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Authors: Kami García,Margaret Stohl

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

Hermoso Caos (49 page)

BOOK: Hermoso Caos
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La tierra bajo nuestros pies se estaba resquebrajando rápidamente, desgarrándose como una costura.

—¡No podemos dejarlo atrás! ¡Ni a ellos! —La voz de Lena sonaba derrotada—. ¡Estamos atrapados!

—Tal vez no. —Miré hacia la ladera de la colina y vi al Cacharro deslizándose por la carretera un poco más abajo de donde estábamos. Link iba conduciendo como si su madre le hubiera pillado bebiendo en la iglesia. Había algo delante del Cacharro, moviéndose aún más rápidamente que el coche.

Era
Boo.
Pero no el perro holgazán que dormía a los pies de la cama de Lena. Éste era el perro Caster con aspecto de lobo y que corría más rápido que ninguno.

Lena miró hacia atrás.

—¡Nunca lo conseguiremos!

Abraham aún seguía de pie en la distancia, intacto a pesar de los vientos que se arremolinaban en torno a él. Se volvió para mirar hacia la ladera de la colina, donde el Cacharro avanzaba por la carretera de más abajo.

Yo también bajé la vista. Link estaba asomado por la ventanilla y me gritaba. No podía oírle, pero para lo que fuera que me estuviera diciendo que hiciéramos —saltar, correr, no sabía qué— no había tiempo.

Negué con la cabeza silenciosamente, mirando hacia Abraham una última vez. Los ojos de Link siguieron mi mirada.

Entonces él desapareció.

El Cacharro aún seguía moviéndose, pero el asiento del conductor estaba vacío.
Boo
saltó fuera del camino mientras el coche pasaba a su lado a toda velocidad, ignorando la curva de la carretera, y volcaba dando varias vueltas de campana.

Vi cómo el techo se hundía al mismo tiempo que escuché el desgarro…

Una mano me agarró del brazo. Fui lanzado al oscuro vacío que transportaba Íncubos de un sitio a otro, pero no necesité verla para saber que era la mano de Link la que se clavaba en mi piel.

Aún seguía cayendo en espiral por el vacío cuando sentí sus dedos resbalarse. Entonces caí, y el mundo se hizo nuevamente visible. Fragmentos de cielo oscuro y destellos de marrón…

Mi espalda chocó con algo duro, más de una vez. Observé el cielo alejarse más y más cada vez a medida que me acercaba al suelo. Luego, mi cuerpo se dio contra algo sólido y súbitamente dejé de caer.

¡Ethan!

Mi brazo estaba atrapado y el dolor me llegaba hasta el hombro. Parpadeé. Estaba atascado en un mar de largas y marrones… ¿ramas?

—Tío, ¿estás bien? —Me volví lentamente hacia el sonido de su voz. Link estaba de pie en la base de un árbol, con la vista alzada hacia mí. Lena, a su lado, me miraba totalmente aterrorizada.

—Estoy atrapado en un árbol. ¿Tú qué crees?

El alivio asomó en la cara de Lena.

—Creo que acabo de salvarte el culo con mis superpoderes. —Link estaba sonriendo.

—Ethan, ¿puedes bajar? —preguntó Lena.

—Sí. No creo que tenga nada roto. —Desenrosqué mis piernas de las ramas con cuidado.

—Puedo trasladarte al suelo —ofreció Link.

—No, gracias. Ya puedo solo. —Me asustaba pensar dónde podría acabar si volvía a intentarlo.

Me dolía todo el cuerpo con cada movimiento, así que tardé unos minutos en descender. En cuanto estuve en el suelo, Lena me rodeó con sus brazos.

—¡Estás bien!

No quise mencionar que si me apretaba más fuerte no lo estaría. Podía sentir la escasa energía que me quedaba saliendo de mí.

—Eso creo.

—Oye, vosotros dos sois más pesados de lo que parecéis. Y ha sido mi primera vez. Es la falta de entrenamiento. —Link aún estaba sonriendo—. Os he salvado la vida.

—Lo has hecho, tío. Estaríamos muertos si no fuera por ti. —Levanté el puño.

Link entrechocó sus nudillos contra los míos.

—Supongo que eso me convierte en héroe.

—Genial. Ahora tu ego se va a volver aún más grande, si eso es posible. —Sabía lo que en realidad le estaba diciendo:
gracias por salvar mi culo y a la chica a la que quiero.

Lena le abrazó.

—Bueno, eres mi héroe.

—Tuve que sacrificar el Cacharro. —Miró por encima de mí—. ¿Cómo ha quedado?

—Mal.

Se encogió de hombros.

—Nada que un poco de cinta adhesiva no pueda arreglar.

—Espero que tengas mucha. Por cierto, ¿cómo nos has encontrado?

—¿Sabéis lo que se dice sobre que los animales pueden presentir los tornados, terremotos y cosas así? Pues supongo que les pasa lo mismo a los Íncubos.

—El terremoto —susurró Lena—. ¿Crees que habrá alcanzado al pueblo?

—Lo ha hecho —contestó Link—. Main Street se ha abierto justo por la mitad.

—¿Está todo el mundo bien? —Me refería a Amma, a mi padre y a mis tías abuelas centenarias.

—No lo sé. Mi madre se ha llevado a un montón de gente a la iglesia y están encerrados allí. Dijo algo sobre los cimientos y el acero de las vigas y algo más que debió de ver en el canal de naturaleza. —No hay nada como dejar a la señora Lincoln rescatar a todos los de su calle con su programación educativa y su talento para coordinar a la gente de alrededor—. Cuando me marché, estaba gritando algo sobre el Apocalipsis y las siete plagas.

—Tenemos que llegar a mi casa. —No vivíamos tan cerca de la iglesia como Link, y estaba casi seguro de que Wate's Landing no había sido construido para soportar terremotos.

—No hay manera. El asfalto se abrió justo detrás de mí en cuanto salí de la carretera 9. Vamos a tener que atravesar el Jardín de la Paz Perpetua. —Resultaba difícil creer que Link se estuviera ofreciendo voluntariamente para atravesar el cementerio de noche, en mitad de un terremoto sobrenatural.

Lena apoyó su cabeza en mi hombro.

—Tengo un mal presentimiento sobre esto.

—¿Sí? Bueno, yo tengo un mal presentimiento desde que regresé del País de Nunca Jamás y me convertí en Demonio.

Cuando atravesamos las verjas del Jardín de la Paz Perpetua, todo era tranquilidad. A pesar de las resplandecientes cruces, estaba tan oscuro que apenas se podía ver. Los cigarrones se estaban volviendo locos y zumbaban tan fuerte que parecía que estuviéramos en medio de un avispero. Los relámpagos rasgaban la oscuridad, resquebrajando el cielo igual que el terremoto había resquebrajado la tierra.

Link iba delante ya que era el único que podía ver algo en la nada.

—¿Sabéis? Creo que mi madre tiene razón en una cosa. En la Biblia dice que habrá terremotos al final.

Le miré como si estuviera loco.

—¿Cuándo fue la última vez que leíste la Biblia? ¿En la catequesis cuando teníamos nueve años?

Se encogió de hombros.

—Sólo era un comentario.

Lena se mordió el labio inferior.

—Link podría tener razón. ¿Qué pasa si no ha sido Abraham el que ha causado esto, sino que es consecuencia de haberse roto el Orden? ¿Como el calor y los cigarrones y el lago desecado?

Sabía que se sentía responsable, pero esto no había sido causado por el Final de los Días Mortal. Esto era un apocalipsis sobrenatural.

—¿Justo cuando Abraham estaba leyendo sobre partir la tierra en dos y dejar salir a todos los Demonios?

Link miró por encima de mí.

—¿Qué quieres decir con eso de dejar salir a los Demonios? ¿Dejarlos salir de dónde?

La tierra empezó a temblar de nuevo. Link se detuvo y escuchó. Parecía como si estuviera tratando de determinar de dónde venía el temblor, o dónde golpearía ahora. El estruendo cambió a un crujido, como si estuviéramos debajo de un porche que estuviera a punto de desmoronarse. Sonaba como una tormenta subterránea.

—¿Va a haber otro terremoto? —Me sentía incapaz de decidir si era mejor echar a correr o quedarse quieto.

Link miró alrededor.

—Creo que deberíamos… Bajo nuestros pies la tierra se escindió y escuché el ruido del asfalto agrietándose. No había a dónde ir ni tampoco tiempo para llegar a ninguna parte. El asfalto se hundía a mi alrededor, pero no estaba cayendo. Fragmentos de carretera estaban siendo propulsados hacia el cielo.

Se chocaban unos con otros, formando un deforme triángulo de hormigón, hasta que pararon. Las brillantes cruces empezaron a titilar.

—Dime que no es lo que pienso. —Link empezó a retroceder dejando atrás la hierba muerta, salpicada de flores de plástico y lápidas. Parecía como si las losas se movieran. O quizás era otra réplica que llegaba o algo peor.

—¿De qué estás hablando? La primera lápida se desprendió del suelo antes de que tuviera tiempo de responder. Era otro terremoto. —Al menos es lo que pensé.

Pero estaba equivocado.

Las lápidas no estaban derrumbándose.

Estaban siendo empujadas desde abajo.

Piedras y tierra volaban por los aires y volvían a caer como bombas lanzadas desde el cielo. Podridos ataúdes se abrían paso a través del suelo. Cajas de pino centenarias y féretros lacados de color negro rodaban colina abajo, abriéndose y dejando cadáveres descompuestos en su camino. El olor era tan nauseabundo que Link se llevó la mano a la boca.

—¡Ethan! —gritó Lena.

Agarré su mano.

—¡Corre!

Link no necesitó que se lo dijera dos veces. Huesos y tablones flotaban en el aire como metralla, pero Link se llevaba los golpes por nosotros como un buen defensa.

—Lena, ¿qué está pasando? —No dejé de agarrar su mano.

—Creo que Abraham ha abierto algún tipo de puerta al Inframundo. —Tropezó y tiré de ella para ponerla de pie.

Alcanzamos la colina que daba a la parte más vieja del cementerio, aquélla por la que había empujado la silla de ruedas de la tía Mercy más veces de las que podría contar. La colina estaba en penumbra y traté de esquivar los enormes agujeros que apenas podía distinguir.

—¡Por aquí! —Link ya estaba en la cima. Se detuvo y pensé que nos estaba esperando. Pero cuando llegamos arriba, comprendí que lo que estaba mirando fijamente era el camposanto.

Los mausoleos y tumbas habían explotado, llenando el suelo de pedazos de piedra tallada, huesos y trozos de cadáveres. Había incluso un cervatillo de plástico tirado en la tierra. Parecía como si alguien hubiera excavado cada tumba de la colina.

Distinguí un cadáver de pie al final de lo que solía ser el lado bueno de la ladera. Por el estado de decadencia en que se encontraba se diría que llevaba algún tiempo enterrado. El cuerpo nos estaba mirando, pero no tenía ojos. Las cuencas estaban totalmente vacías. Había algo dentro, animando lo que quedaba de cuerpo, de la misma forma que la Lilum se había metido dentro de la señora English.

Link levantó el brazo para que nos mantuviéramos detrás de él.

El cadáver ladeó la cabeza, como si estuviera escuchando. Luego una oscura niebla brotó de sus ojos, nariz y boca. El cuerpo se quedó fláccido y cayó al suelo. La niebla giró en espiral como un Vex, y luego salió disparada hacia el cielo fuera del cementerio.

—¿Qué era? ¿Un Sheer? —pregunté.

Link respondió antes que Lena.

—No. Era algún tipo de Demonio.

—¿Cómo lo sabes? —susurró Lena, como si tuviera miedo de despertar a más muertos.

Link miró hacia otro lado.

—Igual que un perro sabe cuando ve a otro perro.

—A mí no me ha parecido un perro. —Intenté hacerle sentir mejor, aunque a estas alturas era imposible.

Link se quedó mirando el cuerpo que yacía en el suelo justo donde unos momentos antes había estado el Demonio.

—Tal vez mi madre tenga razón y éste sea el Final de los Días. Tal vez vaya a tener ocasión de utilizar su trituradora de maíz, sus máscaras de gas y su balsa hinchable, después de todo.

—¿Una balsa? ¿Es eso lo que tenéis amarrado al techo de vuestro garaje?

Link asintió.

—Sí. Para cuando las aguas crezcan e inunden las tierras bajas del país y Dios se tome la revancha sobre todos nosotros, pecadores.

Sacudí la cabeza.

—Dios no, Abraham Ravenwood.

El suelo finalmente había dejado de temblar, pero ni lo notamos.

Los tres estábamos temblando tan violentamente que era imposible sentirlo.

17 DE DICIEMBRE
Extraña transición

D
ieciséis cuerpos yacían en el depósito del condado. De acuerdo con la Canción de Presagio de mi madre, deberían haber sido dieciocho. No sabía por qué habían parado los terremotos ni por qué había desaparecido el ejército de Vex de Abraham. Tal vez destruir el pueblo había perdido su encanto una vez que nos habíamos alejado y la ciudad había quedado destruida. Pero conociendo a Abraham seguro que había una razón. Todo lo que sabía es que este tipo de matemáticas absurdas, ese espacio donde lo racional se encontraba con lo sobrenatural se parecía mucho a lo que se había convertido mi vida actual.

Y sabía, sin lugar a dudas, que dos cuerpos más se unirían a los dieciséis. Hasta ese punto creía en las canciones. Diecisiete y Dieciocho. Ésos eran los números que tenía en el fondo de mi mente mientras conducía hacia la Residencia del Condado. El poder también estaba ahí fuera.

Y tenía la terrible sensación de saber quién iba a ser el número diecisiete.

El generador de seguridad se encendía y apagaba, según advertí cuando vi que las luces de emergencia parpadeaban de forma intermitente. Bobby Murphy no estaba ante el mostrador principal; de hecho no había nadie. Los catastróficos eventos ocurridos en el Jardín de la Paz Perpetua no iban a despertar demasiada curiosidad en la Residencia del Condado, un lugar sobre el que la mayoría de la gente no sabía nada hasta que la tragedia lo sacudió. Me pregunté si habría dieciséis mesas de autopsia en el depósito. Estaba casi seguro de que no.

Sin embargo, un viaje al depósito probablemente fuera un trayecto bastante común allí. Había más de una puerta giratoria entre los muertos y los vivos cuando recorrías esos pasillos. Cuando traspasabas las puertas de la Residencia del Condado tu universo se encogía, haciéndose cada vez más pequeño, hasta que todo tu mundo se reducía a tu pasillo, tu enfermera y tu antiséptica habitación color melocotón de dos metros y medio por tres.

Una vez que entrabas aquí, ya no te importaba demasiado lo que sucedía en el exterior. Este lugar era una especie de mundo intermedio. Máxime cuando cada vez que cogía la mano de la tía Prue, sentía que acababa en otro mundo.

Ya nada parecía real, lo que resultaba irónico, porque fuera de esos muros las cosas eran más reales de lo que habían sido nunca. Y si bien no era capaz de decidir qué hacer con algunas de ellas —como una poderosa Lilum del mundo de los Demonios, una deuda de sangre pendiente que estaba destruyendo Gatlin y unos cuantos mundos más allá— no iban a quedar melocotones antisépticos a los que poder llamar casa.

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