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Authors: Kami García,Margaret Stohl

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

Hermoso Caos (6 page)

BOOK: Hermoso Caos
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Lo sé. No me estás culpando. Está bien.

Se acercó un poco, buscando mi cara con su mano. Me preparé. Mi corazón ya no se disparaba cuando nos tocábamos. Ahora podía sentir su energía abandonando mi cuerpo como si estuviera siendo succionada. Pero ella vaciló y dejó caer su mano.

—Es mi culpa. Sé que no te ves capaz de decirlo, pero yo sí puedo hacerlo.

—L.

Rodó de espaldas y miró al cielo.

—De noche me tumbo en la cama, cierro los ojos e intento abrir una brecha. Intento acercar las nubes y empujar lejos el calor. No sabes lo duro que es. Lo mucho que nos cuesta a todos nosotros mantener Ravenwood así. —Arrancó una brizna de hierba verde—. El tío Macon dice que no sabe lo que pasará después. La abuela piensa que es imposible saberlo, porque esto nunca había sucedido antes.

—¿Tú les crees?

Cuando se trataba de Lena, Macon era tan previsible como Amma conmigo. De existir algo que ella pudiera haber hecho diferente, él sería la última persona en decírselo.

—No lo sé. Pero esto va más allá de Gatlin. Lo que fuera que hice está afectando a otros Caster ajenos a mi familia. Los poderes de todo el mundo están fallando igual que los míos.

—Tus poderes nunca han sido predecibles.

Lena apartó la vista.

—La combustión espontánea es algo más que impredecible.

Sabía que tenía razón. Gatlin se tambaleaba peligrosamente al borde de un acantilado invisible, y no teníamos ni idea de lo que había en el fondo. Pero eso no podía decírselo —no cuando era la única responsable de que estuviéramos así—.

—Ya averiguaremos lo que está sucediendo.

—No estoy tan segura. —Extendió una mano al cielo y yo recordé la primera vez que la había seguido hasta el jardín de Greenbrier. La había observado trazar nubes con la yema de los dedos, crear formas en el cielo. No sabía entonces en dónde me metía, pero tampoco me habría importado.

Todo había cambiado, incluso el cielo. Esta vez no había una sola nube que siluetear. No había nada aparte del amenazador calor azul.

Lena alzó la otra mano y me miró.

—Esto no va a parar. Las cosas van a ponerse peor. Tenemos que estar preparados. —Empujó el cielo con ambas manos sin pensarlo, retorciendo el aire lentamente, como caramelo moldeado entre sus dedos—. Sarafine y Abraham no van a desaparecer así como así.

Estoy preparado.

Giró su dedo en el aire.

—Ethan, quiero que sepas que ya no tengo miedo de nada, ya no.

Yo tampoco. No mientras estemos juntos.

—Esa es la cuestión. Si algo sucede, será por mi culpa. Y tendré que ser yo quien lo arregle. ¿Entiendes lo que quiero decir? —No apartó los ojos de sus dedos.

No. No lo entiendo.

—¿No lo entiendes? ¿O no quieres entenderlo?

No puedo.

—¿Te acuerdas cuando Amma te decía que no hicieras un agujero en el cielo o el universo se colaría por él?

Sonreí.

«C. O. N. C. O. M. I. T. A. N. T. E. Doce vertical. Vamos, tú tira del hilo y verás al mundo entero deshilachándose como un jersey, Ethan Wate».

Lena debía estar riéndose, pero no lo hacía.

—Yo he tirado de ese hilo cuando utilicé el
Libro de las Lunas.

—Por mi culpa. —Pensaba en ello constantemente. Lena no era la única que había tirado de ese hilo que ataba a todo el condado de Gatlin, por encima y por debajo de su superficie.

—Me Cristalicé a mí misma.

—Tenías que hacerlo. Deberías estar orgullosa de ello.

—Lo estoy —titubeó.

—¿Pero? —La observé detenidamente.

—Pero voy a tener que pagar un precio, y estoy lista.

Cerré los ojos.

—No hables así.

—Estoy siendo realista.

—Estás esperando a que suceda algo malo. —No quería ni pensarlo.

Lena jugó con los amuletos de su collar.

—Realmente no es una cuestión de «si», sino de
«cuándo».

Estoy esperando. Eso es lo que decía el cuaderno.

¿Qué cuaderno?

No quería que ella lo supiera, pero ahora no podía callarme. Y no era capaz de fingir que podíamos retroceder a cómo eran las cosas antes.

La injusticia de todo ello se abatió sobre mí. El verano. La muerte de Macon. Lena actuando como una extraña. Escapando con John Breed, lejos de mi lado. Y luego el resto, la parte que sucedió antes de conocer a Lena: mi madre no volviendo a casa, sus zapatos colocados donde los dejó, su toalla todavía húmeda desde la mañana. Su lado de la cama sin tocar, el olor de su pelo aún en la almohada.

El correo que todavía seguía llegando a su nombre.

Lo repentino de todo ello. Y su permanencia. La cruda y solitaria evidencia de que la persona más importante de tu vida súbitamente había dejado de existir. Lo que en un mal día significaba que tal vez no había existido nunca, mientras que en uno bueno, aparecía el otro miedo. Porque aunque estuvieras cien por cien seguro de que ella había existido, tal vez eras la única persona a la que le importaba o la recordaba.

¿Cómo puede una almohada oler como una persona que ni siquiera está ya en el mismo planeta que tú? ¿Y qué haces cuando un día la almohada huele como cualquier otra almohada vieja a una almohada extraña? ¿Cómo conseguirás apartar de tu cabeza esos zapatos?

Pero yo lo había hecho. Y había visto a la Sheer de mi madre en el cementerio de Bonaventure. Por primera vez en mi vida, creía que algo sucedía cuando morías. Mi madre no estaba sola bajo la tierra de ese Jardín de la Paz Perpetua, como siempre temí que estaría. La estaba dejando marchar. O al menos estaba cerca de hacerlo.

¿Ethan? ¿Qué pasa?

Me encantaría saberlo.

—No voy a dejar que te suceda nada. Nadie lo hará. —Pronuncié las palabras aun sabiendo que no era capaz de protegerla. Las dije porque sentía como si mi corazón fuera a desgarrarse por entero.

—Lo sé —mintió. No dijo nada más, pero comprendió lo que yo sentía.

Tiró del cielo con las manos, tan fuerte como pudo, como si quisiera apartarlo del sol.

Escuché un sonoro chasquido.

No sabía de dónde procedía, ni tampoco cuánto duraría, pero el cielo azul se abrió y aunque no había ninguna nube a la vista, dejamos que la lluvia cayera sobre nuestros rostros.

Sentí la hierba húmeda, y las gotas en mis ojos. Parecían reales. Sentí mis ropas sudadas humedecerse en vez de secarse. La estreché contra mí y sostuve su cara en mis manos. Entonces la besé hasta que no fui el único en quedarse sin aliento, y la tierra de debajo de nosotros se secó y el cielo volvió a lucir azul e inclemente.

De cena había el premiado pastel de pollo a la cazuela de Amma. Sólo mi porción era del tamaño del plato, o tal vez de la bandeja entera. Pinché la masa con el tenedor para dejar que el vapor se escapara. Podía oler el agradable aroma del jerez, el ingrediente secreto. Cada pastel de carne en nuestro condado tenía un ingrediente secreto: crema agria, salsa de soja, pimienta de cayena, incluso queso parmesano recién rallado. Secretos y masa iban de la mano por aquí. Cubre algo con masa dorada y todas las personas del pueblo se matarán tratando de averiguar qué es lo que se esconde debajo.

—Ah, ese olor me hace sentir como cuando tenía ocho años. —Mi padre sonrió a Amma, que ignoró tanto el comentario como su sospechoso buen humor. Ahora que el semestre en la universidad había comenzado y estaba ahí sentado con la camisa que llevaba a clase, se le veía casi normal. Casi podrías olvidar que se había pasado un año durmiendo todo el día, encerrado en su estudio por la noche «escribiendo» un libro que resultó no ser más que un montón de páginas con garabatos y sin apenas hablar o comer hasta que empezó su lenta y empinada ascensión de vuelta a la cordura. O tal vez era el olor de los pasteles que también funcionaba en mí. Hundí el tenedor hasta el fondo.

—¿Has tenido un buen primer día de colegio, Ethan? —preguntó mi padre con la boca llena.

Examiné el trozo de mi tenedor.

—Bastante bueno.

Bajo la masa, todo estaba picado en trozos diminutos. No podías distinguir los dados de pollo de los de verduras en el pequeño caos de las entrañas del pastel. Mierda. Cuando Amma era tan meticulosa nunca era buena señal. Este pastel de pollo era la consecuencia de una tarde de furia que no quería imaginar. Me compadecí de su rayada tabla de cortar y cuando miré su plato vacío supe que esa noche no se sentaría para charlar un rato. O explicar por qué no lo haría.

Tragué despacio.

—¿Y qué tal tú, Amma?

Estaba de pie junto a la encimera de la cocina removiendo una ensalada con tanta fuerza que pensé que el cuenco de cristal estallaría en mil pedazos.

—Bastante bien.

Mi padre levantó lentamente su vaso de leche.

—Bueno, mi día ha sido increíble. Me desperté con una idea asombrosa, surgida de ninguna parte. Debió de venirme ayer noche. Durante las horas de oficina escribí una propuesta. Voy a empezar un nuevo libro.

—¿Sí? Es genial. —Cogí el cuenco de ensalada, concentrándome en un trozo de tomate con aceite.

—Es sobre la Guerra Civil. Tal vez consiga encontrar la forma de utilizar las investigaciones de tu madre. Tengo que hablar con Marian sobre ello.

—¿Y cómo se va a titular el libro, papá?

—Eso es lo que me llegó de la nada. Me desperté con las palabras en mi cabeza.
La Decimoctava Luna.
¿Qué opinas?

El cuenco se resbaló de mis manos, golpeando la mesa y haciéndose añicos en el suelo. Las hojas despedazadas se mezclaron con fragmentos de cristal roto, brillando sobre mis playeras y las tablas del suelo.

—¡Ethan Wate! —Antes de que pudiera decir otra palabra, Amma estaba allí, recogiendo la caldosa, resbaladiza y peligrosa mezcla. Como siempre. Cuando me agaché para ayudar, pude escuchar cómo me susurraba entre dientes.

—Ni una palabra más. —Fue como si me hubiera golpeado en plena boca con la masa de un pastel de carne.

¿Qué crees que significa, L?

Yacía en la cama paralizado, mi cara enterrada en la almohada. Amma se había encerrado en su habitación después de la cena, lo que estaba casi seguro que significaba que tampoco sabía lo que estaba sucediendo con mi padre.

No lo sé.

El kelting de Lena me llegó con la misma claridad que si estuviera sentada a mi lado en la cama, como de costumbre. Y como de costumbre, deseé que fuera así.

¿Cómo ha podido salir con algo así? ¿Habremos comentado algo sobre las canciones delante de él? ¿Se nos habrá pasado algo?

Algo más. Ésa fue la parte que no dije y traté de no pensar en ello. La respuesta llegó rápidamente.

No, Ethan. Nunca dijimos nada.

Entonces si está hablando de la Decimoctava Luna…

La verdad nos golpeó a la vez.

£s
porque alguien lo ha querido así.

Tenía sentido. Los Caster Oscuros ya habían matado a mi madre. Mi padre, que estaba empezando a rehacerse, era un blanco fácil. Ya había estado en el punto de mira una vez, la noche de la Decimosexta Luna de Lena. No había otra explicación.

Mi madre se había ido, pero había encontrado una forma de guiarme enviándome la Canción de Presagio, Dieciséis Lunas y Diecisiete Lunas, que habían quedado en mi cabeza hasta que finalmente empecé a escucharlas. Pero este mensaje no venía de mi madre.

L, ¿crees que es algún tipo de advertencia? ¿De Abraham?

Tal vez. O de mi maravillosa madre.

Sarafine. Lena casi nunca la nombraba si podía evitarlo. Y no podía culparla.

Tiene que ser uno de ellos, ¿no crees?

Lena no contestó, y continué tumbado en mi cama en el oscuro silencio, confiando en que fuera uno de los dos. Uno de los demonios que conocíamos, surgido de alguna parte del mundo Caster conocido. Porque los demonios que no conocíamos eran demasiado aterradores como para pensar en ellos —y los mundos que no conocíamos, aún más.

¿Todavía estás ahí, Ethan?

Aquí estoy.

¿Me leerías algo?

Sonreí para mis adentros y busqué bajo mi cama, sacando el primer libro que encontré. Robert Frost, uno de los favoritos de Lena. Lo abrí al azar.
«Nos hemos construido un lugar apartado/detrás de palabras ligeras que bromean y se burlan,/pero oh, el corazón agitado/hasta que realmente alguien nos encuentre…».

No dejé de leer. Sentí el tranquilizador peso de la consciencia de Lena apoyarse en mí, tan real como si su cabeza descansara en mi hombro. Quería conservarla allí cuanto pudiera. Me hacía sentir menos solo.

Parecía que cada línea estuviera escrita pensando en ella, al menos ésa fue mi impresión.

Mientras Lena se quedaba dormida, escuché el murmullo de los grillos hasta que me di cuenta de que no eran grillos, sino cigarrones. La plaga, o como quiera que la señora Lincoln la llamara. Cuanto más escuchaba, más me parecía que sonaba como un millón de sierras en la distancia, destruyendo mi pueblo y todo cuanto lo rodeaba. Luego los cigarrones se fundieron con algo diferente: los acordes bajos de una canción que reconocería en cualquier parte.

Llevaba oyendo las canciones desde antes de conocer a Lena. Dieciséis Lunas me había llevado hasta ella, la canción que sólo yo podía escuchar. No podía eludirlas, al igual que Lena no podía huir de su destino ni yo esconderme del mío. Eran advertencias de mi madre, la persona en la que más confiaba en cualquier mundo.

Dieciocho Lunas, dieciocho esferas,

del mundo más allá de las eras,

uno no escogido, muerte o nacimiento,

Un Día Roto aguarda a la Tierra…

Traté de encontrar sentido a las palabras, como siempre hacía. «El mundo más allá de las eras» excluía el mundo Mortal. ¿Pero qué estaba por venir de ese otro mundo? ¿La Decimoctava Luna o «Uno no escogido»? ¿Y quién podría ser?

La única persona que estaba descartada era Lena. Ella había hecho su elección. Lo que significaba que quedaba otra elección por hacer, a cargo de alguien que tenía aún que hacer una.

Pero era la última línea la que me ponía enfermo. «¿Un Día Roto?». Eso podría valer por cada día presente. ¿Cómo podían estropearse las cosas todavía más?

Deseé tener algo más que una canción y que mi madre estuviera aquí para explicarme qué significaba. Más que nada, deseé saber cómo arreglar todo lo que habíamos roto.

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