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Authors: Kami García,Margaret Stohl

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

Hermoso Caos (5 page)

BOOK: Hermoso Caos
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—¿Qué? —No era la respuesta que Lena esperaba.

—Barbies, pero no las que tienen las niñas de primaria. Esas muñecas están vestidas de arriba a abajo. Tiene una de novia, una Miss América, una Blancanieves. Y las guarda en una gran vitrina.

—Sabía que me recordaba a una Barbie. —Ridley acribilló otro cubito.

Link se deslizó más cerca de ella.

—¿Todavía sigues ignorándome?

—No mereces ese esfuerzo. —Ridley miró fijamente a través del tembloroso cubito rojo—. No creo que Cocina haga esto. ¿Cómo decís que se llama?

—Gelatina Sorpresa —sonrió Link.

—¿Cuál es la sorpresa? —Examinó la gelatina roja con detenimiento.

—Lo que ponen en ella. —Link pellizcó la gelatina con el dedo y ella la apartó.

—¿Qué es?

—Pezuñas, pellejos y huesos. Sorpresa.

Ridley le miró, se encogió de hombros y se llevó la cuchara a la boca. No pensaba ceder ni un ápice. No mientras estuviera husmeando de noche en el dormitorio de Savannah Snow y tonteando con ella todo el día.

Link se giró hacia mí.

—Entonces, ¿quieres que echemos unas canastas después del colegio?

—No. —Y me metí el resto del sándwich de carne picada en la boca.

—No puedo creer que estés comiendo eso. Si tú odias esas cosas.

—Ya lo sé. Pero hoy están bastante buenos. —La primera vez que sucedía en el Jackson. Cuando la comida de Amma no te sabe bien y la de la cafetería sí, puede que, después de todo, sí estuviéramos en el Final de los Días.

Ya sabes que si quieres puedes jugar al baloncesto.

Lena estaba ofreciéndome algo, lo mismo que Link. Una oportunidad para hacer las paces con mis antiguos amigos, de no ser un marginado, si eso era posible. Pero era demasiado tarde. Se supone que tus amigos tenían que permanecer a tu lado, y ahora sabía quiénes eran mis amigos y quiénes no.

No me apetece.

—Vamos. Estará bien. Todo ese absurdo asunto con los chicos ya es historia. —Link creía lo que estaba diciendo. Pero la historia era difícil de olvidar cuando incluía atormentar a tu novia todo el año.

—Sí. La gente de por aquí no es muy aficionada a la historia.

Incluso Link captó mi sarcasmo.

—Bueno, yo voy a romper la cancha. —No quiso mirarme—. Tal vez incluso vuelva al equipo. Quiero decir, no es que me hubiera ido del todo.

No como tú.
Fue la parte que se calló.

—Hace mucho calor aquí. —El sudor resbalaba por mi espalda. Tanta gente hacinada en una habitación.

¿Estás bien?

No. Bueno, sí. Sólo necesito un poco de aire fresco.

Me levanté para salir, pero la puerta parecía hallarse a un kilómetro de allí.

Este colegio tenía su propio modo de hacerte sentir pequeño. Tan pequeño como era, tal vez incluso más. Supongo que algunas cosas nunca cambian.

Resultó que Ridley no estaba interesada en estudiar las culturas de los estados sureños más de lo que le interesaban los estudios de Link sobre Savannah Snow y, cuando tan sólo llevaban cinco minutos de clase, le convenció para cambiarse a historia mundial. Algo que no me habría sorprendido de no ser porque cambiar de clases normalmente implicaba llevar tu calendario a la señorita Hester —luego mentir y suplicar y, si eras realmente plasta, lloriquearla—. Así que cuando Link y Ridley aparecieron en historia mundial y él me contó que su horario había cambiado milagrosamente, me entraron muchas sospechas.

—¿Qué quieres decir con eso de que tu horario ha cambiado?

Link dejó caer su cuaderno en el pupitre junto al mío y se encogió de hombros.

—No lo sé. Yo estaba sentado al lado de Savannah, entonces llegó Ridley y se sentó al otro lado, y lo siguiente que supe es que en mi horario aparecía impreso historia mundial. Y también en el de Ridley. Se lo enseñó al profesor y nos mandó pitando para aquí.

—¿Cómo lo has hecho? —le pregunté a Ridley mientras tomaba asiento.

—¿Hacer qué? —Me miró con expresión inocente, abrochando y desabrochándose la escalofriante hebilla de su cinturón.

Lena no pensaba dejarlo pasar tan fácilmente.

—Ya sabes de lo que está hablando. ¿Has cogido algún libro del estudio de tío Macon?

—¿Me estás acusando de leer?

Lena bajó la voz.

—¿No estarás intentando hacer Hechizos? No es seguro, Ridley.

—¿Quieres decir que no es seguro para mí porque soy una estúpida Mortal?

—Hacer hechizos es peligroso para los Mortales, salvo que lleves años de entrenamiento, como Marian. Lo que no es tu caso. —Lena no pretendía restregárselo, pero cada vez que pronunciaba la palabra «Mortal», Ridley se encogía. Era como echar gasolina al fuego.

Tal vez era demasiado duro oírselo decir a un Caster. Decidí intervenir.

—Lena tiene razón. ¿Quién sabe lo que podría pasar si algo sale mal?

Ridley se quedó callada y, durante un segundo, pareció que yo solito había apagado las llamas. Pero cuando se volvió para mirarme, sus ojos azules centellearon como no lo habían hecho nunca cuando eran amarillos, y comprendí lo equivocado que estaba.

—No recuerdo que nadie se quejara cuando tú y tu inglesita aprendiz de Marian os pusisteis a formular Hechizos en la Frontera.

Lena se ruborizó y miró hacia otro lado.

Ridley tenía razón. Liv y yo habíamos realizado un Hechizo en la Frontera. Así fue como liberamos a Macon del Arco de Luz, y la razón por la que Liv nunca podría ser una guardiana. Era, además, un doloroso recuerdo de la época en que Lena y yo estábamos tan distanciados el uno del otro como puedan estarlo dos personas.

No dije nada. En su lugar me sumí en mis pensamientos, estrellándome y ardiendo en el silencio, mientras el señor Littleton intentaba convencernos de lo fascinante que iba a ser historia mundial. Fracasó. Traté de encontrar algo que decir que me rescatara de la incomodidad de los siguientes diez segundos. Fracasé.

Porque incluso aunque Liv no estuviera en el Jackson, y pasara sus días en los Túneles con Macon, seguía siendo la aguja en el ojo. El tema sobre el que Lena y yo no hablábamos. Solo había visto a Liv una vez desde la noche de la Decimoséptima Luna, y la echaba de menos. Aunque no pudiera decírselo a nadie.

Añoraba su loco acento británico y la forma en que pronunciaba Carolina, que sonaba como si dijera Carolina-r. Añoraba su selenómetro, que parecía un enorme reloj de plástico de hacía treinta años, y la forma en que siempre estaba escribiendo en su pequeño cuaderno rojo. Añoraba la forma en que bromeábamos y cómo se reía de mí. Añoraba a mi amiga.

Y lo más triste era que Lena, posiblemente, lo hubiera comprendido.

Pero no podía decírselo.

7 DE SEPTIEMBRE
Lejos de la carretera 9

D
espués del colegio, Link se quedó a jugar al baloncesto con los chicos. Ridley se negó a irse sin él mientras el equipo de animadoras permaneciera en el gimnasio, aunque no quisiera admitirlo.

Me quedé junto a las puertas del gimnasio viendo cómo Link regateaba por la cancha sin romper a sudar. Observé cómo encestaba desde la esquina, desde el tiro libre, desde la línea de tres puntos, desde el centro de la pista. Observé cómo los otros chicos se quedaban parados con la boca abierta. Observé al entrenador sentado al fondo de las gradas con su silbato atascado en la boca. Disfruté de cada minuto, casi tanto como Link.

—¿Lo echas de menos? —Lena estaba mirándome desde la puerta.

—En absoluto —negué con la cabeza—. No me apetece pasar el rato con esos chicos. —Sonreí—. Y por una vez, nadie nos mira. —Le tendí la mano y ella la cogió. La suya era cálida y suave.

—Salgamos de aquí —propuso.

Boo Radley
estaba sentado en la esquina del aparcamiento junto a la señal de stop, jadeando como si no hubiera suficiente aire en el mundo para refrescarlo. Me pregunté si Macon aún seguiría vigilándonos, a nosotros y a todos los demás, a través de los ojos Caster del perro. Llegamos hasta donde estaba y abrimos la puerta del coche.
Boo
no lo dudó.

Condujimos por la carretera 9, hasta donde las casas de Gatlin desaparecían para dejar paso a una sucesión de campos. En esta época del año, el campo solía ser una mezcla de verde y marrón —maíz y tabaco—. Pero este año todo era negro y amarillo, hasta donde el ojo alcanzaba: plantas muertas y cigarrones comiendo todo a su paso hasta la carretera. Podías oír cómo crujían bajo las ruedas. Parecía que algo estaba mal.

Ése era el otro tema del que no queríamos hablar. El apocalipsis que había caído sobre Gatlin en lugar del otoño. La madre de Link estaba convencida de que la ola de calor y los bichos eran consecuencia de la ira de Dios, pero yo sabía que se equivocaba. En la Frontera, Abraham Ravenwood había prometido que la elección de Lena afectaría tanto al mundo Caster como al de los Mortales. No bromeaba.

Lena miraba por la ventanilla, sus ojos fijos en los asolados campos. No había nada que pudiera decir para hacerla sentir mejor o menos responsable. La única cosa que podía hacer era tratar de distraerla.

—Hoy ha sido un día de locos, incluso para ser el primer día de clase.

—Me siento mal por Ridley. —Lena se levantó el cabello de los hombros, retorciéndolo en un despeinado moño—. No es ella misma.

—Lo que significa que ya no es una demoniaca Siren trabajando secretamente para Sarafine. ¿Por qué debería estar triste?

—Parece tan perdida.

—¿Quieres saber mi pronóstico? Va a volver a enrollarse con Link.

Lena se mordió el labio.

—Sí, bueno. Ridley todavía cree que es una Siren. Jugar con la gente es parte de su oficio.

—Apuesto a que echará abajo a todo el equipo de animadoras antes de haber terminado.

—Entonces la expulsarán —contestó Lena.

Frené al llegar al cruce, saliendo de la carretera 9 y tomando la dirección de Ravenwood.

—No antes de que incendie el Jackson hasta los cimientos.

Los robles crecían y se arqueaban sobre la carretera que llevaba a casa de Lena, haciendo que la temperatura bajara entre uno o dos grados.

La brisa que entraba por la ventanilla revolvía los oscuros rizos de Lena.

—No creo que Ridley pueda aguantar en esta casa. Toda mi familia actúa como si estuvieran locos. La tía Del no sabe si va o viene.

—Eso no es nada nuevo.

—Ayer la tía confundió a Ryan con Reece.

—¿Y Reece? —pregunté.

—Los poderes de Reece están por todas partes. Siempre se está quejando de ello. A veces me mira y empieza a divagar, y no sé si es por algo que ha leído en mi rostro o porque no puede leer nada en absoluto.

Reece ya era bastante excéntrica de por sí en circunstancias normales.

—Al menos tienes a tu tío.

—Más o menos. Tío Macon desaparece en los Túneles durante todo el día, y se niega a decir lo que está haciendo allí abajo. Como si no quisiera que lo supiera.

—¿Y de qué te extrañas? Él y Amma nunca quieren que sepamos nada. —Traté de aparentar que no estaba preocupado mientras las ruedas seguían aplastando más cigarrones.

—Han pasado semanas desde que volvió y aún no entiendo qué tipo de Caster es. Quiero decir, además de Luminoso. No quiere hablar de ello con nadie.
Ni siquiera conmigo.
Eso es lo que ella estaba tratando de decir.

—Tal vez no se conozca a sí mismo.

—Olvídalo. —Volvió la vista a la ventanilla y cogí su mano. Teníamos tanto calor que apenas sentí el ardor de su tacto.

—¿No puedes hablar con tu abuela?

—La abuela pasa la mitad de su tiempo en Barbados, tratando de entender las cosas. —Lena no dijo lo que de verdad significaba. Que su familia estaba tratando de encontrar la forma de restaurar el Orden, de desterrar el calor y los cigarrones y cualquier cosa a la que hubiera que prestar atención en el mundo Mortal—. Ravenwood tiene más hechizos Vinculantes sobre sí que una prisión Caster. Es tan claustrofóbico que me siento tan Vinculada como la casa. Da un nuevo significado a estar encallado. —Lena sacudió la cabeza—. Sólo espero que Ridley no lo note, al menos ahora que es Mortal.

No quise decir nada, pero estaba convencido de que Ridley lo notaba, porque a mí me pasaba. Cuando nos acercamos a la gran casa, pude sentir la magia, crepitando como si fuera un cable de alta tensión, una densa y espesa niebla que no tenía nada que ver con el tiempo.

La atmósfera de la magia Caster, Oscura y Luminosa.

Había podido sentirla desde que volvimos de la Frontera. Y cuando me acerqué a las retorcidas puertas de hierro forjado que marcaban los límites de Ravenwood, el aire a mi alrededor chasqueó, casi tan cargado como una tormenta eléctrica.

Las puertas en sí no eran la verdadera barrera. Los jardines de Ravenwood, tan descuidados cuando Macon desapareció, eran el único lugar en todo el condado que servían de refugio contra el calor y los bichos. Quizá fuera una muestra del poder de la familia de Lena, pero cuando atravesamos las puertas, pude sentir la energía del exterior empujando en un sentido mientras Ravenwood lo hacía en el otro. Ravenwood se mantenía firme, se advertía por el modo en que el interminable tono marrón de su entorno, aquí, en su recinto, se tornaba verde, de forma que los jardines permanecían intactos, sin mácula. Los arriates de Macon florecían y brillaban, sus árboles podados y en orden, las amplias praderas verdes recortadas y limpias, extendiéndose desde la gran casa hasta el río Santee. Incluso los senderos estaban rastrillados con grava nueva. Sólo los Hechizos y Vinculaciones mantenían Ravenwood a salvo. Pero el mundo exterior empujaba contra las rejas, como las olas estrellándose contra las rocas, batiendo el mismo arrecife sin descanso, para erosionar unos cuantos granos de arena cada vez. Al final las olas siempre se abren paso. Si el Orden de las Cosas estaba realmente roto, Ravenwood no podría continuar demasiado tiempo siendo el único baluarte de ese mundo perdido.

Subí con el coche fúnebre hacia la casa y antes de que pudiera decir una palabra estábamos fuera, en el húmedo aire del exterior. Lena se tiró sobre la hierba fresca y yo me dejé caer junto a ella. Había estado esperando este momento todo el día, y sentí pena por Amma, mi padre y el resto de Gatlin, atrapados en el pueblo bajo el ardiente cielo azul. No sabía cuánto más podría aguantar así.

Lo
sé.

Mierda. No pretendía…

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