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Authors: Laurent Binet

Tags: #Bélico, Histórico

HHhH (23 page)

BOOK: HHhH
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A él se debe que lleguen hasta Londres las increíbles informaciones suministradas por uno de los más grandes espías de la Segunda Guerra Mundial, un oficial alemán de muy alta graduación que trabajaba para el Abwehr, Paul Tümmel, cuyo nombre codificado era A54, alias René. Él solito previno al coronel Moravec de la agresión nazi contra Checoslovaquia, contra Polonia, contra Francia en mayo de 1940, contra Gran Bretaña cuando el plan de invasión de junio de 1940, y contra la URSS en junio de 1941. Desgraciadamente, los países concernidos no siempre supieron o pudieron recibir aquellas informaciones. Pero la calidad de sus informes impresionará enormemente a Londres, y aquél los hará llegar siempre por el conducto checo, ya que A54 trabaja en Praga y, por prudencia, no desea más que un solo interlocutor. Representa, por tanto, un extraordinario as en la manga de Beneš, que no repara en gastos a la hora de mantener su valiosa fuente.

Por último, en el otro extremo de la cadena, las manos anónimas de la Resistencia, gente como usted y como yo salvo en el hecho de que ellos aceptan arriesgar su vida escondiendo a otra gente, guardando material, llevando mensajes, y forman un ejército checo en las sombras, nada desdeñable, con el que todavía se puede contar.

Gabčík y Kubiš no son nada más que dos para cumplir su misión, pero en realidad no están solos.

153

En un piso de Praga, en el barrio de Smíchov, dos hombres esperan. El timbre de la puerta los sobresalta. Uno de ellos se levanta y va a abrir. Entra un hombre bastante alto para la época. Es Kubiš.

—Soy Ota —dice.

—Y yo Jindra —le responde uno de los hombres.

Jindra es el nombre de uno de los más activos grupos de resistencia, organizado en el seno de una asociación deportiva y de cultura física, los Sokols.

Le sirven té al recién llegado. Los tres hombres guardan un denso silencio que acaba por romper el que se ha presentado con el nombre de la organización:

—Ha de saber que la casa está vigilada y que cada uno de nosotros tiene algo en su bolsillo.

Kubiš sonríe y saca una pistola de su americana (en realidad, lleva otra en la manga):

—A mí también me gustan los juguetes —dice.

—¿De dónde viene usted?

—No puedo decírselo.

—¿Por qué?

—Nuestra misión es secreta.

—Pero ya le ha confiado a varias personas que usted venía de Inglaterra…

—¿Y qué?

Imagino un silencio.

—No se sorprenda por nuestra desconfianza, no carecemos de agentes provocadores en este país.

Kubiš no dice nada, no conoce a esa gente, quizá necesite de su ayuda, pero ha decidido que no tiene que darles ninguna explicación.

—¿A qué oficiales checos conoce en Inglaterra?

Kubiš consiente en soltar algunos nombres. Responde más o menos de buen grado a otras preguntas susceptibles de comprometerlo. Entonces interviene el segundo hombre. Le muestra una foto de su yerno huido a Londres. Kubiš, lo reconozca o no, permanece tranquilo, como es él. El que se ha presentado con el nombre de Jindra toma de nuevo la palabra:

—¿Es usted de Bohemia?

—No, de Moravia.

—¡Qué coincidencia, yo también!

Otra vez un silencio. Kubiš sabe que está pasando un examen.

—¿Y podría decirme de qué parte?

—De los alrededores de Trebíč —responde Kubiš, de mala gana.

—Conozco esa zona. ¿Sabe usted que hay de extraordinario en la estación de Vladislav?

—Hay unos magníficos rosales. Supongo que al jefe de estación le gustan las flores.

Los dos hombres empiezan a distenderse. Kubiš añade finalmente:

—No recelen de mi silencio sobre nuestra misión. No puedo decirles más que su nombre en clave: «Antropoide.»

Lo que queda de la Resistencia checa suele tomar sus deseos por realidades, pero por esta vez, excepcionalmente, no se ha equivocado:

—¿Han venido a matar a Heydrich? —pregunta el que se hace llamar Jindra.

Kubiš se sobresalta:

—¿Cómo lo saben?

Se ha roto el hielo. Los tres vuelven a servirse un poco de té. Lo poco que aún queda de los resistentes en Praga se pondrá al servicio de los dos paracaidistas venidos de Londres.

154

Durante quince años detesté a Flaubert porque me parecía responsable de determinada literatura francesa, desprovista de grandeza y de fantasía, que se complacía en la pintura de la mediocridad, sumiéndose con delicia en el realismo más fastidioso, regodeándose en un universo pequeñoburgués que pretendía denunciar. Pero entonces leí
Salammbô
, e inmediatamente entró en la lista de mis diez libros preferidos.

Cuando se me ocurrió remontarme a la Edad Media para exponer algunas escenas de los orígenes del contencioso checo-alemán, quise buscar algunos ejemplos de novelas históricas cuya acción fuese más allá de la era moderna y pensé de nuevo en Flaubert.

En su correspondencia de la época en que redacta
Salammbô
, Flaubert se inquieta: «Es Historia, ya lo sé, pero si una novela es tan cargante como un libro científico…» También tiene la impresión de escribir «en un estilo académico deplorable» y, además, «lo que (lo) atormenta es el lado psicológico de (su) historia», sobre todo porque de lo que se trata es de «darle a la gente
un lenguaje en el que ella no ha pensado
». Con respecto a la documentación: «A propósito de una palabra o de una idea, me pongo a investigar, me entrego a divagaciones, entro en un sinfín de ensoñaciones […].» Este problema va en paralelo con el de la veracidad: «En cuanto a la arqueología, lo que tiene que ser es “probable”. Basta con eso. Con tal que no se pueda
demostrarme
que he dicho absurdeces, es lo único que pido.» Por una vez, estoy en desventaja: es más fácil pillarme en falta por la matrícula de un Mercedes de los años cuarenta que por el arnés de un elefante del siglo III antes de Cristo.

De todos modos, siento cierto alivio con la idea de que Flaubert, mientras escribía su obra maestra, sintió esas angustias y se planteó esas cuestiones antes que yo. Y también es él quien me da una total garantía cuando escribe: «Valemos más por nuestras aspiraciones que por nuestras obras.» Lo que significa que puedo fracasar con mi libro. Todo ya puede ir más rápido a partir de ahora.

155

Es increíble, acabo de encontrar una novela más sobre el atentado. Se llama
Like a Man
, de un tal David Chacko. Se supone que el título quiere ser la traducción aproximada de la palabra griega
antropoide
. El autor se ha documentado extremadamente bien, me da la impresión de que ha utilizado todo lo que se sabe a día de hoy sobre el atentado y sobre Heydrich para construir episodios de novela. Incluso teorías muy poco conocidas (y que a veces hay que poner en tela de juicio), como la hipótesis de la bomba envenenada, aparecen en su trama narrativa. Su conocimiento de la documentación me ha impresionado muchísimo, teniendo en cuenta la ingente cantidad de detalles que ha recogido, lo que me inclina a pensar que son verídicos, pues hasta donde yo puedo saber, no he podido detectar ni un solo error. A este respecto, me ha obligado a matizar mi consideración sobre
Siete hombres al amanecer
, la novela de Alan Burgess, que había despachado como demasiado fantasiosa. Había expresado mi mayor escepticismo sobre todo a colación de las cruces gamadas marcadas al rojo vivo en el culo de Kubiš. También había señalado con condescendencia un abultado error relativo al color del Mercedes de Heydrich, que presenta como verde. Ahora bien, la novela de David Chacko confirma lo de las cruces gamadas y lo del color. Como además no he visto que se equivoque ni una sola vez, ni siquiera en detalles tan finos que únicamente yo, en un ataque de orgullo con visos de ensueño delirante, creía poder conocer, no tengo más remedio que concederle mucho crédito a todo lo que pueda contar. Por eso, sin embargo, me cuestiono cosas como lo del Mercedes, que yo he visto de color negro, no me cabe la menor duda, en el museo del Ejército de Praga, donde el coche estaba expuesto, y también en las numerosas fotos que he podido consultar. Claro que, en una foto en blanco y negro, se puede confundir el negro con el verde oscuro. Por otro lado, hubo en su día una pequeña polémica acerca del coche expuesto: el museo lo presentaba como el original, a lo que algunos han replicado con la afirmación de que se trataba en realidad de un Mercedes que imitaba al idéntico (con el neumático reventado y la portezuela trasera derecha hecha pedazos), es decir, una reproducción. Dicho esto, aunque se trate de una réplica, imagino que habrían puesto atención en el color. Vale, de acuerdo, le estoy dando sin duda una importancia exagerada a lo que en resumidas cuentas no es más que un elemento ornamental, ya lo sé. Me parece que es un síntoma clásico de los neuróticos. Yo debo de ser psicorrígido. Pasemos.

Cuando Chacko escribe: «Se podía acceder al castillo por diferentes caminos, pero Heydrich, el showman, pasaba siempre por la puerta principal, donde estaba la guardia», me fascina tanta seguridad. Entonces me pregunto: «¿Y cómo lo sabe? ¿Cómo puede
estar seguro de ello

Otro ejemplo. Es un diálogo entre Gabčík y el cocinero checo de Heydrich. El cocinero informa a Gabčík sobre la protección con que cuenta Heydrich en su domicilio privado: «Heydrich desdeña cualquier protección, pero los SS se toman su trabajo en serio. Es su jefe, ya me entiende. Lo tratan como un dios. Es la imagen de aquello a lo que aspiran todos a parecerse. La bestia rubia. Es así como lo llaman cuando están de servicio. Nunca podrá comprender bien a los alemanes hasta que no sea capaz de comprender que ellos ven eso como un cumplido.»

El talento de Chacko consiste aquí en su facultad de integrar una información histórica —a Heydrich lo apodaban, aunque parezca imposible, como la bestia rubia— en un diálogo valioso en sí mismo por su finura psicológica, y sobre todo, desde un punto de vista literario, por su puntilla final. En general, por lo demás, Chacko destaca en los diálogos; básicamente es a través de ellos por donde transita la Historia en la novela. Y tengo que decir, precisamente yo, a quien tanto repugna emplear ese procedimiento, que están muy logrados, y que de verdad me he quedado enganchado de varios pasajes. Cuando Gabčík le contesta al cocinero, que acaba de hacerle una descripción terrorífica de Heydrich: «No lo crea, es un ser humano. Hay una manera de comprobarlo», disfruto como ante un
spaghetti western
.

Bien, es verdad que las escenas en las que describe a Gabčík dejándose chupar en medio del salón o a Kubiš meneándosela en el cuarto de baño son, sin lugar a dudas, inventadas. Yo

que Chacko
no sabe
si Gabčík se dejó chupar ni, si es el caso, en qué circunstancias, y menos todavía ni dónde ni cuándo Kubiš se la meneó: por definición, este tipo de escenas no cuentan con ningún testigo —salvo raras excepciones— y Kubiš no tenía ninguna razón para contar sus pajas a nadie ni para dejarlo escrito en un diario. Pero el autor asume perfectamente la dimensión psicológica de su novela, plagada de monólogos interiores, descolgándose de una exactitud histórica que no pretende, ya que el libro se abre con la fórmula «todo parecido con los hechos etc. no sería más que pura coincidencia». Chacko ha querido hacer ante todo una novela, ciertamente que muy bien documentada, pero sin ser esclava de esa documentación. Apoyarse en una historia verdadera, explotar al máximo los elementos novelescos, pero inventar alegremente cuando le convenga a la narración sin tener que rendirle cuentas a la Historia. Un hábil tramposo. Un prestidigitador. Un novelista, vaya.

Es verdad que al volver a mirar con atención las fotos, me asalta una duda sobre el color. La exposición se remonta a varios años atrás, y puede que mi memoria me traicione. ¡Veo tan negro aquel Mercedes! Quizá sea mi imaginación la que me juega una mala pasada. Llegará un momento en que tendré que resolver este asunto. O verificarlo. De una manera o de otra.

156

Le he preguntado a Natacha por el Mercedes. Ella también lo vio de color negro.

157

Cuanto más poder asume Heydrich, más se comporta como Hitler. Ahora, al igual que el Führer, flagela a sus colaboradores con largos discursos inflamados sobre el destino mundial. Frank, Eichmann, Böhme, Müller, Schellenberg escuchan prudentemente los delirantes comentarios de su jefe cuando se vuelca sobre un planisferio:

«Los escandinavos, los holandeses y los flamencos son de raza germánica… compartiremos el Próximo Oriente y África con los italianos… empujaremos a los rusos más allá de los Urales y colonizaremos su país con soldados-campesinos… los Urales serán nuestras fronteras del Este. Nuestros reclutas cumplirán allí su año de instrucción y los formaremos en la guerrilla como guardias fronterizos. El que no combata sin tregua que se vaya, no le haré nada…»

Vértigo de poder por la violencia, sin duda. Heydrich, como su maestro, se considera ya el amo del mundo. Pero todavía hay una guerra que ganar, rusos que vencer, y una lista de príncipes herederos que eliminar tan larga como un brazo. Incluso siendo muy optimista, y es verdad que la estrella de Heydrich no ha dejado de ascender en la negra noche del Reich, es demasiado pronto para todo eso.

Se sabe que desde el principio la lucha entre los delfines de Hitler ha sido feroz. ¿Qué lugar ocupa Heydrich en esa marisma? Muchos, fascinados por el aura maléfica del personaje y alegando su meteórica ascensión, están persuadidos de que habría acabado por suceder al Führer, u ocupado su puesto.

En 1942, sin embargo, es muy largo todavía el camino hacia la cumbre. Heydrich es cortejado más que nunca por la primera línea de pretendientes, Goering, Bormann, Goebbels, todos con la intención de apartarlo de Himmler, que vigila celosamente a su brazo derecho. Pero aunque ha cobrado otra dimensión con su nombramiento en Praga y el encargo de la Solución Final que le ha sido confiado, Heydrich sigue sin estar todavía del todo a su mismo nivel. Goering, por muy alejado que esté de la carrera de delfín, oficialmente es aún el número dos del régimen y el designado como sucesor por Hitler. Bormann ha sustituido a Rudolf Hess a la cabeza del partido y después del Führer. La propaganda de Goebbels es más que nunca el contrafuerte del régimen. Himmler dirige las Waffen SS cuyas divisiones de combate se cubren de gloria en todos los frentes, y controla por entero el sistema concentracionario, dos ámbitos que escapan ampliamente a las prerrogativas de Heydrich.

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