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Authors: Laurent Binet

Tags: #Bélico, Histórico

HHhH (26 page)

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Diario de Goebbels, 6 de febrero de 1942:

«Gregory me ha dado un informe sobre el Protectorado. El ambiente es muy bueno. Heydrich ha trabajado brillantemente. Ha demostrado inteligencia política y circunspección, así que ya no se puede hablar más de crisis. Por otra parte, Heydrich querría sustituir a Gregory por un SS-Führer. No estoy de acuerdo. Gregory posee un excelente conocimiento del Protectorado y de la población checa, y la política de personal que lleva Heydrich no es siempre la más inteligente ni de una clara directriz. Ésa es la razón por la que mantengo a Gregory.»

¿Quién es este Gregory? ¡A fe mía que no tengo ni la menor idea! Y que no se engañe nadie por mi tono falsamente desenvuelto: ¡lo he buscado!

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Diario de Goebbels, 15 de febrero de 1942:

«He tenido una larga conversación con Heydrich sobre la situación en el Protectorado. La atmósfera allí ha mejorado muchísimo. Las medidas tomadas por Heydrich producen buenos resultados. Sin embargo, la
inteligentsia
todavía nos es hostil. En todos los casos, el peligro que representan los elementos checos para la seguridad de Alemania ha sido completamente neutralizado. Heydrich maniobra con éxito. Juega al gato y al ratón con los checos y ellos se tragan todo lo que dice. Ha lanzado una serie de medidas particularmente populares, al frente de las cuales está una activa represión del mercado negro. Dicho sea de paso, se ha quedado estupefacto al ver la cantidad de reservas alimentarias almacenadas por la población que su lucha contra el mercado negro ha sacado a la luz. Está consiguiendo una política de germanización forzosa de una gran parte de los checos. Avanza en esta materia con una extrema prudencia, pero sin ninguna duda va a obtener con el tiempo unos resultados admirables. Los eslavos, subraya, no pueden ser educados como se educa a los alemanes. Hay que zurrarlos o doblegarlos sin interrupción. Ha logrado lo segundo en un abrir y cerrar de ojos, y encima con éxito (
sic
). Nuestra tarea en el Protectorado está perfectamente clara. Neurath se había descarriado del todo, lo que explica por qué surgió la crisis en Praga.

Por otra parte, Heydrich está montando un Servicio de Seguridad para todos los sectores ocupados. La Wehrmacht le ha puesto un montón de problemas al respecto, pero esas dificultades tienen tendencia a allanarse. Cuanto más evoluciona la situación, más incapaz se muestra la Wehrmacht de poner orden en esas cuestiones.

Además, Heydrich posee la experiencia de determinados cuerpos de la Wehrmacht: no están preparados para una política ni una guerra nacionalsocialistas, y en cuanto a lo que es dirigir al pueblo, no comprenden absolutamente nada.»

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El 16 de febrero, el teniente Bartoš, jefe de la operación «Silver A», transmite, por medio de la radioemisora «Libuše» con la que su grupo ha sido lanzado en paracaídas la misma noche que Gabčík y Kubiš, las siguientes recomendaciones a Londres, permitiéndonos de este modo hacernos una idea bastante precisa de las dificultades por las que pasaron los paracaidistas en su vida clandestina:

«Provean ampliamente de dinero y vistan convenientemente a los grupos que vayan a enviar. Una pistola de pequeño calibre en el bolsillo y una cartera, difícil de encontrar por aquí, son muy convenientes. El veneno debe ser llevado en un tubo apropiado, más pequeño. Según las posibilidades, lancen en paracaídas a los grupos en regiones diferentes de aquellas en las que tienen que operar. Esto hace más trabajosas las investigaciones de los organismos de la seguridad alemana. La mayor dificultad aquí es encontrar trabajo. Nadie acepta contratar a quien no posea una cartilla de trabajo. El titular es colocado por la Oficina de Empleo. El peligro del trabajo obligatorio aumenta mucho en la primavera, y no se puede reclutar a un mayor número de clandestinos sin aumentar los riesgos de que se descubra todo el sistema. Por eso creo más ventajoso utilizar al máximo a los que están aquí y limitar al mínimo indispensable la llegada de nuevos hombres. Firmado Ice.»

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Diario de Goebbels, 26 de febrero de 1942:

«Heydrich me remite un informe muy detallado sobre la situación en el Protectorado. No ha cambiado gran cosa. Pero lo que destaca muy claramente es que la táctica de Heydrich es la buena. Se comporta con los ministros checos como si fueran sus súbditos. Hácha se pone completamente al servicio de la nueva política de Heydrich. Por lo que se refiere al Protectorado, en estos momentos no hay de qué preocuparse.»

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Heydrich no olvida la cultura. En marzo, organiza el mayor acontecimiento cultural de su reinado: una exposición, titulada «
Das Sowjet Paradies
», que manda inaugurar con gran boato al inmundo Frank en presencia del anciano presidente Hácha y de su infame ministro colaboracionista, Emanuel Moravec.

No sé exactamente en qué consiste la exposición, pero la idea es demostrar que la URSS es un país bárbaro y subdesarrollado, en condiciones de vida absolutamente deplorables, subrayando, evidentemente, el intrínseco carácter perverso del bolchevismo. Supone también la ocasión de exaltar las victorias alemanas en el frente del Este, exhibiendo como trofeos tanques y material militar capturados a los rusos.

La exposición dura cuatro semanas y atrae a medio millón de visitantes, entre los que se encuentran Gabčík y Kubiš. Será sin duda la primera y única vez que los dos verán un carro de combate soviético.

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Al principio, ésta me había parecido una historia sencilla de contar. Dos hombres tienen que matar a un tercero. Lo consiguen, o no, y ya está, o casi. Todos los demás, pensaba yo, eran fantasmas que iban a colarse igualmente en el tapiz de la Historia. Pero de los fantasmas también hay que ocuparse, y eso exige poner mucha atención, ya lo creo. Yo ignoraba, y sin embargo debería haberlo sospechado, que un fantasma no aspira más que a una sola cosa: a revivir. Pero no dejo de repetirme, aunque esté obligado por los imperativos de mi historia, que no puedo ceder todo el espacio que querría a ese ejército de sombras que crece sin cesar y que, quizá para vengarse de la poca atención que le presto, me atormenta.

Pero esto no es todo.

Pardubice es una ciudad situada en Bohemia del Este, cruzada por el Elba. Con una población de alrededor de 90.000 habitantes, presenta una bonita plaza central y unos preciosos edificios estilo Renacimiento. De aquí es natural Dominik Hašek, el mítico guardameta, uno de los más grandes jugadores de hockey sobre hielo de todos los tiempos.

Hay un hotel-restaurante, bastante distinguido, que se llama Veselka. Como todas las noches, está lleno de alemanes. Unos hombres de la Gestapo están sentados a la mesa ruidosamente. Han comido y bebido bien. Llaman al camarero. Éste se acerca, impecable y obsequioso. Veo que quieren brandy. El camarero toma nota. Uno de los alemanes se lleva un cigarrillo a los labios. El camarero saca entonces un encendedor de su bolsillo, lo prende y, haciendo una ligera inclinación, ofrece fuego al alemán.

Ese camarero es muy bueno. Ha sido contratado muy recientemente. Joven, sonriente, con ojos claros, mirada franca, con rasgos finos que dibujan un rostro robusto. Aquí, en Pardubice, responde por el nombre de Mirek Šolc. A priori, no hay nada que parezca justificar el menor interés por este camarero, salvo que la Gestapo se interese.

Una buena mañana, en efecto, convocan al director del hotel. Quieren que les dé algunas informaciones sobre Mirek Šolc: de dónde viene, a quién frecuenta, si se ausenta y dónde va cuando lo hace. El director responde que Šolc viene de Ostrava, donde su padre tiene un hotel. Los policías descuelgan su teléfono y llaman a Ostrava. Allí nadie ha oído hablar de un hotelero de nombre Šolc. Entonces la Gestapo de Pardubice vuelve a convocar al director del Veselka, y a Šolc con él. El director acude solo. Explica que ha despedido a su camarero porque ha roto media vajilla. La Gestapo lo suelta y lo manda seguir. Pero Mirek Šolc ha desaparecido para siempre.

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Todos los paracaidistas con misiones en el Protectorado utilizaron un número incalculable de identidades falsas. Miroslav Šolc era una de ellas. Hay que poner ahora toda la atención que requiere el papel que en adelante tendrá en la historia la persona que usa esa identidad. Su verdadero nombre es Josef Valčík, y al contrario que el de Mirek Šolc, éste es un nombre que es preciso retener. Valčík es ese apuesto joven de veintisiete años que trabajaba de camarero en Pardubice. Ahora está fugado y trata de llegar hasta Moravia para ocultarse en casa de sus padres, ya que Valčík es moravo, como Kubiš, aunque a decir verdad no es éste su punto en común más significativo. El sargento Valčík, efectivamente, estaba en el Halifax que lanzó en paracaídas a Gabčík y Kubiš la noche del 28 de diciembre, pero pertenecía a otro grupo, de nombre en clave «Silver A», cuya misión consistía en ser lanzado con una radioemisora, de nombre en clave «Libuše», para reanudar el contacto entre Londres y A54, el super-espía alemán de informaciones inestimables, mediante la intermediación de Morávek (con una
k
), el último de los tres leones, el jefe de la red que tenía un dedo seccionado.

Evidentemente, las cosas no han marchado como se tenía previsto. Valčík, al caer, se vio separado de sus compañeros de equipo y pasó por las peores dificultades para recuperar la emisora: después de haber intentado transportarla en un pequeño trineo, acabó por ir a Pardubice en taxi, donde los agentes locales le encontraron la excelente tapadera de ese empleo de camarero, y la frecuentación del lugar por los alemanes halagó su sentido de la ironía.

En estos momentos, su estupenda tapadera se ha echado a perder y es una pena. Pero en cierto modo, eso le obliga a ir a Praga, donde lo esperan otros paracaidistas y su propio destino.

Si mi historia fuera una novela, no tendría ninguna necesidad de este personaje. Por el contrario, me sería un estorbo, ya que redundaría en los dos héroes, al revelarse tan alegre, optimista, valiente y simpático como lo son Gabčík y Kubiš. Pero no soy yo quien decide lo que la operación «Antropoide» necesita o deja de necesitar. Y la operación «Antropoide» va a necesitar un vigía.

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Los dos hombres se conocen, son amigos desde Inglaterra, donde han compartido la misma preparación con las fuerzas especiales del SOE, y tal vez desde Francia, donde quizá se reencontraran en la Legión Extranjera o en una de las divisiones del ejército de liberación checoslovaco, combatiendo al lado de Francia. Los dos llevan el mismo nombre. Sin embargo, sólo en el momento en que se estrechan firmemente la mano con una nada disimulada alegría es cuando se presentan:

—Buenos días, me llamo Zdenek.

—Buenos días, ¡yo también me llamo Zdenek!

Sonríen por la coincidencia. Jozef Gabčík y Josef Valčík comprueban que Londres les ha adjudicado el mismo nombre falso a los dos. Si yo fuera paranoico y egocéntrico, creería que Londres lo hizo expresamente para añadir más confusión aún a mi relato. De todos modos, eso no tiene ninguna importancia, porque los dos utilizan casi un nombre diferente para cada interlocutor. Ya me he burlado antes de la ligereza con que Gabčík y Kubiš hablaban a veces abiertamente de su misión, pero sabían ser rigurosos cuando era preciso, y debían ser muy profesionales para no despistarse y acordarse de todas y cada una de las identidades que adoptaban según los interlocutores.

Entre paracaidistas, es diferente, por supuesto, y si Valčík y Gabčík se presentan como si se encontrasen por primera vez, es sólo para que cada uno sepa cómo se llama el otro, o más bien, ya que es variable, qué nombre aparece en el juego de documentación falsa que cada uno utiliza en ese momento.

—¿Te hospedas en casa de la tía?

—Sí, pero me largaré pronto. ¿Dónde puedo reunirme contigo?

—Deja un mensaje al portero, es de fiar. Pídele que te deje ver su colección de llaves, con eso se sentirá seguro. La contraseña es «Jan».

—Es lo que me ha dicho la tía, pero… ¿«Jan», como Jan?

—No, aquí él se llama Ota, es una casualidad.

—Ah, bueno, de acuerdo.

No veo muy útil esta escena, incluso prácticamente me la he inventado, no creo que vaya a conservarla.

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Con la llegada de Valčík a Praga, ya hay ahora una decena de paracaidistas que rondan por la ciudad. Cada uno, en teoría, prosigue con la misión para la que su grupo ha sido enviado. Con el fin de compartimentarlas, lo deseable es que esos grupos se comuniquen entre sí lo menos posible, de modo que si uno cae, no arrastre a los otros. Pero en la práctica es casi imposible. El número de direcciones donde los paracaidistas pueden encontrar asilo es limitado, y además la prudencia les impone cambiar de casa con mucha frecuencia. De hecho, cuando un grupo o un paracaidista deja una dirección, otro ocupa su lugar, y todos los miembros de todos los grupos se cruzan más o menos regularmente.

Por el piso de los Moravec es por donde desfila la mayoría de los paracaidistas que hay en Praga. El padre no hace preguntas; la madre, a quien llaman cariñosamente «la tía», les hace pasteles; el hijo, Ata, se pasma de admiración por esos misteriosos hombres que esconden una pistola en la manga.

Como resultado de ese ballet, Valčík, originariamente adscrito a «Silver A», se pasa rápidamente a «Antropoide». Enseguida presta ayuda a Gabčík y a Kubiš para efectuar sus localizaciones.

Otra de las consecuencias es que Karel Čurda, del grupo «Out Distance», se acaba encontrando con casi todo el mundo: con los paracaidistas y con quienes los albergan (demasiados nombres y demasiadas direcciones).

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«Adoro a Kundera, lo que no impide que me guste menos la única novela suya que transcurre en París. Porque no está en su auténtico elemento. Es como si se pusiera una magnífica americana, pero de un corte demasiado ancho o demasiado estrecho para él (risas). Yo me lo creo más cuando Milos o Pavel caminan por Praga.»

Esto es lo que dice Marjane Satrapi en una entrevista concedida a los
Inrocks
con motivo del lanzamiento de su bellísima película
Persépolis
. Al leerlo, me siento ligeramente inquieto. La joven en cuya casa hojeo la revista y a quien he hecho partícipe de esa inquietud me tranquiliza: «Sí, pero, en tu caso, tú has ido a Praga, tú has vivido allí, tú amas esa ciudad.» Ya, pero Kundera y París son también una misma cosa. Luego Marjane Satrapi añade: «Aunque yo viviera veinte años más en Francia, no he crecido aquí. Siempre habrá un poso de Irán en mi obra. Evidentemente me gusta Rimbaud, pero Omar Jayyan (sabio y poeta persa del siglo XII, ndlr
[3]
) me dirá siempre más cosas.» Es curioso, nunca me había planteado la cuestión en esos términos. ¿Acaso Desnos me dice más que Nezval? No lo sé. No creo que Flaubert, Camus o Aragon me hablen más que Kafa, Hašek u Holan. Ni que García Márquez o Hemingway o Anatoli Ribakov. ¿Notará Marjane Satrapi que yo no he crecido en Praga? Cuando el Mercedes aparezca por la curva, ¿ella no se lo creerá? Luego sigue diciendo: «Por mucho que Lubitsch acabara siendo un cineasta hollywoodiense, nunca dejó de reinventar, de reimaginar Europa, una Europa de judío europeo del Este. Aunque sus películas se desarrollen en los Estados Unidos, para mí pasan en Viena o en Budapest. Y eso es mucho mejor.» Entonces, ¿ella tendría la impresión de que mi relato transcurre en París, donde he nacido, y no en Praga, hacia donde todo mi ser, sin embargo, propende? ¿Le vendrán imágenes del extrarradio parisino cuando yo sitúe el Mercedes en esa precisa curva de Holešovice, al lado del puente de Troya, en los suburbios de Praga?

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