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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Ciencia ficción, Novela

Inmunidad diplomática (32 page)

BOOK: Inmunidad diplomática
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Meter la plataforma y meterse él mismo en el cuarto de baño requirió algunos torpes movimientos pero por fin colocó a Bel sobre la bañera llena de hielo y agua. Empujón, resbalón, inmersión. Maldijo la plataforma y la rodeó para sostener la cabeza de Bel hacia arriba. El cuerpo del herm se estremeció por la impresión; Miles se preguntó si su tembloroso y teórico paliativo le provocaría en cambio a la víctima un ataque al corazón. Empujó la plataforma hasta la puerta, quitándola de en medio con un pie. Bel intentaba encogerse en posición fetal, una respuesta más esperanzadora que el coma con los ojos abiertos que Miles había observado hasta el momento. Miles le sumergió los miembros uno a uno y los mantuvo bajo el agua helada.

Miles sintió que los dedos se le aturdían con el frío, excepto donde tocaban a Bel. La temperatura corporal del herm apenas pareció afectada por aquel brutal tratamiento. Antinatural, en efecto. Pero al menos Bel dejó de estar cada vez más caliente. El hielo se derretía a ojos vistas.

Habían pasado algunos años desde la última vez que Miles viera a Bel desnudo, en una ducha o poniéndose o quitándose la armadura espacial en los vestuarios de una nave mercenaria. Tener cincuenta y tantos años no era ser viejo, para un betano, pero a pesar de todo, la gravedad empezaba claramente a ganarle la partida a Bel. «A todos nosotros.» En sus días Dendarii, Bel había convertido su deseo no correspondido de Miles en una serie de avances medio en broma, rechazados medio en serio. Ahora Miles se arrepintió de su juvenil reticencia sexual. Profundamente. «Tendríamos que haber aprovechado la ocasión entonces, cuando éramos jóvenes y bellos y ni siquiera lo sabíamos.» Y Bel había sido bello, a su propia manera irónica, viviendo y moviéndose con comodidad en un cuerpo atlético, sano y esbelto.

La piel de Bel estaba hinchada, moteada de rojo y pálida; la carne del hermafrodita, que resbalaba y giraba en el baño helado bajo las ansiosas manos de Miles, tenía una textura extraña, por momentos tensa e hinchada o magullada como una fruta aplastada. Miles llamó a Bel por su nombre, probó con su mejor voz de «el almirante Naismith te lo ordena», contó un chiste malo, todo sin lograr penetrar el vidrioso estupor del herm. Era mala idea llorar en un traje bioprotector, casi tanto como vomitar en un traje de presión. No te podías secar los ojos, ni sonar la nariz.

Y cuando alguien te tocaba en el hombro sin que te dieras cuenta, saltabas como si te hubieran pegado un tiro, y te miraban con cara rara a través de su visor y el tuyo.

—Lord Auditor Vorkosigan, ¿se encuentra usted bien? —dijo el cirujano de la
Príncipe Xav
, enfundado en su traje bioprotector, mientras se arrodillaba junto a él al borde de la bañera.

Miles luchó por controlarse.

—Estoy bien, de momento. Este herm está muy mal. No sé qué le han contado de todo esto.

—Me dijeron que podría encontrarme con una posible arma biológica cetagandana de alto nivel, que ya ha matado a tres personas y dejado un solo superviviente. El hecho de que hubiera un superviviente me hizo dudar de la primera parte.

—Ah, no ha visto a Guppy todavía, entonces.

Miles tomó aliento, e hizo un breve resumen del relato de Gupta, o al menos de los aspectos biológicos pertinentes al caso. Mientras hablaba, sus manos no dejaron de mantener sumergidos los brazos y piernas de Bel, ni de echar cubos de hielo por la cabeza y el cuello del herm.

—No sé si fue la genética anfibia de Gupta, o algo que hizo, lo que le permitió sobrevivir a esta mierda infernal cuando sus compañeros no lo hicieron. Guppy dijo que su carne muerta humeaba. No sé de dónde viene todo este calor, pero no puede ser sólo fiebre. No puede reproducir la bioingeniería de Jackson's Whole, pero se me ocurrió que al menos podría reproducir el truco del tanque de agua. Empirismo descabellado, pero no me pareció que hubiera tiempo para más.

Una mano enguantada alzó los párpados de Bel, tocó al herm aquí y allá, presionó y sondeó.

—Comprendo.

—Es realmente importante —Miles tomó otra bocanada de aire para serenar su voz—, es realmente importante que este paciente sobreviva. Thorne no es un estacionario cualquiera. Bel fue… —Advirtió que no sabía el grado de seguridad del cirujano—. Si el práctico muere en nuestra custodia será un desastre diplomático. Otro más, quiero decir. Y… y el herm me salvó la vida ayer. Le debo… Barrayar le debe…

—Milord, haremos todo lo posible. Tengo a mi mejor equipo aquí: nos haremos cargo de él ahora. Por favor, milord Auditor, ¿quiere apartarse y dejar que sus hombres lo descontaminen?

Otra figura con traje de aislamiento, doctor o tecnomed, apareció en la puerta del cuarto de baño y le tendió al cirujano una bandeja de instrumental. Miles se vio obligado a apartarse mientras la primera aguja se clavaba en la carne inerte de Bel. Tuvo que admitir que allí dentro no quedaba espacio ni para su pequeña estatura. Se retiró.

La otra cama del pabellón había sido reconvertida en mesa de laboratorio. Una tercera figura ataviada con un traje bioprotector revisaba rápidamente lo que parecía ser una prometedora muestra de equipo que iba sacando de cajas y bolsas apiladas en una plataforma flotante sobre aquella superficie improvisada. El segundo técnico regresó del cuarto de baño y empezó a alimentar con trocitos de Bel los diversos analizadores químicos y moleculares situados en un extremo de la cama, mientras el tercer hombre colocaba más aparatos en el otro.

La alta figura de Roic esperaba junto a las barreras moleculares emplazadas en la puerta del pabellón. En las manos tenía un descontaminador lasersónico de alta potencia, un artículo militar familiar para los barrayareses. Alzó una mano, invitando a Miles, quien devolvió el saludo.

No iba a ganar nada quedándose allí y molestando al equipo médico. Sólo los distraería y entorpecería su trabajo. Reprimió el deseo desbocado de explicarles el derecho superior de Bel a sobrevivir, por su antiguo valor y su amor. Inútil. Bien podría dirigirse a los propios microbios. Ni siquiera los cetagandanos habían diseñado un arma que evaluara la virtud antes de masacrar a sus víctimas.

«Prometí llamar a Nicol. Dios, ¿por qué prometí eso?» Saber el estado actual de Bel sin duda sería más aterrador para ella que no saber nada. Miles decidió esperar un poco más, al menos hasta recibir el primer informe del cirujano. Si había esperanza para entonces, la compartiría. Si no había ninguna…

Atravesó despacio la zumbante barrera molecular, alzando los brazos para girarse ante el aún más fuerte rayo lasersónido del descontaminador de Roic. Hizo que Roic lo frotara y secara por todas partes, incluyendo palmas, dedos, las plantas de los pies y, nerviosamente, el interior de los muslos. El traje lo protegió de lo que de otro modo habría sido una desagradable quemazón que dejaba la piel rosada y el pelo chamuscado. No dejó que Roic parara hasta haberle repasado cada centímetro cuadrado. Dos veces.

Roic señaló el mando de control del brazo de Miles y gritó a través de su visor:

—Tengo el enlace comunicador de la nave en marcha, milord. Debería poder oírme a través del canal doce, si lo sintoniza. Los médicos están en el trece.

Rápidamente, Miles conectó el comunicador del traje.

—¿Puedes oírme?

La voz de Roic resonó junto a su oído.

—Sí, milord. Mucho mejor.

—¿Hemos volado los tubos de sellado y nos hemos apartado ya de las abrazaderas de atraque?

Roic pareció levemente frustrado.

—No, milord. —Cuando Miles alzó la barbilla en gesto interrogativo, añadió—: Hum… Verá, aquí sólo estoy yo. Nunca he pilotado una nave de salto.

—A menos que vayas a saltar, es igual que una lanzadera —le aseguró Miles—. Sólo que más grande.

—Nunca he pilotado una lanzadera tampoco.

—Ah. Bueno, vamos pues. Te enseñaré cómo.

Se marcharon al puente; Roic fue abriendo camino pulsando los cierres en código. Bien, tuvo que admitir Miles, mirando los diversos puestos de mando y sus controles, era una nave realmente muy grande. Sólo iba a ser un vuelo de diez metros. Estaba un poco desentrenado pilotando cápsulas y lanzaderas, pero la verdad, tal como eran algunos de los pilotos que había conocido, no podía ser tan difícil.

Roic lo observó lleno de admiración mientras Miles disimulaba su búsqueda de los controles del tubo de sellado… Ah, allí. Hicieron falta tres intentos para ponerse en contacto con el control de tráfico de la Estación, y luego con Muelles y Atraques. Si Bel hubiera estado allí, habría delegado inmediatamente su tarea en… Se mordió los labios, comprobando los permisos de salida de la zona de carga: sería el remate de las meteduras de pata de aquella misión apartarse de la Estación cargándose las abrazaderas de atraque, descomprimiendo la zona de carga y matando a un número indeterminado de patrulleros cuadri de guardia. Pasó del puesto de comunicación al asiento del piloto, apartó el casco de salto y cerró un instante los puños antes de activar los controles manuales.

Una pequeña presión de los calibradores laterales, un poco de paciencia, y un empujón contrario del lado opuesto dejó la enorme masa de la
Idris
flotando en el espacio a un tiro de piedra del costado de la Estación Graf. No es que una piedra allí hiciera otra cosa aparte de continuar eternamente…

«Ninguna bioepidemia puede cruzar este abismo», pensó con satisfacción, y luego pensó inmediatamente en lo que los cetagandanos podían hacer con esporas. «Espero.»

Demasiado tarde se le ocurrió que, si el cirujano de la
Príncipe Xav
retiraba la alerta de biocontaminación, atracar de nuevo iba a ser una tarea bastante más crítica y delicada. «Bueno, si despeja la nave, podremos importar un piloto entonces.» Miró la hora en un crono de pared. Apenas había pasado una hora desde que habían encontrado a Bel. Parecía un siglo.

—¿Es también piloto? —dijo una sorprendida y apagada voz femenina.

Miles se volvió en el asiento del piloto y encontró a los tres cuadris con sus flotadores en la puerta de la sala de control. Todos iban vestidos con trajes bioprotectores para cuadris, de un color verde pálido médico. Los identificó rápidamente. Venn era más grueso, la Selladora Greenlaw un poco más baja. El magistrado Leutwyn venía el último.

—Sólo en una emergencia —admitió—. ¿Dónde han conseguido los trajes?

—Mi gente los envió desde la Estación en una sonda robot —dijo Venn. También él llevaba el aturdidor en la parte exterior del traje.

Miles habría preferido que los civiles se hubieran quedado a salvo en la cabina de carga, pero ahora ya no se podía hacer nada al respecto.

—Que está todavía atracada a la compuerta, sí —dijo Venn, dejando a Miles con la palabra en la boca.

—Gracias —dijo Miles mansamente.

Quería desesperadamente frotarse la cara y los ojos, que le picaban, pero no pudo. ¿Y ahora qué? ¿Había hecho todo lo posible para contener aquella cosa? Vio el descontaminador que colgaba del hombro de Roic. Probablemente sería buena idea volver a ingeniería y esterilizar sus huellas.

—¿Milord? —preguntó Roic, solícito.

—¿Sí, soldado?

—He estado pensando. El guardia nocturno vio al práctico y al ba entrar en la nave, pero nadie informó de que hubieran salido. Encontramos a Thorne. Me estaba preguntando cómo abandonó la nave el ba.

—Gracias, Roic, sí. Y hace cuánto tiempo. Buena pregunta que responder a continuación.

—Cada vez que una de las escotillas de la
Idris
se abre, los grabadores vid se ponen en marcha automáticamente. Deberíamos poder acceder a los archivos desde aquí, creo, igual que desde la oficina de seguridad de Solian. —Roic dirigió una mirada desesperada a la apabullante colección de controles—. En alguna parte.

—Deberíamos, sí.

Miles abandonó el asiento del piloto y pasó al puesto del ingeniero de vuelo. Tras hurgar un poco entre los controles, y un breve retraso mientras uno de los códigos de anulación de Roic devolvía la calma tras la apertura de los cierres, Miles pudo sacar una copia del archivo de unos registros de seguridad similares a los que habían encontrado en la oficina de Solian y ante los que habían pasado tantas horas de estudio. Configuró la búsqueda para que presentara los datos en orden cronológico inverso.

El uso más reciente apareció primero en la placa vid, una bonita toma de la sonda robot automática atracando en la compuerta de personal externa que atendía a la Cabina de Carga Número Dos. Un Venn de aspecto ansioso asomó en su flotador. Descargó los trajes negros envueltos en bolsas de plástico, más otras cosas diversas: una gran caja con suministros de primeros auxilios, una caja de herramientas, un descontaminador parecido al de Roic y lo que podían ser armas algo más eficaces que los aturdidores. Miles cortó la escena y continuó la búsqueda hacia atrás.

Pocos minutos antes estaba la llegada de la patrulla militar de Barrayar en una pequeña lanzadera de la
Príncipe Xav
, que entró a través de una de las cuatro compuertas de personal. Los tres oficiales médicos y Roic eran claramente identificables, descargando su equipo con rapidez.

Una compuerta de carga en una de las cabinas de impulsores Necklin se abrió a continuación, y Miles contuvo la respiración. Una figura con un grueso traje de reparaciones extravehiculares marcado con varios números de la Sección de Ingeniería de la
Idris
pasó ante la cámara y se perdió en el vacío tras un breve estallido de sus jets. Los cuadris que flotaban tras Miles murmuraron y señalaron; Greenlaw sofocó una exclamación y Venn una imprecación.

El siguiente archivo los mostraba a ellos mismos (los tres cuadris, Miles, y Roic) entrando en la nave desde la bodega de carga para realizar su inspección, cualquiera sabía cuántas horas hacía de eso ya. Miles regresó inmediatamente a la figura misteriosa del traje de reparaciones. ¿A qué hora…?

—¡Mire, milord! —exclamó Roic—. ¡Se… se marchó apenas veinte minutos antes de que encontráramos al práctico! ¡El ba debía de estar todavía a bordo cuando llegamos! —Incluso a través del visor, su rostro adquirió un tono verdoso.

¿Meter a Bel en la unicápsula había sido una táctica para hacerles perder tiempo? Miles se preguntó si la sensación de agarrotamiento en el estómago y la tensión de su garganta podían ser los primeros síntomas de una epidemia biofabricada.

—¿Es ése nuestro sospechoso? —preguntó Leutwyn ansiosamente—. ¿Adónde ha ido?

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