Hermosas criaturas (45 page)

Read Hermosas criaturas Online

Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Hermosas criaturas
4.41Mb size Format: txt, pdf, ePub

Los bailarines de la pista dieron por hecho que se trataba de otra pifia más de Dickey Wix en su meteórica carrera para, a sus treinta y cinco años, convertirse en el pinchadiscos más famoso de bailes de instituto, pero faltaba lo peor. Nadie se acordaba ya del cortocircuito cuando, al cabo de unos segundos, estallaron una tras otra, como fichas de dominó, todas las bombillas situadas sobre el escenario y las luces de la pista, adonde Ridley había arrastrado a Link. Éste empezó a contonearse alrededor de ella mientras los estudiantes se ponían a gritar y se abrían paso a empujones en medio de una lluvia de chispas. Yo estaba seguro de que pensaban que era algún fallo masivo de la instalación eléctrica perfectamente imputable a Red Sweet, el único electricista de Gatlin. Ridley echaba hacia atrás la cabeza entre carcajadas mientras se contoneaba en torno a Link con su cuerpo vestido tan escasamente que parecía que llevaba poco más que un cinturón.

Ethan, tenemos que hacer algo.

¿El qué?

Era demasiado tarde para cualquier reacción. Lena se dio la vuelta y echó a correr, y yo salí disparado detrás de ella. Antes de que ninguno de los dos llegáramos a las puertas del gimnasio se activaron los aspersores del techo y empezó a caer agua, el equipo de audio hizo el típico ruido de cortocircuito y se puso a echar chispas como si estuviera a punto de electrocutarse. Los copos falsos despachurrados en el suelo cómo crepés empapuciadas habían formado un revoltijo burbujeante. Todo el mundo se había puesto a vociferar y las chicas, con sus vestidos de fiesta empapados, el peinado lleno de agua y el rímel corrido, se precipitaban hacia la salida. Era imposible saber quién se había vestido en Little Miss y quién en Southern Belle. Todas parecían ratas ahogadas con pelajes de colores pastel.

Oí un fuerte estrépito cuando llegué a la puerta. Me di la vuelta para mirar hacia el escenario justo cuando se vino abajo el gigantesco telón de fondo nevado. Emily perdió el equilibrio en el escurridizo escenario y se dio un trompazo. Hizo un intento de ponerse en pie sin dejar de saludar con la mano a la gente, pero resbaló y cayó sobre el pavimento del pabellón, donde se derrumbó en un revuelo de tafetán amelocotonado. La entrenadora Cross acudió en su auxilio a la carrera.

No me dio ni pizca de pena, aunque sí lo sentí por las personas que iban a pagar el pato de toda aquella pesadilla: el consejo estudiantil por montar un escenario tan inestable, Dickey Wix por poner de relieve la desgracia de una animadora adolescente en ropa interior y Red Sweet por su falta de profesionalidad al instalar en el gimnasio del Instituto Stonewall Jackson un cableado de iluminación potencialmente mortal.

Luego te veo, prima. Esto es mucho más divertido que un baile del colegio.

Empujé a Lena para que cruzara la puerta.

—Vamos.

Estaba tan helada que apenas era capaz de soportar el contacto con su piel.
Boo Radley
se nos había unido cuando llegamos al coche.

Macon no iba a tener que preocuparse nada de nada por la hora de regreso de Lena.

No eran ni las nueve y media pasadas.

No acertaba a saber si Macon estaba enfadado o preocupado, pues yo apartaba la vista cada vez que me observaba. Ni siquiera
Boo
se atrevía a mirarle, descansaba a los pies de Lena y aporreaba el suelo con el rabo.

La casa ya no recordaba para nada el escenario del baile y apostaba cualquier cosa a que Macon no permitiría jamás que un copo de nieve atravesara las puertas de Ravenwood. Todo había vuelto a su ser, todo, los suelos, los muebles, los techos, las cortinas, salvo el fuego que ardía vivamente en el hogar e iluminaba por completo la estancia. Tal vez la mansión reflejara los cambios de humor y él estaba taciturno.

—¡Cocina!

Una taza de chocolate apareció en la mano de Macon. Se la dio a su sobrina. Lena se sentó frente al fuego envuelta en una áspera manta de lana y sostuvo la taza con ambas manos mientras el pelo húmedo se le metía detrás de las orejas como si buscase la calidez de ese refugio.

Se plantó delante de Lena.

—Deberías haberte ido en cuanto la viste.

—Estaba muy ocupada siendo el hazmerreír de todo el instituto después de que me hubieran empapuciado con esa mezcla pringosa.

—Bueno, ya no vas a volver a estar ocupada. No vas a salir de casa hasta el día de tu cumpleaños. Es por tu propio bien.

—Lo de mi propio bien no termina de estar tan claro. —Temblaba de los pies a la cabeza, pero si antes pensaba que era a causa del frío, ahora ya no.

Macon clavó sus fríos ojos negros en mí. Lo sabía a ciencia cierta: estaba furioso.

—Deberías habértela llevado de allí.

—No sabía qué hacer, señor. No tenía ni idea de que Ridley iba a destruir el gimnasio y Lena jamás había asistido a un baile.

Me pareció una estupidez en cuanto terminé de decirlo.

Él se dio la vuelta y se limitó a mirarme mientras se servía el whisky en un vaso.

—Conviene señalar que ni siquiera ha bailado.

—¿Cómo lo sabes? —Lena alejó la taza de sus labios.

Ravenwood echó a andar por la habitación.

—No tiene importancia.

—Eso dices tú, pero para mí sí la tiene.

Macon se encogió de hombros.

—A través de
Boo
. A falta de un término más preciso, digamos que él se convierte en mis ojos.

—¿Qué…?

—Veo lo que él ve y él ve lo que yo veo. Es un perro
Caster
, ya lo sabes.

—¡Tío Macon, me has estado espiando!

—No a ti en particular. ¿Cómo te crees que me las he arreglado siendo el recluso del pueblo? No habría llegado muy lejos sin el mejor amigo del hombre.
Boo
lo ve todo, y, por tanto, yo también.

Miré al perro a los ojos y me di cuenta: eran los de un hombre. Debería haberlo sabido, tal vez lo había sabido siempre. Tenía los ojos de Macon.

Y había algo más: llevaba una cosa en las fauces, algo similar a una pelota. Me acuclillé para cogerla. La bola de papel resultó ser una empapada y arrugada instantánea de Polaroid. Había venido desde el gimnasio con ella en la boca.

Era la fotografía del baile. Lena y yo aparecíamos en medio de la nieve falsa. Emily se equivocaba por completo. Las de la estirpe de Lena sí aparecían en el negativo, sólo que su contorno titilaba translúcido de cintura para abajo, como si fuera una aparición espectral y hubiera empezado a desvanecerse, como si se estuviera fundiendo antes de que le alcanzase la nieve.

Le di una palmada a
Boo
en la cabeza y me metí la foto en el bolsillo. No había necesidad alguna de que Lena la viera en ese preciso momento, dos meses antes de su cumpleaños. Y yo no necesitaba esa instantánea para saber que se nos acababa el tiempo.

16 DE DICIEMBRE
When the Saints Go Marching In

L
ena estaba sentada en el porche cuando detuve el vehículo. Me había puesto pesado con lo de conducir yo porque Link quería venir con nosotros y no podía arriesgarse a que le vieran en el coche fúnebre. No quería que Lena fuera sola, es más, ni siquiera deseaba que fuera, pero era mejor no mencionarle el tema. Parecía preparada para la batalla. Llevaba un suéter de cuello alto y unos vaqueros negros, a juego con un chaquetón con ribete de piel y capucha. Estaba a punto de enfrentarse al pelotón de fusilamiento, y lo sabía.

Habían transcurrido sólo tres días desde el baile y las Hijas de la Revolución Americana no habían perdido el tiempo. Esa tarde tenía lugar la sesión del comité de disciplina del Instituto Jackson; no se diferenciaba mucho de una caza de brujas, y no hacía falta ser un
Caster
para saberlo. Emily andaba coja con su pierna escayolada, y el desastroso baile de invierno se había convertido en la comidilla del pueblo y la señora Lincoln había obtenido al fin el apoyo necesario: se habían presentado testigos.

Si eras capaz de retorcer lo bastante las cosas y darle el sesgo adecuado a lo que cualquiera había visto, oído o recordado, lograbas que la gente entornara los ojos, ladeara la cabeza y llegara a una consecuencia lógica: Lena Duchannes era responsable, pues todo iba como la seda hasta que ella había venido al pueblo.

Link bajó de un salto y le abrió la puerta a Lena. Al pobre le carcomía la culpa y tenía aspecto de estar a punto de vomitar.

—Eh, Lena, ¿cómo lo llevas?

—Estoy bien.

Mentirosa.

No quiero que se sienta mal. No tiene la culpa.

Mi amigo carraspeó.

—Lamento un montón todo esto. He estado de bronca con mi madre todo el fin de semana. Siempre se le ha ido un poco la olla, pero esta vez es diferente.

—No es culpa tuya, pero te agradezco que lo hayas intentado.

—Habría sido distinto si todas esas arpías de las Hijas de la Revolución Americana no le hubieran estado calentando la cabeza. La señora Snow y la señora Asher han debido de llamar a casa mil veces durante estos últimos días.

Pasamos por delante de Stop & Steal, pero ni siquiera Fatty estaba allí. Las calles estaban desiertas. Daba la impresión de que íbamos por un pueblo fantasma. La sesión del comité de disciplina estaba fijada a las cinco en punto. Íbamos bien de hora. El escenario elegido era el gimnasio, pues no había otro lugar donde resultara posible acomodar a todas las personas que iban a presentarse. Ésa era otra de las cosas típicas de Gatlin: todo el mundo se metía en todo. Iba a personarse en esa reunión hasta el apuntador, a juzgar por las puertas cerradas y la ausencia de gente en las calles.

—No entiendo cómo tu madre ha logrado montar este tinglado tan deprisa. Esto es rápido incluso para ella.

—Según he escuchado, Doc Asher está metido en el ajo. Sale de caza con el director Harper y algunos pesos pesados de la junta escolar.

Doc Asher era el padre de Emily y el único médico de verdad del pueblo.

—Estupendo.

—Chicos, vosotros sabéis que van a expulsarme, ¿vale? Han tomado la decisión y la sesión de hoy sólo es puro teatro.

Link parecía perplejo.

—No pueden darte la patada sin haber oído tu versión. Pero si no has hecho nada.

—Todo eso no cuenta. Estas cosas se deciden a puerta cerrada. Nada de lo que yo diga importa.

Estaba en lo cierto y los dos lo sabíamos, por eso permanecí en silencio, le cogí de la mano, me la llevé a los labios y la besé, deseando por enésima vez que la junta escolar cargara contra mí y no contra Lena.

Pero ésa no era la cuestión, ya que jamás harían eso. Daba igual lo que yo hiciera o dijera, era uno de ellos y Lena jamás lo sería. Eso era precisamente lo que más me enfadaba… y avergonzaba. Los odiaba cada vez más porque me declaraban uno de los suyos, aunque saliera con la nieta del Viejo Ravenwood, me enfrentara con la señora Lincoln y no me invitaran a las fiestas de Savannah Snow. Yo era uno de ellos. Les pertenecía. Era imposible cambiar aquello y si se podía dar la vuelta a la ecuación, si de algún modo ellos también me pertenecían, entonces, Lena estaba contra ellos, y también contra mí.

Esa verdad me estaba matando. Tal vez Lena iba a ser Llamada al cumplir los dieciséis, pero yo lo había sido al nacer. No ejercía sobre mi destino mayor dominio que ella. Tal vez ninguno de nosotros lo controlábamos.

Estacioné el coche en el parking, ocupado casi por completo. Un gran número de personas hacían cola frente a la entrada principal para poder entrar. No había visto tanta gente junta en un sitio desde el estreno de
Dioses y generales
, el mayor tostón que se haya rodado jamás sobre la Guerra de Secesión, y donde la mitad de mis parientes figuraban como extras, principalmente porque tenían un uniforme en propiedad.

Link se agachó en el asiento trasero.

—Me bajo aquí. Os veré dentro. —Abrió la puerta y se metió a escondidas entre las filas de vehículos—. Buena suerte.

A Lena le temblaban las manos, a pesar de tenerlas apoyadas sobre el regazo. Me reconcomía verla hecha un manojo de nervios.

—No tienes por qué entrar ahí. Doy media vuelta y te llevo a casa ahora mismo.

—No, voy a entrar.

—¿Por qué quieres pasar por esto? Tú misma has dicho que era puro teatro.

—No voy a dejarles creer que me asusta enfrentarme a ellos. Me fui de mi última escuela, pero esta vez no voy a huir.

Inspiró profundamente.

—Esto no es salir corriendo.

—Lo es para mí.

—¿Va a venir tu tío al final?

—No puede.

—¿Y por qué demonios no puede? —Ella iba a pasar sola aquel trago, aunque yo estuviera a su lado.

—Es demasiado temprano. Ni siquiera se lo he dicho.

—¿Demasiado temprano? ¿De qué va esto? ¿Está encerrado en una cripta o algo así?

—Más o menos, algo por el estilo.

No merecía la pena hablar de ello. Ya iba a tener que comerse un marrón bastante gordo en cosa de unos minutos.

Empezó a chispear mientras nos encaminábamos al edificio. La miré.

Hago lo que puedo, créeme. Si no me contengo, se convertirá en un tornado
.

La gente la miraba fijamente y la señalaba con la mano, lo cual había dejado de sorprenderme a pesar de que sólo fuera una cuestión de mera educación. Miré a mi alrededor con la esperanza de ver sentado junto a la puerta a
Boo Radley
, pero esta tarde no se le veía por ninguna parte.

Entramos en el gimnasio por una de las puertas laterales, la reservada al equipo visitante. Se le había ocurrido a Link, y había resultado ser una idea de primera, ya que una vez dentro me di cuenta de que la gente de la puerta no estaba esperando fuera para entrar, se habían apiñado allí sólo para escuchar la sesión. Dentro, ya sólo quedaba sitio para estar de pie.

Aquello parecía una versión cutre de un gran jurado en una de esas series de abogados que echan por la tele. Una gran mesa plegable presidía la parte delantera de la estancia. Sentados en torno a ella había algunos profesores: el señor Lee, por supuesto, con su corbata roja y sus prejuicios provincianos; el director Harper y un par de tipos, miembros de la junta escolar probablemente. Parecían incómodos, como si estuvieran deseosos de estar en el sofá viendo el canal de compras QVC Network o algún programa religioso.

En las tribunas descubiertas se agolpaba lo más selecto del condado. La señora Lincoln y su banda de linchadoras, todas miembros de las Hijas de la Revolución Americana, ocupaban las tres primeras filas. Miembros de las Hermanas de la Confederación, el coro de la iglesia metodista y la Sociedad Histórica se sentaban a su lado en los escasos huecos libres. Detrás de ellas estaban los Ángeles Guardianes del Instituto Jackson, formado por las chicas que querían ser como Emily y Savannah y los chicos a los que les gustaría bajarles las bragas a éstas. Llevaban serigrafías recién estampadas en las camisetas: la pintura de un ángel enfundado en una camiseta de las Wildcats del Instituto Jackson, con un sospechoso parecido a Emily Asher, que extendía dos enormes alas blancas y lucía, cómo no, la camiseta de las animadoras. En la parte posterior sólo llevaban las dos mismas alas diseñadas para que parecieran brotar de la espalda y el grito de guerra de los Ángeles: «Os estamos vigilando».

Other books

Vodka Doesn't Freeze by Giarratano, Leah
Where the Dead Talk by Ken Davis
The Dead Seagull by George Barker
Vampire in Her Mysts by Meagan Hatfield
Hidden Minds by Frank Tallis