Inmunidad diplomática (28 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Ciencia ficción, Novela

BOOK: Inmunidad diplomática
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—¿Con qué tipo de nave se encontraron? ¿Nave de salto o sólo una reptadora de espacio local? ¿Puede decirlo con seguridad, o iba disfrazada o camuflada?

—Nave de salto. No sé qué otra cosa podría haber sido. Parecía una nave del Gobierno de Cetaganda. Había perdido sus bonitas insignias, de todas formas. No era grande, pero era rápida, nueva, y con clase. El bastardo cetagandés trasladó el cargamento él solito, con plataformas flotantes y tractores manuales, pero desde luego que no perdió el tiempo. En el momento en que las compuertas se cerraron, se marcharon.

—¿Adónde? ¿Podría decirlo?

—Bueno, Hewlet dijo que seguían una trayectoria extraña. Era en ese sistema binario deshabitado a unos pocos saltos de Rho Ceta, no se si sabe…

Miles asintió.

—Iban hacia su interior, más allá del pozo de gravedad. Tal vez planeaban orbitar los soles y acercarse a uno de los puntos de salto desde una trayectoria camuflada, no lo sé. Eso tendría sentido, dado todo lo demás.

—¿Sólo un pasajero?

—Sí.

—Hábleme más de él.

—No hay mucho que decir… No lo había entonces al menos. Se mantenía apartado, comía sus propias raciones en su camarote. No habló nunca conmigo. Sí que habló con Firka, porque Firka estaba manipulando sus documentos. Cuando llegamos a la primera inspección de punto de salto barrayaresa, procedía de un lugar completamente distinto. Y él era otra persona.

—¿Ker Dubauer?

Venn se agitó al oír mencionar por primera vez un nombre familiar, abrió la boca e inhaló, pero la volvió a cerrar sin distraer a Guppy. El triste anfibio estaba ahora lanzado desgranando sus tribulaciones.

—Todavía no, no lo era. Debió de convertirse en Dubauer durante su estancia en la estación de tránsito komarresa, supongo. No lo localicé por su identidad. Era demasiado bueno en eso. Engañó a los barrayareses, ¿no?

«Desde luego.» Un supuesto agente cetagandés del más alto calibre había pasado a través de la encrucijada comercial del Nexo, la clave de Barrayar, como si fuera humo. A SegImp le daría un ataque cuando le llegara el informe de Miles.

—¿Cómo lo siguió hasta aquí, entonces?

La primera expresión parecida a una sonrisa que Miles veía en el rostro gomoso se dibujó como un fantasma sobre los labios de Gupta.

—Yo era el ingeniero de la nave. Lo localicé por la masa de su cargamento. Era bastante delatora, cuando la examiné, más tarde. —La sonrisa espectral se convirtió en un negro ceño—. Cuando lo dejamos junto con sus plataformas en la bodega de carga de la estación de tránsito komarresa, parecía feliz. Muy cordial. Habló con cada uno de nosotros por primera vez, y nos dio personalmente nuestros bonos. Estrechó la mano de Hewlet y de Firka. Pidió ver mi membrana, así que le mostré los dedos, y se inclinó y tomó mi brazo y pareció realmente interesado, y me dio las gracias. Y le dio a Gras-Grace un golpecito en la mejilla, y le sonrió meloso. Sonreía con aire de suficiencia cuando la tocó. Me di cuenta. Como ella tenía en la mano la bonificación, más o menos le devolvió la sonrisa, y no se dio cuenta, pero yo sí. Y luego nos marchamos. Hewlet y yo queríamos tomarnos un descanso y gastarnos algunos bonos en la estación, pero Gras-Grace dijo que podríamos celebrarlo más tarde. Y Firka dijo que el Imperio barrayarés no era un sitio seguro para gente como nosotros.

Una risa distraída que no tenía nada que ver con el humor asomó a sus labios. Bien. Aquel grito de sobresalto cuando Miles colocó el parche de la prueba en la piel de Guppy no había sido exactamente una reacción exagerada. Había sido un flashback. Miles reprimió un escalofrío. «Lo siento, lo siento.»

—Estábamos a seis días de Komarr, más allá del salto a Pol, cuando empezaron las fiebres. Gras-Grace lo dedujo la primera, por la manera en que empezó. Siempre era la más rápida de todos nosotros. Cuatro pinchacitos rosa, como si nos hubiera picado algún bicho, en el dorso de la mano de Hewlet y Firka, en la mejilla de ella, en mi brazo, donde me tocó el bastardo cetagandés. Se hincharon hasta el tamaño de huevos, y nos dolían, aunque no tanto como la cabeza. Sólo en una hora. Me dolía tanto la cabeza que apenas podía ver, y Gras-Grace, que no estaba mucho mejor, me ayudó a llegar a mi camarote para que pudiera meterme en mi tanque.

—¿Tanque?

—Había preparado un gran tanque en mi camarote, con una tapa que podía cerrar desde dentro, porque la gravedad de aquella vieja nave no era muy de fiar. Era muy cómodo para descansar, mi propia especie de cama de agua. Podía estirarme, y darme la vuelta. Buenos sistemas de filtrado en el agua, bonito y limpio, y oxígeno extra borboteando a través de un conducto que yo había preparado, todo con bonitas luces de colores. Y música. Echo de menos mi tanque —suspiró.

—Usted… parece que también tiene pulmones. ¿Contiene la respiración bajo el agua, o qué?

Gupta se encogió de hombros.

—Tengo unos esfínteres de más en la nariz y las orejas y la garganta que se cierran automáticamente cuando mi respiración cambia. Es siempre un momento algo embarazoso, el cambio: mis pulmones no siempre parecen querer parar. O empezar de nuevo, a veces. Pero no puedo permanecer eternamente en mi tanque, o acabaría meándome en el agua que respiro. Eso es lo que sucedió entonces. Floté en mi tanque durante… horas, no estoy seguro de cuántas. No creo que estuviera bien de la cabeza, me dolía tanto… Pero me entraron ganas de mear. Muchas ganas. Así que tuve que salir.

»Casi me desmayé. Vomité en el suelo. Pero pude caminar. Llegué a la puerta de mi camarote, por fin. La nave seguía en marcha, podía sentir las vibraciones adecuadas a través de mis pies, pero todo estaba en silencio. Nadie hablaba ni discutía ni roncaba, y no había música. Ni risas. Yo estaba mojado y tenía frío. Me puse una bata…, una de las batas suyas que Gras-Grace me había dado, porque decía que estar gorda le daba calor, y yo siempre tenía frío. Decía que eso era porque mis diseñadores me dieron genes de rana. Por lo que sé, podría ser cierto.

»Encontré su cuerpo… —Se detuvo. La expresión remota de sus ojos se intensificó—. A unos cinco pasos pasillo abajo. Al menos, creo que era ella. Era su trenza, flotando en el… Al menos, creo que era su cadáver. El tamaño del charco parecía el adecuado. Apestaba como… ¿Qué clase de enfermedad infernal licua los huesos? —Tomó aire y continuó, tembloroso—. Firka había conseguido llegar a la enfermería, pero para lo que le sirvió… Estaba todo flácido, como desinflado. Y goteaba. Junto a la cama. Apestaba peor que Gras-Grace. Y humeaba.

»Hewlet… lo que quedaba de él, estaba en el asiento del piloto. No sé por qué se arrastró hasta allí, tal vez fue un consuelo para él. Los pilotos son así de extraños. Su casco de piloto mantenía el cráneo en su sitio, pero su cara… sus rasgos… estaban resbalando. Pensé que tal vez intentó enviar una señal de emergencia. Ayúdennos. Biocontaminación a bordo. Pero tal vez no, porque nadie llegó nunca. Más tarde pensé que había enviado demasiadas señales y que los rescatadores se mantuvieron alejados a propósito. ¿Por qué iban los buenos ciudadanos a arriesgarse por nosotros? Sólo éramos escoria jacksoniana. Mejor muertos. Eso ahorra el problema y los gastos de perseguirnos, ¿eh?

Ahora no miraba a nadie en concreto.

Miles temió que guardara silencio, agotado. Pero había tanto, tan desesperadamente importante, que saber… Se atrevió a darle una pista.

—Bueno. Increíble, allí estaba, atrapado en una nave a la deriva con tres cadáveres que se disolvían, incluyendo un piloto de salto muerto. ¿Cómo escapó?

—La nave… la nave no me servía para nada ahora, no sin Hewlet. Y los demás. Que se la quedaran los bastardos de la financiera, biocontaminación incluida. Sueños asesinados. Pero pensé que era el heredero de todos. Nadie tenía a nadie más. Yo habría querido que ellos se quedaran con mis cosas, si hubiera sido al revés. Fui y recogí todo lo que pude: dinero suelto, chits de crédito… Firka tenía un buen montón. Claro. Y tenía todos nuestros documentos de identidad falsificados. Gras-Grace, bueno, probablemente regaló su dinero, o lo perdió jugando, o se lo gastó en juguetes, o se le escabulló entre los dedos de alguna forma. A la larga, fue más lista que Firka. Supongo que Hewlet se bebió la mayor parte. Pero había suficiente. Suficiente para viajar a la otra punta del Nexo, si era lo bastante listo. Suficiente para alcanzar al bastardo cetagandés, tarde o temprano. Con aquella pesada carga, pensé que no viajaría muy rápido.

»Lo recogí todo y lo cargué en una cápsula de salvamento. La descontaminé, y a mí también, una docena de veces, tratando de hacer desaparecer aquel horrible olor a muerte. No estaba… no estaba en mi mejor momento, no creo, pero no estaba tan ido. Una vez que estuve dentro de la cápsula, no fue tan difícil. Están diseñadas para llevar a los idiotas heridos a un lugar seguro, siguiendo automáticamente las señales del espacio local… Me recogió tres días más tarde una nave de paso, y les conté una trola, diciendo que nuestra nave se había destruido… Lo creyeron cuando miraron en el registro jacksoniano. Entonces dejé de llorar. —Ahora brillaban lágrimas en la comisura de sus ojos—. No mencioné la biomierda, o me la habría cargado. Me dejaron en la estación de salto poliana más cercana. Allí me escabullí de los investigadores de seguridad y subí a la primera nave que pude encontrar con destino a Komarr. Seguí la carga del bastardo cetagandés por su masa hasta la flota komarresa que acababa de partir. Y busqué una ruta para poder alcanzarlo en el primer sitio posible. Que fue aquí.

Miró alrededor, parpadeando ante su público cuadri como si le sorprendiera que todos estuvieran aún en la habitación.

—¿Cómo se vio envuelto en todo eso el teniente Solian? —Miles había estado esperando con los nervios contenidos para hacer esa pregunta.

—Pensé que podía esperar y emboscar al bastardo cetagandés en cuanto saliera de la
Idris
. Pero nunca salió. Supongo que se quedó en su camarote. Escoria astuta. No pude pasar por la aduana ni por la seguridad de la nave…, no era un pasajero registrado ni invitado de nadie, aunque traté de comprar a unos cuantos. Me asusté cuando el tipo al que intenté sobornar para que me colara a bordo amenazó con denunciarme. Entonces pensé con la cabeza y conseguí un pasaje en la
Rudra
, para intentar al menos pasar legalmente a través de las aduanas de esas bodegas de carga. Y para asegurarme de poder seguirlo si la flota se marchaba de pronto, cosa que ya tendría que haber sucedido entonces. Quería matarlo yo mismo, por Gras-Grace y Firka y Hewlet; pero si iba a escaparse, pensé, si lo entregaba a los barrayareses como espía cetagandés, tal vez… sucediera algo interesante. Algo que no le gustaría. No quería dejar mi rastro en el registro de llamadas vid, así que abordé al jefe de seguridad de la
Idris
en persona cuando estaba en la bodega de carga. Le di el soplo. No estaba seguro de que me hubiera creído, pero supongo que fue a comprobarlo. —Gupta vaciló—. Debió de encontrarse con el bastardo cetagandés. Lo siento. Temo que lo fundió. Como a Gras-Grace y… —Su letanía terminó en un sollozo angustiado.

—¿Eso fue cuando Solian tuvo la hemorragia nasal? ¿Cuando le dio usted el soplo? —preguntó Miles.

Gupta se lo quedó mirando.

—¿Qué es usted, una especie de psíquico?

«Jaque.»

—¿Por qué la sangre falsa en el suelo de la bodega de carga?

—Bueno…, había oído que la flota se marchaba. Estaban diciendo que el pobre diablo que hice fundir había desertado, y que lo iban a degradar como… como si no tuviera una Casa o un barón que se preocupara por él, y a nadie le importara. Pero yo tenía miedo de que el bastardo cetagandés hiciera otro trasbordo en medio del espacio, y yo me quedara atascado en la
Rudra
, y se me escapara… Pensé que eso devolvería la atención a la
Idris
y lo que podía haber en ella. ¡No imaginé que esos idiotas militares fueran a atacar la Estación cuadri!

—Fue un cúmulo de circunstancias concatenadas —dijo Miles rápidamente, consciente por primera vez, en lo que parecía una eternidad de horrores evocados, de los oficiales cuadrúmanos presentes—. Cierto que disparó usted los acontecimientos, pero no podía haberlos previsto.

También Miles parpadeó y miró alrededor.

—Er… ¿Tiene alguna pregunta, jefe Venn?

Venn le dirigió una mirada muy peculiar. Negó con la cabeza, lentamente, de un lado a otro.

—Esto… —Un joven patrullero cuadri a quien Miles apenas había advertido durante el soliloquio de Guppy le tendió a su jefe un objeto pequeño y brillante—. He traído la dosis de pentarrápida que pidió, señor…

Venn lo tomó y miró al magistrado Leutwyn.

Leutwyn se aclaró la garganta.

—Impresionante. Creo, lord Auditor Vorkosigan, que es la primera vez que veo un interrogatorio de pentarrápida sin pentarrápida.

Miles miró a Guppy, que se enroscó en el aire, temblando un poco. Rastros de lágrimas todavía brillaban en las comisuras de sus ojos.

—Él… realmente necesitaba contarle a alguien su historia. Lleva semanas muriéndose por contarla. Pero no había nadie en todo el Nexo en quien pudiera confiar.

—Y así sigo todavía —sollozó el prisionero—. No se confunda barrayarés. Sé que nadie está de mi parte. Pero desperdicié mi oportunidad y él me vio. Estaba a salvo mientras creía haberme derretido como a los demás. Ahora soy rana muerta, de un modo o de otro. Pero si no puedo llevármelo por delante, tal vez otro pueda hacerlo.

13

—De modo que… —dijo el jefe Venn—, este bastardo cetagandés del que habla Gupta, el que dice que mató a tres amigos suyos y tal vez a su teniente Solian… ¿Cree de verdad que es el mismo pasajero betano de paso, Dubauer, que quería que detuviéramos anoche? ¿Es un herm, un hombre, o qué?

—O qué —respondió Miles—. Mis equipos médicos determinaron, a partir de una muestra de sangre que recogí ayer por accidente, que Dubauer es un ba cetagandés. Los ba no son masculinos ni femeninos, ni hermafroditas, sino unos siervos sin género…, una casta, supongo que es la mejor palabra para definirlos, de los haut lores cetagandanos. Más específicamente, de las damas haut que dirigen el Nido Estelar, en el núcleo del Jardín Celestial, la residencia imperial de Eta Ceta.

Que casi nunca salían del Jardín Celestial, con o sin sus servidores ba. «¿Entonces qué está haciendo este ba aquí, eh?» Miles vaciló antes de continuar.

—Este ba, por lo visto, transporta un cargamento de un millar de lo que, sospecho, son los últimos fetos haut genéticamente modificados en replicadores uterinos. No sé adónde, no sé por qué, y no sé para quién, pero si Guppy nos está diciendo la verdad, el ba ha matado a cuatro personas, incluido nuestro oficial de seguridad desaparecido, y trató de matar a Guppy para mantener su secreto y cubrir sus huellas.

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