antes de desaparecer tras una pendiente. Sortear la cinta de un salto habría sido una elección temeraria y difícil otro día, pero no hoy: no me quedaba más alternativa que seguirle. Link venía a trompicones detrás de mí, pero conseguía aguantar mi ritmo, tal y como solía ocurrir.
—Eh, Ethan.
—¿Sí?
—Es sobre Ridley. Tenía que haberte escuchado.
—Está bien, tío. No podías evitarlo. Y yo tenía que habértelo contado todo.
—No sufras, tampoco te habría creído.
El fuego de artillería resonó por encima de nuestras cabezas. Ambos las agachamos de forma instintiva.
—Espero que sea munición de fogueo —admitió Link, algo nervioso—. ¿No sería una locura que mi propio padre me pegase un tiro aquí?
—Con la suerte que tengo últimamente, no me sorprendería que nos alcanzara a los dos con el mismo disparo.
Llegamos a lo alto de la pendiente, desde donde divisé los matorrales, los robles y el humo de la artillería de campaña.
—¡Estamos aquí! —nos avisó Larkin desde el otro lado del matorral. Ese plural me hizo asumir que le acompañaba Lena, por lo cual corrí más deprisa, como si su vida dependiera de ello, lo que, por lo que sabía, podía ser cierto.
Me hice composición de lugar sobre dónde estábamos. En Greenbrier había un pasaje abovedado que conducía hacia el jardín. Lena y Larkin nos esperaban en el claro, al otro lado del jardín, en el mismo lugar donde habíamos exhumado la tumba de Genevieve haría cosa de unas semanas. Nos encaminamos hacia allí.
Cuando nos encontrábamos a pocos metros de ellos, una figura salió de las sombras y ocupó la zona bañada por la luz de la luna. Estaba oscuro, sí, pero teníamos la luna llena justo encima de nosotros.
Parpadeé. Era… Era…
—¡Mamá! Pero ¿qué demonios haces tú aquí?
Link se llevó una sorpresa mayúscula cuando vio delante de nosotros a su madre, la señora Lincoln, la peor de mis pesadillas, o al menos una de las fijas en mi top ten. La señora Lincoln parecía encajar o estar fuera de lugar, depende de cómo se mirase. Llevaba unas enaguas ridículamente grandes y ese estúpido vestido de percal que le apretaba demasiado en la cintura. Estaba justo encima de la tumba de Genevieve.
—Vamos, vamos, jovencito, ya conoces mi opinión sobre el lenguaje vulgar.
Link se frotó la cabeza. No tenía sentido ni para él ni para mí.
¿Qué está pasando, Lena? ¿Lena?
No hubo respuesta. Algo iba mal.
—¿Se encuentra bien, señora Lincoln?
—Estupendamente, Ethan. ¿No es una batalla maravillosa? Y hoy Lena cumple años, me lo ha contado. Os estábamos esperando, o al menos, a uno de vosotros.
Link se acercó.
—Bueno, ya estoy aquí, mamá. Voy a llevarte a casa. No deberías estar fuera de la zona de seguridad. Vas a conseguir que te vuelen la cabeza. Ya conoces la mala puntería de papá.
Agarré a mi amigo por el brazo para retenerle. Pasaba algo raro de verdad. Algo no encajaba en la forma en que su madre nos sonreía ni en el semblante aterrado de Lena.
¿Qué está pasando, Lena?
¿Por qué no me contestaba? Sacó el anillo de mi madre de la sudadera y sostuvo la cadena en la mano. Vi cómo movía los labios en la oscuridad, pero yo apenas oía nada, poco más que un susurro perdido en el rincón más recóndito de mi mente.
¡Vete, Ethan! ¡Vete con tío Macon! ¡Corre!
Pero no podía moverme. No podía abandonarla.
—Link, cielo, ¡qué chico tan considerado eres!
¿Link? La señora que teníamos delante no podía ser la señora Lincoln. Era imposible.
Era igual de raro que le llamara Link, y no Wesley Jefferson Lincoln, como que saliera corriendo por las calles desnuda. Cada vez que llamábamos a su casa y preguntábamos por Link, ella le recriminaba: «¿Por qué usas ese ridículo apodo cuando tienes un nombre tan digno?».
Link detuvo su avance al notar mi mano sobre su brazo. También se había dado cuenta, lo leí en su rostro.
—¿Mamá?
—¡Ethan, vete! Larkin, Link, que alguien avise a tío Macon —gritó Lena.
No dejó de vociferar. Nunca la había visto tan asustada y corrí hacia ella.
Entonces oí el sonido de una bala al salir por la boca de un cañón, y luego le siguió la ráfaga de viento característica de toda descarga de artillería.
Algo me golpeó en la espalda con gran estruendo. Fue como si me abrieran la cabeza y durante unos instantes todo se volvió borroso.
—¡Ethan!
Oí el grito de Lena, pero fui incapaz de moverme. Me habían disparado, estaba seguro. Luché por mantenerme consciente.
Recuperé la nitidez de la visión al cabo de unos instantes. Estaba en el suelo, con la espalda apoyada sobre un enorme roble. Debía de haber salido disparado hacia atrás hasta estamparme contra el tronco del árbol. Busqué la herida con los ojos, pero no encontré rastro alguno de sangre ni el orificio de entrada de la bala. Link estaba recostado sobre otro árbol a pocos metros de mí. Tenía pinta de estar tan grogui como yo. Me incorporé y me acerqué a Lena dando tumbos hasta chocar de frente contra algo y caer de espaldas sobre el suelo. Era exactamente como cuando en casa de las Hermanas, no advertí que la puerta corredera estaba cerrada porque era de cristal, y literalmente me la tragué.
No me habían disparado. Me habían herido con otro tipo de arma.
—¡Ethan! —gritó Lena.
Me puse de pie y avancé muy despacio. A mi alrededor había un muro intangible tan imperceptible como aquella puerta de cristal. La emprendí a golpes, pero no hubo ruido alguno cuando mi puño dio con esa superficie invisible. ¿Qué más podía hacer? Fue entonces cuando me di cuenta de que también Link golpeaba las paredes invisibles de su jaula.
La señora Lincoln me dedicó una sonrisa mucho más malvada que cualquiera que hubiera logrado esbozar Ridley en su día más inspirado.
—¡Suéltalos! —aulló Lena.
Los cielos se abrieron y las nubes vaciaron literalmente su pesada carga. Parecía como si alguien hubiera vertido un enorme cubo de agua. Aquello era cosa de Lena, cuyo pelo se ensortijaba con furia. La lluvia se convirtió en una cortina de agua y empezó a caer inclinada, atacando a la señora Lincoln desde todas las direcciones. Se caló hasta los huesos en cuestión de segundos.