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Authors: Kami García,Margaret Stohl

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

Hermoso Caos (10 page)

BOOK: Hermoso Caos
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Lena señaló hacia mi ventanilla.

—Creo que es allá arriba. El tío Macon me dijo que buscara un camino de coches a la izquierda. —Una valla, con la pintura blanca desconchándose por los lados, lo separaba de la carretera. Había un paso en ella, unos pocos metros más adelante—. Ahí es.

Cuando giré entre los torcidos postes, advertí que Lena contenía el aliento. Cogí su mano, y mi pulso se aceleró.

¿Estás segura de que quieres hacer esto?

No. Pero necesito saber lo que pasó.

E, ya sabes lo que pasó.

Aquí es donde todo comenzó. Donde mi madre me sostuvo cuando era un bebé. Donde decidió odiarme.

Era una Caster Oscura. No era capaz de amar.

Lena se apoyó contra mi hombro mientras recorríamos el polvoriento camino.

Una parte de mi también es Oscura, Ethan. Y te quiero.

Me puse rígido. Lena no era Oscura, no como su madre.

No es lo mismo. También eres Luminosa.

Lo sé. Pero Sarafine no se ha ido. Está ahí fuera en alguna parte, con Abraham, esperando. Y cuanto más sepa sobre ella, más preparada estaré para combatirla.

No estaba seguro de cuál era el propósito del viaje. Pero no importaba, porque cuando llegamos hasta lo que quedaba de la casa, de pronto se convirtió en algo diferente.

Realidad.

—Mis estrellas —susurró tía Del.

Era peor que en las amarillentas fotos del archivo de mi madre —aquellas que mostraban lo que quedó de las plantaciones después del Gran Incendio—: negros esqueletos de casas enormes reducidas a poco más que calcinados armazones, tan vacíos y huecos como las ciudades que los soldados de la Unión habían arrasado a su paso.

Esta casa, la antigua casa de Lena, no era más que unos cimientos agrietados flotando en un mar de tierra ennegrecida. Nada había vuelto a crecer. Era como si el propio terreno conservara las cicatrices de lo que había sucedido allí.

¿Cómo podía Sarafine haber hecho eso a su familia?

No le importábamos nada. Esto lo demuestra.

Lena soltó mi mano y caminó hacia los escombros.

Vámonos, L. No tienes por qué hacer esto.

Ella se volvió para mirarme, sus ojos verdes y dorados decididamente resueltos.

Claro que sí.

Lena se volvió hacia la tía Del.

—Necesito ver lo que sucedió aquí. Antes de… esto. —Quería que su tía usara sus poderes para despegar las capas del pasado y así poder ver la casa tal y como fue en su día, y, lo que era aún más importante, mirar dentro de ella.

Mientras caminamos hacia Lena, la tía Del parecía más nerviosa que de costumbre, su pelo soltándose de su moño.

—Mis poderes están un poco encasquillados. Tal vez no sea capaz de encontrar el momento exacto que estás buscando, corazón. —¿Qué momento sería ése? ¿El incendio? No estaba seguro de si podría soportar verlo, o si Lena podría—. Tal vez no funcionen en absoluto.

Apoyé mi mano suavemente en la nuca de Lena. Su piel estaba caliente.

—¿Puedes intentarlo?

Con rostro afligido, tía Del contempló la madera quemada desperdigada alrededor de la base de la casa. Asintió y levantó una mano. Los tres estábamos sentados sobre la tierra negra con las manos unidas, el corazón palpitando como si nos ardiera.

—Está bien. —Con un gesto de dolor, tía Del miró fijamente los derrumbados cimientos, preparándose para utilizar sus poderes como una Palimpsest y mostrarnos la historia de lo que quedaba de ese lugar.

El aire empezó a agitarse a nuestro alrededor, al principio lentamente. Y justo cuando el mundo comenzó a dar vueltas en torno a mí, pude verla durante una décima de segundo. La sombra que siempre se movía demasiado rápido para que la viera. La misma que había sentido en clase de inglés, la que me seguía. La misma de la que no podía escapar. Me estaba mirando, como si de alguna forma pudiera ver lo que fuera que viéramos entre las capas de percepción de tía Del.

Entonces una puerta se abrió hacia el pasado, y me encontré mirando dentro de un dormitorio…

Las paredes pintadas de un pálido y reluciente tono plata, jirones de luz blanca colgando a través del techo como estrellas en un cielo mágico. Una joven con largos rizos negros está de pie junto a la ventana, mirando hacia fuera, al cielo real. Reconozco esos rizos y ese hermoso perfil. Es Lena. Pero entonces la chica se gira, sosteniendo un bulto en sus brazos, y me doy cuenta de que no es ella. Es Sarafine, sus ojos dorados brillando. Contempla fijamente al bebé, cuyas pequeñas manos se alargan para tocarla. Sarafine le muestra un dedo, y el bebé lo agarra. Baja la vista hacia el bebé, sonriendo.
«Eres una niña tan especial, siempre cuidaré de ti…».

La puerta se cierra de golpe.

Esperé a que otra se abriera, como siempre hacen las puertas, abriéndose y cerrándose como una reacción en cadena. Pero fue inútil. El cielo empezó a girar hasta hacerse visible, y durante un minuto vi doble. Las dos tías Del parecían frustradas.

—Lo… lo siento. Nunca me ha pasado nada así. No tiene sentido. —Pero lo tenía. Los poderes de tía Del estaban fuera de órbita, como los de todo el mundo. Normalmente, podía ponerse en cualquier parte y vislumbrar los fragmentos del pasado, el presente y el futuro, como las páginas de un folioscopio. Ahora faltaban algunas páginas, y sólo había podido captar un leve destello del pasado.

Tía Del estaba visiblemente conmocionada y parecía más confundida que nunca. La cogí del brazo para ayudarla a levantarse.

—No se preocupe, tía Del. Macon conseguirá averiguar cómo… arreglar el Orden. —Parecía lo más correcto que decir, aunque fuera evidente que Gatlin, y tal vez el mundo entero, estaba bastante roto.

A Lena también se la veía rota. Se levantó y se acercó a lo que quedaba de la casa, como si todavía pudiera ver el dormitorio. La lluvia empezó a caer de improviso, los relámpagos de calor centelleando a través del cielo. Los cigarrones se dispersaron y, en cuestión de segundos, estaba empapado.

¿L?

Estar allí bajo la lluvia me recordó a la primera noche que nos conocimos, en mitad de la carretera 9. Ella casi con el mismo aspecto y, sin embargo, tan diferente.

Estoy loca,
¿o parecía que Sarafine se preocupaba por mí?

No estás loca.

Pero, Ethan, eso no es posible.

Aparté el pelo húmedo de mis ojos.

Quizá sí.

La lluvia cesó al instante, pasando de un aguacero a un sol reluciente en apenas unos segundos. Ahora sucedía constantemente. Los poderes de Lena fluctuaban entre extremos que no podía controlar.

—¿Qué estás haciendo? —Corrí para ponerme a su lado.

—Quiero ver lo que queda. —No hablaba de las piedras o la madera calcinadas. Necesitaba un sentimiento al que aferrarse, una prueba de algún momento feliz que hubiera experimentado aquí.

La seguí hasta el borde de los cimientos, que ahora no eran más que un muro. No sé si fue mi imaginación, pero cuanto más nos acercábamos a los calcinados restos, más olía a ceniza. Podía distinguirse el lugar donde las escaleras que daban acceso al porche se habían quemado. Con mi altura podía ver por encima del muro. No quedaba nada más que un agujero lleno de hormigón agrietado, piezas astilladas de oscura madera podrida salpicaban el suelo.

Lena estaba arrodillada en el barro. Estiró el brazo para coger algo del tamaño de una caja de zapatos.

—¿Qué es? —Ni siquiera cuando me acerqué era fácil distinguirlo.

—No estoy segura. —Retiró el barro con la mano, revelando un oxidado y abollado metal. Había una cerradura fundida a un lado—. Es una caja fuerte. —Me tendió la caja. Era más pesada de lo que parecía.

—La cerradura está fundida, pero creo que puedo abrirla. —Busqué alrededor y cogí una piedra. La levanté para darle más fuerza al golpe, cuando, de repente, las bisagras de metal se abrieron con un chirrido—. ¿Qué…? —Miré a Lena, que se encogió de hombros.

—Algunas veces mis poderes aún funcionan como yo quiero. —Dio una patada en un charco—. Otras, no tanto.

Aunque la caja estaba quemada y abollada por fuera, había protegido su contenido: un brazalete de plata con un intrincado diseño, un ejemplar muy usado de
Grandes esperanzas,
una foto de Sarafine vestida de azul junto a un chico moreno en un baile escolar, con un vulgar telón de fondo tras ellos, como aquél en el que Lena y yo habíamos posado para el baile de invierno. Había otra foto, doblada bajo el brazalete. La foto de una niña aún bebé. Supe que era Lena porque el bebé era idéntico al que Sarafine había estado sosteniendo en sus brazos.

Lena tocó el borde de la foto del bebé y la levantó por encima de la caja. A nuestro alrededor el mundo empezó a desvanecerse, la luz del sol tornándose en oscuridad. Sabía lo que estaba sucediendo, pero esta vez no me ocurría a mí. Estaba siguiendo a Lena en su visión, igual que ella me siguió a mí el día que me senté en la iglesia con las Hermanas. En pocos segundos el enfangado suelo se convirtió en hierba…

Izabel temblaba violentamente. Sabía lo que estaba sucediendo, pero tenía que ser un error. Era su mayor miedo, las pesadillas que la habían perseguido desde que era niña. Esto no debía sucederle a ella

ella era Luz, no Oscuridad
—.
Había puesto tanto empeño en hacer las cosas bien, en ser la persona que todos querían que fuera. Después de todo, ¿cómo podía ser otra cosa más que Luz? Pero cuando un devastador frío recorrió sus venas, Izabel supo que estaba equivocada; no era un error. Se estaba volviendo Oscura.

La luna, su Decimosexta Luna, era ahora llena y luminosa. Mientras la contemplaba fijamente, Izabel pudo sentir que los extraños dones que su familia creía que poseía

los poderes de una Natural

se retorcían hasta ser otra cosa. Pronto sus pensamientos y su corazón no serían suyos. Tristeza, destrucción y odio expulsarían todo lo demás. Todo lo bueno.

Sus pensamientos torturaban a Izabel, pero el dolor físico era insoportable, como si su cuerpo se desgarrara en jirones por dentro. Aun así se obligó a levantarse y corrió. Sólo había un lugar adonde acudir. Parpadeó con fuerza, su visión nublada por una bruma dorada. Las lágrimas quemaban su piel. No podía ser cierto.

Cuando llegó a casa de su madre, jadeaba. Izabel alargó el brazo hacia la parte superior de la puerta y tocó el dintel. Pero por primera vez no se abrió. Aporreó la puerta hasta que sus manos se llenaron de cortes y comenzaron a sangrar, entonces se dejó caer al suelo, su mejilla descansando contra la madera.

Cuando la puerta se abrió, Izabel cayó hacia delante, su cara golpeándose contra el suelo de mármol del vestíbulo. Pero ni siquiera eso podía compararse al dolor que corría por su cuerpo. Un par de botas negras de cordones se hallaba a pocos centímetros de su cara. Izabel se aferró frenética a las piernas de su madre.

Emmaline levantó a su hija del suelo.


¿Qué ha sucedido? ¿Qué ocurre?

Izabel trató de ocultar sus ojos, pero fue imposible.


Es un error, mamá, sé lo que parece, pero sigo siendo la misma. Sigo siendo yo.


No. No puede ser.

Emmaline alzó la barbilla de Izabel para poder ver los ojos de su hija. Eran tan amarillos como el sol.

Una niña no mucho mayor que Izabel bajó por la curvada escalera de caracol, descendiendo los escalones de dos en dos.


Mamá, ¿qué ocurre?

Emmaline se dio la vuelta, empujando a Izabel detrás de ella.


¡Ve arriba, Delphine!

Pero no había forma de ocultar los brillantes ojos amarillos de Izabel. Delphine se estremeció.


¿Mamá?


¡He dicho que vayas arriba! ¡No hay nada que puedas hacer por tu hermana!

La voz de su madre sonaba derrotada
—. Es
demasiado tarde.

¿Demasiado tarde? Su madre no quería decir… no podía. Izabel echó los brazos alrededor de su madre, y Emmaline dio un salto como si la hubieran pinchado. La piel de Izabel estaba tan fría como el hielo.

Emmaline se volvió, sujetando a Izabel por los hombros. Las lágrimas arrasando el rostro de la mujer.


No puedo ayudarte. No hay nada que pueda hacer.

Los relámpagos surcaron el cielo negro. Un rayo cayó y partió el enorme roble que daba sombra a la casa. El tronco desgajado se derrumbó, llevándose una parte del tejado con él. Una ventana estalló arriba, el ruido del cristal al romperse resonando en toda la casa.

Izabel reconoció la expresión extraña en el rostro de su madre.

Miedo.


Es un error. No soy…

Oscura. Izabel no lograba pronunciar la palabra.


No hay errores, no en lo que a la maldición respecta. Eres Llamada a la Luz o a la Oscuridad; no hay término medio.


Pero, mamá…

Emmaline sacudió la cabeza, empujando a Izabel al otro lado del umbral.


No puedes quedarte aquí. Ahora no.

En los ojos de Izabel apareció un brillo de locura y terror.


La abuela Katherine no va a permitirme seguir viviendo allí. No tengo otro sitio donde ir.

Sollozaba incontrolable
—.
Mamá, por favor, ayúdame. Podemos luchar contra esto juntas. ¡Soy tu hija!


Ya no.

Delphine había estado callada, pero no podía creer lo que su madre decía. No podía rechazar a su hermana.


¡Mamá, es Izabel! ¡Tenemos que ayudarla!

Emmaline contempló a Izabel, recordando el día en que nació. El día en que Emmaline había escogido silenciosamente el verdadero nombre de su hija. Había imaginado el momento en que lo compartiría con Izabel, mirando a los ojos verdes de su hija y apartando sus rizos negros detrás de su oreja mientras susurraba el nombre.

Emmaline miró fijamente los brillantes ojos amarillos de su hija, y luego se dio la vuelta.


Su nombre ya no es Izabel. Es Sarafine.

El mundo real volvió a concretarse lentamente. Lena estaba a unos pocos pasos, todavía sujetando la caja. Podía ver cómo temblaba en sus manos, sus ojos húmedos por las lágrimas. No logré imaginar lo que sentiría.

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