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Authors: Laurent Binet

Tags: #Bélico, Histórico

HHhH (24 page)

BOOK: HHhH
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Incluso si su puesto de protector le permite ahora cortocircuitar la vía jerárquica y tener un acceso directo a Hitler, Heydrich no se acaba de decidir a suplantar a Himmler: sabe que no hay que subestimar a su jefe, por muy insignificante que pueda parecer, y además, su posición de número dos de la SS le permite protegerse detrás de él si vienen mal dadas, aguardando el día en que llegue a ser tan poderoso que no tema a nadie.

Por el momento, los rivales directos de Heydrich son de menor envergadura: Alfred Rosenberg, ministro de los Territorios del Este y teórico de la colonización en esos territorios; Oswald Pohl, inspector general de los campos de concentración, responsable como él de una «oficina central» (
Hauptamt
, la
HA
en la
RSHA
) en el seno de la SS; Hans Frank, gobernador general de Polonia, su homólogo en Varsovia; o incluso Canaris, jefe del Abwehr, su homólogo en la Wehrmacht… Es verdad que si se acumulan las funciones y atribuciones, el poder de todos ellos, uno a uno, sobrepasa el suyo. Pero, en cuanto al dominio de cada uno, la amplitud se restringe. Desde esta perspectiva, hay que añadir también a Dalüge, jefe de la policía general, otra «oficina central» dependiente directamente de Himmler en el organigrama SS. Como es obvio, su acción se limita a las tareas de gendarmería, mantenimiento del orden, derecho común, etc., pero eso no quita que la Orpo, la Schupo y la Kripo, aun careciendo del poderío y del negro prestigio de la Gestapo, constituyan por añadidura otras policías más que escapan al control de Heydrich.

Por tanto, el camino todavía es largo. Pero Heydrich, como ha demostrado con creces, no es hombre que se desanime fácilmente.

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He encontrado esta anécdota en muchos libros: Himmler asiste a una sesión de ejecuciones en Minsk y se desmaya cuando le salpica la sangre de dos muchachas asesinadas justo delante de sus ojos. A raíz de esa penosa escena fue cuando tomaría conciencia de la necesidad de hallar otro medio de llevar a cabo el trabajo de eliminación de judíos y demás
Untermenschen
menos agotador para los nervios de los ejecutores.

Pero, si he dar crédito a mis notas, el final de las ejecuciones coincide con una toma de conciencia similar por parte de Heydrich, cuando también él hizo una visita de inspección, un día en que estaba acompañado por «Gestapo Müller», su subordinado.

Los
Einsatzgruppen
, una vez metidos en faena, procedían siempre más o menos de la misma manera: hacían cavar una gigantesca zanja, llevaban allí a centenares e incluso a millares de judíos o de supuestos opositores recogidos de las ciudades o de los pueblos circundantes, los alineaban en el borde y los ametrallaban. En ocasiones, los ponían de rodillas para dispararles un tiro en la nuca. Pero la mayoría de las veces ni siquiera se molestaban en comprobar si todos estaban muertos, y unos cuantos llegaron a ser enterrados vivos. Algunos sobrevivieron, protegidos debajo de un cadáver, medio muertos ellos mismos, mientras esperaban que cayera la noche para subir a la superficie escarbando en la tierra bajo la que estaban sepultados (pero esos casos fueron verdaderamente milagrosos). Varios testigos han descrito el espectáculo de esos cuerpos amontonados los unos sobre los otros, cual masa hormigueante de la que se escapaban los gritos y los gemidos de los que agonizaban. Las zanjas eran cerradas de nuevo inmediatamente. En total, con este método primitivo, los
Einsatzgruppen
liquidaron alrededor de un millón y medio de personas, judíos y otros, pero sobre todo judíos.

Heydrich, en compañía unas veces de Himmler, otras de Eichmann o de Müller, asistió a varias de esas ejecuciones. Durante una de ellas, una mujer joven le tendió su bebé para que lo salvara. La madre y el niño fueron abatidos allí mismo delante de él. Heydrich, más hermético que Himmler ante cualquier forma de sensiblería, no se desmayó. Pero, sin embargo, impresionado por la crueldad de la escena, se preguntó por la pertinencia de esa modalidad de ejecución. Y, como a Himmler, le inquietó su desastroso efecto en la moral y los nervios de sus valerosos SS. Mientras lo pensaba, destapó su cantimplora y echó un trago de
slivovice
. El
slivovice
es un aguardiente checo hecho a base de ciruela, muy fuerte y, en opinión de numerosos checos, nada bueno. Gran bebedor, Heydrich debió de cogerle gusto a raíz de vivir en Praga.

No obstante, transcurrirá todavía cierto tiempo antes de llegar a la conclusión de que sus
Einsatzgruppen
no constituyen necesariamente la solución ideal para resolver la cuestión judía. Cuando en julio de 1941 efectuó su primera inspección con Himmler, también en Minsk, donde ambos fueron en el tren especial del Reichsführer, Heydrich, al igual que su jefe, no halló nada censurable en la matanza a la que había asistido. Hubieron de pasar varios meses hasta que uno y otro comprendieran que tal procedimiento hacía entrar al nazismo y a Alemania en una esfera de barbarie que corría el riesgo de granjearle al Tercer Reich la condena de las generaciones futuras. Había que hacer algo para remediarlo. Pero el desarrollo de las matanzas estaba tan avanzado que el único remedio que encontraron fue Auschwitz.

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Sorprendentemente, durante este sombrío y horrible periodo, el número de matrimonios checos aumenta. Incluso hay una razón para ello. El Servicio de Trabajo Obligatorio, a comienzos de 1942, sólo concierne por el momento a los solteros. Por eso es notable un aumento significativo de ciudadanos checos que se casan apresuradamente. Pero como era de esperar el asunto no pasa desapercibido a la mirada inquisitorial de los servicios de Heydrich. Se decide por tanto que el STO checo se extienda a todos los ciudadanos checos varones sin restricción alguna. Así, decenas de miles de trabajadores checos, casados o solteros, serán enviados a la fuerza a las cuatro esquinas del Reich con el fin de servir de mano de obra allí donde se necesite, es decir, por todas partes, ya que la Wehrmacht se traga a los trabajadores alemanes por millones. Se cruzan allí polacos, belgas, daneses, holandeses, noruegos, franceses, etc.

Esta política no carece de efectos secundarios. En uno de los numerosos informes de la RSHA que aterrizan invariablemente sobre la mesa de Heydrich, puede leerse:

«Desde diferentes lugares del Reich, donde están empleados millones de trabajadores extranjeros, oímos hablar de casos de relaciones sexuales con mujeres alemanas. El peligro de debilitamiento biológico está en con stante aumento. El número de quejas relativas a jóvenes de sangre alemana que buscan trabajadores checos para mantener relaciones sentimentales no deja de multiplicarse.»

Supongo que Heydrich, después de leer ese informe, pondría mala cara. Besar a extranjeras no es algo que a él le moleste en absoluto. Pero que mujeres arias ardientes busquen aparearse con unos metecos, eso le repugna, y supone una razón añadida para despreciar a las mujeres en general. Es cierto, sin embargo, que Lina jamás podría hacer una cosa semejante, ni siquiera para vengarse de sus infidelidades: Lina es una verdadera alemana, de sangre pura, de sangre noble, que antes preferiría matarse que acostarse con un judío, un negro, un eslavo, un árabe o cualquier otro hombre de una raza inferior. No como esas puercas sin conciencia, que no merecen ni ser alemanas. Las pondría a todas en un burdel, y cuanto antes, o en esos criaderos de arios, esos picaderos donde las jóvenes rubias esperan a que las monten los sementales de las SS. Habría que ver entonces si alguien se quejaría.

Me pregunto cómo los nazis acomodaban su doctrina a la belleza de las eslavas: no sólo pueden encontrarse en la Europa del este las mujeres más bellas del continente, sino que con frecuencia además muchas de ellas son rubias con ojos azules. Por otra parte, cuando Goebbels mantuvo relaciones con Lida Baarová, espléndida actriz checa, no parece que se planteara demasiadas cuestiones sobre la pureza racial. Quizá no dejara de pensar que su belleza fatal la hacía apta para la germanización. Si pensamos en el físico degenerado de la mayoría de los dignatarios nazis —y Goebbels con su cojera es uno de sus más genuinos especímenes—, no podemos más que reírnos al imaginar ese temor al «debilitamiento de la raza» que los obsesionaba tanto. Pero en cuanto a Heydrich, evidentemente, la cosa es distinta. Él no es un retaco moreno y su físico porta en alto el estandarte de la germanidad. ¿Se lo creía? Pienso que sí. Siempre es fácil creer en lo que nos favorece y mejora. Recuerdo esta frase de Paul Newman: «Si no hubiera tenido los ojos azules, jamás habría hecho la carrera que hice.» Me pregunto si Heydrich pensaría lo mismo.

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Una vez más, he caído por azar sobre una obra de ficción relativa a Heydrich. Esta vez se trata de un telefilm,
El crepúsculo de las águilas
, sacado de una novela,
Fatherland
, de Robert Harris. El personaje principal está representado por Rutger Hauer, el actor holandés consagrado por su inmortal papel de replicante en
Blade Runner
, de Ridley Scott. Aquí hace el papel de un comandante de las SS que sirve en la policía criminal (la Kripo).

La historia se desarrolla en los años sesenta. El Führer reina en Alemania. Berlín ha sido reconstruida según los planos de Albert Speer y parece una ciudad que mezcla los estilos barroco, art nouveau, mussoliniano y abiertamente futurista. La guerra continúa contra Rusia, pero el resto de Europa está bajo el dominio del Tercer Reich. Sin embargo, es una época de deshielo de las relaciones con Estados Unidos. Kennedy tiene que encontrarse con Hitler en los próximos días para firmar un acuerdo histórico. En esa ficción, es el padre, Joseph Patrick, y no el hijo, John Fitzgerald, quien ha sido elegido presidente. Como se sabe, el padre de JFK nunca ocultó sus simpatías nazis. El relato se basa en el principio de: «¿Y si…?» Construye una historia alternativa a partir de una hipótesis, que aquí es la de la perennidad del régimen hitleriano. Eso se llama una ucronía.

En este caso, ésta toma la forma de una intriga policiaca: altos dignatarios nazis aparecen misteriosamente asesinados. Con la ayuda de una periodista americana, llegada para cubrir la visita de Kennedy, el inspector de las SS que representa Rutger Hauer descubre el nexo que une a todos esos muertos: Bühler, Stuckart, Luther, Neumann, Lange… todos ellos participaron en una misteriosa reunión veinte años atrás, en enero de 1942, organizada en Wannsee por Heydrich en persona. Heydrich, en los años sesenta, se ha convertido en ministro, Reichsmarchall en el lugar de Goering, y en cierto modo en el número dos del régimen. Hitler, para no comprometer el acuerdo que debe firmar con Kennedy, manda hacer desaparecer definitivamente a todos aquellos que participaron en la reunión, con el fin de que nunca se llegue a revelar lo que se trató en ella. Fue allí, en efecto, el 20 de enero de 1942, donde la Solución Final fue oficialmente interiorizada por todos los ministros concernidos en mayor o menor medida. Fue allí, bajo la égida de Heydrich, asistido por su fiel adjunto Eichmann, donde se planificó la exterminación por gas de once millones de judíos.

Uno de los participantes, Franz Luther, representante en aquella reunión de Ribbentrop en tanto que ministro de Asuntos Exteriores, no quiere morir. Tiene en su poder pruebas irrefutables del genocidio de los judíos y pretende vendérselas a los americanos a cambio de asilo político. El mundo entero ignora por completo el genocidio: oficialmente, los judíos europeos fueron deportados, pero se establecieron en Ucrania, donde la proximidad del frente ruso impide que ningún observador internacional pueda ir a verificarlo. Luther, justo antes de que le llegue el turno de ser asesinado, contacta con la periodista americana, quien llega in extremis a entregar los valiosos documentos a Kennedy cuando Hitler está ya a punto de recibirlo con gran solemnidad. Gracias a eso, el encuentro entre Kennedy y Hitler se anula, los Estados Unidos reinician el combate contra Alemania y el Tercer Reich acaba por hundirse, pero con veinte años de retraso.

Esta ficción convierte a la conferencia de Wannsee en el momento cumbre de la Solución Final. Pero la verdad es que en Wannsee sólo se toma la decisión, porque los
Einsatzgruppen
de Heydrich están matando ya a cientos de miles en el frente del Este. Pero será en Wannsee donde se oficialice el genocidio. No se trata ya de confiar esa tarea a la chita callando (porque no se puede matar a millones de personas a la chita callando) a unas cuantas unidades de asesinos, sino de poner todas las infraestructuras políticas y económicas del régimen a disposición del genocidio.

La reunión en sí duró apenas dos horas. Dos horas para regular esencialmente ciertas cuestiones jurídicas: ¿qué hacer con los mediojudíos? ¿con los judíos pero sólo un cuarto? ¿con los judíos condecorados de la Primera Guerra? ¿Y con los judíos casados con alemanas? ¿Habrá que indemnizar a las viudas arias de esos judíos pasándoles una pensión? Como en todas las reuniones, las únicas decisiones que son verdaderamente tomadas son las que ya han sido decididas de antemano. En realidad, para Heydrich, de lo que se trataba era de informar a todos los ministros del Reich de que tendrían que proceder en función de un objetivo: la eliminación física de todos los judíos de Europa.

Tengo ante mí el cuadro distribuido por Heydrich a los participantes de la conferencia, que detalla el número de judíos por «evacuar», país por país. El cuadro se divide en dos partes. La primera recoge los países del Reich, entre los que se pone de manifiesto que Estonia está ya
judenfrei
, mientras que el Gobierno general (es decir, Polonia) posee todavía más de dos millones de judíos. La segunda, que da una idea del optimismo nazi predominante aún a comienzos de 1942, reúne los países satélites (Eslovaquia, 88.000 judíos; Croacia, 40.000 judíos…) o aliados (Italia, comprendida Cerdeña, 58.000 judíos…), pero también los países neutrales (Suiza 18.000, Suecia 8.000, Turquía, parte europea, 55.500, España 6.000…) o enemigos (los dos únicos que quedan en Europa en esa fecha: la URSS, es verdad que ya ampliamente invadida, cinco millones de judíos, con excepción de Ucrania, enteramente ocupada, donde hay casi tres millones, e Inglaterra 330.000 judíos, pero muy lejos de ser invadida). Por persuasión o por la fuerza, estaba previsto obligar absolutamente a todos los países europeos a deportar a sus judíos. La suma total escrita en la parte baja de la página es de más de once millones. La misión será cumplida a medias.

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