Hermosas criaturas (41 page)

Read Hermosas criaturas Online

Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Hermosas criaturas
4.51Mb size Format: txt, pdf, ePub

La visión retrocede dando vueltas hasta salir del subsuelo, sube hasta situarse a nuestro nivel, donde primero se fija en el agujero a medio abrir, y luego asciende hasta la lápida y la figura apagada de Genevieve, que no nos quita la vista de encima.

Reece soltó un alarido. La última puerta se cerró de golpe.

Intenté abrir los ojos, pero estaba mareado. Del había estado en lo cierto. Tenía el cuerpo revuelto. Hice lo posible por orientarme, pero no lograba fijar la vista en nada. Me di cuenta de que Reece me soltaba la mano y me daba la espalda para alejarse de Genevieve y la mirada aterradora de sus ojos dorados.

¿Estás bien?

Eso creo.

Lena mantenía la cabeza entre las rodillas.

—¿Os encontráis todos bien? —inquirió la tía Del con calma y aplomo. Ya no me parecía tan torpe ni tan confusa. Si yo tuviera que estar todo el tiempo viendo algo por el estilo, o enloquecería del todo o me moriría.

—No puedo creer que sea eso lo que ves siempre —le dije a Del cuando al fin pude volver a fijar la vista.

—El don de los Palimpsésticos es un gran honor, y una carga aún mayor.

—El libro está ahí abajo —afirmé.

—Así es, pero parece ser propiedad de esa mujer —puntualizó Del, haciendo un gesto hacia el espectro de Genevieve—. Su aparición no os ha sorprendido a ninguno de los dos.

—La hemos visto antes —admitió Lena.

—Bueno, en tal caso, es ella quien ha elegido manifestarse ante vosotros. Ver a los muertos no es un don propio de un
Caster
, ni siquiera cuando se es un
Natural
, y sin duda no figura dentro de los talentos de los mortales. Sólo es posible ver a un difunto si éste lo desea.

Yo estaba aterrorizado. No como cuando pisé los escalones de Ravenwood o cuando Ridley me dio tal susto que casi no lo cuento. Esto era algo más intenso. Guardaba mucha más similitud con el miedo que me embargaba cuando me despertaba de mis sueños y me agobiaba la posibilidad de perder a Lena. Era un terror paralizante. La clase de terror que se experimenta al comprender que el espectro poderoso de una
Caster
Oscura y maldita te contempla en mitad de la noche mientras te dedicas a cavar con el propósito de robar un libro puesto encima de su ataúd. ¿En qué estaría yo pensando para venir hasta aquí y ponerme a saquear una tumba en una noche de luna llena?

Intentas enmendar un error
, contestó una voz en mi mente, y no era la de Lena.

Me giré hacia Lena. Tenía el semblante demudado. Tanto Reece como la tía Del miraban fijamente a la izquierda de Genevieve, a quien también podían oír. Alcé la vista hacia los ojos refulgentes de la aparición, cuyos contornos seguían borrosos. Daba la impresión de saber el propósito de nuestra excursión.

Cógelo.

Miré a Genevieve, inseguro. Ella cerró los párpados y asintió de forma apenas perceptible.

—Quiere que nos llevemos, el libro —declaró Lena. Supuse que no se me estaba yendo la olla del todo.

—¿Cómo sabemos que podemos confiar en ella? —pregunté. Después de todo, era una
Caster
Oscura y tenía los ojos dorados como Ridley.

Lena me devolvió la mirada con un destello de entusiasmo en las pupilas.

—No lo sabemos.

Únicamente cabía hacer una cosa.

Cavar.

El libro tenía la misma apariencia que en la visión: tapas de cuero agrietadas y la media luna grabada en relieve. Olía como huele la desesperación y era pesado no sólo en sentido físico, sino también psíquico. Era un libro Oscuro. Lo supe en cuanto me las arreglé para ponerle la mano encima, y me abrasé las yemas de los dedos. Tenía la sensación de que aquel objeto me arrebataba una pizca de aliento cada vez que inspiraba.

Alargué el brazo todo lo posible para sacarlo fuera del agujero y lo sostuve en alto por encima de la cabeza. Lena se hizo cargo de él y yo me apresuré a salir de allí, deseaba estar fuera cuanto antes. En ningún momento había olvidado que me encontraba encima del féretro de Genevieve.

—Madre mía, jamás pensé que vería el
Libro de las Lunas
—exclamó tía Del con voz entrecortada—. Obrad con cuidado. Es viejo como el tiempo, tal vez incluso más. Macon jamás creerá lo que hemos…

—No va a saberlo —la atajó Lena mientras sacudía con suavidad el polvo de las tapas.

—Ya está bien. ¿Os habéis vuelto locas? Si por un minuto se os ha pasado por la cabeza que no vamos a decírselo al tío Macon… —empezó Reece, cruzándose de brazos con pose de niñera enfurruñada.

Lena alzó aún más el libro, hasta sostenerlo frente al rostro de la
Sybil
.

—Decirle… ¿Decirle el qué?

Lena la miraba tal y como Reece había fisgado en los ojos de Ridley durante el Encuentro, con una intención deliberada. La expresión de la
Sybil
cambió. Parecía confusa, casi desorientada. Observaba fijamente el libro, pero daba la impresión de que no lo veía.

—¿Qué hay que decir, Reece?

Reece cerró los ojos con fuerza, como si intentase escaparse de una pesadilla, y abrió la boca para decir algo, pero luego, de pronto, juntó los labios. Vislumbré un amago de sonrisa en los labios de Lena cuando se volvió lentamente hacia su otra pariente.

—¿Tía Del?

La tía Del parecía tan ofuscada como su hija. Ese aturdimiento era su estado natural, cierto, pero había algo diferente en esta ocasión, y
tampoco ella contestó a Lena
.

Lena se giró levemente y dejó caer el libro sobre mi mochila. Cuando lo hizo, vi el destello verde de sus ojos y cómo el viento de la magia le ondulaba la melena bañada por la luna. Era como si en medio de la oscuridad mis ojos fueran capaces de advertir cómo la magia se arremolinaba a su alrededor. No sabía qué estaba pasando, pero las tres parecían haber emprendido una ininteligible conversación sin palabras que yo no era capaz de escuchar ni de entender.

Y entonces terminó todo, y la luz de la luna volvió a ser luz de luna y la noche se apagó hasta ser sólo noche. Dirigí la vista más allá de la
Sybil
, hacia la tumba de Genevieve, pero ésta había desaparecido, si es que alguna vez había estado allí.

Reece se revolvió en su sitio y una expresión mojigata volvió a dominar su semblante.

—Si pensáis por un momento que no voy a decirle al tío Macon que nos habéis arrastrado hasta un cementerio sin más motivo que un estúpido trabajo del instituto que ni siquiera habéis concluido, lo lleváis claro.

¿De qué rayos hablaba? Pero Reece parecía que hablaba en serio. No recordaba nada de lo que había sucedido, igual que yo no entendía nada de lo que había pasado.

¿Qué le has hecho?

Tío Macon y yo hemos estado practicando.

Lena metió el libro en mi mochila y la cerró.

—Lo sé, lo siento. Es verdad, este lugar es horrible por la noche. Vámonos de aquí.

Reece se volvió hacia la mansión y arrastró a su madre con ella.

—Eres como una niña.

Lena me guiñó un ojo.

¿Qué has practicado? ¿Control mental?

Nada, cuatro cosillas. Desplazar guijarros por telequinesis. Generar ilusiones con la mente. Hacer Vínculos temporales, aunque esto es más difícil.

¿Y esto ha sido fácil?

Desplacé el libro de sus mentes. Supongo que podría decirse que lo borré. Ninguna de las dos va a acordarse porque en su mente esto jamás ha sucedido.

Necesitábamos el libro, lo sabía, y conocía también las razones de su comportamiento, pero intuía que Lena había traspasado la frontera. Yo ignoraba dónde estábamos ahora y también si ella podría echarse atrás, donde yo estaba, y volver ser la de antes.

La
Sybil
y su madre estaban ya de vuelta en el jardín. No hacía falta ser adivino para saber que Reece estaba como loca por alejarse de allí. Lena hizo ademán de seguirlas, pero algo me detuvo.

Lena, espera
.

Me dirigí hacia el agujero y me llevé la mano al bolsillo. Abrí el pañuelo con las iniciales, cogí el guardapolvo por la cadena y lo alcé. Nada. No hubo visión alguna. Algo dentro de mí me indicó que no iba a haber ni una sola más. El guardapelo nos había conducido hasta enseñarnos lo que necesitábamos ver.

Lo sostuve encima de la tumba y estaba a punto de soltarlo, pues me parecía lo más correcto, casi un gesto de justicia, cuando escuché de nuevo la voz de Genevieve, pero esta vez me habló con más dulzura.

No. Eso no me pertenece.

Miré hacia la lápida. Genevieve estaba de nuevo allí. Lo que quedaba se fue desvaneciendo en la vaciedad de la noche con cada ráfaga de viento. Ya no resultaba tan aterradora.

Parecía rota, con el aspecto propio de quien ha perdido al único amor de su vida.

Entonces entendí todo.

8 DE DICIEMBRE
Con el agua al cuello

E
staba metido en tantos líos que la amenaza de otro más ya no me asustaba. En un momento dado, cuando uno se ha adentrado tanto en el cauce del río, ya no queda más remedio que seguir remando hasta llegar a la otra orilla. Ésa era la lógica típica de Link, pero sólo ahora estaba empezando a verle la genialidad al asunto. Tal vez sea cierto que uno es incapaz de comprenderlo hasta que no se ve en un buen aprieto.

Al día siguiente, Lena y yo estábamos así: con el agua al cuello. La jornada empezó por todo lo grande, falsificando un justificante de ausencia con un lápiz del número 2 propiedad de Amma; continuó haciendo novillos para leer un libro robado que no teníamos, al menos en teoría; y rematé la jornada con un montón de trolas sobre un trabajo en el que Lena y yo debíamos seguir para subir la nota. Yo estaba convencido de que Amma iba a pillarme dos segundos después de decir lo de mejorar la nota, pero estaba de charla con mi tía Caroline, hablando por teléfono sobre el «estado» de mi padre.

Me sentía terriblemente culpable por todos los embustes, y eso por no mencionar el robo, la falsificación y el borrado de mentes, pero no disponíamos de tiempo para ir a clase; de hecho, teníamos mucho que estudiar.

Porque teníamos el
Libro de las Lunas.
Era real. Podía tocarlo con las manos, y lo hice…

—¡Ay!

Y luego lo solté: aquello quemaba como un hierro al rojo vivo. El libro cayó sobre el suelo de la habitación de Lena.
Boo Radley
ladró desde algún lugar de la casa y le escuché corretear mientras subía las escaleras para reunirse con nosotros.

—Puerta —dijo Lena sin levantar la vista de un viejo diccionario de latín. Y la puerta de su cuarto se cerró de sopetón justo cuando
Boo
estaba a punto de colarse dentro. Protestó, ladrando con resentimiento—. No entres en mi habitación,
Boo.
No estamos haciendo nada, especial. Estoy a punto de ponerme a tocar.

Me quedé a cuadros, sin apartar la vista de la entrada cerrada. Otra lección de Macon, dije para mis adentros. Lena ni siquiera había pestañeado, era como si lo hubiera hecho miles de veces, igual que el truco usado la noche anterior con Reece y Del. Empezaba a pensar que cuanto más nos acercábamos a la fecha de su cumpleaños, la
Caster
que había en su interior afloraba cada vez más.

Yo pretendía hacer como que no me daba cuenta. Y cuanto más lo intentaba, más consciente era de ello.

Me miró mientras me frotaba las manos aún doloridas en los vaqueros.

—¿Qué parte no pillas de no-puedes-tocarlo-si-no-eres-un-
Caster
?

—Pues esa parte precisamente.

Abrió un desgastado estuche negro y sacó la viola.

—Son casi las cinco. Tengo que empezar a tocar o mi tío se dará cuenta nada más levantarse. No sé cómo, pero siempre lo sabe.

—¿Qué…? ¿Ahora?

Esbozó una sonrisa y se sentó en una silla en un rincón de la habitación. Apoyó el instrumento en el hombro y lo acercó al mentón antes de coger el arco y ponerlo sobre las cuerdas. Cerró los ojos y permaneció inmóvil durante unos instantes, como si estuviéramos en una filarmónica y no en su cuarto. Luego, se puso a tocar. Sus manos fueron desgranando las notas, que se extendieron por la estancia y flotaron en el aire como otro de sus poderes desconocidos. Las finas cortinas blancas de la ventana se agitaron y escuché la canción:

Dieciséis años, dieciséis lunas.

Luna de la Llamada, la hora se acerca,

en estas páginas la Oscuridad aclaras

por el Vínculo del Poder que el fuego sella.

Mientras yo la contemplaba, se levantó con sigilo de la silla y puso la viola donde había estado sentada. Las cuerdas seguían emitiendo música aunque había dejado de tocar. Dejó el arco sobre el respaldo del asiento y se deslizó por el suelo hasta acabar sentada a mi lado.

Calla.

¿A esto lo llamas practicar?

—Mi tío no parece advertir la diferencia, y mira… —Hizo un gesto hacia la puerta. Se veía una sombra y se escuchaba un rítmico golpeteo: era
Boo
con el rabo—. A él le chifla, y a mí me gusta tenerle en la puerta. Es un buen sistema de alarma antiadultos.

Tenía parte de razón, la verdad.

Lena se arrodilló junto al libro y lo cogió fácilmente con las manos. Cuando lo abrió, vimos lo mismo que habíamos estado contemplando durante todo el día: cientos de hechizos ordenados escrupulosamente en listas; los había en inglés, latín, gaélico y otras lenguas desconocidas a mis ojos, una de ellas era una sucesión de letras muy floridas como no había visto en mi vida. Las finas páginas de color terroso eran frágiles, casi translúcidas, y estaban cubiertas por una caligrafía cuidada trazada con tinta marrón oscuro. Bueno, al menos yo esperaba que fuera tinta.

Toqueteó las líneas escritas con esa letra tan extraña y me dio el diccionario de latín.

—No es latín. Compruébalo tú mismo.

—Me da que es gaélico. ¿Has visto alguna vez algo parecido a esto? —Señalé las letras con volutas.

—Debe de ser algún tipo de antiguo idioma mágico.

—Pues lo llevamos claro si no tenemos diccionario.

—Lo tenemos, quiero decir, seguro que mi tío lo tiene. En la biblioteca del piso de abajo guarda un montón de libros
Caster
. No es la Lunae Libri, pero es muy probable que en sus estanterías esté lo que buscamos.

—¿Cuánto tiempo tenemos antes de que se levante?

—No demasiado.

Estiré las mangas del suéter hasta cubrir por entero las palmas de las manos y usé el tejido para sujetar el libro del mismo modo que Amma usaba las manoplas de la cocina cuando cogía algo caliente. Pasé las delgadas hojas. Las páginas hacían mucho ruido, tenían más aspecto de hojas secas y marchitas que de papel.

Other books

Ghosts of Florence Pass by Brian J. Anderson
Command a King's Ship by Alexander Kent
Insane City by Barry, Dave
Waking Sebastian by Melinda Barron
DevilishlyHot by Unknown
The Amish Blacksmith by Mindy Starns Clark
A Forest Charm by Sue Bentley
Soul Weaver by Hailey Edwards