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Authors: Kami García,Margaret Stohl

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

Hermoso Caos (51 page)

BOOK: Hermoso Caos
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—Sí quiere. Pero no desea que dejes a Jeanine Mayberry hacerlas. No quiere unas rancias patatas fritas puestas de cualquier manera por encima.

La tía Mercy asintió como si estuviera leyendo la Declaración de Independencia.

—Es cierto. Jeanine Mayberry dice que se hacen mejor de esa forma, pero Prudence Jane siempre sostuvo que era porque le salía más barato. —Su barbilla tembló.

La tía Mercy estaba hecha una calamidad. No había dejado de mojar pañuelos desde que supo que la tía Prue había fallecido. Tía Grace, en cambio, había tratado de distraerse escribiendo tarjetas de condolencia, informando a todo el mundo de lo mucho que sentía que tía Prue se hubiera ido, a pesar de que Thelma le explicó que eran los demás los que se suponía que debían mandárselas a ella. Tía Grace había mirado a Thelma como si estuviera loca.

—¿Por qué iban a enviármelas a mi? Éstas son mis tarjetas. Y mis noticias.

Thelma sacudió la cabeza, pero después de eso, no volvió a decir nada.

Cada vez que había algún desacuerdo por algo, me hacían volver a leer la carta. La voluntad de tía Prue era tan excéntrica y específica como mi tía Prue en sí misma.


«Queridas Chicas
—empezaba la carta. Entre ellas las Hermanas no eran nunca las Hermanas. Eran siempre las Chicas—.
Si estáis leyendo esto es porque he sido llamada para mi Gran Recompensa. Y a pesar de que estaré ocupada conociendo a mi Hacedor, estaré observándoos para asegurarme de que el funeral se hace siguiendo mis especificaciones. Y no creáis que no saldré de mi tumba hasta el mismo centro del pasillo de la iglesia si Eunice Honeycut pone un pie en el edificio».

Sólo la tía Prue necesitaría un guardaespaldas para su funeral.

Y así seguía a partir de ahí. Pero, aparte de estipular que los cuatro
Harlon James
asistieran junto con
Lucille Ball
y de seleccionar un arreglo musical, de alguna forma escandaloso, de la canción
Asombrosa Grace
y una versión equivocada de
Quédate a mi lado,
la mayor sorpresa era su panegírico.

Quería que fuera Amma quien lo dijera.

—¡Qué disparate! —soltó Amma.

—Es lo que quería la tía Prue. Mira. —Le tendí el papel.

Amma no quiso mirarlo.

—Entonces está tan loca como todos vosotros.

Le di unas palmaditas en la espalda.

—No tiene sentido discutir con los muertos, Amma. —Me miró furiosa y yo me encogí de hombros—. Al menos no tienes que alquilar un esmoquin.

Mi padre se levantó del último escalón donde estaba sentado, con gesto abatido.

—Bueno, más vale que vaya a recoger las gaitas.

Al final, las gaitas fueron un regalo de Macon. Cuando supo de la petición de la tía Prue, insistió en traerlas directamente del Club Highlands Elk de Columbia, la capital del estado. Al menos, eso es lo que dijo. Conociéndole, y también los Túneles, estaba seguro de que habían llegado de Escocia esa misma mañana. Tocaron
Asombrosa Grace
de forma tan hermosa cuando la gente empezó a llegar que nadie se atrevía a entrar en la iglesia. Una enorme multitud se formó alrededor de la entrada principal y en la acera, hasta que el reverendo insistió en que pasaran dentro.

Me quedé en la puerta, observando la multitud. Un coche fúnebre —un auténtico coche fúnebre, no el de Lena y Macon— estaba aparcado delante del edificio. La tía Prue iba a ser enterrada en el Cementerio de Summerville hasta que el Jardín de la Paz Perpetua reabriera sus puertas. Las Hermanas lo llamaban el Nuevo Cementerio, dado que sólo llevaba abierto setenta años.

La visión del coche fúnebre me trajo a la memoria la primera vez que vi a Lena conduciendo por Gatlin de camino al colegio el año pasado. Recuerdo haber pensado que era un presagio, tal vez incluso uno malo.

¿Lo había sido?

Echando la vista atrás a todo lo que había pasado, todo lo que había sucedido desde ese coche fúnebre hasta éste, todavía no podía decirlo.

Y no era a causa de Lena. Ella siempre sería lo mejor que me había pasado nunca. Sino porque las cosas habían cambiado.

Ambos habíamos cambiado. Eso lo tenía claro.

Pero Gatlin también había cambiado, y eso era lo más difícil de entender.

Así que permanecí en la puerta de la capilla, viendo cómo sucedía. Dejando que sucediera, porque no tenía elección. La Decimoctava Luna estaba a sólo dos días. Si Lena y yo no conseguíamos descifrar lo que quería la Lilum —y quién era el Uno Que Son Dos— no habría forma de predecir qué más cosas cambiarían. Tal vez este coche fúnebre era otro infausto presagio de las cosas que vendrían.

Habíamos pasado horas en el archivo, sin ningún resultado. Sin embargo, sabía que ahí era donde volveríamos Lena y yo en cuanto el funeral terminara. No había otra cosa que hacer más que seguir intentándolo. Incluso si parecía inútil.

No puedes luchar contra el destino.

¿Era eso lo que había dicho mi madre?

—No veo mi coche tirado por caballos. Caballos blancos, es lo que decía mi carta. —Habría reconocido esa voz en cualquier parte.

La tía Prue estaba de pie a mi lado. Sin halos ni brillos. Simplemente una tía Prue nítida como el día. Si no hubiera llevado las ropas con las que murió, la habría confundido con una de las invitadas a su propio funeral.

—Sí, bueno. Tuvimos algunos problemas para encontrarlos, dado que no eres Abraham Lincoln.

Me ignoró.

—Creí haber dejado claro que quería a Sissy Honeycutt como única solista de
Asombrosa Grace,
igual que hizo en el funeral de Charlene Watkins. Y no la veo. Aunque estos tipos han puesto muchos pulmones en ello, lo que me parece muy bien.

—Sissy Honeycutt dijo que tendríamos que invitar a Eunice si queríamos que cantara. —Ésa fue suficiente explicación para tía Prue. Volvimos al tema de los gaiteros—. Creo que es el único himno que conocen. No estoy seguro de que sean sureños.

—Pues claro que no —sonrió.

La música se propagó por encima de la multitud, atrayendo a todo el mundo un poco más cerca. Pude advertir que la tía Prue estaba complacida, por mucho que dijera lo contrario.

—Aun así, es una buena multitud. La más grande que he visto en años. Más grande que las de todos mis maridos juntos. —Me miró—. ¿No lo crees, Ethan?

—Sí, señora —sonreí—. Es una buena multitud. —Metí un dedo para aflojar el cuello de mi camisa de esmoquin. Estaba a punto de desmayarme bajo los treinta y ocho grados de calor invernal. Pero eso no se lo dije.

—Ahora ponte bien la chaqueta y muestra un poco de respeto por la
difunta.

Amma y mi padre habían llegado a un trato sobre el panegírico. Amma no lo diría, pero leería un poema. Cuando finalmente nos dijo lo que iba a leer, nadie le dio importancia. Salvo porque significaba que teníamos que tachar dos apartados de la lista de la tía Prue.

«Quédate conmigo; rápido cae el véspero,

la oscuridad se acrecienta, Señor, quédate conmigo.

cuando otros servidores abandonan y el consuelo huye,

ayuda a los desvalidos, oh quédate conmigo.

rápida hacia su final escapa la vida del pequeño día;

la tierra se alegra de crecer oscura; su gloria pasa;

cambio y decadencia a mi alrededor contemplo;

oh, Tú que no cambias, quédate conmigo».

Las palabras me alcanzaron como balas. La oscuridad se acrecienta, y aunque no sabía lo que significaba el véspero, sentí como si cayera sobre nosotros a toda velocidad. No era sólo el consuelo lo que se escabullía, era algo más que la alegría de la Tierra y su gloria lo que estaba pasando.

Amma tenía razón. Y lo mismo el tipo que escribió el himno. El cambio y la decadencia era lo único que se podía ver.

No sabía si había algo o alguien que no cambiara, pero si lo había, haría algo más que pedirle que se quedara conmigo.

Quería que me rescatara.

Cuando Amma dobló el papel, no se oía ni el ruido de una mosca. Se irguió en el podio, cada parte de ella recordando a Sulla la Profetisa. Entonces fue cuando entendí lo que había hecho.

No era un poema, no en la forma en que lo había leído. Ni siquiera era un himno.

Era una profecía.

20 DE DICIEMBRE
Híbrido

E
staba en la parte superior del blanco depósito de agua, con la espalda al sol. Mi sombra descabezada caía a través del cálido y pintado metal, desapareciendo por el borde hasta el cielo.

ESTOY ESPERANDO.

Ahí estaba. Mi otra mitad. El sueño avanzaba a trompicones como una película que hubiera visto tantas veces que, inconscientemente, la empezaba a cortar y montar yo mismo, como para dejar sólo algunos fotogramas…

Golpe fuerte.

Patadas en la barbilla
Peso muerto.

Caída…

—¡Ethan!

Rodé fuera de la cama y aterricé en el suelo de mi dormitorio.

—No me sorprende que los Íncubos se aparezcan en tu habitación, sigues durmiendo como los muertos. —John Breed estaba frente a mí. Desde donde estaba tumbado, parecía medir seis metros de altura. Y también parecía que pudiera patear mi culo mejor de lo que yo había estado haciéndolo con el mío en el sueño.

Era un pensamiento extraño. Pero lo que vino después fue aún más extraño.

—Necesito tu ayuda.

John estaba sentado en la silla de mi escritorio, que ya empezaba a considerar como la silla de los Íncubos.

—Desearía que vosotros los Íncubos pudierais encontrar alguna forma de dormir. —Me puse mi gastada camiseta de Harley Davidson por la cabeza. Irónico, considerando que estaba sentado enfrente de John.

—Sí. Aunque no es realmente una opción. —Levantó la vista hacia el techo azul.

—Entonces desearía que pudierais imaginar lo que el resto de nosotros necesitamos…

John me interrumpió.

—Soy yo.

—¿Qué?

—Liv me ha contado todo. El Uno Que Son Dos soy yo.

—¿Estás seguro? —Yo mismo no sabía si creerle.

—Sí. Lo he descubierto hoy en el funeral de tu tía.

Eché un vistazo al reloj. Debía haber dicho ayer, y yo debería estar durmiendo.

—¿Cómo?

Se levantó y empezó a recorrer la habitación.

—Siempre he sabido que era yo. Nací para ser dos cosas. Pero en el funeral, supe que esto era algo que tenía que hacer. Lo sentí cuando la Vidente estaba hablando.

—¿Amma? —Sabía que el funeral de la tía Prue había sido muy emotivo para mi familia, para todo el pueblo en realidad, pero no esperaba que afectara a John. Él no formaba parte de ninguna de esas cosas—. ¿Qué quieres decir con que siempre lo has sabido?

—Mi cumpleaños es mañana, ¿no es así? Mi Decimoctava Luna. —No parecía muy contento por ello, y no pude culparle. Considerando que traería el fin del mundo y todo eso.

—¿Sabes lo que estás diciendo? —Seguía sin confiar en él.

Asintió.

—Se supone que debo hacer el intercambio, como dijo la Reina Demonio. El patético y malogrado experimento de mi vida por un Nuevo Orden. Ya casi me siento mal por el universo. Me llevo una ganga. Salvo por el hecho de que no estaré ahí para verlo.

—Pero Liv estará —dije.

—Liv estará. —Se dejó caer en la silla, sujetando su cabeza entre las manos.

—Maldición.

Levantó la vista.

—¿Maldición? ¿Eso es lo mejor que se te ocurre? Estoy dispuesto a dejar mi vida aquí.

Casi podía imaginar lo que pasaba por su mente; lo que podía hacer que un chico como él quisiera morir. Casi.

Sabía lo que se sentía al estar dispuesto a sacrificarte por la chica que amabas. Yo iba a hacer lo mismo en la Frontera, cuando nos enfrentamos a Abraham y a Hunting. En Honey Hill, cuando nos enfrentamos al fuego y a Sarafine. Hubiera muerto por Lena un millón de veces.

—A Liv no le va a hacer ninguna gracia.

—No. No le hará —coincidió—. Pero lo entenderá.

—Creo que cosas como éstas son difíciles de entender. Yo ya llevo tiempo intentándolo.

—¿Sabes cuál es tu problema, Mortal?

—¿El fin del mundo?

John sacudió la cabeza.

—Que piensas demasiado.

—¿En serio? —Casi me reí.

—Confía en mí. A veces tienes que confiar en el instinto de tus entrañas.

—¿Y qué quieren tus entrañas que haga yo? —pregunté despacio, sin mirarle.

—No lo sabía hasta que entré aquí. —Caminó hacia mí y me agarró del brazo—. El lugar con el que estás soñando. La gran torre blanca. Ahí es donde necesito llegar.

Antes de que pudiera decirle lo que pensaba sobre que buceara en mis sueños al estilo Íncubo, escuché el desgarro y habíamos desaparecido…

No podía ver a John. No podía ver nada salvo la oscuridad y una tira plateada de luz ensanchándose. Cuando avancé, escuché de nuevo el desgarro, y vi su rostro.

Liv estaba esperándonos arriba del depósito de agua.

Se abalanzó sobre nosotros, furiosa. Pero no me miraba a mí.

—¿Estás completamente loco? ¿Acaso pensabas que no averiguaría lo que tramabas? ¿A dónde ibas a venir? —Se echó a llorar.

John se colocó delante de mí.

—¿Cómo has sabido dónde estaba?

Ella agitó una hoja de papel en el aire.

—Dejaste una nota.

—¿Le dejaste una nota? —pregunté.

—Sólo para despedirme… y esas cosas. No dije a dónde iba.

Sacudí la cabeza.

—Es Liv. ¿No pensaste que lo averiguaría?

Ella levantó su muñeca. Los diales del selenómetro giraban enloquecidos.

—¿El Uno Que Son Dos? ¿No pensaste que sabría al momento que eras tú? Si no te hubieras acercado a mí cuando escribía sobre eso, nunca te lo habría dicho.

—Liv.

—Llevo meses tratando de encontrar una forma de no pasar por esto. —Cerró los ojos.

Él extendió su brazo para cogerla.

—He tratado de encontrar una forma de no implicarte.

—No tienes por qué hacer esto. —Liv sacudió la cabeza y John la estrechó contra su pecho, besando su frente.

—Sí. Tengo que hacerlo. Por una vez en mi vida, quiero ser el tipo que hace lo correcto.

Los ojos azules de Liv estaban enrojecidos de llorar.

—No quiero que te vayas. Apenas acabamos de… nunca he tenido la oportunidad. Nunca hemos tenido la oportunidad.

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