Read Inmunidad diplomática Online

Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Ciencia ficción, Novela

Inmunidad diplomática (35 page)

BOOK: Inmunidad diplomática
9.35Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Entonces, bruscamente, el sonido de su casco se apagó. «Ah. Parece que el ba ha encontrado los controles de comunicación…»

Miles saltó al panel de control ambiental de la enfermería, lo abrió y pulsó todos los anuladores manuales. Con aquella puerta exterior cerrada, podrían mantener la presión de aire, aunque la circulación quedaría bloqueada. Los médicos, con sus trajes, no resultarían afectados: Miles y Bel sí que correrían riesgo. Miró con antipatía el armario de unicápsulas. El pabellón biosellado estaba ya funcionando con circulación interna, gracias a Dios, y así continuaría… mientras hubiera energía. ¿Pero cómo podrían mantener frío a Bel si tenían que trasladarlo a una cápsula?

Miles corrió al pabellón. Se acercó a Clogston y gritó a través del visor:

—Acabamos de perder nuestros canales de comunicación con la nave. Usen sólo los canales militares por tensorrayo.

—Lo he oído —gritó Clogston a su vez.

—¿Cómo va con ese filtro enfriador?

—La parte enfriadora está terminada. Todavía trabajamos en el filtro. Ojalá hubiera traído más gente, aunque aquí apenas hay espacio para nadie más.

—Casi lo tengo, creo —llamó el técnico que trabajaba encorvado sobre la mesa—. Compruébelo, ¿quiere, señor? —Indicó uno de los analizadores, un grupo de luces en una pantalla que ahora llamaba su atención.

Clogston sorteó a Miles y se inclinó ante la máquina en cuestión. Tras un instante, murmuró:

—Oh, muy inteligente.

A Miles, que estaba lo suficientemente cerca como para oírlo, no le pareció algo tranquilizador.

—¿Qué es inteligente?

Clogston señaló el indicador de su analizador, que ahora mostraba incomprensibles cadenas de letras y números en animados colores.

—No comprendía cómo los parásitos podían sobrevivir en una matriz de esa enzima que se comió sus guantes biocontenedores. Pero estaban microenclaustrados.

—¿Qué?

—El clásico truco para descargar drogas a través de un entorno hostil, como el estómago, o tal vez el torrente sanguíneo, a la zona blanco. Sólo que esta vez lo usaron para descargar una enfermedad. Cuando lo microenclaustrado pasa del entorno no amistoso a la zona amistosa, químicamente hablando, se abre y libera su carga. No hay pérdida, ni desperdicio.

—¡Oh! ¡Maravilloso! ¿Me está diciendo que ahora tengo la misma mierda que Bel?

—Hum —Clogston miró el crono de la pared—. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que quedó expuesto, milord?

Miles siguió su mirada.

—¿Media hora, tal vez?

—Ya podrían ser detectables en su torrente sanguíneo.

—Compruébelo.

—Tendremos que abrir su traje para acceder a una vena.

—Compruébelo ahora. Rápido.

Clogston tomó una aguja; Miles se quitó la venda bioprotectora de la muñeca izquierda y apretó los dientes mientras la solución biocida picaba y la aguja pinchaba. Tuvo que reconocer que, para tratarse de un hombre que llevaba guantes de bioprotección, Clogston era bastante diestro. Observó ansiosamente cómo el cirujano introducía con delicadeza la aguja en el analizador.

—¿Cuánto tiempo tardará?

—Ahora que tenemos el modelo de esa cosa, nada. Si es positivo, quiero decir. Si esta primera muestra es negativa, me gustaría volver a probar cada treinta minutos o así para estar seguro. —Clogston calló y estudió la muestra—. Bueno. Hum. No será necesario volver a hacer ninguna comprobación.

—Bien —rugió Miles. Se abrió el casco y se subió la manga del traje. Se llevó el comunicador de muñeca a la boca y ordenó—: ¡Vorpatril!

—¡Sí!

La voz de Vorpatril respondió al instante. Controlaba sus canales de comunicación: debía de estar de guardia o bien en el puente de mando de la
Príncipe Xav
, o, tal vez, en su sala de tácticas.

—Espere, ¿qué está haciendo en este canal? Creí que no tenía acceso.

—La situación ha cambiado. Eso no importa ahora. ¿Qué está pasando ahí fuera?

—¿Qué está pasando ahí dentro?

—El equipo médico, el práctico Thorne y yo nos hemos hecho fuertes en la enfermería. Por el momento, seguimos controlando nuestro entorno. Creo que Venn, Greenlaw y Leutwyn están atrapados en la Cabina de Carga Número Dos. Roic puede estar en alguna parte de ingeniería. Y el ba, creo, se ha apoderado del puente. ¿Puede confirmar eso último?

—Oh, sí —gruñó Vorpatril—. Ahora mismo está hablando con los cuadris de la Estación Graf. Profiriendo amenazas y haciendo exigencias. Al jefe Watts le ha tocado la papeleta. Estoy preparando un grupo de asalto.

—Páselo aquí. Quiero oírlo.

Unos segundos y sonó la voz del ba. El acento betano había desaparecido; la frialdad académica se iba perdiendo.

—… nombre no importa. Si quieren recuperar con vida a la Selladora, al Auditor Imperial y a los demás, éstas son mis exigencias. Un piloto de salto para esta nave, enviado inmediatamente. Paso libre y sin impedimentos por su sistema. Si ustedes o los barrayareses intentan lanzar un ataque militar contra la
Idris
, o bien volaré la nave con todos a bordo o embestiré contra la Estación.

—Si intenta embestir la Estación —contestó la voz del jefe Watts, cargada de tensión—, la volaremos nosotros mismos.

—Como quieran —contestó secamente la voz del ba.

¿Sabía el ba cómo volar una nave? No era precisamente fácil. Demonios, si el cetagandés tenía cien años de edad, ¿quién sabía todo lo que sabía hacer? Pero dar en un blanco tan grande y tan cercano, cualquier profano podría hacerlo.

La tensa voz de Greenlaw intervino; su enlace al parecer estaba conectado con Watts de la misma manera que Miles con Vorpatril.

—No lo haga, Watts. El Cuadrispacio no puede dejar que un transmisor de plagas como éste pase a nuestros vecinos. Un puñado de vidas no justifica arriesgar miles.

—En efecto —continuó el ba tras una breve vacilación, todavía en el mismo tono frío—. Si consiguen matarme, me temo que se encontrarán con otro dilema. He dejado un regalito a bordo de la Estación. Las experiencias de Gupta y el práctico Thorne deberían darles una idea de qué tipo de paquetito es. Puede que lo encuentren antes de que se abra, aunque diría que sus posibilidades son escasas. ¿Dónde están ahora sus miles? Mucho más cerca de casa.

¿Era una verdadera amenaza o un farol?, se preguntó Miles frenéticamente. Desde luego encajaba con el estilo que el ba había demostrado hasta el momento: Bel en la unicápsula, la trampa con los mandos del control del traje… Rompecabezas horribles y mortíferos que el ba dejaba tras de sí para perturbar y distraer a sus perseguidores. «Desde luego, funcionó bien conmigo.»

—¿Cree que el hijo de puta se está tirando un farol, señor? —preguntó Vorpatril por el comunicador de muñeca, en un innecesario susurro, apagando la conversación entre el ba y Watts.

—No importa si es un farol o no. Lo quiero vivo. ¡Dios, cómo lo quiero vivo! Considérelo de máxima prioridad y una orden de la Voz del Emperador, almirante.

—Entendido, milord Auditor —contestó Vorpatril tras una pequeña y reflexiva pausa.

—Prepare su equipo de asalto, sí… —El mejor equipo de asalto de Vorpatril estaba detenido en la cárcel cuadri. ¿Cómo sería el segundo mejor? El corazón de Miles vaciló—. Pero espere. Esta situación es extremadamente inestable. Todavía no tengo claro cómo saldrá. Vuelva a poner el canal del ba.

Miles devolvió su atención a la negociación en curso… No, ¿a su cierre?

—Un piloto de salto —parecía estar repitiendo el ba—. Solo, en una cápsula personal, a la Compuerta Número Cinco B. Y, ah… desnudo. —Dio la horrible impresión de que decía esto último sonriendo—. Por razones obvias.

El ba cortó la comunicación.

16

«¿Ahora qué?»

Dilaciones, supuso Miles, mientras los cuadris de la Estación Graf preparaban a un piloto o corrían el riesgo de perder el tiempo discutiendo si enviar a uno a un peligro semejante, y nadie se ofrecía voluntario. Mientras Vorpatril preparaba su equipo de asalto, mientras los tres cargos cuadris estaban atrapados en la cabina de carga (bueno, no estaban cruzados de manos, apostó Miles). «Mientras esta infección se apodera de mí.» Mientras el ba hacía… ¿qué?

«Las dilaciones no son de mi gusto.»

Pero eran su fuerte. ¿Qué hora era, por cierto? Por la tarde… ¿todavía del mismo día que había empezado tan temprano con la noticia de la desaparición de Bel?

Sí, aunque parecía casi imposible. Sin duda había entrado en alguna distorsión temporal. Miles miró su comunicador de muñeca, inspiró profundamente, aterrado, y marcó el código de Ekaterin. ¿Le había contado Vorpatril algo de lo que estaba pasando, o la había mantenido cómodamente ignorante?

—¡Miles! —respondió ella de inmediato.

—Ekaterin, amor. ¿Dónde, hum… estás?

—En la sala de tácticas, con el almirante Vorpatril.

Ah. Eso respondía a la pregunta. En cierto modo, se sintió aliviado por no tener que contar toda la letanía de malas noticias.

—Has estado siguiendo todo esto, entonces.

—Más o menos. Ha sido muy confuso.

—Apuesto a que sí. Yo… —No podía decirlo, no de aquella forma. Se fue por las ramas, mientras hacía acopio de valor—. Prometí llamar a Nicol cuando tuviera noticias de Bel, y no he tenido oportunidad. Las noticias, como ya sabes, no son buenas; encontramos a Bel, pero lo han infectado deliberadamente con un parásito de fabricación cetagandana que puede… que puede resultar fatal.

—Sí, eso tengo entendido. Lo he estado escuchando todo, aquí en la sala de tácticas.

—Bien. Los médicos están haciendo todo lo posible, pero es una carrera contra el tiempo y ahora hay otras complicaciones. ¿Quieres llamar a Nicol y cumplir mi promesa por mí? No es que no haya ninguna esperanza, pero… tiene que saber que ahora mismo las cosas no tienen buen aspecto. Usa tu sentido común para suavizar cuanto puedas el golpe.

—Mi sentido común me indica que habría que decirle la pura verdad. La Estación Graf es un clamor ahora mismo, con la cuarentena y la alerta por biocontaminación. Ella necesita saber exactamente lo que está pasando, tiene derecho a saberlo. La llamaré ahora mismo.

—Oh. Bien. Gracias. Yo, hum… sabes que te quiero.

—Sí. Dime algo que no sepa.

Miles parpadeó. Las cosas no se le ponían fáciles. Lo soltó de sopetón:

—Bueno. Cabe la posibilidad de que las cosas estén muy feas para mí aquí. Puede que no salga de ésta. La situación es bastante inquietante y, hum… me temo que los guantes de mi traje bioprotector fueron saboteados por una desagradable trampa cetagandana que disparé. Por lo visto yo también me he infectado con el mismo bioelemento que ha atacado a Bel, pero parece que no actúa muy rápido.

Al fondo, oyó la voz del almirante Vorpatril maldiciendo con un lenguaje de barracón que no estaba en demasiada consonancia con el debido respeto a uno de los auditores imperiales de Su Majestad Gregor Vorbarra. Por parte de Ekaterin, silencio: él se esforzó por oír su respiración. La reproducción del sonido en aquellos enlaces de alto nivel era tan nítida, que pudo oírla cuando volvió a soltar el aire a través de aquellos exquisitos y cálidos labios que no podía ver ni tocar.

Empezó de nuevo.

—Yo… lamento que… quería darte… esto no era lo que… nunca quise causarte…

—Miles. Deja de farfullar de inmediato.

—Oh… ¿eh?

La voz de Ekaterin se volvió más dura.

—Si te mueres ahí, no me sentiré dolida, me sentiré jodida. Todo esto está muy bien, amor, pero déjame recordarte que no tienes tiempo para regodearte en la angustia ahora mismo. Eres el hombre que solía ganarse la vida rescatando rehenes. No te está permitido no salir de ésta. Así que deja de preocuparte por mí y empieza a prestar atención a lo que estás haciendo. ¿Me estás escuchando, Miles Vorkosigan? ¡No te atrevas a morirte! ¡No lo consentiré!

Eso parecía definitivo. A pesar de todo, Miles sonrió.

—Sí, querida —repuso mansamente, aliviado. Las antepasadas Vor de aquella mujer habían defendido bastiones en la guerra, oh, sí.

—Así que deja de hablar conmigo y vuelve al trabajo. ¿De acuerdo?

Casi consiguió que el estremecido sollozo no se notara en la última palabra.

—Defiende el fuerte, amor —susurró él, con toda la ternura de que fue capaz.

—Siempre. —Miles pudo oírla tragar saliva—. Siempre.

Ekaterin cortó la comunicación. Él lo tomó como una sugerencia.

Rescate de rehenes, ¿eh? «Si quieres hacer algo bien, hazlo tú mismo.» Ahora que lo pensaba, ¿tenía ese ba idea de cuál había sido el antiguo trabajo de Miles? ¿O suponía que no era más que un diplomático, un burócrata, otro civil asustado? El ba no podía saber tampoco qué miembro del grupo había disparado la trampa de los controles remotos del traje de reparaciones. Aquel traje de bioprotección no servía para un asalto en el espacio ni siquiera antes de que lo hubieran hecho papilla. Pero, ¿qué herramientas había en la enfermería que pudieran aplicarse a usos que sus fabricantes nunca hubieran imaginado? ¿Y qué personal?

El equipo médico tenía formación militar, cierto, y disciplina. También estaban metidos hasta las orejas en otras tareas de prioridad superior. Lo último que deseaba Miles era apartarlos de su atestada mesa de laboratorio y del cuidado de su paciente en estado crítico para ponerlos a jugar con él a los comandos. «Aunque puede que tengamos que llegar a eso.» Pensativo, empezó a recorrer la cámara exterior de la enfermería, abriendo cajones y armarios y contemplando sus contenidos. Empezaba a sentir los efectos de la fatiga, y un dolor de cabeza iba en aumento tras sus ojos. Premeditadamente, ignoró el terror que aquello implicaba.

Miró al pabellón a través de las barras de luces azules. El técnico corrió hacia el cuarto de baño con algo en las manos que arrastraba unos tubos.

—¡Capitán Clogston! —llamó Miles.

La segunda figura se volvió.

—¿Sí, milord?

—Voy a cerrar su puerta interior. Se supone que debe cerrarse sola si hay un cambio de presión, pero no me fío de ningún equipo controlado por sistema remoto en este momento. ¿Está preparado para trasladar a su paciente a una unicápsula si es necesario?

Clogston le hizo un ligero gesto de asentimiento con una mano enguantada.

—Casi, milord. Estamos empezando a construir el segundo filtro sanguíneo. Si el primero funciona como esperamos, deberíamos estar listos para tratarlo a usted muy pronto.

BOOK: Inmunidad diplomática
9.35Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Amethyst by Rebecca Lisle
Disarming by Alexia Purdy
Blindsided by Katy Lee
Any Wicked Thing by Margaret Rowe