5. Malas interpretaciones de los sueños.
En las épocas de civilización informe y rudimentaria, el hombre, cuando soñaba, creía conocer un
segundo mundo real
; este es el origen de toda metafísica. Sin soñar, no habría tenido la posibilidad de distinguir el mundo. La división en alma y cuerpo responde también a la concepción más antigua del sueño, al igual que la creencia en los espíritus y verosímilmente también de la creencia en los dioses. Antaño, durante muchos miles de años, se razonaba diciendo: «El muerto sigue
vivo porque
se aparece a los vivos en sueños».
6. El espíritu de la ciencia es poderoso en la parte, pero no en el todo.
Los campos
menores
y diferenciados de la ciencia son abordados de un modo puramente objetivo; las grandes ciencias generales, en cambio, consideradas como un todo se plantean la cuestión puramente ideal de por qué y con qué utilidad. A consecuencia de esta preocupación por la utilidad, las ciencias son tratadas en su conjunto, menos impersonalmente que en sus partes. Ahora bien, como la filosofía ocupa la cúspide de la pirámide de las ciencias, se ve involuntariamente impulsada a plantear el problema de la utilidad del conocimiento en general. Y toda filosofía se siente forzada a concederle la utilidad
más noble
. Esta es la razón de que en todas las filosofías haya tenido tanta preponderancia la metafísica y se haya temido tanto a las respuestas de la física, que parecen insignificantes, porque la importancia del conocimiento para la vida
debe
resultar tan grande como sea posible. De ahí el antagonismo entre los campos concretos de la ciencia y la filosofía. Esta última pretende lo mismo que el arte: conceder a la vida y a la acción la mayor profundidad y significado posible: En los primeros se busca el conocimiento y nada más, como algo que ha de brotar de ellos. Hasta ahora no ha existido un filósofo para quien la filosofía no haya sido una apología del conocimiento. Al menos en este punto todos son optimistas: hay que atribuir al conocimiento la máxima utilidad. Todos han sido tiranizados por la lógica y esta es en esencia una forma de optimismo.
7. El aguafiestas de la ciencia.
La filosofía se separó de la ciencia cuando se hizo la pregunta: ¿con qué conocimiento del mundo y de la vida vive el hombre más feliz? Esto se hizo ya en las escuelas socráticas: mediante la consideración de
la felicidad
se estranguló las venas de la investigación científica, y hoy se sigue haciendo lo mismo.
8. Explicación neumática de la naturaleza.
La metafísica hace una explicación neumática del libro de naturaleza, como la que hicieron antaño de la Biblia la Iglesia y sus sabios. Se requiere mucha capacidad de comprensión para aplicar a la naturaleza el mismo género de explicación estricta que han establecido ahora los filólogos para todos los libros: limitarse a entender simplemente lo que quiere decir el texto, sin buscar un
doble
sentido, ni suponerlo siquiera. Pero lo mismo que en lo referente a los libros no se ha superado aún del todo la forma mala de explicar y hasta en la sociedad más culta encontramos a cada paso restos de explicación alegórica y mística, igualmente ocurre respecto a la naturaleza y todavía peor.
9. El mundo metafísico.
Podría existir, ciertamente, un mundo metafísico; apenas puede negarse su posibilidad absoluta. Lo consideramos todo con un cerebro humano y no podemos extirpar ese cerebro. Con todo, siempre queda en pie la cuestión de saber qué sería el mundo si extirpáramos aquél. Éste es un problema meramente científico y no muy propio para que preocupe a los hombres. Pero todo lo que hasta ahora les ha hecho considerar que las hipótesis metafísicas son
valiosas, temibles o agradables
, lo que las ha creado, es pasión error y autoengaño. Los métodos cognoscitivos que nos han enseñado a creer en tales hipótesis no sólo no son los mejores, sino que son los peores. Desde que estos métodos se revelaron como fundamento de todas las religiones y metafísicas existentes, quedaron refutados. Pese a ello subsiste semejante posibilidad, aunque no podemos conseguir nada de ella y menos aún hacer que la felicidad, la salud y la vida dependan de la telaraña de dicha posibilidad. En última instancia, sólo podríamos explicar el mundo metafísico con atributos negativos, puesto que es diferente de nosotros y esa diferencia nos resulta inaccesible e incomprensible. Aunque se demostrase la existencia de ese mundo de la manera mejor, quedaría probado también que su conocimiento es para nosotros el más indiferente, más, aún de lo que es para quien navega en medio de una tempestad conocer el análisis químico del agua.
10. Inocuidad de la metafísica en el futuro.
Desde el momento en que describamos el origen de la religión, del arte y de la moral, de forma que puedan explicarse enteramente, sin recurrir a
conceptos metafísicos
ni en su principio ni en su trayectoria, desaparecerá el interés que se atribuía al problema meramente teórico de la «cosa en sí» y de la «apariencia». Porque, en cualquier caso, con la religión, el arte y la moral no alcanzamos el «ser en sí del mundo». Estamos en el terreno de la representación y ninguna «intuición» puede hacernos avanzar. Con toda tranquilidad abandonaremos el problema de saber cómo es posible que nuestra imagen del mundo, difiera tan radicalmente de la naturaleza del mundo que deduce el razonamiento en el terreno de la fisiología y de la historia de la evolución de los organismos y de las ideas.
11. El lenguaje como presunta ciencia.
La importancia del lenguaje para el desarrollo de la civilización se debe a que el hombre ha colocado en él, un mundo propio al lado del otro, habiendo considerado que esta posición era lo bastante sólida para, desde ella, sacar de sus goznes el resto del mundo y adueñarse de él. Como durante dilatados espacios de tiempo el hombre ha creído que las ideas y los nombres de las cosas eran verdades eternas, surgió en él un orgullo que lo hizo situarse por encima del animal: creía realmente que el lenguaje equivalía al conocimiento del mundo. El creador de palabras no era lo bastante modesto como para comprender que no estaba haciendo más que dando nombres a las cosas, y, por el contrario, se figuraba que mediante las palabras expresaba la ciencia suprema de las cosas; de hecho, el lenguaje es el primer grado del esfuerzo que hay que hacer para llegar a la ciencia, También en este caso
la fe en la verdad descubierta
, fue el punto de partida del que derivó la fuente más poderosa de fuerza. Mucho después, prácticamente en nuestros días, los hombres empezaron a vislumbrar que han estado extendiendo un error monstruoso al creer en el lenguaje. Afortunadamente, ya es demasiado tarde para que esto produzca un retroceso en la evolución de la razón que se basa en esa creencia. La lógica se basa también en postulados que no tienen correspondencia alguna en el mundo real: por ejemplo, en el postulado de la igualdad de las cosas, de la identidad de una cosa consigo misma en diferentes momentos; pero esta ciencia surgió de la creencia opuesta (que existían ciertamente cosas de este género en el mundo real). Lo mismo ocurre con las
matemáticas
, que seguramente no hubiesen nacido, de haberse sabido antes que en la naturaleza no existen ni líneas exactamente rectas, ni auténticos círculos, ni dimensiones absolutas.
12. El sueño y la civilización.
La función cerebral que más alterada resulta mientras soñamos es la memoria: no es que se paralice por entero, pero queda reducida a un estado de imperfección similar al que debió tener en todo hombre durante el día y la vigilia en los primeros tiempos de la humanidad. Arbitraria y confusa como es, confunde continuamente las cosas en virtud de las más leves similitudes. Sin embargo, con idénticos arbitrio y confusión idearon los hombres sus mitologías. Todavía hoy los viajeros suelen observar que el salvaje tiende a olvidar, que su espíritu empieza a titubear tras un breve esfuerzo de memoria, y que comienza a decir mentiras y cosas absurdas por puro cansancio. Ahora bien, cuando soñamos todos nos parecemos a ese salvaje; el reconocimiento imperfecto y la asimilación equivocada son causa del mal razonamiento en que incurrimos cuando soñamos; hasta el punto de que ante la clara representación de un sueño, tenemos miedo de nosotros mismos, de ocultar en nosotros tanta locura. La perfecta claridad de todas las representaciones en un sueño, que se basa en la absoluta creencia en su realidad, nos recuerda estados anteriores de la humanidad en que la alucinación afectaba, de vez en cuando y al mismo tiempo, a comunidades enteras, a pueblos enteros. Así al dormir y al soñar rehacemos una vez más la tarea de la humanidad anterior.
13. La lógica del sueño.
Durante el sueño, nuestro sistema nervioso está continuamente excitado por múltiples causas internas; casi todos los órganos se separan y están en actividad: la sangre lleva a cabo con ímpetu su revolución, la postura del que duerme comprime ciertos miembros, la ropa de cama afecta a la sensación de distintas formas, el estómago digiere y agita con sus movimientos a otros órganos, los intestinos se retuercen, la posición de la cabeza produce estados musculares inusuales, los pies descalzos, al no pisar con sus plantas el suelo, experimentan un sentimiento inhabitual, lo mismo que la ropa diferente de todo el cuerpo; todo esto según su grado de cambio y de cotidianeidad, excita por su carácter extraordinario a todo el sistema nervioso hasta en la función del cerebro; y, de este modo, hay mil motivos para que el espíritu se asombre y busque las
razones
de esa excitación: porque soñar es
investigar y representarse las causas
de las impresiones así suscitadas, es decir, de las causas supuestas. Quien, por ejemplo, se envuelve los pies con dos vendas puede soñar que tiene dos serpientes enroscadas a ellos: se trata primero de una hipótesis, luego de una creencia acompañada de una representación y de una invención de forma. El espíritu del que duerme juzga de la siguiente manera: «Estas serpientes deben ser la
causa
de esta impresión que yo que estoy durmiendo, tengo». La imaginación excitada le presenta este pasado inmediato, descubierto mediante un razonamiento. Todos sabemos por experiencia con qué rapidez introduce quien sueña un sonido fuerte que llega hasta él, por ejemplo, unas campanadas, unos cañonazos, en la trama de su sueño, es decir, deduce su explicación al revés, de manera que cree experimentar primero las circunstancias que lo ocasionan y luego el correspondiente sonido. Ahora bien, ¿cómo es posible que el espíritu del que sueña incurra siempre en una falsedad, hasta el punto de que le baste la primera hipótesis que le venga a la cabeza en orden a explicar una sensación, para creer de inmediato en su verdad, pese a que ese mismo espíritu, durante la vigilia, suele ser tan reservado, prudente y escéptico ante las hipótesis?
Porque mientras soñamos creemos en nuestro sueño como si fuera una realidad, es decir, consideramos nuestra hipótesis totalmente demostrada. Creo que, del mismo modo como razona hoy el hombre cuando sueña, razonaba la humanidad
incluso durante la vigilia
a lo largo de muchos miles de años. Le bastaba y consideraba verdadera la primera «causa» que se le presentaba a su espíritu para explicar algo que requería explicación. Es lo que hacen todavía hoy los salvajes, según los relatos de viajeros. Durante el sueño sigue actuando en nosotros ese residuo muy antiguo de humanidad, porque sobre esa base se desarrolló la razón superior y se desarrolla todavía en cada hombre: el sueño nos conduce a lejanos estados de la civilización humana y pone en nuestras manos un medio de entenderlos. Si hoy nos resulta tan fácil pensar mientras soñamos es, precisamente, porque durante larguísimos períodos de la evolución humana, hemos sido adiestrados en esa forma de explicación fantástica y gratuita mediante la primera idea que aparece. Así, entonces el sueño es un
recreo
para el cerebro que, durante el día, tiene que responder a las severas exigencias del pensamiento tal como han sido establecidas por la cultura superior. Hay un fenómeno afín que podemos considerar en la inteligencia despierta como pórtico y vestíbulo del sueño. Cuando cerramos los ojos, el cerebro produce una multitud de sensaciones de luz y de color, posiblemente como una especie de resonancia y de eco de todos los fenómenos luminosos que durante el día actúan sobre él. Más aún, la inteligencia, de acuerdo con la imaginación, convierte al instante esos juegos de colores, que son informes en sí, en figuras concretas, personajes, paisajes, grupos animados. El fenómeno particular que acompaña a este hecho es también una especie de conclusión del efecto a la causa: mientras el espíritu pregunta de dónde provienen dichas sensaciones de luz y de color, supone como causas esas figuras y esos personajes: desempeñan para él el papel de ocasión de esos colores y de esas luces, porque, cuando es de día y tiene los ojos abiertos, está habituado a encontrar una causa ocasional para cada color y para cada impresión de luz. En este caso, pues, la imaginación suministra constantemente imágenes que recoge, para reproducirlas, de las impresiones visuales del día. Esto es precisamente lo que hace la imaginación cuando soñamos; lo cual significa que la presunta causa se deduce del efecto y se presupone después de éste y todo ello con suma rapidez, de forma que, como cuando vemos actuar a un prestidigitador, puede surgir un juicio confundido, al interpretarse una sucesión como algo simultáneo o como una sucesión en sentido contrario. De estos fenómenos cabe deducir
lo muy tarde
que se desarrolló el pensamiento lógico con una cierta precisión y con una investigación estricta de la causa y el efecto, cuando
todavía hoy
nuestras funciones intelectuales y racionales retroceden a las formas primitivas de razonamiento y vivimos en este estado casi la mitad de nuestra vida. También el poeta, el artista, atribuye
supuestas
causas a sus estados que no son plenamente verdaderas, recordando con esto a la humanidad arcaica y ayudándonos a entenderla.
14. Resonancia.
Todas las disposiciones anímicas
algo fuertes
implican una resonancia de impresiones y de estados análogos; y excitan igualmente la memoria. Con motivo de ellas, se despierta en nosotros el recuerdo de algo y la conciencia de estados similares y del origen de éstos. De este modo se forman rápidas asociaciones habituales de sentimientos y de ideas que, finalmente, cuando se suceden con la rapidez del relámpago, ya no se perciben como complejidades, sino como
unidades
. En este sentido, se habla del sentimiento moral y del sentimiento religioso como si fuesen puras unidades, cuando en realidad son ríos con cien manantiales y afluentes. También aquí, como ocurre tan frecuentemente, la unidad de la palabra no garantiza la unidad de la cosa.